Lo confieso. Cuesta entender que el ¡No a la Guerra! deba ser ahora un eslogan tirado a la basura como se echa una colilla al cenicero de lo inservible. Como igualmente se hace difícil comprender que quienes, pese a todo, siguen defendiendo esta puerta de salida en Ucrania como la mejor solución, estén siendo arrinconados y alineados en el lado oscuro del mundo de Putin y sus secuaces, y que sus testimonios se hayan convertido en artículo de mofa y ridiculización pública.
Lo confieso, no acabo de entender que el pacifismo como programa político, como el feminismo pacifista, deban ser puestos en necesario standby en situaciones de crisis, de guerra, casi tanto como cuesta ver el espíritu guerrero y militante, abiertamente belicista, que se ha instalado en el discurso político y en el discurso mediático español y europeo, como si fueran éstas casi las únicas opciones decentes, moral y éticamente aceptables, en una situación como la que se vive estos trágicos días en Ucrania.
Y al hilo de estas consideraciones, tres reflexiones sobre algunas posibles zonas oscuras en la información que recibimos los ciudadanos estos días:

Primero. ¿HAY UNA GUERRA CIVIL EN UCRANIA? Lo primero que habría que decir es que aquí hay solo un agresor: Putin y ese gobierno de oligarcas que lo mantienen. Y que son ellos, y solo ellos, los únicos responsables de la tragedia que asola Ucrania y amenaza a toda Europa, y cuyas víctimas directas son especial y gravemente toda la población ucraniana. Pero, a renglón seguido, no estaría de más poder profundizar en las explicaciones –no la justificación– que de alguna manera nos han traído hasta aquí, las razones geoestratégicas, esos matices que tanto cuesta encontrar en esa información naif, casi infantil, de blancos impolutos y negros muy negros, que se nos sirve en el menú diario del parte de guerra a este lado del tablero, esa información casi de reality show, casi de Tablero Deportivo, con víctimas reales y a la que mayormente se han subido casi todos lo medios en este país, con honrosas excepciones.
Pareciera que cuando la ola es tan grande como está siendo esta, surfearla es lo fácil; lo contrario, ponerse abajo y mirar arriba para desentrañarla, tiene demasiados riesgos y lo fácil es recurrir a esas informaciones que una y otra vez nos apelan a las emociones y que dejan de lado la razón. Porque, a poco que nos descuidemos ese camino, el de las emociones, podría ser excusa o manto bajo el que se quiere o pretende ocultar esas otras razones que, más pronto que tarde, tendrán que ponerse sobre la mesa para resolver este drama humano.
Por eso cuesta entender que se pase como un velo de silencio sobre uno de los orígenes del conflicto que nos ha sacado de nuestra zona de confort: la existencia desde hace casi diez años de una guerra civil silente dentro de las propias fronteras de Ucrania, con dos cosmovisiones enfrentadas, y a la que apenas parece que debiéramos prestar atención. La reapertura de la caja donde se guardan los hechos sangrientos de la revolución de la Plaza del Maidan, las revueltas separatistas en el sur y este del país (Donetsk, Lugansk…), la anexión rusa de la península Crimea, el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk por ambas partes, será –esperemos que más pronto que tarde– el camino que lleve a la paz.

Segundo. TODOS TENEMOS UN PASADO. También Putin lo tiene. Y da pánico asomarse a él. Es un sátrapa y como tal se ha comportado siempre, no solo ahora. La única diferencia es que demasiadas veces fue aliado de los grandes líderes de las potencias occidentales, y ahora, como buen matón, pretende cobrarse el precio a su sucio trabajo. Las fotografías que ahora se quieren precipitadamente poner a buen resguardo están llenas de cómplices que no tuvieron empacho alguno en fotografiarse con él, en agasajarle, en celebrar sus sospechosas intervenciones en procesos electorales cuando los resultados les beneficiaron (Brexit, EE. UU.-Trump, extrema derecha…), en pedir sus favores y en no hacer ascos al dinero de procedencia oscura de toda su camarilla. Muchos de los que hoy le niegan son los mismos que hasta anteayer le abrieron las puertas de su economía, de sus negocios, de sus clubes de futbol, de sus grandes empresas. Y resulta de un cinismo sobrevenido no empezar por reconocerlo.
Y es que si algo es, ha sido, Putin, es previsible. Puede mentir en el trato corto, pero en el trazo largo no. Ahora no ha hecho nada que no viniese diciendo que haría. Solo basta escuchar detenidamente sus discursos de hace 10 o 12 años. Y si no fuera suficiente, atender a la hemeroteca, porque ahí en esos estantes de la memoria están las huellas que antecedieron a esta barbarie de ahora en Ucrania. Las imágenes y los hechos perpetrados en Chechenia, en Siria, en Bielorrusia, en Georgia, a veces, incluso, contra su propio pueblo, eran el ensayo general de este horror.
Y, por llevarlo al terreno de lo local, bien que recuerda uno cuando hace apenas 15-20 años un exalcalde de Torrevieja (Alicante) se ufanaba en público, entre aplausos, connivencias y sonrisas políticas y periodísticas, que el dinero ruso que llegaba a espuertas a su pueblo, para él no tenía color ni tacha alguna, que no había razón alguna para indagar en su procedencia, que lo importante era que siguiera llegando porque-eso-era-riqueza. De ahí venimos.

