Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Poesía

María Cegarra: la sombra de Miguel es alargada

María Cegarra Salcedo. Dibujo por Ramón Palmeral.

María Cegarra Salcedo, nacida en La Unión (Murcia) el 28 de noviembre de 1899, fue una mujer adelantada a su época, de hecho, fue la primera mujer en España licenciada en Ciencias Químicas, abriendo su propio laboratorio de análisis de minerales, además de desempeñar la docencia en la Escuela Politécnica de Cartagena, siendo la adjunta del catedrático de Física y Química, José Luis Galán (mi padre).

Pero su verdadera vocación fue la poesía y a ella dedicó sus noches de insomnio y días de luz. Subió los puentes levadizos de su alma para que de esa forma los recuerdos y vivencias más íntimas pudieran navegar hacia la intemperie, levando las anclas de su corazón dormido.

Fue la muerte prematura de su hermano mayor en 1928, el poeta Andrés Cegarra, autor del poemario Sombras (1918), la que llevó a María a escribir poesía, recogiendo así el testigo literario de su hermano, para que su figura nunca quedara relegada al olvido.

¡Cuánto tiempo que no oigo tu voz!
Por escucharte, canto.
Por saber de ti he inventado
este falso renacer.

Es el sentimiento de pérdida lo que lleva a María a buscar el sentido oculto de las palabras, como ella misma revela: “Es muy difícil explicar cómo es la génesis de un poema. Maduro y alimento cada poema, apenas hago correcciones y los dejo reposar: soy mujer de silencios más que de palabras”.

Cristales míos (1935)

En 1935 publica su primer poemario, Cristales míos. Se trata de una colección de 82 poemas en prosa dedicados: “Al hermano ausente, en su retiro de eternidad”.

María trata de buscar los caminos de regreso que la conduzcan a ese tiempo feliz en que Andrés vivía, siendo luz y foco de aquellas tertulias literarias en las que, alrededor del poeta, se congregaban muchos jóvenes con inquietudes intelectuales como Carmen Conde (que con el tiempo llegaría a ser la primera mujer en ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua en 1978), Antonio Oliver, Ramón Sijé…

Cristales míos es un canto al dolor en el que también están presentes otros elementos de su poesía como el amor, la naturaleza, el paso del tiempo, las querencias…

En muchos de sus versos encontramos meditaciones en las que la poetisa deja hablar libremente a su corazón y aflorar aquellos sentimientos que en los días de tedio y nostalgia se deslizan bajo la puerta con sigilo.

Ella, que es una mujer con la sensibilidad a flor de piel, ha tenido que afrontar a muy temprana edad la presencia de la muerte, que se ha llevado a su hermano, verdadero referente y guía espiritual para María. A partir de ese momento tiene que buscar en la poesía motivos para seguir viviendo, y a su vez dar vida al recuerdo del hermano ausente. Escribe entonces:

No escuchamos tu voz; pero sentimos que estás muy cerca de nosotros. Tanto, que nos llega al rostro el leve aire que desplaza tu invisible figura. Otras veces, en cambio, te sabemos tan lejos, que miramos con ansia los remotos luceros creyendo adivinar en ellos un reflejo de tu nuevo y distante paradero.

Si supiéramos que habíamos de encontrarte recorreríamos el mundo, pero el corazón vacila inquietante sin orientarse.

¿En dónde nos esperas?

Así mismo, este primer poemario representa una poesía pura y diáfana con un importante nivel de abstracción. Poesía con influencia de Juan Ramón Jiménez a quien consideraba su maestro, y de quien recibió una carta de felicitación elogiando su obra:Un poemario que al igual que su título es puro y diáfano como el cristal”.

María intentará, mirando con los ojos de su mentor dar una vida propia a su mundo, recreando sus emociones a través de la fórmula exacta que le permita alcanzar la perfección y la belleza.

Es Juan Ramón Jiménez quien le inspira una escritura serena y de profunda armonía, que busca la esencia de las cosas para que así adquieran un toque de eternidad.

