Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Mi querida España

Y Felipe cogió su fusil

García-Page y Felipe González a su llegada al restaurante donde comieron juntos (Fuente: canal de YouTube de "El Debate").
De vez en cuando, surgen voces alentadoras. O voces portadoras de deseos que queremos escuchar en el afán compartido de que aún existe la esperanza. Cuando escribo estas líneas, en la madrugada del viernes al sábado, leo la columna de Abel Hernández, en "La Razón", en la que se anuncia un posible “acuerdo histórico” para desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa. La operación estaría pivotada por Felipe González y consistiría en que el PP ejercería una moción de censura, apoyada por diputados socialistas y constitucionalistas, con Nicolás Redondo Terreros, socialista histórico expulsado del partido, como candidato a la presidencia del gobierno, condicionando su nombramiento a una inmediata convocatoria de elecciones generales.

El reciente encuentro de Felipe González con el presidente de Castilla-La Mancha en un restaurante de Toledo habría servido para perfilar esa operación, que tendría, como segunda opción, la de proponer a Feijóo como candidato. Abel Hernández fue columnista del diario Informaciones de Madrid y director del periódico Ya. Recuerdo a Abel, sus breves columnas, siempre concisas, azorinianas, como una referencia del periodismo de la Transición.

La solución propuesta tendría que llegar cuanto antes, sin demora. El aplicarla, como informa Abel Hernández, para después de las elecciones europeas, en junio, tras la más que presumible debacle del PSOE en esos comicios, conlleva una excesiva espera. Puigdemont, que da por sentada la ley de amnistía antes, incluso, de completar los trámites para su aprobación definitiva, arengaba el pasado viernes a sus seguidores independentistas de una manera sorprendentemente curiosa. España, defensora de su unidad, es la que atacaría al Estado de derecho (sic). De lo que se desprende que existe un nuevo Estado de derecho en el que él es la figura central. Y España, el opositor reaccionario. He ahí adonde nos ha llevado el sanchismo.

Puigdemont sabe que su vida política y su regreso al campo catalán de operaciones están asegurados mientras Sánchez se mantenga en el poder. Si cae Sánchez se le complicarían las cosas. Y Pedro Sánchez, acosado por su propio partido, por los casos de corrupción y por una opinión pública cada día que pasa más en su contra, puede caer de un momento a otro. Hay que hacerlo caer cuanto antes. Y el momento propicio es ahora. Una filtración sobre el último estudio demoscópico del impresentable Tezanos apunta, de celebrarse ya elecciones generales, un repunte extraordinario del PP, disparado hasta los 163 escaños, por 103 del PSOE y 21 de Vox. La encuesta, con escasa difusión en medios, fue realizada antes del “caso Koldo”.

Pedro Sánchez esta misma semana en una intervención el Día Internacional de la Mujer (Fuente: Pool Moncloa).

Existe esa leve esperanza. La esperanza a la que todos queremos aferrarnos. Somos mayoría. Casi el 71 por ciento de los españoles están en contra de la ley en favor de la amnistía a terroristas, malversadores y prófugos. Entre ellos, hay un 40 por ciento de votantes del PSOE. Son ellos con los que contarían Felipe González y Emiliano García Page para hacer factible el “acuerdo histórico” desvelado por Abel Hernández. García Page está siendo, estas últimas horas, presionado por el PP, de lo que se desprende que los populares, cuyos barones se reunieron con Feijóo este fin de semana, están por la labor de apoyar la “solución Redondo Terreros”.

Cada día se resalta más la evidencia de que Pedro Sánchez no es el PSOE. Pedro Sánchez es un traidor al PSOE. Pedro Sánchez está sacrificando a su partido en el altar erigido para vanagloria de sí mismo. Es un paranoico. Y un cobarde. Como tal, conoce a la perfección el camino hacia las puertas traseras de la retirada, los laberintos de la traición, las técnicas de reunirse con los mediocres, o los estómagos agradecidos, que le permiten trampear, engañar y conducir a este país al desastre, convencidos, desde una oprobiosa y oportunista lealtad a un líder sin ideas y dispuesto a estrellarse, de la victoria final, aun salpicada por la corrupción que intentarían ocultar desde el poder.

Expuse hace tiempo el paralelismo y lo repito ahora, Pedro Sánchez es Ubu Rey, digno sucesor de Zapatero y admirador del gran patriarca de la saga, Jordi Pujol. La similitud con esa paradigmática obra de teatro de Jarry es asombrosa, genial: el capitán de un ejército que, instigado por su mujer, decide derrocar a su rey con la ayuda de un capitán y sus ávidas mesnadas, para instalar la más cruel de las tiranías. Sánchez; su mujer, Begoña Gómez; el capitán que le ayuda en la rebelión, Puigdemont; el rey al que derrocan, Felipe VI; y el régimen a implantar, la tiranía. Tampoco, en este caso, la ficción supera a la realidad.

