Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cultura

De libros y maragatería

Libro: La esfinge maragata
Autora: Concha Espina
Introducción: Cristina Fernández Gallo
Ediciones Tantín, Santander, 2017.

En algún lugar he leído la opinión de quien dice que la novedad de un libro, cuando es publicado, suele durar unos tres meses. Durante ese periodo, se produce el tiempo de su promoción, con presentaciones, comentarios literarios en medios gráficos, sea en prensa escrita o en medios virtuales, firmas del libro en ferias o establecimientos comerciales, entrevistas con los autores,  y una vez transcurrido ese breve lapso, el libro deja de ser “actualidad”, como un libro “nuevo”, para ser un libro más de los publicados y pasa a ocupar un lugar en alguno de los expositores de algún establecimiento de venta al que el distribuidor ha comunicado su existencia, para la posible adquisición de un ejemplar. No mucho tiempo después, si no hay segundas o posteriores reediciones, el libro pasará a ser llamado en los puntos de venta como “desclasificado” o “agotado”, o vaya usted a saber. En algunas ocasiones, sucede que un libro, de un escritor o escritora importante, y que alcanzó gran éxito y notoriedad en su tiempo, e incluso fue objeto de algún premio literario, entra en un periodo de silencio o de oscuridad, hasta que algún editor tiene el acierto de traerlo de nuevo a la vida pública lectora, y a la sorpresa de quienes lo desconocían, como un nuevo renacimiento del mismo. Es el caso del libro con el que he decido iniciar mi temporada de comentador en este otoño de 2022: su título, es La esfinge maragata, y su autora es doña Concha Espina.

Una editorial santanderina, como no podía ser menos dada la patria de la autora, llamada Ediciones Tantín, nos ha traído de nuevo a la luz, con ocasión del primer centenario de su publicación en el año 1914, la novela La esfinge maragata, adornada con una brillante introducción de doña Cristina Fernández Gallo, doctora en Filosofía Hispánica e importante investigadora de la obra de doña Concha Espina, y cuya nueva edición de 2017 he disfrutado leyendo en las templadas tardes, quizás demasiado templadas, de este verano del presente año de 2022, y que no quiero dejar de comentar, sin dejar de mirar fijamente la bonita imagen de su portada, que representa a una mujer joven, vestida de maragata, que sin duda es la protagonista, Florinda Salvadores, y que se nos aparece, entornado los ojos, con su bello y resignado rostro, reflejo de las penalidades de las que va a ser objeto.

Vista panorámica de Comillas (Cantabria). Fotografía: Luis Fermín Turiel Peredo (Fuente: Wikimedia).

Doña Concha Espina y Tagle

En el Libro 63, Folio 210, de la Parroquia del Santo Cristo, de Santander, se dice:

A quince de abril de mil ochocientos sesenta y nueve, yo D. Amalio Cereceda, cura ecónomo de la Parroquia de la Catedral de esta Ciudad de Santander, bauticé solemnemente en ella a Concepción Jesusa Basilisa, que nació el mismo día a las doce de su mañana. Es hija legítima de D. Víctor R. Espina, natural de Oviedo y de D.ª Ascensión G. Tagle, de Madrid; nieta paterna de D. Hermenegildo R. Espina, natural de Cangas de Tineo, y de D.ª Bernarda G. Olivares, de Oviedo; y materna de D. José G. Tagle, natural de Santillana del Mar, y de D.ª María Josefa de la Vega, de Ontoria.
Padrinos, D. Cándido González, natural de Agobejo, y doña Francisca Flores, de Alba de Tormes, a quienes advertí lo necesario.
Y para que conste lo firmo. AMALIO CERECEDA. Rubricado”.

Todo se decidió en un instante. La niña, nacida en Santander, fue bautizada, apenas unos momentos después de llegar a la vida y, como nos cuenta Josefina de la Maza —nombre que es el seudónimo de Josefina de la Serna y Espina, en su libro Vida de mi madre Concha Espina, (Editorial Marfil, SA, Papeleras Reunidas SA, Alcoy, 1957)—, “se decidió bautizarla con el claro nombre, marinero, de la Inmaculada Concepción”.

Y sigue diciéndonos, Josefina de la Maza, que:    

Concha Espina, 1929. Autor desconocido (Fuente: Wikimedia).

