Esto es que se era una ciudad que se movía al compás de los tiempos. ¡Qué remedio! La historia marcó sus épocas y las épocas sus costumbres.
Quiero referirme a Alicante.
¡Quién fuera conocedor de la historia, que no solamente aficionado! La Historia, con mayúsculas, es una ciencia apasionante que, al tocar el corazón de tu patria, más si es tu patria chica, te produce emociones difíciles de explicar y, en consecuencia, impulsos, por ejemplo, de ponerse a contar aventuras más sospechadas que reales. Como esta que me dispongo a relatar.
Hubo una vez que desde la puerta de la huerta se abría al principio de la calle Maestro López Torregrosa un cauce, como un barranco, que llegaba hasta la otra puerta que salía hacia Elche, ya cerca del mar. Era el barranco de Canicia que, junto al barranco de San Blas, antiguo Rihuet —que éste corría desde este barrio, bajando por la avenida de Maisonnave, Reyes Católicos y Dr. Gadea, hacia el mar—, eran un verdadero problema, a causa de sus desbordamientos (cuando en Alicante llueve con esa fuerza conocida por todos en otoño), y más en el infecto barrio de Gracia, barrio de marineros y de burdeles.
En el siglo XVIII, el ingeniero Rocha y Figueroa se calentó la cabeza con sus cálculos. Don Ramón de la Rocha quería solucionar estas inundaciones que asolaban estos barrios, algunos periféricos y poco menos que desahuciados, de un Alicante encorchetado entre murallas. El citado Sr. Rocha era natural de la ciudad de Orán y en 1772 era ingeniero del regimiento de Orán, pues había estudiado en la Academia Militar de Matemáticas de esta ciudad del norte de África.
A la sazón, el cauce del Canicia descendía paralelo a la muralla medieval, según creo, por detrás de las últimas viviendas de lo que se llamaría “La Rambla” y desembocaba directamente en el malecón del Puerto. He de creer lo que me cuentan las crónicas, ya que yo no tuve ocasión de conocerlo. No había nacido aún.
La Rambla Méndez Núñez, derribada la muralla del s. XIII, en el XVIII se transformó en un espléndido paseo romántico y, posteriormente, en ese periodo de desorbitada modernización que caracterizó los años medios del XX, en una de las avenidas más importantes de la ciudad por su centralidad y confluencia de comercios y locales de restauración.

El Canicia discurría por detrás del convento de las Madres Capuchinas, que se situaba en el lugar que ocupa hoy el Banco de España.
Incluso el barranco de San Blas, extramuros, empantanaba los arrabales de San Francisco y de Gracia, no solamente haciendo inviable la habitabilidad de sus pobladores, sino también causando epidemias de todo tipo.
Y ya puestos en el siglo XXI, hace unos días caminaba con mi querida esposa por la calle Bailén, ascendiendo hacia la avenida de la Constitución, recordando que ese espacio había sido el curso del citado arroyo, bravo en tiempo de lluvias. Caminaba por la relajante avenida peatonal que desde el Portal de Elche nos lleva hasta el Mercado Central, a través de la avenida de la Constitución, dejando, a la izquierda, nuestro Teatro Principal, del que los alicantinos sentimos tanto orgullo.
Más arriba, un enorme árbol de Navidad (a mediados de noviembre) y, entre el jolgorio, mi nieta Lucía junto a un grupo de chicas treceañeras. ¡Qué más podíamos sospechar encontrar en el camino!
Dejamos a un lado el magnífico árbol de luces y nos encontramos rodeando a una niña que, probablemente, tenía otros planes que el de que unos abuelos la estrujaran y distrajeran del divertido grupo.
Acababan de inaugurar el árbol y la navidad se nos vino encima, de improviso, con sus miles de luces, su alegría, su nieta y esa inevitable emoción que se localiza en medio del pecho. Caminar por el magnífico paseo peatonal que sigue el curso del cauce del Canicia fue una experiencia histórica. Un río de personas, disfrutando del buen tiempo y de una Navidad adelantada.
Historia capitalina y Navidad en las calles que fueron ramblas, con esposa y nieta para disfrutar. Interesante mezcla de historia y presente. ¡Feliz Navidad!