Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Sí se pudo (eso sí, solo durante un rato)

Pablo Iglesias e Irene Montero en rueda de prensa hace 5 años (Fuente: Podemos).

La ya ex ministra de Justicia, Pilar Llop, resumía, quizás sin quererlo, la historia de Podemos, lo que ya muchos piensan desde hace tiempo. Sucedió en el acto de su despedida del ministerio: “En los sitios hay que saber estar…”. Eso dijo. No hacía falta nombrar a nadie, todo el mundo entendió el mensaje y a quienes iba dirigida su alocución. A veces basta con un ramillete de palabras bien escogidas para hacerse entender.

Podemos —recordémoslo para hacer algo de justicia a lo que ahora sucede— emergió con fuerza en medio de la última gran crisis económica de 2008, esa que puso fin a la gran bacanal de codicia de principios de siglo. Y lo hizo recogiendo inteligentemente las brasas y rescoldos de la esperanza que había brotado en las plazas del 15-M, todo aquel malestar social contra la corrupción y contra esa especie de felonía en la que se había convertido el bipartidismo PP-PSOE como forma de gobierno. Su ola caló los huesos de una parte importante de todo un país que ya desde antes daba muestras de estar agotado, cansado, hastiado. Sin futuro.

Pablo Iglesias fue, sin duda, su gran gurú. El gran líder que lo hizo posible. Pegamento y disolvente a la vez en esa enorme aventura política, pero también quien, una vez alcanzada la cima, debió atisbar el futuro y decidió sorpresiva y unilateralmente retirarse a su cuartel de invierno. También, porque probablemente intuyó antes que nadie cuál sería el final de aquel artefacto, de aquel experimento, víctima ya por entonces de un rosario de divisiones y de cadáveres políticos tirados por la borda. Él, que casi toca el cielo con sus manos, no quería ser quien dirigiera a sus seguidores por la senda del frío infierno que ya acechaba, ese por donde ahora ya caminan sin remedio los restos de Podemos.

Aunque a muchos moleste, a la hora de hacer balance en este adiós al que ya solo parece faltarle la fecha concreta de defunción, habría que reconocer la inmensa influencia que ha tenido y sigue teniendo Podemos en la política de este país, aunque ahora lo sea de forma interpuesta a través de un sucedáneo como Sumar.

Por un lado, casi todo lo que fue posible —los ayuntamientos del cambio, con Madrid y Barcelona como faros de aquella aventura; las comunidades del cambio, con la Comunidad Valenciana y Baleares como proas de aquel barco; el primer gobierno de coalición de izquierdas, cuyos rescoldos ahí siguen calentando la estancia…— lo fueron en gran medida porque existió Podemos. Sin ese espacio político y sin aquel proyecto de ilusión y regeneración, posiblemente las cosas no habrían sucedido como sucedieron. Para lo bueno, también para su contrario.

Tan es así que, haciendo cartomancia política inversa, hasta se podría llegar a pensar que Pedro Sánchez ha sido a día de hoy el principal beneficiario de la existencia de Podemos. Él sabe, aunque no lo vaya a reconocer, que difícilmente habría llegado a ser presidente del Gobierno sin la existencia y la fuerza electoral del primer Podemos. Quien fuera su incómodo adversario —casi su enemigo— del principio, fue, sin duda, quien le construyó el puente que le llevó en volandas al palacio de La Moncloa. Esa casa que aún habita.

Irene Montero, a su llegada a Moncloa como ministra de Igualdad, en una imagen de archivo (Fuente: Pool Moncloa).

Esa y no otra fue, seguramente, la principal misión del primer Podemos, su principal logro político: romper el maleficio de una Izquierda Unida y de unos grupúsculos nacionalistas y regionalistas de izquierdas anquilosados en los principios y los identitarismos, incapaces de influir en la política nacional, incapaces de entender el mundo nuevo que emergía. Ejemplo y metáfora —también víctima— de todo aquello fue posiblemente IU, tapón de cualquier alternativa de cambio a la izquierda. El hoy ya ajado “pacto de los botellines” que firmasen en 2016 Pablo Iglesias y Alberto Garzón fue su imagen más icónica. Su punto de partida. El hijo matando de forma civilizada al padre.

