Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Historia

De Guetaria a la Santa Verónica de Alicante

Fotografía de Redacción.

Guetaria es una villa guipuzcoana, medieval y amurallada, asentada en una ladera   que limita a su norte con el mar Cantábrico y se encuentra situada a una distancia de unos veinticinco kilómetros de San Sebastián y a otros ochenta y dos kilómetros de Bilbao.  Hoy apenas es habitada por unos mil ochocientos vecinos y es un pueblo hermoso que huele a mar, cuna de pescadores y marineros.

Así, dio a luz a grandes pescadores, que en su tiempo fueron hasta balleneros, y a grandes marineros y navegantes, siendo la patria nada más y nada menos que de Juan Sebastián Elcano, el primer marino que dio la vuelta al mundo sobre el mar.  Inició Elcano su viaje el 20 de septiembre de 1519 y arribó en la nao Santa María de la Victoria, tras múltiples penalidades y al cabo de tres años, al puerto de Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522, con sólo otros 17 tripulantes de los 247 hombres que zarparon en tal aventura y que, con él mismo, lograron sobrevivir. Un total de 18 hombres, demacrados y casi moribundos, a los que cupo la gloria de dar aquel Primus Circumdedisti me. Aquella primera vuelta al mundo.

Diseño del escudo de armas de Juan Sebastián Elcano (Fuente: Wikimedia).

En el mes de agosto del año 2013 realicé en compañía de mi esposa Carmen un viaje al norte de España para recorrer el País Vasco y en una de las estaciones viajeras arribamos a Guetaria. Me sorprendió muy agradablemente aquel pueblo de calles estrechas y empinadas y con sus muchas casas hechas de piedra. Un pueblo casi dormido en el tiempo, con su alma vasca inmaculada. Hacia su playa fina y suave se adentra un monte, llamado San Antón, que por su forma es conocido como El ratón de Guetaria. Frente al mar, como mirándolo, un monumento se eleva sobre un antiguo baluarte de la muralla de Guetaria, que le hace de zócalo. En su parte baja, un bajorrelieve realizado por el escultor Victorio Macho representa a Juan Sebastián Elcano y una ordenada lista de nombres nos recuerda a los supervivientes de tan alta proeza.  

El ratón de Guetaria. Fotografía de Julio Calvet.

Además de este monumento, en el pueblo de Guetaria hay otras dos esculturas del preclaro navegante. Una de ellas se encuentra en la plaza Elcano, esculpida en 1861 por Antonio Palao y la otra en la plaza de los Gudaris, de la que es autor Ricardo Bellver, y que data de 1880.

Juan Sebastián Elcano nació en esta localidad hacia el año 1486. Hijo de Domingo Sebastián Elcano, uno de los hombres más ricos de Guetaria, y de Catalina del Puerto, miembro de uno de los linajes tradicionales de Guetaria, Juan Sebastián fue el cuarto hijo de los ocho que tuvieron el matrimonio. Según dictamen aclaratorio de la Real Academia de la Historia del año 1926 su nombre correcto era Juan Sebastián de Elcano.

Monumento a Elcano en Guetaria. Fotografía de Julio Calvet.

Aunque nunca se casó, según afirmó en su testamento, dictado el 26 de julio de 1526 en mitad el océano Pacífico, tuvo dos hijos, uno llamado Domingo, con María Hernández de Hernialde, también de Guetaria, “por cuanto siendo moza virgen la hube”; y otro a su regreso, una niña, que tuvo con María Vidaurreta, de Valladolid, y que según el historiador Francisco de Borja de Aguinagalde Olaizola, aunque Elcano en su testamento no dice su nombre, debió llamarse María.    

La búsqueda de una ruta por mar para alcanzar la tierra de las especias, la tierra de la pimienta, el clavo, la nuez moscada o el jengibre, era una exigencia siempre buscada para traer a la Europa de entonces las tan preciadas especias que eran usadas para condimentar las comidas y cuyo valor en compra y venta era semejante al del oro por ser traído desde aquellas tierras tan lejanas.

