Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Tropecientos hijos de Putin

Fuente: Wikimedia.

Todos sabemos que hay un Putin, al que algunos denominamos, impropiamente, ‘hijo de Putin’, tratando de no implicar, injustamente, a su progenitora. No procede, nunca procedió, utilizar ese insulto, el mayor, creo, de cuantos nuestra maldad humana pudo inventar. Otra cosa es lo que yo digo en el título de este artículo que me cuesta escribir porque corro el peligro de que me acusen de mal hablado y de ponerme de perfil, sin tomar partido claramente a favor o en contra de los tropecientos mil ‘hijos de Putin’ que pueblan el planeta. Es muy posible que los que a mí se me antojan ‘putinescos’ a otros les parezcan fabulosos defensores de la libertad y hasta de la dignidad humana.

Corren tiempos confusos y lo digo a sabiendas de que es una expresión muy manoseada, pero no por eso menos cierta. Es muy probable, además, que siempre fueron confusos los tiempos. Sí, la historia de la humanidad no ha sido ejemplar casi nunca. Pero creo que, a lo largo de muchos siglos, sobre todo a partir de la cristianización de Occidente, hubo muchas guerras y masacres injustas, pero se tenía conciencia de la injusticia, de la inmoralidad, lo que equivale a que había principios sobre justicia y moralidad, tanto a nivel nacional como internacional. Ahora, en cambio, no hay principios absolutos; todo es relativo. Es el triunfo (!!!) del relativismo. Las personas, las instituciones, los gobiernos tienen hoy unos ‘principios’ y mañana otros completamente distintos. Cambiamos de principios con la misma tranquilidad que de ‘opinión’.

Putin y los hijos de Putin, entre ellos Netanyahu, Trump y Jinping, se creen dioses con derecho a apoderarse de Ucrania,  de Palestina, de Groenlandia, de Taiwán y de lo que se les antoje. Y nadie les pone freno, ni siquiera esa ONU miserablemente despreciada por cinco ‘grandes’ con derecho a veto: Estados Unidos, Rusia,  China, Reino Unido y Francia. El pasado día 12, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una resolución apoyando la creación del Estado palestino; llamó a la liberación de los rehenes; condenó el ataque de Hamás del 7 de octubre; pidió al grupo islamista que entregue las armas y ceda el poder en Gaza a la autoridad palestina.

No ha servido para nada. Tampoco sirvió para nada, anteriormente, la condena de la ONU de la invasión rusa de Ucrania. De nada sirven otras propuestas para la solución de conflictos en Sudán y otros países africanos y asiáticos.

De poco sirven las proclamas y otras vanidades de Pedro Sánchez pontificando sobre todo lo divino y humano en nombre de la gente. ¿Cómo sabe Pedro lo que piensa el pueblo español? Yo, y la gente con la que hablo, condenamos a Netanyahu y a su Gobierno, pero distinguimos lo que son el gobernante israelí y su Gobierno de lo que es un pueblo como Israel. Siempre hay que distinguir entre un pueblo, una nación, y sus gobernantes. España era España independientemente de Franco durante el franquismo. Y España sigue siendo España independientemente del sanchismo. Sánchez no es España por mucho que se crea, ni tampoco sus ministros por muy orgullosos que estén de cómo Pedro alentó a manifestarse contra Netanyahu en Madrid. Nuca mejor recordado un viejo dicho trasladado al presente: Sánchez dio una bofetada a Netanyahu en la cara del pueblo israelí, incluso en el rostro de los corredores y organizadores y promotores de la Vuelta a España. Es preciso, por elemental elegancia intelectual y moral distinguir entre lo que significa una nación y lo que son sus gobernantes.  Venezuela no es Maduro y su Gobierno; Nicaragua no es Ortega, su mujer y sus ministros persiguiendo a obispos, a sacerdotes y hasta a las caritativas monjas de santa Teresa de Calcuta.

No cofundamos los culos con las témporas. Sánchez defendió ‘de boquilla’ a los ciclistas. Lo dijo, que todos lo pudimos escuchar. Y a los manifestantes no sólo los apoyó sino que, prácticamente, los arengó para que el pueblo español se levantase contra Netanyahu como se levantó el pueblo de Madrid contra el ejército de Napoleón el 2  de mayo de 1808. Sólo que ahora no había ejército enemigo sino una ‘caravana multicolor’, la Vuelta ciclista a España, en la que sólo había un ciclista de Israel, según cuentan los cronistas, un ciclista al que seguramente le cae tan mal Netanyahu como a los cientos y cientos de judíos que se manifiestan contra su gobernante casi todos los días para que termine la guerra y Hamás devuelva los rehenes. Los ciclistas no pudieron llegar al centro de Madrid. Los manifestantes no fueron pacifistas y, si no, que baje Gandhi y lo vea, que a Dios no lo quiero meter en esto asunto. Gandhi sí era pacifista, pero los pro-etarras y demás activistas violentos de distintas ideologías de ultra-izquierda no se comportaron con el civismo que previó el presidente Sánchez cuando elogiaba al maravilloso pueblo español, ese pueblo que no es el de los que le abuchean casi siempre que aparece en público. Ni Sánchez debe sentirse orgulloso de sus manifestantes, ni sus ministros y ministras deberían repetir como papagayos que se sienten orgullosos de su presidente.

Cada cosa en su sitio. Hay que ser mínimamente objetivos: los  manifestantes no se comportaron pacíficamente y los ciclistas no fueron respetados. La verdad hay que proclamarla, aunque ya sabemos que la verdad suele ser amarga. Por eso los políticos, en general, prefieren la mentira a la verdad. Yo pienso seguir luchando por la verdad, que es la otra cara de la libertad. Condeno contundentemente las barbaridades que está cometiendo la bestia de Netanyahu (también lo hacen muchos judíos en Israel, luchando contra el antisemitismo) y critico, a otro nivel muy inferior, a los peligrosos violentos contra la Vuelta. Acúsese a Netanyahu de genocida, pero no al pueblo judío, al pueblo del Estado de Israel. Es un error confundir las cosas. Oigo, veo y leo que caen en ese error compañeros periodistas y otros escritores.

Antes que con el orgullo de Sánchez y sus ministros y ministras, me quedo con el orgullo para defender la dignidad de todas las personas. Hermanos muy queridos son los masacrados gazatíes y hermanos muy queridos los ciclistas. Hermanos, también, son para mí, los manifestantes violentos, pero hermanos descarriados, necesitados de alejarse de la violencia para encontrar y recorrer los verdaderos caminos de la paz. No apoyemos a  unos partidos políticos o a otros. Busquemos la verdad  que nos hace libres y que es la base de la justicia sin la que no hay paz.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

2 Comments

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  • Qué razón tan verdadera proclama usted, don Ramón Gómez Carrión, porque la Verdad nos hace libres y el Camino es nuestras acciones creadoras de nuestra Vida…
    Un abrazo, Pedro

    • Gran objetivo el de la búsqueda de ‘la verdad’, no ‘nuestra verdad’, asediados como estamos por tanta mentira. Nos carcome la mentira tanto nacional como internacionalmente. Volvemos al nazismo de izquierdas y de derechas ‘haciendo verdades’ de las mentiras mil veces repetidas. Un abrazo.