No quiero seguir siendo testigo de la hecatombe, ni doblar la cabeza ante quienes cometieron traición y perjuro. Hace tiempo, desde que encontró el salvavidas accidental de Pablo Iglesias, a quien apuñaló por la espalda para copiar sus ideas, Pedro Sánchez se apropió del tipo de revolución que el fundador de Podemos llevaba en la cabeza: la de perpetuarse en el poder minando el Estado de derecho mediante el acceso directo a sus principios jurídicos e institucionales. Una documentada filtración, sin confirmar, de última hora asevera que el próximo intento de desguace judicial de Sánchez sería la supresión de la Audiencia Nacional. Llegados a ese extremo, España entraría en el túnel de incineración como nación.

Pablo Iglesias en la presentación de Podemos en 2014. Fotografía de Podemos (Fuente: Wikimedia).

El objetivo final es implantar un sistema en el que él pueda instrumentalizar las leyes e imponer un Estado confederal que permita la secesión de los territorios. Esto es, terminar con el concepto histórico de España, incluso el de la Hispania romana, y abogar por el simple artilugio geográfico de Iberia. Su gran duda es qué hacer con la monarquía, si mantenerla como una estatuilla de Lladró, encerrada en una vitrina acristalada, o deshacerse de ella convocando un referéndum, con trampa incluida, para la implantación de la III República. ¿Y el ejército? Está a sus órdenes.

Hace unos días escuché unas interesantes declaraciones de Pablo Iglesias en la Ser. Venía a decir el que, sin duda, es el ideólogo en la sombra que ocupa el cuarto oscuro del cerebro sanchista, que la figura del rey emérito está cobrando cierto realce en los últimos meses, a pesar de sus problemas con las faldas y con el fisco. Decía también que su hijo Felipe era, poco más o menos, una buena persona, un hombre inteligente con el que daba gusto hablar y dialogar.

El viejo ––no tanto––, maduro, experimentado periodista que lo escuchaba dio más fiabilidad a las intenciones de quien hablaba que a sus propias palabras. A quien realmente temen Sánchez y sus secuaces, visibles o no, desean cambiarlo todo para mantenerse en el poder, deduje, era a Juan Carlos I. ¿Que por qué? Primero, porque puede aconsejar a su hijo respecto a los militares. Y segundo, porque él aún puede dar órdenes y ser obedecido, como lo hizo el 23 F.

Mientras tanto, como en una hipotética feria de los escándalos, se suceden las aberraciones sin respuesta. El “caso Koldo” es, simplemente, la puntita apenas visible de un iceberg de dimensiones colosales bajo el océano. El hecho de que cada día se suelten pequeñas e insignificantes raciones del sumario sobre el caso permite imaginar las presiones que se ejercen para silenciar fuentes, comprarlas, borrarlas o eliminarlas. El caso del guardaespaldas de Ábalos solo sería el NO-DO previo a la película.

En el fondo, nadie, pocos entienden lo que está ocurriendo. Un ministro sale en televisión sintiéndose orgulloso de lo que, en realidad, es una traición a su país, y se felicita a sí mismo. ¡Y no pasa nada! Como Mussolini, cuando, después de pronunciar un discurso, se daba palmaditas en las mejillas. Mientras tanto, más del 70 por ciento de los españoles no dan, o no se atreven a dar, o se les impide dar crédito a las traiciones que a diario dan jaque a nuestras instituciones. En ningún país democrático del mundo se habría permitido lo que ocurre en el nuestro.

Benito Mussolini tras dar un discurso a caballo . Fotografía de los Archivos Federales de Alemania (Fuente: Wikimedia).

En este caótico entramado de corrupciones soterradas y a la vista hay dos puntos de inflexión del que dependen, en mi opinión, todas las derivadas de los distintos casos. Hasta tal extremo es así que todas ellas, tarde o temprano, se entrecruzan, nunca se bifurcan, o coinciden para asombro de propios y extraños. Y es que, aunque parezca que nada se sabe, empieza a saberse más de lo previsto, y esta conclusión abre nuevas e insospechables vías de actuación policiales y judiciales. La OCU es implacable. Los buenos jueces que, aun hostigados, permanecen en sus puestos, también lo son.

Por ejemplo, el denominado “Delcygate”, silenciado durante años (desde la pandemia), nada tiene que ver con la insignificancia que, a simple vista, se le dio en su día. “La pobre Delcy”, que diría el dictador Maduro, llega a Barajas en plena pandemia con cuarenta maletas en el avión, ¡cuarenta!, cargadas de no se sabe qué, aunque son muchos los que sospechan sobre su contenido. Estampitas de la Virgen del Carmen no eran.

