Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

Universitarios en la Transición

Manifestación (Fuente: Memoria Digital de Elche de la Cátedra Pedro Ibarra de la UMH -elche.me-).

Marosi se parecía al poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer: con las gafas oscuras, bien centrados, los cristales en sus ojos penetrantes color azabache, la cara bronceada al natural, los ensortijados cabellos surcándole en rizadas mechas su frente lisa y ancha. Estudiaba lenguas arcaicas como el latín y el griego antiguo, y soñaba con una familia, una casa y un coche, lo básico —según él afirmaba, con escueta filosofía—, para conseguir una felicidad de crucero, sin vientos ni mareas. La esperanza política y el cambio social eran los motores que movían a la juventud universitaria, y a una, cada vez más nutrida vanguardia obrera y sindical de aquél 1976, que se abría como una flor a su “prístina” primavera democrática. Manolo Arias, buen economista matemático, campeón de eructos. Cristino, Julián: “el hombre tranquilo”, Berlamas, que ignoro por qué le llamaban “Bambi”, Manolo López, que estudiaba Medicina, con la misma pasión que disfrutaba de cualquier otro acto escénico o pictórico de la vida; Berti Gil, vecino mío; Miguel Ángel Jordán, que estudiaba psicología; con una sonrisa perenne que reflejaba sus gafas de clásico estudiante de la época, José Andrés; el currante Juanito, de risa fácil; Rafa, el irónico locuaz, y otros —cuyos nombres no acuden en estos momentos a esta convocatoria de la mente—, todos ellos universitarios, menos Juanito, operario en una fábrica de calzado, y este servidor, obrero político, que trabajaba embutido de azul en la industria metalúrgica. Todos nosotros, llenábamos las calles, las tascas, la glorieta y la plaza “de los colgados”, de ideas, pensamientos, debates, acciones, para cambiar arquetipos sociales enquistados durante más de cuarenta años. Es evidente que en aquellos años, la juventud estudiantil y cierta vanguardia obrera, estaba mucho más politizada y unida que la actual —donde ya se da por hecho, que se ha conseguido la “libertad y la democracia”—. Craso error, que ya estamos pagando sin apenas reaccionar, porque se han perdido los mapas sociopolíticos de antaño, la escuadra y el compás.

Calle de Carrús. Fotografía: Luis Bartolomé Marcos (CC BY-SA 4.0).

Entonces, teníamos un plan casi completo, en un país que estaba todavía por hacer, para elevarlo social y económicamente, al mismo nivel que Europa. Y en esa aspiración mayoritaria, las universidades eran auténticos foros asamblearios, donde hasta los catedráticos más relevantes participaban, de tal forma, que un día sí y al otro también, se convocaban huelgas y manifestaciones que acababan en carreras delante de “los grises”, recibiendo algún que otro porrazo. Al día siguiente, tomando un vino en una tasca de moda con los correligionarios, alguno presumía del multicolor “tatuaje” pasajero en las costillas o en cualquier otro lugar de la epidermis. Era lógico, el hecho de tener unas ideas políticas, te “obligaba” a militar o simpatizar en cualquiera de las organizaciones, sobre todo de izquierdas, que habían estado prohibidas y apetecían más, por el riesgo y la adrenalina que ello implicaba, ese atractivo aire de libertad que se respiraba, siendo miembro, o no, de las mismas. Casi todo estaba a favor de los partidos “nuevos” de izquierdas, cuyas consignas principales, eran las de cambiar el sistema injusto, que defendía a las minorías muy ricas, por otro más justo, para el conjunto de la humanidad en general. El hecho internacionalista era mucho más fuerte que los nacionales o nacionalistas de entonces, las autonomías se defendían como un avance más de la libertad federal de los pueblos de España y del mundo. Se pedía ante todo UNIDAD.

Barrio de Carrús. Fotografía: Rubén Sempere, vía elche.me (Fuente: Cátedra Pedro Ibarra de la UMH).

Cuando los universitarios llegaban los fines de semana desde las universidades de Valencia, Madrid, Granada, Murcia… a su ciudad ilicitana, acudían al barrio de las tascas: “La Maraña”, “El Cresol” “La Colmena” y otras de la zona. Su inconfundible vestimenta contestataria y plana en sus pisadas, no pasaba desapercibida para los habitantes de una ciudad pequeña y trabajadora, que pronto comenzó a imitarles, desde la que aparaba zapatos, al que apretaba tuercas, o colocaba castillos de ladrillos en la construcción galopante.