Retrato de Juan Ramón Jiménez, por Joaquín Sorolla. (Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

La poetisa, que conoce muy bien la composición de los minerales, va a concebir el poema como una piedra singular y preciosa a la que hay que ir limando y dando forma, para extraer de su interior la verdadera inherencia que encierra, y de esta forma, despojado de lo accesorio, resplandezca el alma que esconde en su interior.

Esta concepción del poema hace que, a través de las imágenes metafóricas, aparezca esa conexión entre ciencia y poesía que aproxima esa distancia infinita entre la materia inerte y mineral, y la voz cálida de la poeta, que parecen juntarse en sus versos.

Las ausencias no lo son por el tiempo, sino por la distancia. Un minuto lejano es zanja de sepultura. Y en la invisible proximidad, saltan, seguras y apretadas, las caravanas de colores de los sentimientos.

Hidrocarburos que dais la vida: Sabed que se puede morir aunque sigáis reaccionando; porque no tenéis risa, ni mirada, ni voz. Sólo cadenas.

La sonoridad de las ebulliciones y de los alambiques, es con un viento sin mar sin molinos.
Les falta actividad de velas agitadas de blancura.

Como no podía faltar, el Amor también aparece en su poesía. 

Y así llegará su presencia poderosa avivada en esa sinestesia de colores, olores y formas, como en una alquimia que reverbera los sueños de juventud y hace que su corazón se estremezca con el fulgor de las rosas.

Es en esa oratoria del silencio, cuando en las noches de primavera, aparecen las luces ondulantes con destellos de verbenas, como el recuerdo de un pasado de amores soñados, que han dejado en sus labios un sabor a menta y hierbabuena.

Las armas de amor de la química son los perfumes.

Por conductores invisibles del espíritu llega la electricidad del aroma venciendo la voluntad.

Las esencias son voces nuevas del sentimiento que arroban y conmueven, escritura indeleble en la página estremecida del éter. Decir en olor es la expresión más justa.

Todo escucha cuando nace un perfume, oratoria del silencio.

En algunos de sus poemas, María Cegarra nos descubre, con esa voz tan lírica y personal que la caracteriza, imágenes que cobran un destello nuevo en la nebulosa de su imaginación y que la hacen volver a un presente que se trasforma en aquel paraíso lejano.

Perdida su mirada en el horizonte ha visto pasar un ángel con espada de fuego, que ha tatuado su corazón con el signo de los elegidos para contemplar la belleza en su estado puro.

Sus ojos, que han sobrevivido a las inclemencias de la vida y del paso del tiempo, han derramado hasta la última lágrima para dar paso a una nueva luz, que ilumina sus sentidos como un milagro de renovada esperanza, que la hace conectar con la eternidad.

He cerrado la puerta de mi corazón
con una recia muralla de indiferencia,
y a través de ella se ha filtrado,
ósmosis de sentimientos,
el paisaje anímico de una sonrisa.
Yo soy quien enciende las estrellas.
Llevo un río condensado de luz,
que hace de arco con la altura.

La búsqueda de la belleza a través del verso: Desvarío y fórmulas (1978) 

Los versos de este poemario están inspirados en su experiencia en las aulas y el laboratorio. Su labor como profesora y sus conocimientos de química están presentes en el lenguaje técnico que emplea en sus poemas.

Es su experiencia vital de mujer sencilla, aferrada a su tierra, a su profesión y por encima de todo muy ligada a su familia que era el núcleo más importante de su existencia. En ese mundo reducido en horizontes pero inmenso en valores y sentimientos, quiso pasar sus mejores años que discurrieron en la invisibilidad y el anonimato.

María Cegarra Salcedo. Imagen: Biblioteca de Humanidades de Sevilla. (Fuente: Wikimedia).

Pero ante todo, su vida fue de una gran coherencia personal; en este mundo de apariencia en que vivimos son muy pocos quienes presentan esa integridad tan absoluta y esa fidelidad a unos principios éticos tan escondidos como encomiables.

Praderas de números
vertientes de letras.
Quiero espigar rosas
Y corto símbolos.
Busco el agua
en el cristal susurro
y surge la pizarra
con su intenso negro. 

