Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Turismo

Oporto entre amigos: un viaje para recordar

El lunes 22 de septiembre, a las 19:50 h, estaba programado nuestro vuelo hacia Oporto. Sin embargo, como suele ocurrir con las cosas buenas que se hacen esperar, el inicio no podía ser perfecto, el despegue se retrasó más de dos horas. Quizá fue un regalo disfrazado de contratiempo porque ese rato nos sirvió para estrechar lazos, compartir nervios y risas y comenzar a construir los recuerdos que nos acompañarían durante los siguientes días.

No todo podía salir como habíamos pensado. A la hora de partir, uno de nosotros tuvo que quedarse en tierra debido a un desafortunado olvido de documentación. Su ausencia entristeció a todo el grupo pero estuvo presente en cada paso que dimos a través de sus hermanos y de nuestros pensamientos durante los cuatro intensos y maravillosos días que nos esperaban.

Cuando por fin aterrizamos, Oporto nos recibió con una temperatura bastante más fresca de la que estábamos acostumbrados a esas horas en nuestra tierra. Un rápido reparto de llaves, la emoción contenida y el cansancio acumulado nos llevaron a descansar temprano, preparándonos para todo lo que estaba por venir.

Oporto en nuestros pasos

El martes comenzó con un free tour que nos permitió adentrarnos en el corazón de Oporto y descubrir una ciudad llena de encanto, donde la historia se mezcla con la vitalidad de sus calles y la calidez de su gente. Cada rincón parecía tener una historia que contar, cada edificio susurraba recuerdos de otros tiempos y nosotros nos dejábamos llevar por esa magia mientras paseábamos sin prisas.

Nuestro recorrido comenzó en la Plaza de la Universidad, rodeada de edificios señoriales que parecían custodiar siglos de historia y sabiduría. Cruzando la calle nos encontramos con la Iglesia do Carmo, famosa por su imponente fachada lateral cubierta de azulejos que relatan escenas religiosas. Entre la iglesia y el convento anexo se encuentra la curiosa “casa escondida”, una estrechísima vivienda construida para cumplir antiguas normas eclesiásticas que prohibían construir dos iglesias contiguas y que hoy en día despierta la sorpresa de quienes la descubren.

Al continuar el camino, atravesamos un pequeño parque donde algunas de nuestras compañeras del grupo, contagiadas por el ambiente alegre de la mañana, decidieron imitar con mucho arte el mobiliario urbano, convirtiendo aquel momento en una escena tan espontánea como divertida. Sin duda, quedaron todas muy graciosas, arrancando carcajadas y fotografías que quedarán para el recuerdo.

Justo enfrente, nos sentamos para divisar la antigua cárcel, un edificio cargado de leyendas donde se nos relató la trágica historia de un amor de perdición, un relato que aún parece flotar entre sus frías paredes y que nos hizo viajar en el tiempo por unos instantes.

Unos pasos más adelante seguimos nuestro paseo hasta la Torre de los Clérigos, uno de los grandes símbolos de Oporto. Su silueta, visible desde casi cualquier punto de la ciudad, se erguía desafiante hacia el cielo invitándonos a imaginar a los campaneros que siglos atrás, subían las interminables escaleras para anunciar con sus campanas la vida cotidiana de la ciudad.

Nos dirigimos posteriormente al Mirador de la Victoria, uno de esos lugares donde el tiempo se detiene. Frente a nosotros, Oporto se extendía en una panorámica espectacular con el río Douro serpenteando bajo los puentes y las casas apiñadas en una armonía caótica que solo la ciudad sabe crear.

El paseo continuó por la Rua das Flores, una calle peatonal vibrante y llena de vida, con fachadas de colores, balcones repletos de flores y el sonido de músicos callejeros que le daban un aire bohemio y alegre y entre dos de esas angostas calles se asomaba el gato más grande de la ciudad pintado en un mural de una fachada.

El tour culminó en la Estación de São Bento, una auténtica joya arquitectónica. Sus paredes, cubiertas por más de veinte mil azulejos, narran la historia de Portugal a través de escenas de batallas, reyes y momentos cotidianos. Mientras contemplábamos aquel espectáculo azul y blanco, era fácil sentir que la estación no solo era un lugar de tránsito, sino también un museo vivo que guarda la memoria de todo un país.

Tras la ruta, nos dirigimos a O’Escondidinho, un restaurante tradicional donde repusimos fuerzas. La tarde quedó libre para seguir explorando la ciudad a nuestro ritmo: una visita al emblemático Café Majestic, paseos por la animada calle de Santa Catarina y el bullicioso Mercado do Bolhão.

La jornada culminó de la forma más mágica posible: contemplando la puesta de sol desde el puente de Don Luis I, donde el cielo se tiñó de dorados y naranjas mientras el río Douro reflejaba la luz del atardecer. Después, descendimos hasta la ribera, donde, entre la música de los artistas callejeros y el murmullo del río, degustamos la primera cena del viaje, brindando por los días que nos quedaban por vivir y por los recuerdos que apenas comenzaban a escribirse.

Entre Adriano, dulcineas, quijotes, sanchos y un crucero

El miércoles amaneció con una visita a las Bodegas Ramos Pinto, donde descubrimos la historia de un tal Adriano que, aunque no precisamente “Celentano”, conquistó Brasil y parte de Europa a principios del siglo pasado, regándolos con los caldos de Oporto.

Hombre de carácter comercial, avanzado a su tiempo y un tanto casquivano, llegó incluso a conseguir que en Brasil la palabra “vino” fuese sustituida por  su nombre de pila, “Adriano”. Tras un breve paseo por las oficinas de la empresa y varias anécdotas sobre su vida y obra, nos esperaba la mejor parte: degustar tres de los vinos más exquisitos de Oporto, dejando que el paladar viajara por la tradición y la esencia de esta tierra.

