Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

La energía en la encrucijada

Fotografía: Joe Plenio (Fuente: Pixabay).

Hace ya algún tiempo leí una noticia que me conmocionó. Se trataba de un agente de control de un aeropuerto español que detectó un extraño y sospechoso artefacto metálico en el equipaje de un niño saharaui, uno de los afortunados que son invitados a pasar veranos con familias españolas de acogida, que en más de una ocasión acaban siendo de adopción o por lo menos de apadrinamiento (Tema el del Sahara de más actualidad que nunca y que merecería más de un artículo).

El artefacto resultó ser un grifo. Sí, un grifo herrumbroso con dos palmos de cañería y todo que, cuan delicado tesoro para su propietario, iba protegido con papeles variopintos, virutas y cartones, todo ello dentro de una modesta bolsa de plástico.

El agente no daba crédito al ver pasar «aquello» en la pantalla ¡Qué osadía! murmuró entre dientes. Lógicamente, identificaron al viajero, abrieron el equipaje y le preguntaron por tan extraño chisme. El pequeño, con toda la inocencia dijo: «No es para mí, es para mi madre. Ella tiene que ir todos los días al pozo y andar un largo camino tirando de las garrafas para traer agua a casa. Yo le pondré el grifo en la pared».

Todo el servicio de seguridad se enterneció y no pudo sino bendecir la suerte de vivir donde vivimos.

Y sí, efectivamente, por desgracia el agua no la produce el grifo. Sale por él, pero hace un largo, incluso un muy largo camino desde la fuente al grifo, ése que nuestra criatura entendió, desde su párvula experiencia, como la solución a los sacrificios de su madre.

Fotografía: Peter Skitterians (Fuente: Pixabay).

Algo parecido nos pasa con la electricidad. De una manera casi mágica por dos ridículos agujeritos de nuestra pared sale energía para mover motores y excitar resistencias de una potencia considerable con la que edulcoramos nuestras acomodadas existencias.

Obviamente nuestra candidez no alcanza a la de nuestro héroe saharaui. Todos sabemos que hay toda una infraestructura de producción, transporte, transformación y distribución detrás de esos agujeritos.

Pero sí que somos cándidos, tanto la sociedad como los gobiernos que nos aleccionan en la comprensión de los fenómenos relacionados con la energía. Y nos explican qué es verde, qué es sostenible, qué es renovable qué es contaminante… El CO2 es terrible pero el metano no, por ejemplo. Nos hacen abrazar conceptos que, como la «Verdad revelada», debe formar parte de nuestra «mismidad misma». Cuestionarlo no está bien visto y te puede condenar al ostracismo en determinados ambientes. Esos que son incapaces de esgrimir razón alguna sostenible (esta sí) por la ciencia porque ni saben ni les interesa una vez ya han logrado que la masa haya asimilado sus argumentarios como si de dogmas se tratara. Es enternecedor escuchar cómo en el mismo discurso se renuncia a la nuclear, al carbón, se ponen cortapisas al gas (y hasta a las eólicas) mientras se exige «emisiones 0» en un futuro casi inmediato.

Decir que renunciar a la energía eléctrica nuclear merece una pensada, que depender de proveedores poco fiables o estables para asuntos estratégicos tiene riesgos inasumibles o que antes de pasar a un modelo «descarbonizado» de sociedad tenemos que desarrollar e implementar las tecnologías y los recursos que lo hagan posible sin colapsar en el tránsito nuestro modo de vida hacen de ti un facha peligroso.

Y esto afecta tanto a la decisión de renunciar a todo lo que supone una cierta autonomía energética (que nunca será total, pero hay niveles) como a entregarnos a fuentes o tecnologías inseguras o inmaduras.

Fotografía: Neil Crook (Fuente: Pixabay).

Cerramos las centrales térmicas sustituyéndolas por las de ciclo combinado (de gas para entendernos) más eficientes y menos contaminantes sin duda pero que tiran de un combustible que no tenemos y que puede, como está sucediendo, hacernos víctimas de todo tipo de chantajes por cuestiones geopolíticas en las que hasta puede que no tengamos culpa, pero es seguro que no tenemos influencia dado tanto nuestra posición internacional real (pesamos lo que pesamos) como lo peculiar de nuestras alianzas.

Ponemos fecha de caducidad a nuestras nucleares, única fuente de energía «gestionable» junto con el gas, sin tener asegurada una solución alternativa porque, no nos engañemos, las renovables dependen de circunstancias climáticas y ambientales. Y mientras no podamos almacenar masivamente energía eléctrica, y no podemos (ni se vislumbra cómo a corto o medio plazo) necesitamos fuentes que estén disponibles a demanda. Tú quieres que tu congelador funcione todo el día y la noche, haga viento o no.