Contaba don Víctor que al regresar a casa la breve comitiva, la niña abrió los ojos y volvió la cabecita hacia el mar. Yo no sé si sería una exageración de entusiasmo paterno este recuerdo, de mi abuelo; quién sabe. Quién sabe si la brisa de las olas, alborotada por sirenas y tritones, despertó a la pequeña. Ello fue que el cuadro suntuoso de la bahía santanderina, el ‘valle en el mar’ espiniano, sirvió de fondo incomparable a la primera salida de Concha Espina. Conchita cerraba una y otra vez los anochecidos ojos, tan nuevos, y se dormía muy apacible, ya cristiana, ya bajo el signo para siempre de la Cruz”.   

Y no es de extrañar esta figuración para quienes hemos tenido la experiencia de conocer la tierra norteña de Santander, aquel “Puerto de Castilla” con el que se la denominaba en los tiempos en los que a los escolares se nos enseñaba la Geografía de España dividida en regiones, y de esta manera, la llamada Castilla La Vieja, comenzaba con Santander. Y que de mayores, llegaremos a emocionarnos al encontrarnos con el mar Cantábrico y conocer los hermosos lugares de Santillana del Mar, San Vicente de la Barquera, Potes o Comillas que, en la vida de esta genial escritora, van a tener su cabida y hasta aparecer en sus obras con experiencias vivenciales y literarias. Yo, que soy un hombre levantino y mediterráneo, no olvidaré nunca mi paseo por las rúas cántabras, llenas de hermosura y de misterios sin tiempo como inmortales lugares, de aquellos preciosos pueblos.

Doña Concha Espina, que nació en Santander, en 1869, y falleció en Madrid en 1955, es una escritora excepcional que nos ha dejado una producción literaria de amplio espectro: novelas, poesías, dramas, crónicas, y biografías, y cuya obra literaria es bueno traer a la memoria.

Su vida no fue fácil, y cabe decir que, cuanto menos, fue compleja y andariega, entregada a sus hijos y a sus libros. Doña Concha Espina sufrió los vaivenes de la ruina familiar de su padre, don Víctor, armador y víctima de un arriesgado proyecto, nada menos que el de crear un puerto artificial entre Comillas y Suances. El desastre final que resultó le obligó a perder todos sus bienes para pago de las grandes deudas contraídas, y para luego doña Concha padecer un matrimonio poco acertado con don Ramón de la Serna y Cueto. Este desacierto le condujo a una separación matrimonial y a tener que buscar una vida independiente, al cuidado de sus hijos y al mantenimiento de la pasión de su vida como escritora, realizando un trabajo incesante, que al final le condujo a la ceguera, lo que no le impidió que aún siguiera escribiendo en la tiniebla de sus ojos, ayudada de una falsilla.

Después de residir en Valparaíso, Chile, nos dice Cristina Fernández Gallo en la introducción del libro que comentamos, que  doña Concha Espina, en 1909, “se traslada a Madrid junto a tres de sus cuatro hijos, muy escasos medios económicos, y las dificultades con las que debería enfrentar una mujer —de toda edad, condición y formación— para vivir sin la compañía de un hombre —especialmente habiéndose separado de su marido— pero con el propósito de poder mantener a su familia dedicándose exclusivamente a la que desde muy joven había sido su vocación: ser escritora de novelas”.

Ya residiendo en el pueblo de Mazcuerras, cuyo nombre ciudadano Concha Espina cambió por el de Luzmela, o viviendo en Santander, nuestra autora ya había escrito libros de poemas: Mis Flores (1904), relatos, Trozos de mi Vida (1907) y El rabión —que mereció el primer premio convocado por La revista santanderina, con un jurado presidido por don Marcelino Menéndez Pelayo—, y también la publicación de novelas, como La Niña de Luzmela, Despertar para morir, La ronda de los galanes y Agua de nieve.  

En su residencia en Madrid, seguirá colaborando con periódicos y revistas de Valparaíso, y ahora colaborando también en revistas españolas, donde comienza a tener notoria fama, organizando una tertulia propia llamada los “miércoles de Concha Espina”,  con el fin de ocuparse para escribir todo el resto de los días de la semana y donde en compañía  de sus contertulios, Ortega y Gasset, Antonio Maura, Gerardo Diego, Antonio Machado, García Lorca, Pilar Valderrama (la Guiomar de Machado), Félix García y Ricardo León, se hablará de las pasiones de esta generación sin nombre ni edades, difícilmente clasificable, sobre el pensamiento, la filosofía y la literatura.

