Agustín Hernández: “El asombro es continuo; si no surge la sorpresa, el deslumbramiento, no hay foto”.
El fotógrafo celebra los 50 años de la asociación APDA con una exposición de los usuarios y sus mascotas en la Fnac Alicante hasta mediados de enero y mostrará sus bodegones en el Museo de la Universidad de Alicante a partir del próximo 12 de diciembre.

Observa, gestualiza, acomoda, contornea su cuerpo, revisa, sugiere, cambia de sitio y, sobre todo, disfruta con lo que hace. Ese es Agustín Hernández. Hace fotos. Para él la luz, la sombra, el encuadre, el ángulo, el espacio o la forma no tienen secretos porque juega con todos esos elementos como un niño con su juguete preferido y, al igual que el niño, inventa historias que plasma con su cámara con esa sensibilidad y empatía que traslada al instante del disparo, de ese característico sonido que la cámara emite al pulsarse buscando el momento, la finalidad de la obra, el guion de una sucesión de hechos, el color adecuado para cada personaje, el brillo necesario para recrear el nudo del relato o un contrapicado con el que ensalzar el desenlace.
Gracias a la colaboración del Fnac Alicante y al patrocinio ofrecido por el sindicato FSIE tenemos la oportunidad de ofrecer al público, desde el pasado 26 de noviembre, veinte imágenes de algunos de nuestros usuarios de la Asociación de Personas con Discapacidad de Aspe (APDA), acompañados de sus mascotas caninas, que fueron captados por la cámara de Agustín. Asimismo tendremos la ocasión de disfrutar de sus bodegones en la exposición que tendrá lugar en el Museo de la Universidad de Alicante (MUA) desde el 12 de diciembre hasta mediados de febrero de 2026.

Esperamos que disfrutéis de ambas muestras de arte así como con las palabras de su autor que a continuación os compartimos en forma de entrevista.
Apda.— ¿Qué tiene para ti de especial una cámara de fotos?
Agustín Hernández.— A través de la lente o del visor de una cámara el mundo cambia ligeramente. La cámara es un lazarillo que te lleva donde quiere. El fotógrafo pacta con la máquina, se dice: «Voy a hacer fotos de calle, hoy haré paisaje, haré retratos o terminaré ese proyecto que tengo pendiente». Pero al final no sabes lo que va a pasar, lo que va a surgir; siempre habrá algo que te sorprenda, ocurrirá un imprevisto y aprenderás nuevas cosas. El que hace retratos conocerá un poco más al sujeto que tiene enfrente, necesariamente le hará un reportaje visual que condensará en una foto, siempre más pobre que el tiempo que ha compartido. La cámara amplifica o hace más intensa la mirada, te obliga a observar con atención. El asombro es continuo; si no surge la sorpresa, el deslumbramiento, no hay foto. El resultado es otra cosa, muchas veces decepcionante, pero cuando encuentras eso que intuyes te sientes feliz.

Apda.— Con esa mezcla de luces y de sombras deslumbran tus objetos fotografiados. ¿Por qué al bodegón se le llama naturaleza muerta en ese caso?
AH.— Hay un escritor japonés, Tanizaki, al que se cita mucho últimamente, que dice que la belleza desaparece privada de la oscuridad. Yo también lo veo así, pero necesitamos que la luz nos deslumbre. El sol, una luz potente desvela los colores… y agudiza las sombras. En la época barroca descubrieron que estos contrastes nos sorprendían y atraían nuestra atención. Los negros son denostados porque no aportan información, en la sombra profunda parece que no hay nada. Sin embargo, nuestra imaginación ve en la oscuridad, sabe que hay algo y lo construye mentalmente. Lo mismo pasa con los brillos; esas superficies que imaginamos lisas, tersas, bruñidas como el metal o la piel de una manzana. Y entre la luz y la oscuridad hay un universo de matices por descubrir.
La historia del bodegón es nuestra historia, existe desde siempre, en el antiguo arte egipcio, en la Grecia de las musas. El bodegón florece con la reforma protestante que se aparta de la representación religiosa y cuando una clase social se lo puede permitir. El bodegón, esa naturaleza inanimada, si hacemos una traducción grosera del inglés y del francés, aporta una información muy valiosa de la vida de cada época, desde la industria, el comercio local o internacional o la vida cotidiana.
Apda.— Tú miras de frente a una persona y ¿sientes en esos momentos si te seduce fotografiarla o no?
AH.— A menudo voy por la calle y veo a alguien a quien me gustaría llevar a un estudio para fotografiarla. Aunque también me pasa que luego esa viveza desaparece en un posado. He realizado muchos reportajes mentales. Siempre han sido mejores que los que luego he terminado. Y he tenido la suerte, aquí, en Alicante, de convivir con la gente del Alberto Barrios, un centro de formación de adultos, o con la del centro ocupacional El Puente de Aspe.

Apda.—¿Qué temas musicales elegirías para acompañar tus fotos?
AH.— Pobre don Johann Sebastian Bach… En el vídeo que acompaña la exposición de bodegones del MUA he utilizado una chacona suya que, a pesar del nombre, no parece una danza; es más bien un lamento que compuso a la muerte de su esposa. Es un tema repetitivo que creo que va bien con el tema monotemático y quizás monótono de la exposición. Otras veces he utilizado música de algún compositor minimalista como David Lang o Arvo Pärt, que tienen algo de ascéticos. Y si busco un tema que emocione, un recurso fácil es acudir a Max Richter. Las posibilidades son infinitas y no siempre hay que recurrir a la música clásica, pero sí que creo que cada imagen pide una música.
Apda.— ¿Qué te inspiran las personas con discapacidad?
AH.— Participo desde hace muchos años en talleres de escritura creativa con personas provenientes del universo de la salud mental o de la discapacidad intelectual. Durante la pandemia de 2020 se suspendieron estos talleres para evitar contagios. Es algo que me entristecía, me faltaba esa experiencia, como un montañero añoraría la montaña o un actor el teatro. Disfruto con esa actividad o haciéndoles fotos. No tienen máscara social, no aparentan nada, se muestran como son, con autenticidad y es un lujo esa pureza. Intento captar esas expresiones muy alejadas del narcisismo tan extendido.
Apda.— ¿Hemos perdido romanticismo y expectación en la actualidad por usar el móvil en lugar de una cámara de fotos?
AH.— Creo que no, el móvil está más orientado a recordar un momento y a la comunicación inmediata. Hay fotografías que tienen otras pretensiones que se separan del momento y de lo casual. Pueden informar de un espacio en donde se vive y de sus gentes, de un hecho histórico, de un paisaje único; fíjate en la destrucción de Gaza… Hay grandes fotógrafos ahora mismo que todos conocemos y que nos han obsequiado con imágenes imborrables. Seguramente la espoleta que han iniciado algunos movimientos sociales ha sido un conjunto de fotografías que condicionaron la opinión pública.

Apda.— Si tuvieses que fotografiar el mundo que vivimos en la actualidad, ¿en qué te fijarías?
AH.— Me lo planteo de otra manera. Si tuviera otra edad, si estuviera en la veintena, sería fotógrafo y periodista. Recorrería el mundo mostrando la belleza que existe, su erosión, la bondad y la maldad humana. Todo eso que nos rodea aquí mismo pero que quizás se muestre con más fuerza en otras latitudes.












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