“Cuando los mayores están hablando, los niños se callan” o esa otra de “No tengas tanta prisa, que ya crecerás y te sobrará tiempo para hacerlo todo” ¡cuánta razón y sabiduría encierran! Los mayores son sabios, no por sabios, sino por expertos. Cuando nosotros vamos, ellos ya vuelven. Y en ese volver, tienen total autoridad moral para aconsejarnos y guiarnos por el buen camino.
De jóvenes queremos comernos el mundo, e ignoramos sus consejos. Luego ya, con el paso del tiempo, nos damos cuenta que
igual en esto, o en en esto otro, tenían razón y empezamos a imitarles. Y sólo entonces, les ponemos en el lugar que se merecen. La experiencia no es un grado. Es el grado. Y quien no respete esta sencilla norma de educación, no merece nada bueno en la vida. Sin ellos, nosotros no estaríamos aquí. Sin sus desvelos, esfuerzo y empecinamiento para sacarnos adelante, nadie estaría en el punto vital en que ahora mismo todos nos encontramos.
Ellos apostaron por nosotros. Sin conocernos. Sin saber si nos haríamos alguien de provecho. Se arriesgaron porque creen en la
familia. Y es de que justicia que hoy les honremos. Los mayores son al individuo, lo que familia es a la sociedad. Y en este mundo de prisas y egos no hay hueco para darles su sentido agradecimiento. Y eso, no me va a pasar a mí.
Desde bien pequeña entendí que sin su experiencia vital y su sabiduría, yo no sería nada. Confié y me apoyé en ellos para crecer, y lo sigo haciendo. Y la verdad, no me va nada mal. Así es que desde este espacio que me brinda esta sección sobre
familia, doy públicamente las gracias a todos los mayores del mundo, por haber formado familias maravillosas y habernos proporcionado esta manera personal de brillar que tenemos cada uno. Y “como es de bien nacido, ser agradecido”, gracias, gracias y mil gracias. Sin conoceros, os admiro, así como también admiro vuestra labor y por eso os quiero.
Yolanda Iborra
Imagen: www.depositphotos.com.
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