El comerciante y gran viajero veneciano Marco Polo ya había logrado una ruta desde su Venecia natal, pero la búsqueda de otra ruta distinta, la ruta de poniente, por la mar oceánica, era afán perseguido desde siempre por los pueblos europeos de los grandes navegantes.  

Sabemos que este era el proyecto del viaje de don Cristóbal Colón en busca de esa ruta por occidente, para alcanzar las tierras de Cipango y Catay, —nombres con los que se llamaban a las actuales China y Japón—, donde se hallaban esas especias y a las que, por fortuna histórica, Colón no llegó a alcanzar al encontrarse, nada más y nada menos, con un nuevo continente que descubrió en su primer viaje,  abriendo la historia del mundo a la llamada Edad Moderna, y cuyas nuevas tierras luego, fueron llamadas América. Curiosamente, don Cristóbal Colón nunca llegó a aceptar que aquellas tierras no fueran las del continente asiático, donde se hallaban las especias tan ansiosamente buscadas, a pesar de no encontrar especia alguna en los viajes que personalmente pudo realizar el marino genovés mientras vivió.

La noche del 11 al 12 de octubre de 1942, desde lo alto de la carabela La Pinta, que iba delante de la armada por ser la más velera, el marinero que se hacía llamar Rodrigo de Triana —en realidad Juan Rodríguez Bermejo—, vecino de Molinos, de la tierra de Sevilla, grito la esperada voz de “¡Tierra a la vista!”.

Y se dirá en el Diario de a bordo del almirante:

“A las dos horas después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amaynaron todas las velas y quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los Lucayos que se laman en lengua de indios Guanahaní”.

Un continente llamado América, que debió haberse llamado Colombia

El gran navegante Fernando de Magallanes nació al norte de Portugal, en Sabrosa, un lugar próximo a Oporto, el día 4 de febrero de 1480, siendo hijo de una familia de la pequeña nobleza, lo que le permitió entrar como paje en la corte de Juan II a edad temprana. A los quince años pasó a ser militar a las órdenes del sucesor de aquel monarca portugués, Manuel I. Prestó servicio en importantes expediciones portuguesas y luchó en batallas navales contra los musulmanes. Dicho marino tenía el proyecto de llegar a la isla de las especias, a las Molucas, en el mar del Sur, a través de un paso por el sur de América. 

Y para ello, Fernando de Magallanes, al no ser apoyada su propuesta de la navegación  por el rey portugués Manuel I, para realizar ese viaje a la Especiería buscó el apoyo del nieto de la reina doña Isabel la Católica, don Carlos I, hijo de la reina Juana I de Castilla, cuya ayuda consiguió el 22 de marzo de 1518 a través de las Capitulaciones de Valladolid, en las que el rey no sólo concedía a Magallanes la capitanía de la expedición, sino que también acordaban que el propio rey correría con los mayores gastos de la inversión y que Magallanes dispondría de todos los medios de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla.  

Y a Juan Sebastián Elcano, ya con unos 32 años, después de haber servido en Levante y en África al rey Carlos I, según expresión del propio monarca, lo encontraremos por Sevilla por aquellos entonces y participará en la expedición marítima emprendida al mando de Fernando de Magallanes, que afirmaba conocer la posición del Maluco y el camino para llegar por el lado oriental del globo.

Sevilla estaba entonces en todo su esplendor comercial marinero al haber sido fundada allí por los Reyes Católicos la Casa de la Contratación, en donde el propio Elcano nos dice que conoció a Magallanes y a otros oficiales que preparaban la expedición a la Especiería. No tardó Elcano en inscribirse en la expedición, primero como contramaestre, después ascendido a maestre y asignado a la nao Concepción.

Azulejo conmemorativo de la expedición Magallanes – Elcano en Sanlúcar de Barrameda. Fotografía: Amando Martín (Fuente: Wikimedia).

