Son las cuatro y doce. Es domingo de cambio de hora y tengo que hacer las maletas. No crean, poca cosa. Una muda, mis viejas zapatillas de estar por casa, que están mordisqueadas por aquel perro que tuve hace doce o quince años y un poco arañadas por un gato que dormía todo el día y casi la noche y que fue muy longevo. Un par de pantalones vaqueros y dos camisetas. Una chupa de cuero y un bote de cristal repleto de todo lo que no hice.
Me cambio de casa, la casa está pagada y son más de ciento cincuenta mil euros. Pero el divorcio dice que se tiene que vender y que las dos partes tienen el mismo derecho. No voy a entrar en detalles de esos que te joden y mucho. La ley puede que juegue y mucho con otras cosas, pero, con un divorcio va a saco.
Bueno, las cosas se pusieron como se pusieron; casa pagada, treinta y seis años currando y de súbito te suscribes a esa revista de mierda que se llama desempleo. A la segunda o tercera revista mensual, todo se precipita al foso del terror. Es como si lo de antes no hubiera existido, como si fueran billetes falsos de uno de esos atracos de las películas americanas.
Hoy ha sido el cambio de hora. Todo se ha hecho muy largo como si el día tuviera veinticinco horas y te sobran tantas horas como cosas, como decepciones, como errores. Te sobra casi de todo menos una cosa. Tienes y puedes seguir adelante porque la vida es cojonuda aunque sea a veces una puta mierda.
Y en esas estaba cuando anoche a las tres de la mañana no sabía si en realidad eren las cuatro o en realidad las dos. Estaba en medio del tiempo y empecé a considerar como una especie de forma de automedicación o incluso un remedio homeopático ir a casa de Úrsula, una puta con mucho glamur y con enorme belleza y los cincuenta pavos dos veces por semana que nunca empecé a dárselos a Víctor, el siquiatra, me los sacaba la bella y encantadora Úrsula además de otras cosas.
Bueno, y acabo aquí de amontonar pilas de papel casi en blanco buscando una corchea o semicorchea que me diera paso.
Hay fechas concretas, años incluso que son como si toda la basura de una ciudad como Alicante te cayera encima. Casi no puedes respirar y estás acojonado entre tanta mierda. Eso sí, si no te ahogas o coges carcinoma de piel por tanta mierda, sales mucho más fuerte, aunque tengas que ducharte tipo Acorralado.
Me voy. Voy a cargar la vida, a subir por puentes colgantes, a meterme en ríos y que mi perra juegue con las truchas y los salmones. Voy a devolverle la deuda de vivir que me quitó la vida.
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