Lo que creemos que somos.
Lo que creíamos que llegaríamos a ser.
Lo que hicimos.
Lo que debimos hacer.
Lo que vivimos y no volveremos a vivir.
Lo que añoramos porque ya no lo tenemos.
Lo que perdimos con el pasar de los años.
Lo que no supimos entonces valorar,
por jóvenes, por ingenuos, por estúpidos
o por no saber lo que queríamos, o lo que buscábamos.
No se debería repetir, aunque me temo que se repetirá.
Creíamos que el pasado nunca llega.
Creíamos que el futuro jamás.
Creíamos que ambos estaban demasiado lejos de nuestras vidas, y nos volvimos a equivocar.
No se debería repetir, aunque me temo que lo hará.
Creíamos, solo creíamos.
Es posible que el pasado esté estrechamente unido al futuro.
Es posible que el presente sea el único tiempo real
y que enlace inequívocamente con ambos,
pero no esperaré a mi pasado para añorarlo, para quererlo.
Tampoco esperaré a mi futuro para vivir.
Intentaré vivir el presente, amaré, seré feliz hoy,
ahora, en este instante.
El futuro llega solo, y el pasado nos acompaña toda la vida.
Al final nos damos cuenta
de lo verdaderamente sustancial de la vida,
al final.
Al final aprendemos que todo se desvanece,
al final.
Al final nos alcanza el pasado.
Al final nosotros somos pasado.
El pasado que se aleja en el tiempo.
El pasado que no son más que vagos recuerdos.
El pasado solo es eso,
aunque en el futuro no seamos ni siquiera eso.
El tiempo, el paso del tiempo todo lo difumina y casi lo borra.
El tiempo que marca nuestras vidas,
el tiempo, el tiempo, nos perdemos en él.
Incluso los recuerdos y el pasado se pierden en el tiempo.
Ya no queda nada.
Naufragamos sin remedio en el mar del tiempo.
Naufragamos y ni siquiera aprendemos que todo es pasado.
Que todo es efímero, nuestras vidas, nuestros sueños.
El legado que transfiramos a las generaciones venideras
a través de la palabra escrita delatará sentimientos, emociones,
miedos y esperanzas de un tiempo que se agotó
como lo hacen los minutos de cada hora,
de cada día de nuestra vida.
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