Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Narrativa

Le quito las capas duras a la noche

Fotografía: Sheperd Chabata (Fuente: Pixabay).

Le quito las capas duras a la noche como si de una alcachofa se tratara. Le cortaré también un pedazo y dejaré solo la madrugada para pasarla a tu lado.

Le quito al día las horas manchadas de olvido, los callejones encontrados en el camino que nunca estuvieron ahí, hasta ahora.

Le quito el agua a la lluvia para que el amor no se convierta en barro, para que el arcoíris salga solo lo necesario, para que la sombra de un relámpago nos proporcione la suficiente luz para no perdernos otra vez con tanto reproche amontonado.

Le quito el tiempo gastado al tiempo perdido, al reloj sin arena, al pasado amoratado a veces, por falta de oxígeno.

Le quito las noches en vela, sin corriente, sin ninguna llama caliente a la que abrazar, justo antes de irme a currar.

Le quito las pegatinas al horizonte, a las frases hechas que ya no sirven, a las nubes falsas y los días grises que tanto engañan.

Le quito el candado a la puerta, el precinto al váter que dicen desinfectado en todos los hoteles, aunque lo cierto es que no han pasado ni el trapo.

Le quito la importancia desmesurada a todo. Cuando todo lo que tenemos tiene importancia, pero casi nunca desmesurada, excepto una vida digna, repleta de valores, y que no te den por el culo sin venir a cuento, o incluso aunque venga a cuento.

Le quito algunas olas saladas a esas rocas que nunca descansan y siempre están mojadas, a las tardes de cine que fui solo porque tú todavía no estabas.

Le quito arañazos al espejo, óxido a la mirada y al reflejo.

Le quito brindis falsos, compañeros de trabajo o de cualquier otro lugar que nunca demostraron nada y que pidieron tanto.

Le quito mentiras a las verdades vendidas y que se quedan tan vacías, anémicas, estériles y famélicas, como un camión cargado de oro que no puede comprar ni un solo segundo de vida porque la muerte lo nivela todo. ¿Y a quién le gusta?   

Pero nunca le quitaré la guinda al pastel de la vida, al pastel del amor, al pastel de los sueños, aunque cueste llegar a ese lugar toda, toda la vida.

Le quito los nudos al tiempo y te beso en los labios como el primer día que nunca volverá ni tampoco nada.

Todo resulta tan eterno como breve y tan nocivo como perenne.

Todas las estaciones tienen su tiempo y el amor es una estación que espera su tren, aunque llegue de madrugada y no encuentre a ningún pasajero allí, ni en otro lugar que no sea tu corazón.

Todo tiembla y se agrieta como si pasara un terremoto por encima del tiempo y lo dejara colgando del precipicio del amor.

A veces, a qué negarlo, te vas a la mierda y te rompes las piernas, las espinillas explotan de pus y los arrecifes de coral se convierten en una puta camilla rumbo a un hospital plagado de mierda desinfectada y bacterias desinfectadas que se meten por la vía y te provocan unos temblores, una fiebre de sábado noche que pides a gritos y con voz queda que te pongan a los Bee Gees antes de la anestesia. 

Pablo Guillén

Pablo Guillén empezó a escribir hace algunos años. Un poco para escapar de la rutina de un trabajo que sólo le aportaba un salario. Nada más. Publicó durante algunos años artículos de opinión en un diario local y también participó en algunos encuentros literarios concursando y formando parte en distintas publicaciones.
Tiene tres libros de relatos publicados: “Sombras de luz y niebla”, “Reflejos frente al espejo” y “Lanzarse al vacío y otros relatos”.
Además, tiene el cajón repleto de historias que empujan cada día por nacer, pero la situación actual no es la mejor y como todo el mundo sabe, el dinero no crece por más que riegues esa jodida planta.
Actualmente está inmerso en un nuevo trabajo, sin duda más ambicioso y extenso: su primera novela, aunque declara sin tapujos que se mueve mejor en el mundo de los relatos y puede que le pase un poco como a Oscar Wilde, que sólo escribió una novela, “El retrato de Dorian Gray”.

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