Cinco naves fueron pertrechadas para la expedición a las que se las denominó con los nombres de Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria, y Santiago. Y el día 20 de septiembre de 1519, aquella armada con 247 hombres a bordo, partió de Sanlúcar de Barrameda camino de la conquista de las islas Molucas.

El viaje fue de una dificultad terrible por aquellos mares y confines turbulentos, con grandes penalidades y pérdidas de hombres y barcos, llegando a morir el propio Fernando de Magallanes en Filipinas, el 27 de abril de 1521, cuando intentó, en ayuda de su aliado el rey de Cebú, Humabón, tomar y someter por las armas en la isla del Mactán al cacique Lapu-Lapu, terminando herido de muerte tras luchar valientemente en aquella perdida isla.  

La muerte de Magallanes supuso que fuera Juan Sebastián Elcano quien se convirtiera en el conductor de la nao Victoria y, ante el lamentable estado de la nao Trinidad, se acordó que la Victoria sin más demora saliera sola y completara así la primera circunnavegación por el globo terráqueo y luego dirigirse hacia España con las especias almacenadas.

Para ello, Elcano, decidió navegar en la dirección oeste, cruzar el estrecho de Malaca, surcar el océano Índico, doblar el cabo de Buena Esperanza y enfilar proa hacia el norte para llegar a España. Y así fue como después de múltiples vicisitudes, el sábado 6 de septiembre de 1522, la maltrecha nao Victoria, con sólo 18 tripulantes incluido el propio Juan Sebastián Elcano, todos medio muertos y encanecidos, arribó al puerto de Sanlúcar de Barrameda cumpliendo el tremendo viaje y logrando dar, por vez primera vez, la vuelta al mundo.

Retrato de Juan Sebastián Elcano de autor anónimo en el siglo XIX y ubicado en el Museo Naval de Madrid (Fuente: Wikimedia).

En el camino de aquellos tres años se perdieron cuatro navíos y murieron por diversas causas 229 hombres, pero la nao Victoria llego a puerto conservando en sus bodegas veinticinco toneladas de especias intactas cuyo valor permitió sufragar todos los gastos de la expedición.

No me resisto a dejar de nombrar a aquello 18 supervivientes, que culminaron la primera vuelta al mundo:

Juan Sebastián Elcano, capitán (Guetaria); Francisco Albo, piloto (Quíos, Grecia); Miguel de Rodas, contramaestre (Rodas, Grecia); Juan de Acurio, contramaestre (Bermeo); Antonio Lombardo Pigafetta, sobresaliente (Vicenza, Italia); Martín de Yudicibus, merino (Génova, Italia); Hernando de Bustamante, barbero (Alcántara); Nicolás el Griego, marinero (Naupila, Grecia); Miguel Sánchez de Rodas, marinero (Rodas, Grecia); Antonio Hernández Colmenero, marinero (Ayamonte); Francisco Rodríguez, marinero (Sevilla); Juan Rodríguez, marinero (Huelva); Diego Carmena Gallego, marinero (Bayona); Maestre Hans, lombardero (Aquisgrán, Alemania); Juan de Arratia, grumete (Bilbao); Vasco Gómez Gallego, el Portugués, grumete (Bayona); Juan de Santander, grumete (Cueto); y Juan de Zubieta, paje (Baracaldo).

De entre ellos cabe destacar a Antonio de Pigafetta, quien escribió un libro “en el que día por día, señalé todo lo que nos sucedió durante el viaje” y del que una copia escrita llevó al Emperador.       

La gesta fue recibida con toda grandiosidad. El propio rey Carlos, ya convertido en Emperador —Carlos I de España y V de Alemania—, recibió con todos los honores a Juan Sebastián Elcano y a otros de sus compañeros, haciendo constar el cronista de Indias, Antonio de Herrera, que:

“A Juan Sebastián del Cano recibió el Emperador con mucha gracia, loándole por el primer hombre que dio la buelta al mundo y le navegó todo en redondo”.

