Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

De banderas, himnos, agua e indultos… palabras para dividir

Pedro Sánchez durante la Sesión de Control al Gobierno del 26/5/2021 (Fuente: Congreso de los Diputados).

Las palabras, lo sabemos, no son neutrales. Tienen alma propia, encienden conciencias, y con solo acariciarlas, con su sola mención, son capaces de provocar guerras, también de apaciguar conflictos. Quizás por eso, aunque solo fuese por eso, deberíamos cuidarlas en extremo para que no se revuelvan contra nosotros, para que no abandonen en tiempos indebidos los lugares que las habitan, para que no nos destruyan más de lo que ya nos han destruido. Para que no acaben siendo ellas el vehículo que emponzoñe la tierra que habitamos y su más preciado tesoro: la arquitectura de la convivencia. 

En nuestro caso, con nuestra trágica historia observándonos en el retrovisor de nuestra conciencia, hay algunas de estas palabras que son demasiado importantes para dejarlas en manos de solo unos pocos. Son aquellas expresiones que, de una u otra forma, sujetan, por mecanismos apenas imperceptibles, la convivencia, la paz social, esa inexplicable capacidad de soportarnos los unos a los otros aunque esos unos y esos otros piensen, pensemos, en muchas ocasiones de manera muy diferente. Incluso completamente diferente.

Son éstas, por citar algunas que estos últimos tiempos han abandonado su cubículo natural, palabras del tipo patria, nación, bandera, himno, república, monarquía incluso, expresiones todas ellas que deberían quedar al margen del manoseo de unos y de otros si no queremos que esos mismos acaben tirándoselas a la cara como dardos envenenados, como armas venenosas. Tal como sucedió otras veces, como puede que esté empezando a suceder ahora, cuando unos y otros se apropian de ellas y las devuelven manchadas, como insultos, a quienes no piensan como ellos. Murcia estos días es un vivo ejemplo de lo que nunca debería ser, pero solo uno más. No por la bandera, no por el himno, por lo que significan, si no por las formas como están siendo utilizadas, esas formas que, a veces, son incluso más importantes que su propio significado. Y las formas, aquí, han sido las que han sido, las que ha querido Vox, y en las que PP y Ciudadanos han actuado de meras comparsas.

Manifestación en Madrid de agricultores, empresas, cooperativas, sindicatos y ciudadanos del Levante reclamando “Agua para todos”, 2018 (Fuente: http://www.trasvasetajosegura.com/).

También hay esas otras palabras que en su apariencia son como más inocuas, más neutras, que pareciera que en su significado y alcance apenas si hubiese sitio para la disputa, la pelea, el enfrentamiento, el duelo a campo abierto. Son palabras como agua. Esa expresión líquida, tan necesaria para la vida, pero que acompañada de otras, “agua para todos” “el (agua del) Ebro no se toca”– que, una vez lanzadas de forma oportunista a la arena pública, prenden y crecen de forma desordenada, salvaje, y que casi siempre son antesala de malos augurios. Como lo fueron otras veces, como pueden volver a serlo ahora.

Ya casi nadie se acuerda del trompeteado trasvase del Ebro en tiempos de José María Aznar, aquella solución de fierabrás para combatir la histórica sequía de las tierras mediterráneas, como atrás quedan –pero nunca olvidadas– las miles de páginas publicadas, el oscuro negocio inmobiliario y la más grosera especulación urbanística que su sola mención desató. Cómo es posible que pocos se acuerden de aquellas amenazadoras palabras de Arias Cañete, el entonces ministro de Agricultura en el gobierno Aznar, anunciando que el trasvase del Ebro no solo se iba a hacer, si no que se llevaría adelante “como un paseo militar”. Pero ahí están las hemerotecas para recordar, para recordarnos, qué trajo todo aquello, cuáles fueron los enfrentamientos territoriales y los resquemores a que dieron lugar, dónde quedó el mencionado trasvase. ¿Es eso lo que queremos volver a repetir llevando el sonido de la palabra agua a las calles y plazas para lanzárnosla otra vez a la cara?

Protestas en el día de San Isidro por diversos municipios de la provincia contra los recortes del Trasvase (Fuente: ASAJA).

Se dice que la próxima guerra, la definitiva, no será por el control del territorio, sino que lo será muy probablemente por el control del agua. Y así hay quien también dice que detrás del eterno conflicto entre Israel y Palestina que estos días ha presentado su peor cara, está sobre todo el control del agua. No sé si será tanto, pero a buen seguro que esto no es en ningún caso un elemento inocuo. De modo que sí, cuando hablemos de agua, sobre todo cuando hablemos de exigir el agua que no tenemos, quizás deberíamos hacerlo sacándola de la calle y llevándola al terreno de los acuerdos, de la aburrida negociación de los despachos. Otro camino, me temo, acabará como entonces. O peor. Tanto que es posible que las protestas no solo no ayuden a dejar entreabierto el grifo del Tajo-Segura, si no que, incluso, sea el camino más seguro de su definitivo cierre más pronto que tarde, más que nada porque el tiempo –y el cambio climático– no está de esta parte.

También está ese otro término que ha adquirido resonancia política especial estos últimos días y que amenaza con incendiarlo todo: es la palabra indulto. Y como seguramente hay razones para lo uno y su contrario, lo peor que puede pasar es lo que está sucediendo: que no se hable de por qué sigue vigente tras siglo y medio la anacrónica Ley del Indulto de 1870, de la que todos y cada uno de los gobiernos han hecho cínicamente uso cuando les ha convenido, esa ley que ningún gobierno, ningún régimen político de uno y otro signo, ha sido capaz de derogar, de actualizar. Y de que algunos de los mismos que hoy le niegan el pan y la sal al gobierno actual para indultar a los políticos catalanes condenados por sedición, no tuvieran reparo alguno en utilizarla cuando lo estimaron oportuno para poner en la calle a golpistas, a corruptos, a terroristas.

Petición amnistía en la plataforma Change.org.

De modo que sí, que las palabras a las que nos referimos aquí, no suelen ser neutrales y van cargados de perversos efectos retardados si se utilizan, como ahora, indebidamente. Y esto lo sabemos porque ya antes fuimos víctimas de su ira, y porque también sabemos que son palabras con alma y vida propia, que prenden fácilmente en las conciencias de los insensatos, de los oportunistas con solo acariciar su lomo, con su sola mención, y son –antes lo dijimos– capaces de provocar desastres, incendiar guerras, aunque también, cierto, a veces su sola pronunciación logra encauzar conflictos.

Quizás, aunque solo fuese por todo esto, deberíamos cuidarlas como un preciado tesoro, no hacer que salgan despavoridas en tiempos inapropiados de esas lámparas mágicas que las albergan, porque, entonces, una vez fuera, serán muy posiblemente como un fuego aterrador imposible de sofocar. Y para entonces, ya casi solo quedará esperar a que las llamas lo hayan consumido –y destrozado– todo para empezar, otra vez, a construir sobre las ruinas. ¿De eso se trata? ¿Eso queremos cuando hablamos con tanta impunidad, con tanta ligereza, de banderas, de himnos, de agua, de indultos? De las palabras que dividen. Que incendian las calles.

Pepe López

Periodista.

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