“La pobre Delcy” está sola y desamparada en medio de un aeropuerto desierto. Tiene que entrevistarse con alguien para entregarle las maletas. Esa persona no está en el aeropuerto, ni aparece. Puede ser Aldama, el “conseguidor” de Globalia en pleno rescate de Air Europa. Puede ser Rodríguez Zapatero, íntimo de Maduro. Uno de los dos. Finalmente se decide por el más poderoso, el amigo de su jefe: Zapatero. ¿Dónde está Zapatero? No lo sabe, no aparece. Zapatero es aquí el “elefante blanco” del 23 F. Y Zapatero llama a Sánchez. Y este a su vicepresidente Ábalos.

¿Quién no va a facilitar el acceso a pista al vicepresidente del gobierno? A él y a un coche de la embajada venezolana. Las maletas se cargan en los dos coches. ¿Y quién aparece en el aeropuerto de improviso? Aldama, el empresario vinculado a Globalia y, por ende, a Air Europa. De lo que se desprende que Ábalos conoció al “conseguidor” Aldama ese día y en ese aeropuerto. Casualidades.

El denominado “Delcygate” es el principio del “Caso Koldo”. Resulta que a un responsable de seguridad del aeropuerto que silencia cuanto ha ocurrido se le asciende de puesto mandándolo de jefe a Canarias. Resulta que a un modesto y honesto guardia de seguridad se le ocurre avisar a sus superiores: “Algo raro está pasando”, les dice. Y es cesado.

Resulta que, varias semanas después, Sánchez prescinde del vicepresidente Ábalos porque sospecha o sabe lo que se lleva entre manos con Aldama y Koldo. Y resulta que, mientras tanto, Begoña Gómez, aupada a la dirección de una fundación africana, se erige en misionera de empresas que necesitan ayuda económica y da conferencias sobre cómo facilitar (sic) la recepción de recursos financieros.

Y resulta que Begoña Gómez se entrevista en la sede de Globalia, matriz de Air Europa, en vísperas del rescate de la empresa que efectúa el gobierno de Sánchez; y resulta que saltan las alarmas en Cataluña y en Madrid por el espionaje telefónico que lleva a cabo un indetectable software denominado “Pegasus”. Y que los mensajes echan humo. Y comprometen. Y descubren.

Y resulta que, detrás de ese estallido, está el Rey de Marruecos. Y resulta que, desde el Sahara marroquí se levanta la tormenta del gran chantaje que desbarata las relaciones exteriores de España con el Magreb. Y resulta lo que ya se sabe, lo que ya se barrunta; que en la tormenta de arena se ven sombras y sospechas de vergonzantes escándalos cuyos protagonistas rondan el palacio de la Moncloa y son los argumentos que utilizan las autoridades marroquíes para enganchar a Sánchez de sus partes nobles; es un decir. Que hasta se cambia la orientación de las migraciones, y se eliminan a los grupos especiales de seguridad y vigilancia; y hasta se reconoce la soberanía de Marruecos sobre el espacio aéreo del Sahara.

Mohamed VI, rey de Marruecos. Fotografía de Presidencia de Gobierno de España (Fuente: Wikimedia).

Y resulta que la película no ha hecho más que dar los títulos de crédito.

Y resulta que este país o reacciona a tiempo o desaparece tal como es. De ahí la importancia de que Felipe González intervenga; que el acuerdo histórico en ciernes sea realidad cuanto antes; que la nación española levante su cabeza ya humillada, porque la historia no acaba en lo que puede parecer el final que deseamos o desean ellos. La historia siempre tiene finales inciertos. Sobre todo cuando Antonio Machado se remueve en su tumba de Collioure y suena su voz: “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

Manuel Mira Candel

Periodista en medios nacionales e internacionales; presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante; Premio Azorín de Novela en 2004 con "El secreto de Orcelis" y autor, desde entonces, de más de doce libros, entre ellos las también novelas: “Ella era Islandia”, “Madre Tierra”, “El Apeadero”, “El Olivo que no ardió en Salónica”, “Esperando a Sarah Miles en la playa de Inch”, “Las zapatillas vietnamitas” y "Giordano y la Reina".

2 Comments

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  • Otro artículo memorable, querido Manolo. Leí, como tú, el artículo de Abel Hernández y me pareció, como a ti, que tiene meollo, porque él tiene buenos contactos de personajes del presente y del pasado, de la Transición… Creo que el fin de Sánchez está marcado. Es imparable. Un abrazo.