Tanto Juan Sebastián Elcano como los expedicionarios fueron ampliamente gratificados por tan gran epopeya. A Juan Sebastián Elcano le fue concedido un escudo de armas con la inscripción Primus circumdedisti me (fuiste el primero que la vuelta me diste), además de una renta vitalicia de 500 ducados de oro anuales, nombrándole comisionado real en las juntas de Badajoz y Yelbes, para resolver los litigios con Portugal sobre la posesión de las Molucas.   

No terminaría aquí la gran aventura emprendida, pues el emperador Carlos decidió que se realizara una segunda expedición de vuelta al Maluco, que no fuera un viaje con fines comerciales ni de descubrimiento, sino que lo fuera para lograr un asentamiento definitivo allí. Y al efecto compuso una armada de siete naves, poniendo como capitán de la misma y como gobernador de las islas de la Especiería, a frey García Jofre de Loaysa, un noble comendador de la Orden de San Juan, quien pidió expresamente que fuera Elcano su piloto mayor y guía y al que puso como capitán de la segunda de las siete naves de la expedición.

Retrato de Fernando de Magallanes de autor anónimo ubicado en el Museo naval de Madrid (Fuente: Wikimedia).

Esta expedición de Loaysa al Maluco, que zarpó de La Coruña el 24 de julio de 1525, fue una enorme tragedia. Los vientos y tempestades dispersaron las naves. La falta de agua y los vientos huracanados diezmaron el número de los supervivientes. Las enfermedades, el hambre y las muertes frecuentes por los indígenas, diezmaron la tripulación que partió en número de 420 hombres. Tal sucedió a García Jofre de Loaysa y a Juan Sebastián Elcano pues ambos murieron en la empresa. Solo la nao Santa María de la Victoria llego a su destino.

El día 26 de julio de 1526, en mitad del Pacífico y viéndose pronto a morir, Juan Sebastián Elcano otorgó testamento donde diría:

“Sepan cuantos esta cata de testamento vieren, cómo yo, el capitán Juan Sebastián del Cano vecino de la villa de Guetaria, estando enfermo de mi persona e sano de mi entendimiento e juicio natural, tal cual Dios nuestro Señor me quiso dar, e sabiendo que la vida del hombre es mortal, e la muerte muy cierta, e la hora muy incierta, e para ello cualquier católico cristiano ha de estar aparejado como fiel cristiano para cuando fuere la voluntad de Dios; por ende yo creyendo firmemente todo lo que la santa iglesia cree fue e verdaderamente, ordeno e fago mi testamento e postrimera voluntad”.

Nueve días después, el 4 de agosto, en alta mar, a unos 1370 kilómetros al sur suroeste de la isla principal de Hawai, el gran capitán Juan Sebastián Elcano perdió la vida posiblemente a causa de una intoxicación alimentaria, muriendo así el gran marino vasco, gloria de toda España y de la historia universal del Mar, al que nunca deberemos olvidar, por su grandeza y dignidad.

Y en aquel testamento otorgado en alta mar, Elcano, tras disponer de sus bienes para sus familiares, iglesias y monasterios, textualmente añade:  

“Ítem, mando por cuanto tengo prometido de ir en romería a la Santa Verónica de Alicante, e porque yo no puedo cumplir, que se haga un romero, e mando para dicho romero seis ducados.

Allende dello mando que le sean dados al dicho romero veinte e cuatro ducados para que los dé a la iglesia de la Santa Verónica, e traiga fe del prior e los mayordomos que recibieren los dichos veinte e cuatro ducados”.

El gran marino vasco tenía hecha esta promesa, “ir en romería a la Santa Verónica de Alicante”, lo que no pudo cumplir, dejando dicho en su testamento la encomienda de mandar en su nombre a un romero y el pago de las cantidades dinerarias dichas.  Debe comentarse que la suma de 24 ducados era una cantidad importante para la época y que el Monasterio de Santa Verónica, hoy más conocida como de la Santa Faz, se acabó de construir en el año 1518, un año antes de que zarpase la expedición de Fernando de Magallanes.