Renunciamos a la minería de «tierras raras» (que no lo son tanto, y menos en España) que se están mostrando de una utilidad extraordinaria para las nuevas tecnologías porque las actividades mineras son molestas. Que se ensucien los chinos.

Estamos promocionando el coche eléctrico como la solución de todos los males de la movilidad. No creo que lo sea pero, aunque pienso que la movilidad eléctrica es buena parte del futuro, dudo que sea ni la única ni la definitiva, al menos basado en las tecnologías a las que tenemos acceso actualmente e incluso las que están en desarrollo. Prometo dedicar atención al coche eléctrico y a la movilidad en otro momento, que es un asunto apasionante en estos tiempos si este foro me da la ocasión.

En general, como he dicho alguna vez, deberíamos enfocar nuestra conducta energética más a lo posible que a lo deseable, sin perder de vista toda mejora.

Fotografía: Paul Brennan (Fuente: Pixabay).

Las renovables crecerán y mejorarán. Es el signo de los tiempos y del sentido común. Pero, al menos con las fuentes actuales, siempre necesitarán un sistema de respaldo para cuando el sol no brille o el viento no sople y eso, descartada la hidráulica por cuestiones evidentes pasa únicamente por quemar fósiles, fisionar uranio o ambas. No hay más alternativas hoy.

Pero mientras, y no serán pocos años, debemos tirar de todos los recursos que nos permitan tener la máxima independencia y seguridad energética. Y todos son todos, porque estoy seguro que hasta el más verde y concienciado de los ecologistas preferiría quemar carbón o petróleo obtenido por «fracking» antes de que se quede a oscuras el quirófano donde intervengan a su hija o a su hermano.

Primero debemos asegurarnos el servicio, después, pero sólo después, lograrlo de la forma más sostenible, eficiente y barata posible. Sólo una vez asegurado lo primero debemos tender, con criterios objetivos, informados y no basados en dogmas o ideologías, a lo segundo.

Alterar esa prioridad es demagogia e irresponsabilidad.

La energía vive momentos convulsos. Miles de millones de personas aspiran a vivir como nosotros, sólo la incorporación de China e India al desarrollo supone casi un 40 % de la población mundial que multiplicarán por mucho su actual consumo energético. Venimos de la era del carbón, de los fósiles y de la energía hidráulica. Los primeros limitados por su naturaleza y altamente contaminantes. La hidráulica requiere de condiciones geográficas adecuadas que no todo el mundo tiene y tampoco podría cubrir la totalidad de la demanda. La eólica tira con fuerza y, aunque con sus inconvenientes, que también los tiene, llega a atender una buena «porción» del pastel. La nuclear está estigmatizada por cuestiones las más de las veces absurdas y la fotovoltaica es tan dispersa que, aunque ganando terreno poco a poco, participa en un pequeño, aunque significativo porcentaje. Todas tienen ventajas e inconvenientes. Todas.

Fotografía: Catazul (Fuente: Pixabay).

Estamos en una encrucijada. Del éxito que tengamos en la mezcla de este cóctel tan variado depende que tengamos una transición más o menos convulsa que desembocará sí o sí en un sistema muy distinto al actual.

La tristemente reciente invasión de Ucrania parece que ha empezado a poner las orejas tiesas a nuestros dirigentes y no ha venido más que a complementar la negativa de Argelia a pasar su gas por Marruecos. No es mal toque de atención. Parece claro que la energía va a ser un arma decisiva, de hecho, siempre lo ha sido aunque de manera más taimada, en todas las relaciones internacionales. Y aquí no hay amigos, sólo intereses y no siempre confesables.

No sabemos lo que nos depara el futuro, pero sí que, si seguimos así, nos quedaremos sin él. Le debemos a nuestros hijos y los que vengan una gestión seria de un recurso tan crítico como la energía y con la derivada que supone en cuanto al cuidado del medio ambiente con sus consecuencias cada vez más patentes.

Actuemos como los que de verdad sabemos que el agua no la crea el grifo, ni la electricidad el enchufe. Empecemos por consumir lo menos posible. Realmente con no despilfarrar el ahorro ya sería importantísimo siendo conscientes de que para cada kW⋅h, aparte de costar ya más de un riñón, tienen que pasar todas esas cosas que estamos contando.

Exijamos que las decisiones vayan en la mejor dirección posible considerando nuestras circunstancias geográficas, políticas, técnicas y financieras y no olvidemos que, como suele ocurrir, los artífices de políticas irresponsables nunca son víctimas de sus consecuencias. Y es una pena.

Juan José Martínez Valero

Nacido y criado en Melilla y afincado en San Pedro del Pinatar (Murcia) desde los 15 años. Dejé los estudios para desarrollar la empresa familiar de la que todavía vivimos. Muy aficionado desde siempre a temas científicos y de actualidad.

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