En 1909, doña Concha Espina se había consagrado como escritora de novelas al publicar La Niña de Luzmela, pero el gran salto se produce con la publicación de su gran novela La Esfinge Maragata que obtuvo “un éxito de clamor”, como lo califica Josefina de la Maza, y con la que doña Concha Espina se presentó al Premio Fastenrath, que le fue concedido por la Real Academia de la Lengua, en su sexta edición, de 1915, siendo doña Concha Espina, la primera mujer a la que se le otorgó este premio.

Johannes Fastenrath, 1908. Fotografía de Napoleón para la Compañía fotográfica / Luisa Goldmann, 1890, de autor desconocido (Fuente de ambas imágenes: Wikimedia).

Don Johannes Fastenrath fue un hispanista que se propuso incentivar a los escritores españoles, y a su muerte, su viuda, doña Luisa Goldmann, quiso cumplir los deseos de su esposo dotando al Estado Español con la generosa cantidad anual de 70.000 pesetas para la concesión de un premio literario (nótense de qué fechas temporales estamos hablando), disponiendo don Alfonso XIII instituir el premio y encomendar la gestión de su concesión a la Real Academia de la Lengua que, a partir de entonces, lo irá haciendo, hasta el año 2003, en el que el premio dejo de existir.

Una noche de 1915, se presentaron en el domicilio madrileño de doña Concha Espina, los académicos don José Rodríguez Carracido, don Ricardo León y don Manuel de Sandoval, con don Adolfo Bonilla San Martín, para comunicarle la concesión del Premio Fastenrath, por su novela La Esfinge Maragata.

“Si, estoy muy contenta… pero me parece muy natural; está muy bien. Lo que me emociona es que ustedes a estas horas se hayan aventurado hasta aquí”, se dice que les dijo doña Concha, a lo que sus visitantes le contestaron que la concesión de este premio había sido un hecho extraordinario, pues tenía ante ella un contrincante muy poderoso, lo que acaso nunca se sabrá quién.

En busca de un libro

En una entrevista concedida a Guillén Selaya, publicada en la revista La Atalaya del día 2 de diciembre de 1924, decía doña Concha Espina:

“Y salí en busca de la obra. Ante mi vista apareció la parda aridez de la tierra de la Maragatería, los pueblecitos humildes y como encogidos, las mujeres heroicas; las gentes y las viviendas pobres, oscuras, pero prontas a elevarse en llamas de fiestas a cuyos reflejos puede verse una abundancia desmedida y una alegría inusitada que permanecían ocultas y saltan de pronto”.

 Su hermana menor, Mercedes Espina, casada con el doctor en Filosofía y Letras, García Fidalgo, le recomendó que visitara Astorga, invitándola a pasar una temporada en su casa, pues consideraba que le interesaría conocer esa tierra que Mercedes calificaba de “algo aparte del mundo”. Y para allí marchó Concha Espina, permaneciendo un tiempo y reconociendo paso a paso la Maragatería, y a sus gentes y costumbres, por lo que ya a su vuelta Madrid, instalada en la calle Goya 77, y asistida de sus hijos y de su mejor colaboradora, Julia de los Ríos, hizo nacer a La Esfinge Maragata.

Gerardo Diego y José Hierro. Autor, anónimo. (Fuente: Wikimedia).

Habrá que comenzar diciendo que León es una ciudad, es una capital y es una comunidad autónoma con Castilla… Bueno pues sí, pero León, fue también un reino. Un reino como cabeza de España. No es ocasional que uno de los cuarteles del escudo de España esté presidido por un león rampante en púrpura, como reconocimiento de que León fue el primer reino español desde que los príncipes cristianos de Asturias, en el año 910, trasladarán la capital, desde Oviedo, a la ciudad de León.

Y León, reino o región, comprende, como se nos enseñaba hace muchos años a los niños escolares en aquellas entrañables escuelas y colegios, tres comarcas: Los Altos Valles Leoneses, El Bierzo, tierra de Templarios, y la Maragatería.