La santa mujer, llamada Verónica, también llamada Berenice, es la que enjugó el rostro del Señor, camino del Calvario, dejando Jesucristo su impronta, su Santa Faz, grabada en el lienzo que utilizó la mujer para limpiar su rostro.

El Padre Rafael Esplá, S.J., escribió en 1919 una reseña histórica de la reliquia de la Santísima Faz de Nuestro Señor Jesucristo que se venera en el monasterio de Santa Verónica de Alicante, obra literaria impresa en la imprenta Viuda de Luis Esplá, Bailén, 14, de Alicante, donde nos relata las tradiciones surgidas con ocasión de aquella referencia siempre sostenida por la Iglesia.

En ella nos dice, con cita del P. Luis de la Palma en su Historia de la Pasión que, estando sentado el Señor en una piedra en espera de transportar la Cruz sobre sus hombros, “esta fue buena ocasión para que una piadosa mujer, llamada Verónica, que algunos piensan ser aquella misma que había curado el Salvador del flujo de sangre, viéndole el rostro tan oscurecido con la sangre mezclada con el sudor, se llegó sin que nadie se lo estorbase, con toda reverencia y compasión, a limpiarle con un lienzo blanco de tres dobleces que traía y en todos tres, con  peculiar milagro, quedó impreso y señalado el rostro divino del Salvador, dejándola el Señor este regalo en pago del que recibía, dándonos a todos prendas de que imprimía su faz y su presencia en  nuestras almas si meditamos en su cruz y con amor y devoción le hacemos compañía en sus dolores”.

Estas tres dobleces del lienzo de la mujer Verónica, en las que quedó impresa la Faz Divina, estarán una de ellas en Roma, donde se guarda con gran veneración en la Basílica Vaticana junto a la cátedra sagrada de Sumo Pontífice; otra en España en la ciudad de Jaén; y la otra, la tercera, en Alicante que es donde se conserva y venera.

La Santa Faz de Jaén. Fotografía de Rlinx (Fuente: Wikimedia).

Esta última reliquia se dice que fue llevada por los caballeros cristianos a la caída de Jerusalén, donde se encontraba, a la isla de Chipre y que cuando Chipre cayó después en poder de los sarracenos, haciendo huir a los cristianos, éstos la llevaron a Constantinopla y la depositaron juntamente con otras reliquias en la Basílica de Santa Sofía.

Y nos dice el P. Rafael Esplá, S.J., en su libro citado que “Ya sea que cierto cardenal que se encontraba a la sazón en Constantinopla de Legado de la Santa Sede la sacase del saco y la llevase consigo a Roma, o como otra versión afirma, los hijos del emperador Constantino Paleólogo, la Santa Faz del Señor fue llevada a la capital del orbe católico y colocada en el oratorio privado del Papa, por venerarse ya en la iglesia de San Pedro del Vaticano otro velo de la Santa Faz”.

Y el P. Rafael Eplá, nos cita que afligida Venecia por “tenaz y cruel peste” sus ciudadanos acudieron al Papa en demanda de alguna insigne reliquia a la que se encomendaran para “verse libre del terrible azote” y fue el propio Papa quien comisionó a un cardenal para que llevara a los venecianos la Santa Faz que en su capilla particular se guardaba para combatir el mal que les aquejaba.

Libres los venecianos del contagio, la reliquia emprendió su vuelta a Roma a manos del cardenal para su devolución al Papa sucediendo que, ocurrido a su llegada el fallecimiento del Sumo Pontífice, el cardenal, sin saber qué hacer con la reliquia, decidió guardar para sí el sagrado lienzo.    