Debatirse
entre el no y el sí
de tu mandato,
entre el sí y el no
de tu misterio. 
He sido una sencilla profesora de química.
En una ciudad luminosa del sureste.
Después de las clases contemplaba el ancho mar.
Los dilatados, infinitos horizontes.
Y los torpedos grises de guerras dormidas.
He quemado mis largas horas en la lumbre
de símbolos y fórmulas. Junto a crisoles
de arcilla al rojo vivo hasta encontrar la plata.

La poesía la catapultó a un mundo de imágenes y símbolos bellísimos, que la hicieron vivir una realidad paralela, así ella misma confiesa que después de las clases contemplaba el ancho mar y se dejaba arrullar por el infinito trepidar de las olas, que con su movimiento ondulante parecían abrazar su soledad. Inspirada por ese estado de gracia en que iban transcurriendo sus días, brotan en su memoria hondos poemas al filo de sus vivencias más personales.

Las anécdotas de su vida son fuente de inspiración que, como un faro de luz, vinculan lo terrenal con lo eterno. De esta forma María va a poder subir y bajar las escaleras que la conducen de la tierra al cielo, de lo material a lo espiritual, de la realidad a los sueños.

Sentí una honda tristeza
al suspender al alumno vestido de negro.
Era como un árbol quemado.
Pantalón de hulla.
Jersey de grafito.
El cabello recordaba la turba.
Lignito en los zapatos.
Los ojos de azabache.
En un dedo un diamante
sus destellos lanzaba…
Presentó las cuartillas en blanco
sin escribir una palabra
del tema del carbono.
¡Cuánta tristeza sentí al suspenderle
siendo él yacimientos!
Y surgieron los vi, os lo aseguro.
Manantiales rotundos.
Rumorosos torrentes.
Lagos serenos mares.
Bálalas verdes con mirada de hombre.
Ríos desafiando orillas.
Caprichosos arroyos…
Y la lluvia sutil y dulce
para el sofoco de la tierra.
Yo puse mis lágrimas.
Las guardadas lágrimas aguardadas.

Cada día conmigo. Poesía completa (1986) 

Para sumergirnos en la poesía de María Cegarra tenemos que hacerlo como ella lo hizo, desde la espera y la escucha. Para ella, escribir poesía era un ejercicio del espíritu que exige disposición y silencio, porque es en el silencio donde habla el alma del poeta.

Los poemas de María están inmersos en la oscuridad desde la que fueron concebidos, para luego salir al exterior iluminando todo lo que tocan. Ella, como excelente física, supo adentrarse en los agujeros negros del universo para desde ahí alumbrar una poesía de una belleza liberadora. 

Hoy no puedo escribir

La cuartilla es un pequeño lago frío,
donde la letra es quilla que navega perdida.
Desbocados los verbos,
culpan, acusan, nos insultan.

La voz se pierde en el hoyo repleto
del corazón,
o cae al barro de las sucias pisadas.
Lejanos los hombres,
descontentos, confundidos,
sin encontrarnos…

Arcilla endurecida.

Dios está solo.


Escondido sentimiento

Junto a ti
y sin poder mirarte.

Como un halo celeste y luminoso
me envolvía tu vida.
Tu voz arrancaba del paisaje
sus entornos inmensos y totales.

No eran para mí tus palabras
ni la luz de tus ojos
se fijaba en los míos

Arena

Necesito arena.
Un poco nada más.
La que cabe en la palma de la mano.
Pero ha de ser limpia, suave, seca,
sin conocer orillas ni marcas,
ignorando pisadas y desnudos.
Sin voces ni ruidos.
Que no sepa de peces ni de ahogados,
ni del rumor de caracolas.
Sin tortura de ramblas.
Blanca y pura arena, recogida con cuidado.

Sola.