Nosotros, que ya íbamos mezclados entre obreros manuales y jóvenes intelectuales, preferíamos acudir a la antigua bodega de “El Porruno”, a bebernos varios porrones del exquisito “Mich y Mich”, guarnecidos por los ajustados trajes amarillos de los altramuces, los cacahuetes de crujientes armaduras y aceitunas. Sentados en viejas sillas de anea y mesas con olor rancio a maderas nobles y lametones del tan aclamado mosto de vino y mistela, comenzábamos a cantar canciones en valenciano, aunque hablábamos en castellano, sin olvidar aquél dicho que se hizo —hoy diríamos “viral”— popular: ¿Per qué no en Valencià? —apuntaba Berti—. Más tarde, salíamos a las calles, donde aún sonaban los ecos de alguna manifestación “ilegal” que había terminado con palos policiales a diestro y siniestro; entonces nos dimos cuenta que la realidad estaba afuera. Una vez, en la tan conocida “Cafetería Marfil”, tras una concentración “prohibida”, se recluyeron en ella varios manifestantes. Y los temidos “grises” se apostaron en la puerta del bar, y conforme salía la gente les fueron dando palos a “izquierdas” y a “derechas”, todos recibieron. Me acuerdo que recogí a un amigo mío con la espalda casi partida de un porrazo, y me decía entre sollozos: “¡Si solo había entrado a tomarme un vermú!” Por eso las calles tenían una mezcla de temor y libertad. No eran nuestras aún. Ni lo serían nunca. Solo podíamos orinar, eructar, gritar consignas revolucionarias, largamente reprimidas como: “¡Merda a els rics!” o “¡Fascistas y burgueses beben la misma leche!”. Ninguno de nosotros militábamos en partidos, estábamos por la unidad de las mayorías y que decidieran lo que ellas quisieran, Ellas mandaban, porque así pensábamos que debía ser la democracia: el gobierno de las mayorías, las que tenían que hacer las leyes y dar las órdenes, y no al contrario, como había sido hasta entonces.

Los conocidos como «Grises», 1979. Fotografía: Andreu Castillejos (Fuente: Colección: Archivo de la Democracia, Universidad de Alicante).

A veces íbamos a casa de algunos de nosotros a escuchar canciones protesta de autores como Pablo Guerrero, Serrat, Raymon, Lluis Llach, Luis Pastor, Paco Ibáñez… pero también de los Stones, algo de jazz y blues, para contentar a todos, y si venían chicas “liberales”, como se decía entonces, se bailaba con músicas más horteras o convencionales. No hay que olvidar que todavía estaba el furor magnético de las omnipresentes discotecas, en las que yo solía camuflarme de vez en cuando, con otro tipo de amigos. “No todo iba a ser…” También nos invitaba López a su casa y nos enseñaba sus cuadros de un surrealismo onírico y espectral, dibujos que parecían extraídos de pesadillas imposibles. Aquel pasillo ocre, era un auténtico bestiario de microbios patógenos dibujados bajo la mirada atenta de un microscopio electrónico. Allí fumábamos y bebíamos en aparente libertad. El “negro” —que no lo era—, se había empeñado en dormir en pelotas. Decía que en Madrid, donde compartía piso con unos compañeros, dormían en pelotas, y que era moda dormir en pelotas como decir “da bute”. Y le dejamos dormir en cueros, pero solo. Los demás, tirados por sofás o por el suelo, seguíamos escuchando las baladas melancólicas de Dylan y otros. El 68 había llegado como una onda ocho años más tarde. Aunque arribó algo cansada, nosotros le dimos un buen empujón, que fue como una explosión de libertad a mente abierta. Teníamos el gas a tope en nuestros puños, los ojos limpios mirando un futuro. Todo podía ser posible y revisable: el amor, el trabajo, el ocio, las religiones, la ética, la moral, la filosofía, la política… nos convertimos en “beatniks” de los setenta, recorriendo toda la inmensa geografía del pensamiento, para debatir hasta sus raíces.

Fuente: Miguel Hernández Martínez (vía elche.me).

Algunos asistíamos a seminarios “Marxistas” impartidos por avezados jóvenes universitarios de quinto, o recién licenciados en historia, económicas o filosofía. Versaban sobre el nacimiento de la burguesía y los siervos de la gleba, culminando con la lucha de clases y el capitalismo voraz imperialista. Muchos de nosotros, estudiantes y obreros, con modestas ganas de aprender, salíamos aburridos de tanta historia empalagosa, que acababa confundiéndonos más a la salida, que a la ilusionada y vana entrada. Y es que estos “profesores” ignoraban, que las cosas de la política son mucho más sencillas de lo que nos pretenden explicar, sin éxito todavía.


Selección fotográfica procedente de la Memoria Digital de Elche de la Cátedra Pedro Ibarra de la UMH (elche.me) supervisada por el periodista José Filiu.


Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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  • Escribes como Dios y reflejas magistralmente una época fabulosa que desembocó en una Transición esperanzadora, a la que están haciendo fracasar una legión de políticos mediocres, más preocupados por el poder y medrar que por resolver los problemas de España. Un saludo cordial.