Y tercero. INFORMACIÓN ES SOLO INFORMACIÓN (AUNQUE NO GUSTE). Sobre el derecho a informar y el derecho a informarse hay una frase que se le atribuye a Voltaire pero que en realidad parece ser de una de sus biógrafas, Evelyn Beatrice Hall, y que es posiblemente la más redonda acepción que se haya escrito sobre la libertad de prensa: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero daría mi vida porque pudieras seguir diciéndolo”. Entonces si estamos a este lado de la libertad de prensa, ¿por qué desde amplias esferas del poder mediático y político de la Unión Europea se ha decidido –mejor, se ha ordenado– que el camino más corto para combatir las ansias megalómanas de un dictador es el veto a sus medios de comunicación y sin que ello apenas haya levantado voces críticas ni en los medios ni en las opiniones publicadas? ¿Por qué hemos de aceptar sin derecho a réplica que el mejor camino para combatir la desinformación y la propaganda rusa es el veto a medios rusos como Rusia Today o Sputnik?
Si todos habíamos acordado que el mejor método para combatir las mentiras, la propaganda, la desinformación es y debe ser siempre –…daría la vida por ello…– solo la buena información, la independencia, ¿a cuento de qué este furor censor? Y más preguntas: ¿Quién y en qué circunstancia decide qué es buena información y qué no lo es? ¿No es este justo el camino de no retorno de entreabrir la puerta a que un día sean “nuestros medios” y “nuestros periodistas” a los que se les amenace con la censura y la cárcel si no se avienen a las órdenes? ¿No es este proceder hacer seguidismo de lo mismo que hace Putin con sus propios periodistas, con los medios rusos y extranjeros, a los que directamente les ha prohibido utilizar en sus crónicas e informaciones las palabras guerra o invasión y les ha amenazado con cárcel si osan incumplir la orden?

Dice otro viejo aforismo que cuando las armas resuenan en el horizonte la primera víctima en caer es la verdad. Entonces, ¿hemos de aceptar que los medios que nos ofrecen la otra cara de la realidad son la verdad, o tenemos derecho a pensar que muchos de ellos pueden acabar siendo, si no lo son ya, solo la otra cara de la manipulación y la propaganda en medio de una guerra infame?
Ya sé, ya sé, que solo son preguntas, que las respuestas aquí no son nada fáciles. Casi nunca lo son. Pero si cerramos la puerta al derecho a hacernos preguntas, si echamos el candado al necesario debate de las razones que nos han traído hasta aquí, a la reflexión de las causas, los personajes, los errores propios, los intereses cruzados, el cinismo de quienes ahora alardean de no tener lazos comunes con el sátrapa (las derechas extremas de toda Europa corren despavoridas a borrar sus huellas…), existe el riesgo cierto de que este conflicto insoportable que tiene un agresor –Putin– pero muchas víctimas –principal y primeramente los ciudadanos ucranianos, pero también las víctimas rusas, los ciudadanos europeos…– se cierre una vez más en falso y sea el germen del próximo, un conflicto donde las armas nucleares no serán ya solo una amenaza. Más o menos lo que pasó en la I Guerra Mundial como germen y ensayo del horror y la gran barbarie de lo que supuso la II Guerra Mundial.
Como en cierto sentido viene a señalar el escritor y comentarista británico Owen Jones en un artículo publicado la semana pasada en The Guardian y reproducido en eldiario.es, pese a todos los antecedentes sería necesario resignificar y reivindicar de nuevo el ¡No a la guerra! como la única salida posible al conflicto. Puede, viene a decir Jones, que la rearticulación de estas tesis antibélicas, con todas sus contradicciones a cuestas, “no sean populares, al menos por ahora, pero tendrá razón”. No sé si al final tendrá o no razón Jones, lo seguro es que, como mínimo, todas ellas deberían poder ser expuestas, valoradas, debatidas, sin temor a ser linchadas en la plaza pública como ya lo están siendo.
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