La llegada de esa tercera reliquia a Alicante es tenida por la tradición que fue con ocasión de haber sido objeto de regalo o donación testamentaria del cardenal romano que la recuperó de Venecia a un familiar suyo, un sacerdote, llamado Mosén Pedro Mena, en agradecimiento a sus buenos servicios, que era natural del vecino pueblo de San Juan y que había obtenido hacía poco el beneficio del curato de dicho pueblo y del que tomó posesión en 1489 y fue quien conservó la reliquia en la iglesia parroquial de San Juan.

Con ocasión de una rogativa ante la tenaz sequía, la reliquia de la Santa Faz fue sacada en procesión, produciéndose en ella, pasado el pequeño barranco de Lloixa, el milagro de la salida de una lágrima del ojo derecho del rostro de la Santa Faz, corriendo hasta la mejilla, cuyo acontecimiento motivó que se levantara un templo y monasterio donde se venerase el milagroso velo, bajo la custodia de las religiosas de Santa Clara, que en número de siete monjas y venidas del convento de Gandía, tomaron posesión el día 17 de julio del año 1518.

El Sínodo Diocesano de 1663 trasladó la fecha de la procesión al convento donde está la santa reliquia al jueves inmediato a la Dominica in albis y, desde entonces, se traslada todos los años en romería una comisión de ambos cabildos, colegial y municipal, todos con sendas cañas en las manos, al convento, distante de la ciudad, una legua, a la que siguen multitud de romeros.    

Una imagen de una procesión de Santa Faz (Fuente: Alicante Turismo).

No ha olvidado Alicante la tradición de la procesión-romería a la iglesia de la Santa Faz, y así, todos los segundos jueves después del domingo de Resurrección se emprende la romería con una muy grande participación para acercarse y entrar, a ser posible, en el Monasterio de la Santa Faz, nombre con el que se conoce popularmente al Monasterio de Santa Verónica.

Es sencillamente impresionante contemplar la enorme cantidad de personas y romeros, incluidas las autoridades religiosas y civiles, que encabezan la romería siguiendo tan lejana tradición todos los años.

Juan Sebastián Elcano prometió hacer esta romería, lo que no pudo realizar por su azarosa vida y su pronta muerte, pero no se olvidó de su promesa y así lo hizo constar en su testamento, estableciendo la manda del romero, como hemos dicho.

El testamento que Juan Sebastián Elcano realizó en la alta mar del océano, el 26 de julio de 1526, fue milagrosamente traído a España once años después a manos del capitán Hernando de la Torre, aunque con el paso del tiempo quedó olvidado el cumplimiento de la disposición testamentaria relativa a la Santa Verónica que el capitán incluyó en el mismo.

Don Julio Guillén Tato (Alicante, 1897 – Madrid 1992), fue un marino e historiador español, contraalmirante de la Armada Española, miembro de la Real Academia Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Escritor, historiador y marino, desempeño una trayectoria humana, profesional y académica, de suma importancia, siendo uno de los hijos más preclaros e ilustres de Alicante y de la Armada española.

La tripulación del Juan Sebastián Elcano, buque insignia de la Armada española, en la Peregrina de 1944, a su paso por el barranco del bonhivern (Av. Denia).

Siendo el contraalmirante don Julio Guillen Tato director del Museo Naval de Madrid, encontró esta disposición del testamento de Elcano relativa a la promesa de la peregrinación a la Santa Faz y se dispuso a cumplirla, de suerte que el 20 de abril de 1944, y a su instancia, el almirante don Francisco Bastarreche,  hizo entrega de una suma de dinero al monasterio en cumplimiento de la manda de Juan Sebastián Elcano, celebrándose un acto solemne con repercusión en toda España y quedando, como recuerdo, la colocación de unos azulejos en una de las capillas del monasterio dedicados a la memoria de Elcano  y una nao Victoria como exvoto.