Tengo algunos amigos que se embarcaron en el proyecto y que hoy, si miras en el fondo de sus ojos, es muy probable que acepten con amargura que aquel tiempo ya ha pasado y que también, muy probablemente, recibieran casi con alivio la segunda parte de la frase de Pilar Llop en su despedida como ministra: “…Pero de los sitios, sobre todo, lo que hay que saber es irse”. Eso difícilmente ocurrirá. Y bien claro que lo dejaron quienes comandan ahora el proyecto. “Pedro Sánchez nos echa del gobierno”, denunciaron Ione Belarra e Irene Montero ese mismo día. Esa fue su lapidaria frase, su amenazante aviso. Quien fuera argamasa, puede acabar siendo el explosivo que todo lo dinamite. Paradojas de la historia.

Podemos, mayormente sus dirigentes, son hoy seguramente un animal herido, que desconfía de todos y de todas, lleno de rencor político, que vive en parte fuera de la realidad, que hace tiempo que no entiende el griterío que llega de la calle, que no ha sabido crear nuevos liderazgos y que se ha adaptado mal a la moqueta del poder. El futuro, muy probablemente y hasta su definitivo adiós, va a suponer un dolor de muelas para el nuevo gobierno. En esta endiablada aritmética parlamentaria en la que estamos metidos, sus cinco diputados son tan necesarios como los siete de Junts, los 7 de ERC, o los 6 de PNV y Bildu. Ese número será, probablemente, el precio de su venganza.

Despojado ya de casi todo su territorio de conquista, quien lo fuera casi todo en el firmamento político patrio más reciente, su viejo líder, Pablo Iglesias, hace tiempo que anda encerrado en su particular reserva de La Base, un intento de vuelta a los orígenes, una atalaya desde donde intentar recuperar las esencias de la alquimia que hizo posible lo que parecía imposible. Pero ahora, todo parece puro decorado. Cartón piedra. Solo teatro.

Seguramente también, su viejo líder no es desconocedor del más famoso aforismo del filósofo griego Heráclito de Éfeso: «Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos». No parece que Podemos, ni su viejo gurú, ni quienes ahora llevan las riendas del partido, vayan a poder cambiar de nuevo la historia. Su eslogan de guerra, el Sí-Se-Puede, ha quedado reducido a un tiempo en pasado. A un “Sí se pudo”. Que, bien mirado, tampoco ha sido poca cosa.

Pepe López

Periodista.

2 Comments

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  • Sí se pudo (hoy Sumar como Pilatos…), recuerdo y aplaudo las primerizas acciones sociales que obligaron a cambiar hacia rumbos más solidarios a un PSOE, por desgracia ‘podemizado’ golpe a golpe… por culpa de la egolatría de un autócrata manipulador, aplaudido por un ‘zapato’ de idiotez inepta y embriagado por un coro cómico de ‘estomagos agradecidos’ sin ética política…

    Pero en la refriega de protagonismos y mansiones palaciegas (sepultura de un partido político que nació hacia una esperanza futura) las plañideras maleducadas, en sectarismo irracional y enloquecidas en demencia radical, aportaron mucho menos que aniquilaron la convivencia en el seno de una coalición de Gobierno necesaria para la mayoría del pueblo español y su bienestar en tiempos de inevitables cambios sociales y éticos…
    Un abrazo,
    pedro j Bernabeu

    PD: ,Que jamás el silencio acredite una mentira…

  • Difícil decir algo nuevo sobre Podemos. Viendo un poco de cerca lo que pasaba DENTRO de sus foros y tertulias, que no todas eran privadas o a petit comité, fue fácil para algunos prever el desenlace, lo que inevitablemente iba a pasar, porque a pesar de la palabrería y el eslogan, que pueden ser necesarios, no había ninguna idea clara de COMO actuar políticamente en casi ningún aspecto, ni social, ni económico, ni cultural. Era solo un proceso de renovación y cambio cosmético, casi diría que virtual. Pero lo real de la política, que implica compromiso largo y tenaz, se impuso ,por encima del humo de las soflamas y discursos.