Son las cuatro de la mañana y lo sé porque el viejo reloj de cuco da las jodidas horas, aunque esté a punto de nevar y las paredes estén más frías que el congelador de la NASA en pruebas espaciales. La puerta principal está cerrada con llave, y no para evitar que alguien entre y diga: ¡Joder, qué frío!, sino para que mi madre, Patricia, que acaba de cumplir setenta y seis años hace justo un año, salga a buscar al perro Splug, que murió hace más de diez años. A veces quiere ir a recogernos al colegio a mi hermano Nicolás, que vive en Cádiz y tiene algo más de cuarenta años, y a otro hermano que no sé muy bien la edad pero recuerdo que es gemelo de Nicolás. Mi madre a veces se tumba con una almohada en la bañera o se prepara para darse un baño en medio de la cocina.
Pasemos a cuando voy a casa con algún amigo del trabajo y le digo: Mamá, este es Manuel, es un compañero y vamos a leer un par de relatos mientras tomamos un refresco. Ella le saluda atentamente e incluso le da un beso en la mejilla. Yo, viendo que ambos están cómodos, los dejo un minuto solos, mientras cojo una bandeja verde esperanza y la relleno con dos botes de naranjada y un pequeño bol que rebosa frutos secos, aunque también he puesto pistachos, almendras y cacahuetes. Me pilla de paso mi habitación donde tengo dos relatos nuevos que son los que pretendo compartir con Manuel. De pronto oigo a mi madre pegar un enorme grito y casi no entiendo nada. ¡¡No conozco a esta persona, socorro, socorro, policía, me están robando y son dos personas que no conozco!!
Pasemos a cuando la vida se convierte en algo tan terrible como ser invisible. Invisible para los demás, nos pasa a todos. Invisible para uno mismo, le ocurre a una persona cada minuto del día en el mundo. Para cuando el reloj de cuco vuelva a dar la hora, cinco de la mañana, habrá sesenta personas más con alzhéimer. En solo tres décadas, y conviene ser moderado en los datos, habrá al menos ciento treinta y cinco millones de personas que confundirán el váter con el microondas; y esto no es una frivolidad, sino una realidad en pleno desierto repleto de espejismos.
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