Un buen día llegó a nuestra empresa un aviso de una señora con un problema doméstico relacionado con sistemas de fachada de aluminio… ¡¡¡En Madrid!!! Por estos requiebros de la vida y tras una breve conversación resultó ser nuera de mi médico de cabecera (muy querido, por cierto) allá en mi Melilla natal. Y esto de ser, o incluso solamente haber pasado por Melilla, parece que crea un cierto vínculo. El caso es que, de aquel encuentro casual, que obviamente no solucionó su problema con semejante kilometrada, se forjó una buena amistad, que ya dura algunos años. Pero lo que sí he (hemos) conseguido es que mi nieto haya encontrado una nueva abuela. En la distancia, pero atenta a este nieto sobrevenido del que ella se preocupa y atiende dentro de lo que las nuevas tecnologías permiten (y que ella domina) 450 km mediante. Aun así, tuvimos oportunidad de conocernos personalmente, precisamente en el paseo marítimo de Alicante en uno de los viajes que realiza cuando puede, a pesar de una salud bastante castigada y, por supuesto, le llevé a su nuevo nieto que sólo había visto en fotos y vídeos. Mujer veterana, ya octogenaria, sabia por la edad, por conocimientos y por inquietudes me envía de vez en cuando artículos interesante o charlas o música incluso.
La semana pasada me envió un extracto de una charla de un docente inscrita en una de las actividades que el BBVA organiza bajo la denominación «Aprendemos juntos». Es enorme el bombardeo que todos sufrimos de vídeos, memes y enlaces de todo pelaje y no creo que haya, hoy en día, humano capaz de abrir todo lo que le llega porque no haría otra cosa. Pero si me lo envía la «Abuela Alicia»… no es mal filtro. Así que saqué un ratito (eran unos pocos minutos) y lo empecé a escuchar. Se titulaba «Cuaderno de viaje de un maestro». Me atrapó completamente. Lo que decía, cómo lo decía. Qué divertido, cuánta sensibilidad y sabiduría en las pocas palabras de esos minutos referidos simplemente a su experiencia como maestro, como educador. Hablaba de cómo entendían los niños los mensajes y que no tenían por qué ser entendidos como nosotros habíamos planeado. Palabras precisas, frases dignas del mejor pensador, experiencias sorprendentes para los que somos ajenos al oficio. Y el caso es que, cosas similares me había contado más de una vez mi amiga Lola (sí, esa profesora que, con sus compañeros de Instituto se iban a «vender» su Centro de Adultos en el mercadillo callejero de Jumilla «entre bragas y calzoncillos», que fue como titulé aquel artículo en este mismo medio). Les tengo que reconocer que mi sorpresa estaba más cerca de la ignorancia del que no ha sabido ver o, lo que es todavía peor, del que no ha sabido/querido escuchar con atención las experiencias de más de un docente con los que he tenido contacto muchos años.
Siempre he creído tener claro (quizás de más) cómo hay que educar a los niños, y en toda mi vida adulta he pensado que los sistemas actuales son «blandos» en el nivel de exigencia de conocimientos y permisivos hasta la desesperación algunas veces, en cuanto a las cuestiones de disciplina elemental. Pero, aunque en lo último «mantengo posiciones» y pienso que el maestro debe ser la figura de autoridad que merece, por necesario, respeto y protección, en cuanto a lo primero… se me van cayendo los «palillos del sombrajo». Extrapolar mi experiencia a las circunstancias actuales lo voy viendo, siendo benévolo conmigo mismo, más cerca del absurdo que de la coherencia que reclamo. Ni nuestros niños son como éramos, ni el mundo para el que hay que prepararlos, tampoco. La verdad es que darle relevancia a la comprensión de un logaritmo o encontrar el cambio de variable en una derivada puñetera no aporta más valor que el hecho de haberse esforzado en lograrlo (que no es poco, pero no debe iluminar nuestros pasos salvo que te dediques profesionalmente al asunto). Y aquí viene una de las frases maestras de nuestro disertador: «Evolucionar significa, simplemente, cambiar de equivocación«. Él lo arropa con maestría hasta llegar a su conclusión, pero ¡qué gran ejercicio de humildad! Nos lo deberíamos grabar a fuego cuando nos reafirmamos en nuestras seguridades.