Con los sentidos ya despiertos, las dulcineas y don quijotes del grupo nos dirigimos a conquistar al tercero en discordia del cuento: un Sancho Panza que, haciendo honor a su nombre, nos deleitó agasajándonos con una degustación de los platos más típicos y contundentes de la gastronomía local, como las suculentas francesinhas o el pulpo al horno.

Tras el festín, llegó el momento de bajar la comida con un paseo tranquilo por la ribera, esta vez desde el lado de Vila Nova de Gaia, ascendiendo en teleférico hasta el Jardín do Morro y conquistando después la fortaleza del monasterio que vigila la ciudad desde lo alto.

Cuando el sol comenzaba a despedirse, nos embarcamos en un crucero por los seis puentes, navegando sobre las aguas del Duero mientras la luz dorada de la tarde iba tiñendo el horizonte. Y como colofón, la suerte nos regaló una postal inolvidable: la puesta de sol en la desembocadura del río, en el extremo más occidental de Europa.

La jornada terminó con una cena en el popular Guedes, rodeados de música, risas y el sonido alegre de melodías de samba, que parecían celebrar junto a nosotros un día perfecto.

Magia entre libros, palacios y el sonido del fado

El jueves comenzó con una visita a la librería Lello, un lugar donde la magia parece brotar de cada rincón. Sus escaleras, sus techos tallados y sus estanterías repletas de libros crean una atmósfera que trasciende el tiempo, como si allí se mezclaran la literatura, la historia y los sueños. Entre sus paredes, inevitablemente, hicimos algunas fotografías para inmortalizar el momento, sabiendo que estábamos pisando uno de los templos literarios más bellos del mundo.

Tras esta experiencia, repusimos fuerzas con un café en una de las muchas heladerías Amarino situadas junto a la librería, disfrutando de un respiro dulce y cálido antes de seguir con nuestro recorrido.

Desde allí nos acercamos a la Iglesia del Carmen, cuya fachada y azulejos nos hablaron en silencio de siglos de fe y tradición. Después, paseando por la pintoresca Rua das Flores, llegamos al majestuoso Palacio de la Bolsa.

Resulta difícil describir con justicia la magnificencia de este lugar, pero si hay una joya que lo define, esa es sin duda, la Sala Árabe: un espacio de belleza deslumbrante, con detalles que parecen sacados de un cuento oriental, donde la luz se reflejaba en cada filigrana como si el tiempo se hubiera detenido.

En la misma plaza nos esperaba un restaurante con solera, donde disfrutamos de un almuerzo que nos reconfortó antes de seguir con nuestra aventura.

Desde la plaza donde se alza imponente el Palacio de la Bolsa, fuimos subiendo hacia la catedral de Oporto. Aunque la distancia no superaba los quince minutos a pie, el desnivel de las calles hizo que aquel paseo se sintiera como una pequeña hazaña, casi como si estuviéramos escalando el Angliru. Entre risas y paradas para recuperar el aliento, fuimos ascendiendo por calles estrechas, empedradas y llenas de vida, hasta que, finalmente, la silueta de la catedral comenzó a perfilarse ante nosotros.

La Sé de Oporto, como la llaman los lugareños, nos recibió con su imponente fachada románica, robusta y sobria, como una fortaleza que ha resistido siglos de historia. Sus muros de piedra guardan el eco de incontables ceremonias, mientras que su claustro, decorado con delicados azulejos, habla en silencio de fe y arte. Desde la torre, la vista era sencillamente sobrecogedora: Oporto se extendía a nuestros pies, con el río Douro serpenteando entre tejados rojizos y puentes que parecían dibujados en miniatura. Era una panorámica que nos hizo detenernos un instante en silencio para grabarla en la memoria.

Tras la visita, descendimos nuevamente hacia el centro histórico, paseando sin prisas por las callejuelas llenas de encanto dando paso a un  preludio de una noche que prometía ser especial.

Y así fue, porque como broche final del día y del viaje, nos dirigimos al restaurante Mal Cozinhado, un lugar cargado de tradición donde nos esperaba una cena-espectáculo de fado extraordinaria.

El ambiente era íntimo y cálido, con la luz tenue iluminando las mesas y un silencio expectante que nos solicitaba Nino, un camarero muy particular que presagiaba algo único. Mientras degustábamos la exquisita gastronomía típica de Oporto, comenzó a sonar la guitarra portuguesa, inconfundible en su dulzura y melancolía. No una, sino dos guitarras, se entrelazaban en armonía mientras una mujer y un hombre fadistas se alternaban para deleitarnos. Sus voces, profundas y cargadas de sentimiento, nos envolvieron con esa saudade tan propia del fado, transmitiendo nostalgia, amor y una emoción difícil de describir con palabras.

Fue una velada mágica, donde la música y la gastronomía se fundieron para regalarnos un momento inolvidable. Además, durante la cena, como había ocurrido en otros instantes del viaje, quisimos agradecer a Belén su exquisita organización, su dedicación y el cariño con el que estuvo pendiente de cada detalle y de cada uno de nosotros. Sin ella, este viaje no habría sido el mismo, y aquel aplauso fue tan merecido como sincero.

Con la mente llena de imágenes, anécdotas, emoción y sentimiento, dimos por finalizado este viaje convencidos de que Oporto no se descubre solo con la vista, sino también con el corazón.

Pedro Pujalte

Eldense apasionado.

1 Comment

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  • Muy bonito este paseo por los monumentos y las entrañas de Oporto. Has conseguido apasionarnos por la ciudad portuguesa casi tanto como tú por Elda. Un cordial saludo.