La Maragatería es una comarca leonesa donde se encuentra el pueblo de Castrillo de los Polvazares, situado entre el monte Teleno y Astorga, ciudad ésta que es la capital comarcal, y donde en el siglo XVII, era como la patria de los arrieros, de los que entonces se contaba con unos treinta hombres, y los que donde al tiempo de nuestra novela en el año 1914, son como los protagonistas silenciosos y temporeros de la vida y de la acción que doña Concha Espina nos cuenta. Situando la novela en Valdecruces, nombre literario con el que denomina al pueblo real de Castrillo de los Polvazares, creó un nombre propio literario al igual que Clarín llamó Vetusta a Oviedo, en su inmortal novela, La Regenta.

Castrillo de los Polvazares. Fotografía de Anual, en Creative Commons (Fuente: Wikimedia).

Y allí, en Valdecruces, o Castrillo de los Polvazares, doña Concha Espina nos va a contar, cómo dice Cristina Fernández Gallo, un drama rural, un drama social en una población árida y empobrecida, sin apenas sentimientos entre los miembros de una familia maltratada por el trabajo y la ruina, y en cuya novela, su autora nos destaca la dureza del trabajo en el campo y en el hogar de las esposas de los arrieros, así como el matrimonio forzado de la protagonista.  

La gran historia de Florinda Salvadores, que hasta tiene que cambiar su nombre para llamarse Mariflor, pues su abuela, que manipula toda la acción, entiende que hay que seguir la tradición del pueblo, donde todas las mujeres, en sus nombres, deben llamarse María de alguna manera: “Marijuana”, “Maripepa” o “Marirrosa”, por lo que a Florinda, su abuela, le llamará “Mariflor”.

Tiene mucho de amores y compromisos la historia de Florinda Salvadoreso Mariflor. Un amor con Rogelio Terán, nacido una noche en un viaje en ferrocarril, y un matrimonio concertado con un hombre adinerado, su primo Antonio, al que apenas conoce, y que con sus bienes sacará de la ruina, de la pobreza, de la miseria y de la explotación usuraria a toda una familia. Y dependerá de Mariflor, dar solución al conflicto, empeñando su propio destino, su propia vida en ello. 

A mí me ha entusiasmado en la narración novelada, el contraste entre el primer capítulo titulado “El sueño de la hermosura”, al último capítulo llamado “Paño de lágrimas”. En el primero, en el ferrocarril que camina hacia Astorga, en la penumbra de la noche, accederá al compartimento un poeta, Rogelio Terán, y se encontrará con que en el banco de madera de enfrente al que ocupa, están dos mujeres que yacen con igual reposo y oscilan en el tren. Una de ellas es Florinda, la otra es su abuela. A lo largo de la noche se irán conociendo Rogelio y Florinda, y con una narración impecable, la escritora nos contará cómo al descubrir Rogelio Terán en los albores de la mañana el rostro de Florinda, la acabara llamando “el sueño de la hermosura”. Rogelio y Florinda Salvadores, acabarán profundamente enamorados.

Gran Cruz de Alfonso EL Sabio. Fotografía de Alexeinikolayevichromanov en Creative Commons (Fuente: Wikimedia).

La novela va desarrollando su argumento para llegar al capítulo veintitrés, con un ritmo enormemente descriptivo, con un lenguaje excepcional, y es que, en el mundo maragato, hay como un lenguaje dialectal que doña Concha Espina llegó a manejar perfectamente. De suerte que, en los pasajes de conversación de la novela, nos tropezaremos con fonemas y palabras propias de aquella tierra, con lo que la novela es conmovedora cuando leemos esas frases dialectales, de gran riqueza, lo que dota de espontaneidad a la novela. Y en su mirada descriptiva, la novela nos traerá los relatos de los ambientes festivos, como la fiesta sacramental del día 15 de agosto o la boda de Ascensión —con la descripción de las ricas vestimentas maragatas—, y de las costumbres alimenticias. Todo lo conjuga con la narración de la dura labor de la labranza, los afanes y destajos, y los profundos desvelos y deseos de un pueblo apenas conocido, como es el pueblo maragato, lo que ya de por sí justifica la novela.

