De la investigación e interpretación literaria Nueva aproximación al Quijote, de Martín de Riquer (Teide; Primera edición de 1960), comparto hoy el capítulo Sancho y Dulcinea encantada. Pasaje donde Miguel de Cervantes nos advierte, entre otras cuestiones, de la ceguera que nos infunde Cupido, juguetón y caprichoso, quien hipnotiza al enamorado o enamorada para que sólo vea virtudes en la persona amada, al cegarle el raciocinio que le impide ponderar con tino defectos y virtudes. Es la ceguera del amor que en ocasiones entontece hasta el punto máximo de ver belleza donde hay fealdad y bondad donde anida la maldad y el interés egoísta.
Sancho Panza, temeroso de que su señor descubra la mentira sobre el mensaje de debía llevar a Dulcinea, le convence para salir del Toboso e instalarse en un encinar. Y erre que erre, don Quijote vuelve a enviar a su escudero con el fin de que pida licencia a la amada para que le reciba y otorgue su bendición.
Tres labradoras
Ve Sancho a tres labradoras montadas en tres borricos y pergeña el engaño: extrema su admiración, las encumbra como si tuviera delante a tres bellas damas de alta alcurnia, riquísimamente vestidas y casi a viva fuerza lleva a don Quijote hacia ellas para empezar su interpretación (imitando al hidalgo):
“Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recibir en su gracia y buen talante al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol…”, II, 10).
Y efectivamente, don Quijote está estupefacto porque ve a tres labradoras, y que la que Sancho considera Dulcinea es “no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata”. Pero entonces sospecha que el maligno encantador que le persigue ha puesto “nubes y cataratas” en sus ojos y ha transformado la hermosura de Dulcinea en la vulgaridad de una labradora.

Las labradoras prosiguen su camino y don Quijote y Sancho debaten entonces sobre el incidente. El escudero porfía en que se trataba de tres altas damas y pondera “la belleza, riqueza y buen olor de Dulcinea”; el segundo confiesa, desazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y que Dulcinea era “fea y olía a ajos”.
Desde Castro Urdiales, vuelo contemplando el fértil verdor montañés y el oleaje del mar Cantábrico, en mi nueva vida en esta vida… Pensamientos osados y acciones en el amor son la eterna felicidad… Vale (cervantino).
Un día tienes que hablar de ‘vizcaínos’ (dadas tus conexiones vascas) en el Quijote ya que cántabros parece que no hubo. Un abrazo.