Y, si bien es cierto que en temas de ciencia donde me muevo con más soltura, siempre he sostenido que la «verdad» no existe, que es un concepto filosófico y, como tal, sujeto a interpretaciones; que una teoría dura lo que tarde en derribarla un experimento que no sea capaz de explicar, por evidente que parezca. En temas sociales y concretamente educativos, pobre e ignorante de mí, pensaba tenerlo más claro. Aun con voces que me decían que las cosas no son tan lineales como las planteaba. Que las relaciones causa-efecto no funcionan como las «puertas lógicas» de la matemática discreta que alimenta nuestros ordenadores. En la educación prima saber escuchar, la empatía. Ese ponerse en el lugar del que aprende, meterse en su cerebro y que cualquier respuesta es positiva si obedece a una lógica, aunque no sea la nuestra. Porque si el alumno ha respondido razonablemente de manera incorrecta a una pregunta, tendremos que considerar, al menos, que quizás lo incorrecto sea la pregunta. Y de eso se aprende. El ponente explica con modestia y dulzura infinita que aprendió a enseñar de sus alumnos, de sus niños. Escuchando, intentando pensar como piensan ellos para así encontrar la llave que le permita canalizar las enseñanzas que pretende. De alguna manera, bien mirado, nos pasa a todos ¿Cuánto he aprendido de mi nieto? Muchísimo y seguro que más que de mi hija (ella me perdonará) porque ahora tengo el grado de reflexión que la juventud limita. En mi caso por veteranía (y muy modestamente), en el caso de los docentes por formación y según lo veo ahora por necesidad, porque es la manera de educar. Escuchar, entenderlo como ellos lo entienden y aprender para la próxima.
Y entre anécdotas, algunas desternillantes, desgranaba reflexiones. Otra de ellas decía que «Lo importante no es cómo de bien realiza el niño la ficha que hace sino cuánto de bien le hace al niño la ficha que realiza«. Qué sencillo, qué profundo, que difícil de discernir seguramente, salvo que seas maestro con esa sensibilidad.
Luego hablaba sobre la necesidad de escuchar, sobre la importancia de crear en el alumno la necesidad de aprender, de motivarlos. Y así entre vivencias tanto de su etapa como maestro de niños (era evidente que hablaba como el que sólo puede hacerlo cuando ha estado expuesto a «fuego real») como después de «Formador» de nuevos maestros en la escuela universitaria donde comparte su sabiduría, su experiencia y su pasión, sigue con su labor, destilando conclusiones en nuevas reflexiones maravillosas: «No hay aprendizaje donde no haya un desafío al querer conocer del que aprende». Y es así. Si no se logra una disposición activa, expectante del alumno hacia el nuevo conocimiento, lo único que podemos esperar es que repita el «sermón» que se le quiera colocar. Eso no es aprender. Se olvidará rápidamente.

El discurso, suave, ameno, pausado, con una voz cálida y poderosa que a veces parecía como arrastrada, entró en el delicado asunto de los niños que «no llegan» por mil razones. Consideraciones personales, de entorno social, familiares y otras tantas que se me escapan porque muchas de ellas no se corresponden con mi realidad y seguramente con la de muchos de nosotros. Pero un maestro no elige a sus alumnos y él clamaba por la autoexigencia de todo maestro, ésa que deben tener todos los profesionales del oficio de no dejar a NADIE atrás. Me golpeaban el cerebro las palabras de mi amiga Lola, mi amigo Manolo. «Tengo que encontrar la manera de que todos tengan una oportunidad». «Quizás la que yo pueda ofrecerles sea la única o de las pocas que tengan». Yo hasta les hacía chanzas con las «adaptaciones curriculares» como una forma eufemística de «pasar la mano». Me he tenido que comer las palabras (como tantas otras veces) y reconocer la soberbia con que algunas veces juzgo, no sé si juzgamos, cosas que desconocemos y que pueden hacer más daño del que podamos sospechar.
El otro día, otro amigo docente me envió un corto vídeo de una graduación (ahora hay graduaciones hasta para la correcta cocción del repollo) donde un chaval marroquí en un español ya muy decente leía un pequeño texto de agradecimiento hacia su profesora de español para extranjeros. Esa que le empujó en todo momento, que confió más en él que él mismo, que le hizo llegar donde nadie pensaba que podía hasta ser premiado en un certamen de relatos cortos. Me puedo imaginar el orgullo de deber cumplido, de trabajo bien hecho.
En esta línea, voy a hacer una última cita (de las muchas que se podrían sacar de la disertación que, en su versión completa es de bastante más de una hora), quizás la que más me conmovió. Viene a decir: «Mi sueño es crear la escuela que no existe para el alumno que no llega». Y lo dice un profesor de ¡¡matemáticas!! que es su especialidad. Yo pienso que con maestros así llegaríamos todos. Cuántos alumnos han abandonado el estudio o el interés por las mates o la física (o ciencias en general) porque una vez se perdieron en la clase donde le explicaban los «quebrados» (fracciones para los menos viejos) o la dinámica del «plano inclinado». Quizás faltó un maestro que los supiera rescatar, que les hiciera ver que también ahí hay belleza. Que les pusiera un ejemplo donde pudiera reconocer ese conocimiento como útil.