Poemas para un silencio (1999)

Son una serie de poemas inéditos dedicados a su hermana Pepita. El tema de los mismos es la ausencia de su hermana en los que sobresale la sencillez y la armonía de los momentos íntimos compartidos por ambas. Así mismo, aparecen temas trascendentales como son: la presencia de Dios, la soledad, el tiempo, los afectos, la maternidad, el goce de las cosas sencillas.…

Asidero

Digo «Mi hermana»,
y alcanzo todos los horizontes.
Sangres que a la vez palpitan
tienen el corazón en compañía.
¡Mi hermana!
No hay posesión más limpia,
hasta el infinito acendrada,
enlazadas las almas.
Asidero
que no hay fuerza
que lo rinda.

Las macetas

Las plantas en sus macetas
te recuerdan.
Tienen una pátina amarilla de tristeza.
Les busco sol, abrigo, agua…
En nuestros silencios descubro
que les falta tu voz.
Sed de ti,
sin posible consuelo

Entrega

Mi corazón, en la tristeza,
Mi alma en la esperanza.

Hay un antes

Atropellando el luto y la nostalgia,
Sencillo, transparente.
Palabras fieles las de entonces
De paz llenas.

Hay también una serie de poemas, en los que la poetisa reflexiona sobre la muerte como una ansiada serenidad a la que se llega después de una vida transcurrida con dignidad y grandeza.

Es por medio de unas imágenes de tono metafísico como María trata de conjurar a la muerte y aliviar ese dolor que la impide respirar. Cuando todas las vías de luz están siendo cegadas, ella buscará en la poesía una ascensión para su espíritu, que la transporte fuera del abismo. Se inicia en esa etapa una evolución espiritual que la lleva a buscar la trascendencia, es en su deseo de sublimar la vida y la muerte lo que la llevó a que su poesía adquiriera destellos de eternidad. Es ahora cuando sus poemas adquieren más hondura porque ansían desligarse de todo ornamento y sumergirse en la pureza de la sencillez.

Estos poemas que escribió sin intención de publicarlos, nos muestran a la María más auténtica, que ha sabido recrear un universo nuevo por medio de la poesía, donde se siente feliz y plena.

Por este camino

Por este camino
que en sueños me acompaña,
deslumbrador, impenetrable, hondo,
que nadie pisa,
para mí destinado,
he de marcharme un día
para encontrarte.

En guardia

Haciendo guardia estoy.
En pie de marcha, quieta a la vez,
hacia un destino sin pisadas,
al que, despierta, he de llegar.
Limpia el alma,
ardido el pensamiento

María Cegarra y Miguel Hernández

Se ha escrito mucho sobre la relación entre María Cegarra y Miguel Hernández.

Se conocieron en el homenaje que se le tributó en Orihuela a Gabriel Miró el 2 de octubre de 1932. Posteriormente volvieron a encontrarse cuando Miguel fue invitado por Carmen Conde a presentar su obra Perito en lunas en la Universidad Popular de Cartagena.

Miguel Hernández, por Ramón Palmeral.

En ese acto Miguel se acercó a María y desde ese momento comenzó una bonita amistad, que continuó con encuentros esporádicos en que Miguel fue a visitar a María a La Unión. 

Como testimonio de esta amistad, Miguel escribirá a María un soneto de su libro El rayo que no cesa. En la carta con el soneto decía: «Para mi queridísima María Cegarra con todo el fervor de su Miguel Hernández».

En otra carta le escribe: «El otro día quité de la solapa de mi chaqueta aquel nardo que me regalaste. María, ha llegado conmigo hasta Madrid; no debió mustiarse nunca… ». 

De la correspondencia epistolar que mantuvieron ambos se han conservado tres cartas, que María quiso ocultar sin publicar mientras ella vivió, por respeto a la viuda del poeta. Estas cartas fueron vendidas en pública subasta por sus herederos y adquiridas por la Diputación de Alicante.

Primera carta (septiembre 1935)

Querida amiga María:

He leído tu libro muy bien. ¡Qué a la perfección te reflejan esos poemas femeninos, rociados de pólenes de las minas y el corazón, sumergidos en melancolía, mar y soledades!...

Segunda carta (octubre 1935)

Mi apreciada María,

Agradezco tu mandato de libros y letras infinitamente.

