Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Impulso irresistible

Placeres y vida intelectual

Fotografía: Javier Allegue Barros (Fuente: Unsplash).

Si convenimos con María Moliner en definir el placer como la sensación producida en los sentidos o en la sensibilidad estética por algo que nos gusta mucho; como un manjar exquisito, como un baño en el mar o como un tiempo de música, o también como cosa que produce alegría o diversión, o gusto que se experimenta al hacer determinadas cosas, llegaremos al buen puerto de que el placer nos viene como un ansia de saber, experimentar o recordar vivencias que definen descaradamente lo que más nos gusta. Si a esto le añadimos un alto afecto de intelectualidad nos adentraremos en territorio deseado en donde iremos metiendo todo lo que nos apetece hasta que ciertas limitaciones vengan a suponer un obstáculo para alcanzar dicho estado de ánimo, bien por ser inalcanzables y quedar fuera de nuestras posibilidades económicas u otras causas razonables que nos lleven por caminos no muy honestos para el modo de vida que estamos llevando y nos define como persona o como ciudadano que ha elegido una forma concreta de estar en la sociedad a la que sirve y que conforma nuestro estilo y nuestra personalidad en todos los ámbitos donde estemos.

Cuando hablamos de darnos muchos placeres parece que estemos hablando de un estado vergonzoso de vida prácticamente indomable, en donde escondemos socialmente a los que son conocidos por practicar cosas no muy bien vistas por las costumbres de la sociedad donde vivimos, y esto hasta tal punto que lo que suene a placer viene a ser considerado como cosa muy personal e inaccesible a otros.

En la sociedad altamente consumista norteamericana ha llamado la atención un libro que defiende que la vida intelectual sea placentera; según leemos al periodista Jaime Nubiola. Pero nadie vaya a esperar algo morboso. Su título es Perdidos en el pensamiento: los placeres escondidos de la vida intelectual, escrito por la profesora Zena Hitz, recreándose en la narración de su infancia llena de libros y de naturaleza y explicándonos cómo fueron sus estudios académicos de filosofía antigua, de la que fue profesora y llegando así a cumplir sus treinta y ocho años ingresando en una remota comunidad religiosa llamada “Madonna House”, al este de los bosques de Ontario (Canadá), y cómo desde allí decidió regresar al College de su juventud para enseñar a los clásicos hasta conseguir un puesto estable de trabajo en una universidad de Estados Unidos, focalizada por completo en el fútbol americano. Allí se puso a trabajar como voluntaria en hospicios y centros de refugiados para enseñar a leer. Ése fue el momento en que Zena decide que debe tener una religión ya que había crecido sin ninguna, a pesar de pertenecer a una familia judía. Las diversas iglesias a las que se asomó no le gustaron, pero un domingo asistió a misa en la parroquia católica local y todo cambió. Fue bautizada en la liturgia de Pascua de 2006. Poco después se trasladó a otra universidad y allí le impactó mucho el sufrimiento de los pobres y necesitados que contrastaba con la superficialidad de la vida académica en una universidad de élite norteamericana. Daba clases sobre Platón, Aristóteles y ética contemporánea a grupos de estudiantes y recibía un salario confortable, pero ese tipo de vida le parecía muy pobre: La enseñanza que constituía la actividad central de mi vida profesional no se parecía en nada a la búsqueda viva y colaborativa de ideas que me había encantado como estudiante”.

La organización académica hacía casi imposible una efectiva comunicación entre profesores y alumnos. Ante esa crisis, Zena buscó ayuda para el discernimiento de su vocación y decidió entrar en “Madonna House”. Pasó tres años en la comunidad canadiense dedicada a la vida contemplativa y a tareas manuales del monasterio. En sus palabras:

La actividad intelectual nutre una vida interior, ese núcleo humano que es refugio del sufrimiento tanto como recurso para la reflexión. Hay otras vías para alimentar la vida interior: ayudar a los débiles y vulnerables, dedicar tiempo a la naturaleza o a la oración, y al estudio, que es crucial”.

Zena Hitz

Demetrio Mallebrera

Periodista.

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