Los planes de estudio no están diseñados para genios. Cierto que hay que estudiar porque los conocimientos no ingresan por «perfusión» en nuestra mente. Pero con maestros entregados, capaces y formados las posibilidades de éxito son mayores.
Vivimos en una sociedad donde las escuelas viven una heterogeneidad extrema. La inmigración ha puesto en un brete a todas las estructuras docentes. Llegan niños de muy distintos orígenes, etnias, religiones. Muchos de ellos con poco o ningún conocimiento de nuestro idioma que, por cuestiones legales, deben ser escolarizados con los niños de su edad creando una carga añadida a la ya delicada función de educar. Otros, inmigrantes o no, de entornos familiares y sociales desestructurados con evidentes carencias que los maestros detectan cada mañana al entrar a clase. Qué difícil, qué duro.
Este escrito quiere ser de reconocimiento y apoyo a tantos de nuestros maestros que navegan por esas aguas, muchas veces ingratas, no siempre con los mejores medios ni con los apoyos necesarios que luchan por sacar adelante su trabajo. Y su trabajo son nuestros niños. Son el futuro.
Y yo conozco a muchos y me duele que sea a través de la charla de un tercero por un video recibido por WhatsApp lo que me ha hecho acabar de atar los cabos que ya debería tener amarrados. Gracias Lola, Antonio, Montse, Rosi, Manolo, Esther, Raquel, al excepcional profe Rubén y tantos otros maestros por haber entendido de verdad el alcance de vuestro trabajo… y haberlo compartido conmigo. Y por supuesto a mi entrañable Abuela Alicia que sin duda hubiera sido una gran maestra, que lo es, de otra manera.
No puedo acabar este escrito sin dejaros el nombre de nuestro personaje al que llevo aludiendo todo el tiempo. Es José Antonio Fernández Bravo. Les invito a escuchar su charla, está en Youtube. Recuerden, si les ha interesado este tema busquen en «Aprendemos juntos» «Cuaderno de viaje de un maestro». Les voy a dejar el enlace con el resumen de la charla. Es deliciosa, no tiene desperdicio. Y si se animan, como les decía antes, no les costará encontrar la charla completa. Seguro que el verano da para eso.
No puede haber mejor educación y difícilmente mejor contada y vivida que como la cuenta y la vive José Antonio.
Imagen de portada: www.depositphotos.com.
En primer lugar, mi felicitación por el artículo, por esas amistades entrañables, por tener la capacidad de replantearte creencias o ideas (no todo el mundo lo hace) y por esa sensibilidad que hace que una charla como la que te compartieron —y ahora compartes— te conmueva.
Tu texto me ha encantado, al igual que la charla de José Antonio Fernández Bravo, que he visto completa. Además, soy adicto al canal Aprendemos Juntos 2030 (para mí es oro) desde hace ya tiempo, desde que vi el primer vídeo que cayó en mis manos —no recuerdo cómo— titulado: “Las matemáticas nos hacen más libres y menos manipulables”, de Eduardo Sáenz de Cabezón. Desde entonces, cada vídeo que he visto en este canal me tiene, entre media hora y casi dos horas, sin moverme de delante de la pantalla (¡normalmente ya de madrugada!). El último que he visto es el que has compartido tú; el anterior, hace unos días, fue uno de Manuel Campo Vidal. Al principio no me di cuenta por el nombre, pero en cuanto lo vi pensé: ¡Pero si este hombre parece el que daba los Telediarios cuando yo era un niño! Maravillosa charla, no tiene desperdicio.
Lo que más me llega siempre de estos vídeos, ya sea de profes, artistas, etc. es la forma de comunicar, sus anécdotas, sus símiles, sus explicaciones. Me encanta cómo logran conectar y engancharte durante toda la charla. Como aquella que tú diste aquí en Jumilla, que también me encantó: fue tan personal y tan amena. Sería genial que la dieras en el canal del BBVA.
Con lo que dice al principio del vídeo, me vino a la memoria un vídeo-meme que vi hace poco en el que una persona decía:
—Tengo un perro que sabe leer.
—¿Ah sí? ¡Demuéstralo!
Y le muestra a su perro en silencio, delante de un periódico. A lo que el otro responde:
—¡Pero si no habla! Mentiroso.
Y replica el hombre:
—Te he dicho que sabe leer, ¡no hablar! ¿Es que no escuchas?
Si no hay desafío, si se da todo hecho, no puede haber motivación… Creo que aprender debe ser un desafío mutuo, tanto para el alumnado como para el profesorado.
Este hombre del vídeo es genial, con ese humor, ¡es tan ingenioso!
