La vida es un milagro y la muerte el camino a la eternidad, lo que quita importancia al paso del tiempo y a lo que pasa en su discurrir.
A pesar de la muerte, somos inmortales. A pesar de las guerras, somos inmortales. Es verdad que la muerte nos iguala a todos, como escribieron, entre otros, esos dos monstruos de la literatura que fueron Jorge Manrique y Calderón de la Barca. Pero también nos iguala la inmortalidad. Se equivocan los que creen que con la muerte se acabó todo y para siempre. Los negacionistas de la eternidad son unos vulgares (o eminentes) ateos que ni han profundizado en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, ni se han tomado la molestia de estudiar a fondo los milagros que se han producido a lo largo de la historia del judeocristianismo, en especial los que tienen como protagonista a la Virgen María.
Guadalupe, Lourdes y Fátima son advocaciones marianas cargadas de historias maravillosas avaladas por numerosos científicos, algunos de ellos premiados con el Nobel de Medicina o Química, como Richard Khun, Alexis Carrel o Luc Montagnier. Días atrás saltó a la palestra informativa la iniciativa del Papa Francisco de orar a Dios y pedirle, a través de la Virgen María, en su advocación de Fátima, el fin de la guerra de Ucrania, que tantas muertes de inocentes y tanto dolor está causando.
Es lástima que el patriarca ruso Kiril apoye a Putin y su sueño de la Gran Rusia. Francisco está intentando hacerle cambiar de opinión. Los ortodoxos ucranianos ya han abandonado a Kiril, que se ha quedado solo, bueno sólo con los sanguinarios fans de Putin. Todos los obispos del mundo, católicos, ortodoxos y de las diversas confesiones protestantes abominan de la guerra. Para los verdaderos creyentes, gente positiva y solidaria hasta la muerte, las muertes (incluso las de las guerras) no son el final, sino un tránsito. Condenemos a tope a los criminales, pero no nos dejemos amilanar por ellos. Combatámoslos hasta morir seguros de que la vida cambia pero no se acaba (‘vita mutatur, non tollitur’) como dice la liturgia cristiana latina. Los matones internacionales nos podrán quitar la vida, pero no la libertad y el cielo de los creyentes, que también está abierto a los no creyentes.
Inmortales: mujeres y hombres somos iguales en lo esencial y en lo existencial. La vida es un milagro y la muerte, la puerta a la eternidad, que quita importancia al paso del tiempo y a lo que pasa en su discurrir. Dentro de nosotros está la semilla de la eternidad. Escribió Manrique:
Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Y aún aquel Hijo de Dios, para subirnos al cielo, descendió a nacer acá entre nos y a vivir en este suelo do murió”.
Resucitaremos como Él. Pero hay que vivir y morir como hermanos. Los muchos Putin que hay entre nosotros lo van a tener difícil. Dios quiere que todos vayan al cielo. A todos nos ha dado la libertad para hacer el bien o el mal. Estarán de acuerdo conmigo en que la inmensa mayoría elegimos hacer el bien. Pero los malvados se excluyen del premio celestial; se autoexcluyen del cielo. En el interior del hombre habita la verdad; esa voz de la conciencia que nos aconseja hacer el bien. Los que libremente se empeñan en hacer el mal en este mundo lo van a pasar mal durante toda la eternidad. Esto no es ganas de meter miedo a la gente. Dios nos ha creado para ser felices siendo buenos y haciendo el bien. Cada cual sabe el uso que está haciendo de su libertad y qué futuro (eternidad) elige. Somos hijos de Dios, además de criaturas suyas. Somos lo más de la creación, por más que algunos se empeñen en creer que somos basura o, en el mejor de los casos, un homínido más.

Tenemos el deber de amar a todos los seres creados, animales y plantas y cuanto hay sobre la faz de la tierra. Pero hombres y mujeres estamos hechos para amarnos y por el amor alcanzar la vida eterna en el cielo, la patria que nuestro Padre nos tiene preparada, nuestra herencia para toda la eternidad. Si tienes duda sobre esta genial genealogía, estudia, busca por todas partes hasta encontrar la verdad. Ya conté una vez cómo un comunista francés, André Frossard, muy inteligente y gran escritor, miembro de la Academia Francesa, se convirtió al catolicismo y contó su aventura en un precioso libro titulado ‘Dios existe: yo me lo encontré’.
Somos de la estirpe de Abraham y, por Jesucristo, de la familia de Dios. Es como para estar orgullosos y muy agradecidos.
Visitor Rating: 5 Stars