La Esfinge Maragata nos cuenta un tiempo y un lugar donde yo no sabría definirme. La mujer es el predominio. El hombre es un trabajador errante, un arriero, que deja al mando de la esposa el mantenimiento del mundo duro de la casa, de la tierra y de los hijos menores. Unos hijos que ha sembrado en el vientre de su mujer, en el tiempo de descanso de los pocos días festivos anuales, y a los que conocerá al año siguiente, a su vuelta. Y así, la mujer maragata mantiene un extraño matriarcado, fruto de la soledad y el sacrificio. En el pueblo solo quedan los ancianos y también un cura, don Miguel, que dirige la vida de sus habitantes, al que acuden en busca de consejo y de confesión. Nadará el sacerdote entre dos aguas en la solución del conflicto de Florinda: el poeta o el primo.

Florinda se resiste, opta por el amor del poeta Rogelio Terán, pase lo que pase. Pero al final, su sacrificio marital es producto de la cobardía del poeta enamorado en “el sueño de la hermosura”, que acaba desistiendo de su empeño y dejando libre el paso a Antonio, dispuesto a evitar la ruina absoluta de la familia a cambio de una moneda, su boda con Mariflor.  

Fuente de Concha Espina , Santander, 2005. Fotografía de Josep Panadero (Fuente: Wikimedia).

No puedo contarles más, queridos lectores, del argumento, pues haría perder al libro el encanto de su lectura, y tan solo diré que estamos ante una novela que debe leerse por muchas razones: su belleza, su amenidad y el descubrir una tierra y un mundo apasionante. Tampoco puedo pronunciarme respecto de situaciones y cuestiones referidas a hace un siglo. Los tiempos son veloces, y el mundo, los tiempos y las costumbres corren al galope. Pero esto no tiene que enturbiar la lectura de una gran obra. Debajo del personaje está su alma. Al igual que debajo de Don Quijote se guarda el alma de un caballero andante, debajo de Mariflor se guarda el alma de una maragata, de una Esfinge Maragata.

Colofón

Doña Concha Espina fue objeto de notables homenajes. En agosto de 1927, don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia inauguraron un monumento de Concha Espina, esculpido por Victorio Macho en la “Fuente de Concha Espina”, de Santander; en 1927 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por su obra Altar Mayor; fue vicepresidenta de la Hispanic Society de Nueva York; obtuvo la Banda de Damas Nobles de la reina María Luisa; fue candidata en dos ocasiones al Premio Nobel de Literatura; y se le concedió Gran Cruz de Alfonso el Sabio. Obtuvo más premios y reconocimientos y, en cuanto al alcance de su obra, citaré las palabras del poeta José Hierro, escritas en Revista de Literatura de julio-septiembre de 1955 cuando nos dice:

 “Yo aconsejaría —dirán ustedes que quién soy yo para aconsejar, sobre todo cuando de una personalidad egregia se trata—, a todos aquellos inmersos en la baraúnda de las letras de hoy, que comenzaran estos estudios literarios. De “La niña de Luzmela” a “Un valle en el mar”, pasando por “La esfinge maragata”, “El metal de los Muertos”, etcétera, pueden seguir los pasos de una vida, de una mujer. Es lo que buscamos hoy en la literatura: al hombre o a la mujer. Contemplarán una vida ejemplar, de urgencias y luchas, de actividad constante… La hoguera de la vida ya se ha transformado en llama de arte… Un idioma justísimo, millonario, una recreación serena de expresiones del día, de modismos regionales, castizos y eufónicos, nos impiden ver la palpitación de este corazón excelso”.

Queden estas letras, como homenaje a una novela ejemplar, a una escritora ilustre y a una cuidada publicación como pórtico de un otoño que les deseo a todos ustedes, amables lectores, les sea sereno y feliz.

Alicante y otoño de 2022.

Julio Calvet Botella

Magistrado y escritor. Colaborador de la APPA.

2 Comments

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  • Amigo Julio: Has acertado eligiendo a Concha Espina para la nueva etapa de ‘comentador’ en Hoja del Lunes. Su vida complicada hace más grande su éxito literario. Lástima que no le dieran el Nobel. Excelente artículo. Un abrazo.

    • Gracias Ramon Gómez Carrión por tus palabras. Concha Espina fue una escritora infatigable llegando a escribir completamente ciega. Defendió a la mujer y no obtuvo el Premio Nobel pedido por dos veces cuando se lo merecía. Un abrazo querido amigo.