Lo de “¡¿no te das cuenta que puedes hacer lo que quieras hacer?!!!” que le dijeron de joven, y él responde: “pues eso hago”, es simplemente genial. XD
Permíteme decirte que, pronto, con más de medio siglo ya cumplido, voy a volver al instituto donde estudié con 13 y 14 años, para hacer el Grado Superior de DAM. Qué cosas… como es la vida, ¿verdad?
Por un momento sentí una sensación extraña, como si fuera a reencontrarme con mis antiguos compañeros y profes. Ahora, claro, podré valorar todo de otra manera, estar más atento a mi alrededor y observar si mis compis sienten esa chispa de desear la siguiente clase… ¡mañana!
Y qué casualidad: el día después de decidirme por hacer el DAM aquí, me encontré con una de mis antiguas profesoras, Amparo, que nos daba Lengua y Literatura. Buena profesora, muy culta, amable… Quedamos en seguir en contacto, quiere que le mantenga al tanto de mi progreso. 🙂
Como le comenté a ella, en aquel entonces no me fue bien en el instituto. Dejé los estudios sin aprobar los dos primeros cursos y me puse a trabajar. Aunque se me dieron bien dos asignaturas: Inglés y Mecanografía (gracias a esta última, años después tuve trabajo; así que no fue tiempo perdido). ¿Las demás asignaturas? ¿No eran para mí, o el profesorado no era el adecuado?
Creo que se dieron ambas cosas. Y es que, sí que es cierto que había un par de profes que… bueno, no daban precisamente ganas de tener la siguiente clase, jajaja.
En aquel momento estudié lo que me dijeron que podía estudiar, lo que tenía “salida”. Pero no era lo que realmente quería.
En cambio ahora, de adulto, estudio lo que de verdad deseo. Supongo que en la infancia y adolescencia, muchos no saben aún qué quieren realmente. ¿Podría detectarlo el profesorado? No lo sé.
«Pensar juntos, no escribir separados» ha sido una de las muchas frases de José Antonio que se me ha quedado grabada.
Yo también he pensado siempre que hay que comprender, no memorizar. A mi me encanta saber como funcionan «las cosas»y poder darles las vueltas que quiera y hacer lo que me vengan en gana. Hay profesorado que parece que solo quiere que el alumnado memorice, como si fueran máquinas. Pero lo ideal es comprender, razonar, incluso debatir y, como cuenta este hombre, dejarse sorprender por esas respuestas inesperadas del alumnado.
La satisfacción de haber comprendido, de ser capaz de crear, es para mí lo máximo. Y supongo (aunque ya me lo han dicho) que esa misma satisfacción la siente el profesorado que logra transmitir y formar parte de ese logro.
Y lo que dice al final de la charla, sobre la ilusión, eso me tocó… Porque, aunque ya no soy un niño, doy gracias por seguir teniendo ilusión por tantas cosas que quiero aprender y hacer.
Desde aquí, vaya también mi aplauso, no solo a profes, sino a todas esas personas con verdadera vocación, que tienen el canal de comunicación abierto, que empatizan, que motivan, que alientan… ¡Bravo!
Por cierto, he visto “asomar” de nuevo por aquí a mi señorita Rottenmeier. 😀
Y como diría Colombo… “solo una cosa más”: los procedimientos cambian con el tiempo, sí… pero te lanzo una pregunta:
¿Crees tú que también todos los criterios caducan? ¿O algunos sí deberían mantenerse siempre?
Gracias MiLo por tu comentario que, como empieza a ser habitual, es más profundo que mi propio artículo. De hecho sería (es) un artículo mejor.
En cuanto a lo de los criterios, no sé si caducan pero es evidente que evolucionan. Como sostenía el relativista Einstein lo único absoluto es la velocidad es la luz en el vacío. A lo demás hay que ponerle «condiciones de contorno». Haber nacido y crecido en una ciudad multicultural te hace plantearte muchas cosas y sobre todo, tener muchas dudas. Yo pienso que eso es un suerte de riqueza. Considero peligrosa a la gente que está muy muy segura de algo, especialmente cuando afecta a los demás.
Volviendo a los criterios, atribuyen a Sócrates un lamento sobre las nuevas generaciones….que ya no respetan a los mayores…..En un maravilloso cueto de El Conde Lucanor se introducen los criterios para saber qué se puede esperar de un jovencito. Seguramente, con matices, «compraríamos» las dos.
Pero no me quiero zafar de tu pregunta cuan político moderno. Pienso que sí, que los criterios caducan y son sustituidos por otros más «pegados» al terreno y a los tiempos. Sólo aspiro (pero poco) a que tengamos suficiente conciencia crítica para cuestionarlos. Sobre todo, los nuestros.