Y nos dirá Tomás Mazón Serrano en su libro biográfico del marino vasco:

“Todos esos romeros pasarán junto a este bonito recuerdo presente allí en memoria de nuestro ilustre marino de Guetaria, Juan Sebastián de Elcano quien, antes de morir en la inmensidad del océano, rememoró con nostalgia que ya nunca podría cumplir su deseo de unirse a ellos”.

Ni la historia ni los pueblos pueden ni deben olvidar las gestas y promesas de sus hijos ilustres. La Marina española cuenta con grandes héroes. Muchos murieron en la mar, defendiendo su bandera. Este ha sido el motivo de escribir estas líneas de homenaje a Juan Sebastián Elcano que reiteran lo ya conocido para que sirva de recuerdo de todos, desde Guetaria, en Vizcaya, a la Santa Faz de San Juan, en Alicante. Un recuerdo inmortal de un gran marino, que no pudo llegar a cumplir su deseo personal el de ser un romero de la Santa Faz.

Juan Sebastián Elcano. Primus Circumdedisti Me.

Alicante uno de mayo de dos mil veinticuatro.

Bibliografía consultada

Juan Antonio Cebrián, La aventura de los conquistadores, La Esfera de los Libros, S.L. Madrid, 2006.

Julio Calvet Botella, La Siesta. Un viaje en el sueño al día 3 de agosto de 1492, Editorial Club Universitario, San Vicente, Alicante, 2022.

Tomas Mazón Serrano, Elcano, viaje a la Historia, Edición V Centenario. Ediciones Encuentro S.A. Tercera edición, 2022.

P. Rafael Esplá S.J., La Santísima Faz de Nuestro Señor Jesucristo, Alicante, 1919. Edición Facsímil, Ayuntamiento de Alicante, V Centenario de la Santa Faz, 1989, Such Serra S. Coop. V. Alicante. 1989.

Wikipedia, la enciclopedia libre. Juan Sebastián Elcano.

Julio Calvet Botella

Magistrado y escritor. Colaborador de la APPA.

6 Comments

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  • Ciertamente, amigo Julio, los pueblos de la cornisa cantábrica vasca son de un entrañable recuerdo. Y nuestra historia marítima, digna de ser recordada sin reparos y con orgullo.
    Un abrazo.

    • Efectivamente distinguido amigo Don Francisco Más Magro, los marinos vascos gentes valientes y heroicas que a todos nos honran
      Un abrazo. Julio Calvet

  • Muy estimado Julio: apasionante la historia de amor entre Elcano y la Santa Faz a través del afecto del marino por el monasterio alicantino de la Santa Mujer Verónica. La donación testamentaria es de una grandeza de alma cristianamente soberbia. Un abrazo.

    • Efectivamente querido Ramon Gómez Carrión, cuando estuve en Guetaria, vi el monumento y los nombres de los supervivientes, sentí un gran orgullo de compartir una hazaña tan grande como propia. Y me sentí aun mas español. Solo el pensar que en alta mar oceánica, perdido y moribundo, El cano se acordara de la Santa Faz de esta tierra nuestra, me lleno de emoción y por eso lo he querido recodar en estas letras.
      Gracias y un abrazo. Julio Calvet.

  • Querido amigo Julio, excelente el relato de los hechos históricos de la proeza iniciada por Magallanes y finalmente concluida por Elcano (dos grandes marinos). Y que como bien narras, este último, ferviente devoto de la Santa Faz, donara su testimonio en señal respeto y amor por la imagen plasmada de Cristo, y como cumplimiento de su promesa, encargara a un romero en su nombre por la impisibilidad suya que bien comentas.
    ¡Enhorabuena!
    Un abrazo,
    Juan A. Urbano

    • Querido Juan Antonio Urbano. Que verdad tus palabras. Un marino Vasco y Español, en la alta mar oceánica, redacto un testamento lleno de emociones, y no se olvido de su promesa con la Santa Faz. Y por fin quedo cumplida.
      Gracias por tu comentario. Un abrazo. Julio Calvet.