Que en esta vida tangible por su aparente realidad atesoramos vidas, más las que vivimos en los sueños, es una verdad incuestionable. Porque en más de una ocasión… —la ventura regala más oportunidades al atrevimiento humano— nos transmutamos cuando el camino nos ofrece retos del vivir y compartir.
El genial Miguel de Cervantes —Alcalá de Henares, 9 de octubre de 1547 – Madrid, 22 de abril (no el 23) de 1616— en su creatividad plena (así lo pienso hace años y lo escribo aquí) comparte los dos alter egos que casi todo el mundo llevamos dentro, más claro, el positivismo utópico (en ocasiones en la demencia) en equilibrio con el realismo de las vivencias terrenales (propias y ajenas, éstas de la sabiduría popular que a borbotones emanan de su cerebro y su mano, sin frenos, sobre la virginidad del papel).
Fenece la vida del insigne Hidalgo, postrado y moribundo sobre un camastro que llora, en la ejemplarizante proclama de felicidad máxima, antes de cerrar los ojos por última vez para adentrarse en la eternidad de la literatura y de la conciencia humana: “(…) que acreditó su ventura, morir cuerdo y vivir loco”.
Grabado de dibujante anónimo de la edición inglesa «The history of the most renowned don Quixote of Mancha», de Thomas Hogdkin y William Whitwood. Página 29 (Fuente: Biblioteca Virtual Cervantes).
Shakespeare en Alcalá de Henares
En la novela en la web krisisconk.com, el capítulo En la ciénaga de Caronte:
“La semilla del presente late en las profundidades del pasado. Escudriñar fuera de ti, te resultará infructuoso si buscas las causas de tu razón de ser. Sólo hallarás sinrazón porque el germen descansa en tu interior. Nuestra esencia en la eternidad, enterrada bajo capas de miedo y desmemoria, sale a la superficie si rascas en tu piel y profundizas un poco. (…)»
Que a nadie sorprenda si el alma de Jorge regresó para proseguir en la literatura. Compartir sentimientos y experiencias es la finalidad del escritor. Jorge ha disfrutado ya en esta vida de la vocación por la música y el teatro, por el arte, la poesía y la escritura y gozó de los viajes como músico y periodista. En su pueblo creció entre músicos y luego vivió en la tierra oriolana que inspiró a un poeta universal.
Bajo la luz eterna del candil, se entusiasma Jorge en el deleite de escribir durante madrugadas emotivas. Enganchado a la rueda de la imaginación, relee y revisa cientos de borradores. Porque en honor de Hemingway, mi amigo defiende también que la papelera es la mejor aliada del escritor y la escritora. Ni le impidieron escribir las serpientes. Pues en más de un sueño, Jorge ha dormido en el suelo junto a culebras. Sierpes que le miraron a los ojos para imanarle la sabiduría suprema que atrae a las musas. Jorge ha completado hasta hoy miles de páginas y vibra en sincronía con la creación literaria.
En una ensoñación, como quien dibuja en el sueño un doble de sí mismo, pero en otro plano o dimensión simétrica e invisible, Jorge se vio en una ocasión escribiendo con pluma de ave. Pero le interrumpió su amada:
—¿Cenas?
—Termino este pasaje y voy. —Aceleró la caligrafía.
—¡Ven! Cena y acabas luego.
—La mano se me mueve sola —reveló a su bella amada de ojos verdes—: Sigo un poco más…
—¡La mano se te mueve sola! ¡Qué cosas dices, Jorge!
—¡Esto es un regalo! Magia como tus besos. —Siguió escribiendo.
—¿Magia de quién, Jorge?
—Del universo y de la vida.
—¡Ven! Cena… y después sigues. —Asomó la cabeza por la puerta.
—Ven tú aquí. ¡Disfruta conmigo! —Le lanzó un guiño.
—Me encanta lo que cuentas en este párrafo pero tengo hambre.
La creatividad de Adonai es la nuestra.
Mi amigo inventaba esa noche en sueños las aventuras del caballero que se alimentaba sólo de libros. Por tragarse con glotonería las páginas, comenzaron a aparecerle palabras en la piel. Pero jamás se hubiese desprendido de su figura, delgada y enfermiza, que degustaba lecturas copiosas donde se sentía hombre íntegro y cabal. Le acompañaba un criado, gordo en kilos y conformista, que desdeñaba los manuscritos. No quería ver incunables en la mesa. Jorge esbozaba en esa página un diálogo en la novela, entre dos extremos juiciosos y ciertos, los protagonistas, caras de su propia personalidad en la obra que usaba para recrearlas. Con desparpajo teatral, nuestro amigo ordenó la tinta en el papel y luego escenificó la plática para divertir a su amada:
—Esta tabla, amo, la inventó el hombre sólo para colocar las viandas. Ni enciclopedias ni novelas de caballería. ¡En la mesa… sólo comida, Don Miguel!
—¡Borrico! ¡Acaso mis libros son morcillas! ¡Las de Burgos me gustan mucho pero esto es un libro! —repuso el caballero, mostrándole La Galatea.
—Usted dijo al abate que la literatura alimenta al espíritu.
—El espíritu nada se parece a la barriga. Ni al convencionalismo comercial.
—¡Amo, yo sólo quiero las letras en la sopa! –Agarró la cuchara y un plato.
—¡Necio del demonio! Cree en utopías. Nada sé de la prosa pesimista. Sancho, hagamos las Américas: me harté de miserias, de bachilleres y envidias.
—¡Con hambre, amo, soy capaz de comerme las tapas de este libraco!
—¡Bellaco! Lee en voz alta; desarrolla tu oído y juega con el Destino… Olvida un instante los garbanzos… Fuentesaúco, ollas podridas y fabadas…
—Nada le entiendo. ¡Quiero cenar ya! ¡Pero amo, cuídese del Destino!
—Recuerda que William acude a cenar. ¡Nos traerá un pudding! Vístete con las mejores ropas. Como si fuésemos al corral de comedias de Almagro…
—¿Repetirá el Otelo de odio y celos? Le entiendo poco en su spanglish…
—Nos leerá un borrador que le entusiasma: el romance de dos jóvenes enamorados en Verona. ¡Apenas sí duerme por la creación de esta obra de teatro! Le diré que la interprete una pareja oriolana… Elena y Alejandro.
Si en tu vida has sufrido una o más veces la desdicha de Romeo and Juliet, piensa ya en protagonizar la feliz historia Pretty Woman. Vale (cervantino).
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