En el artículo de hoy no voy a hablar del coronavirus, ni de la pandemia, ni de que al final el Gobierno ha rectificado y no va a pedir una prórroga de 30 días del estado de alarma sanitario –porque era anticonstitucional– puesto que las prórrogas por el estado de alarma son de 15 en 15 días, no de 30 días porque sería un estado de excepción (art. 166.3 de la Constitución). Sáncheztein ha conseguido una prórroga hasta el 7 de junio gracias al apoyo de sus socios Unidas Podemos, más los aleros de los flancos Ciudadanos y del PNV. En cambio los socios que propiciaron la investidura han votado no, y amenaza ERC que nada será como antes y peligran los presupuestos generales. Ni tampoco voy a escribir de La Peste de Albert Camus, ni sobre los textos de Tucídides ni de Sófocles sobre la peste que asoló Atenas en el 430 a. C., ni de Homero sobre la epidemia que cita en La Ilíada, que diezmó a los griegos contra la ciudad de Troya (durante 10 años de asedio), ni tampoco de la gripe mal llamada española de 1918, porque estoy casando de lo mismo de siempre.
Os voy a hablar de la película que vi en video los otros días que se titula Rapa Nui de 1994 dirigida por Kevin Reynolds. El argumento se basa en la lucha de dos clanes o tribus (los orejas largas y los orejas cortas) en la época en que se esculpían los moais o esculturas ciclópeas en un solo bloque y encima de la cabeza le colocaban un pukao o sombrero de piedra circular color rojo como signo de dignidad como el solideo escarlata de los cardenales de la Iglesia católica. Eran no más de 1.000 habitantes en la isla llamada el Ombligo del Mundo en mitad del Pacifico, el lugar más remoto de la Tierra, una isla de origen volcánico de no más de 2 kilómetros de ancho por 21 de largo, de 163,6 kilómetros cuadrados, cuyo nombre indígena es Rapa Nui y en occidente se conoce por la Isla de Pascua por haber sido descubierta por un holandés el 5 de abril de 1722 el día de la Pascua de Resurrección.
Un millar de habitantes eran gobernados por un ariki o rey del clan de los orejas largas, con un sacerdote que actuaba, además, como consejero real. La trama consiste en el amor entre dos jóvenes de distintos clanes, similar a un Romeo y Julieta, entre Capuletos y Montescos. El trasfondo es esculpir y transportar un moai gigantesco hacia la costa para situarlo en un ahu o terraza mirando al mar como vigilante espiritual de la isla. Entre las tribus surge el mito del tangata manu o hombre pájaro, que consistía en una competición entre los hombres más valerosos y fuertes de los clanes y tribus para hacerse con el primero de los huevos de las aves marinas que llegaban a anidar al islote llamado Moto Nui. Pero la titánica hazaña era que había que bajar por un peligrosísimo acantilado de unos 300 metros de caída situado al borde de la caldera volcánica extinta de Rano Kao, y que, nadando entre tiburones tenían que llegar al islote, recoger un huevo y subir otra vez por el acantilado y entregarlo al rey, sin romperlo, evidentemente. Quien ganara la carrera recibiría el manu tara; es decir, un poder, que le daba un mandato, como un primer ministro, para gobernar la isla de Rapa Nui durante un año.
Al final de la historia, y por un abuso de poder del ariki y del sacerdote de los orejas largas, los dos clanes salen por la vía Tarifa y acaban en una guerra civil y en el canibalismo, y en la extinción. Y no puedo contar más porque me cargo la película. Llegaron a la desforestación total de los árboles y palmeras. De toda la isla únicamente quedó superviviente un pequeño arbusto de la especie toromiro (Sophora toromiro) endémico de la isla porque estaba oculto entre unas rocas de uno de los volcanes. En dos colectas de bayas de toromiro, una realizada por el chileno Efraín Volosky, y otra por el noruego Thor Heyerdahl, la especie se salvó de la extinción. El mensaje que nos trasmite el director del film es una reflexión sobre la condición humana, la de unos hombres y mujeres que, viven en un paraíso en una isla de la polinesia oriental, acaban matándose entre ellos, sin tener enemigos exteriores se autoaniquilaron. ¡Espantosa condición la humana!
Lo que a mí me enfada terriblemente es la condición perversa del hombre, que se pelean y matan entre ellos en el paraíso, y lo mismo da que fueran mil habitantes como si hubieran sido solamente dos, al final acabarían matándose, el uno al otro. Porque siempre ha sido así: el hombre es lobo para el hombre (y ahora en latín para que quede en mármol de Novelda: lupus est homo homini), que tiene su origen en una frase célebre de la obra dramática Asinaria, del comediógrafo latino Plauto (250-184 a. de C.), que sería popularizada por el filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651). Porque definitivamente estoy convencido de que los paraísos edénicos no existen, porque los paraísos están en nuestro interior, en el que cada cual se construya en sí mismo.
Actualmente la Isla de Pascua pertenece a la República de Chile, tiene unos 6.000 habitantes, posee el Aeropuerto Internacional de Mataveri que se inauguró en 1975, y su principal actividad económica es el turismo de masas. Los cientos de moais, los viejos guardianes vigilantes espirituales de la isla no han servido para protegerlos del coronavirus que también ha llegado allí y las autoridades han tenido que confinar a la población pascuense y cerrado el aeropuerto. Y una observación, Chile queda, tan sólo, a unas 2.000 millas náuticas al oeste, dirección Sudamérica.
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