Reparto unos entre mis mejores amigos, me quedo con las otras para siempre. Quiero que me perdones lo mucho que tardo en contestarte. No quiero decirte nada para disculparme. Sé que tú comprenderás perfectamente que estar ahí da más tiempo…

Te recuerdo muchísimo y espero que un día me des la noticia gozosa que vienes por aquí…

La tercera carta (noviembre 1935)

Querida María,

Dime muchas cosas las más sencillas y las más pequeñas de tu vida, sobre todo llena tu soledad de mí un poco y dime como ruedan los días para ti. Quisiera que no tardaras en escribirme, necesito ahora noticias de todos mis amigos lejanos más que nunca…. 

¿Cuándo vendrás por aquí María? Mira que sea pronto. 

A través de estas cartas se intuye que Miguel trataba de convencer a María para que fuese a vivir a Madrid, pero ella nunca quiso abandonar sus raíces y vivió toda su vida en La Unión al lado de los suyos.

Fue con el devenir de los años después de muerto Miguel y casi al final de la vida de María, cuando la poeta rememora a Miguel y siente la nostalgia de un amor imposible, que pudo haber sido pero que no llegó a florecer. Fue en los albores de la vejez cuando vuelve a su memoria aquella sombra alargada, oscura y silenciosa de ese amor, que se disipó sin amargura.

Y a pesar de la distancia infinita que la separaban de los días dorados de su juventud, se sintió dueña absoluta de su destino y fue en el sosiego de su retiro, donde renació aquella ilusión que ya creía desvanecida.

Presencia de Miguel

Nadie
-ni antes ni después de ti-
Supo, sabe 
pronunciar mi nombre:
hacías una creación de la palabra,
del tono, del sonido, del acento.

Te recuerdo en mi nombre
-aprendido de ti-
Que conmigo, inseparable, llevo.
Inconsumible, ingrávido.
Sin muerte y sin dolor.

María Cegarra fue una mujer íntegra que dejó a su paso un halo de belleza y poesía. Su actitud fue conservadora y sus ideales, la solidaridad y la paz. En 1980 le fue impuesto su nombre al Instituto de Enseñanza Secundaria de La Unión. En 1981 fue llamada a ocupar un puesto en la Real Academia de la Historia En 1992 se le concedió el título de Hija Predilecta de La Unión.

Murió en La Unión el 26 de marzo de 1993 y el Ayuntamiento declaró dos días de luto oficial. La capilla ardiente se instaló en el Instituto Nacional de Bachillerato que actualmente lleva su nombre.

María Pilar Galán García

Profesora de literatura y crítica literaria.

4 Comments

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  • Excelente artículo como todos los tuyos sobre poetas y poesía. Efectivamente María Cegarra es una poeta a la sombra del gran Miguel Hernández, sin embargo ella usó un lenguaje muy novedoso en su tiempo sobre cristales y minerales. Agradecido por usar mis ilustraciones la de María y la de Miguel.

    • Muchas gracias , querido Ramón.
      Así es María Cegarra merece un sitio destacado por sus altura poética
      Gracias por los retratos que reflejan a la perfección , el alma de los poetas.

  • Querida Pilar, un articulo magnifico como todos los tuyos. Enhorabuena. Seria el año 1961 o el año 1963. Yo estudiaba el PREU en el IES, Isaac Peral de Cartagena, sonde vivía. Una mañana estuvo allí María Cegarra, y hablamos con ella unos alumnos de Letras. Me pareció una mujer amable, sencilla y con cierta timidez. No podía entonces pensar estar hablando con una gran poetisa y un amor frustrado de Miguel Hernández. A veces en la vida vivimos momentos que no abemos valorar hasta mucho tiempo después. Gracias por hacérmela recordar. Un abrazo. Julio Calvet Botella.

    • Querido Julio, te agradezco mucho tu comentario.
      Me alegro que tuvieras la suerte de haber conocido a esta gran poetisa, efectivamente era una mujer sencilla y bondadosa con una obra poética importante y que supo conservar ese recuerdo amoroso hacia Miguel hasta los últimos días de su vida.
      Un abrazo.
      Pilar