Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Strangerthingseando

Es imposible no saber de qué estoy hablando, como en su momento lo fue V, la serie de los lagartos que comían ratas, con Diana a la cabeza y el rebelde Mike Donovan, con el que sería Freddy Krueger haciendo de Willy, el lagarto empanao, y luego el agente Mulder y Dana Scully como los protagonistas de Expediente X, pues ahora le toca a los de Strangers Things. Una serie que, resumiendo —que me lo he copiado así, a saco, de la IA— , va de un grupo de niños y adolescentes en el pueblo ficticio de Hawkins, Indiana, que en los años 80 se enfrentan a eventos sobrenaturales, experimentos gubernamentales secretos y misterios que conectan su mundo con una dimensión paralela llamada el «Mundo del Revés» (Upside Down), todo ello a raíz de la desaparición de uno de ellos, Will Byers, y la aparición de una misteriosa niña con poderes llamada Once (Eleven). Ya se ha estrenado la última temporada en Netflix —¡jo! deberían pagarme por publicidad—, yo he llegado a la penúltima temporada, menos el capítulo final, pero se me hacía bola. Pues el caso es que, vayas por donde vayas, allá que están ellos. Por supuesto los del McDonald’s en su happy meal te regalan los muñecos. Son como las canciones de Mecano cuando encendías la radio en los 80/90.

Y como siempre hay un montón de malos, pues el que más llama la atención es el de la primera temporada, que se llama el Demogorgon, que es así como un bicho flaco con cabeza de flor venenosa que es malo como la quina y que bueno, supongo que tendrá su lado sensible porque como ahora todo el mundo lo tiene, pues él no será menos. Pero tiene que dar una imagen.

Bueno, lo digo porque me fui de puente a Madrid y, lo dicho, desde proyecciones en la fachada de la Puerta del Sol, «el oso y el madroño» representados por «el Demogorgon y el madroño», vamos, incluso una ruta por la ciudad para ver todo lo que tenga que ver con la serie, incluidas FNAC, Movistar y hasta en Pull & Bear (una tienda de ropa). Pero que no es cosa de broma, que las arterias de la ciudad están colapsadas por colas infinitas tan sólo para ver eso. Colas que comenzaban a las 9 h de la mañana y a las 20 h de la noche todavía eran infinitas. Para que luego digan que la gente no se moviliza cuando quiere. Que esta semana estaban las huelgas de los médicos y de los profesores; los sindicatos tienen que montárselo mejor porque, por desgracia, no hay color; se hubieran traído en autobuses a la peña que hacía cola, a esos, más lo que hacían cola en la experiencia de la Habitación Azul de Aitana (la cantante, no sé lo que era pero la cola también lo petaba tanto que era imposible cruzar de un lado a otro de Callao), y a los dos días tienen lo que quieren. Que esta gente no se tomaba descanso para ir a almorzar y volver, que no, que se ponían a la cola y de ahí no se movían. Que eso también lo he visto en la plaza de toros cuando venía algún cantante megafamoso; que dormían ahí con sillas la noche anterior, tan sólo para ser los y las primeras y primeros en llegar al escenario. Ahora como se paga la zona VIP, pues bueno. En Murcia también han despertado con alcantarillas con cosas de la serie. A ver, no es lo mismo, pero venga, yo me habría tirado más por el rollo It, lo del payaso asesino de Stephen King, que también tiene peli y serie, pero los de Murcia así lo han querido.

Lo dicho, Madrid está lleno de colas por todos lados. Para todo hay que esperar, incluso para sentarse en las sillas de la estación de Chamartín, porque como el AVE ya no llega a Atocha… Y bueno, como no peleamos por lo mejor y por mantener estatus, pues así nos va. Pero que la peña deja ahí las cosas como antiguamente, cuando ibas al cine y te decían «reserva cinco asientos» porque no estaban numerados, y claro, te las veías y te las deseabas para ver qué cosas ponías encima de las butacas y que la peña no las quitara. Aunque se solía ser respetuoso, aun a regañadientes, claro. Pues eso, que estuve en la estación a medio hacer de Madrid, una hora de pie y una fila de asientos llenos de chaquetas y de maletas delante y que no se te ocurra tocar nada, que aún te la montan, y uno cuando se va de viaje lo hace para estar relajado.

Aunque claro, toda relajación tiene su límite porque cuando ya has andado más de 20 000 pasos (22 000 al día) y llegas al hotel, te das una ducha y te pones a descansar y te pones la tele y, bueno uno es sordo y lleva audífonos, que se supone que es como una especie de altavoz, por mucho volumen que le des no terminas de oír nada; pero es que tu pareja tampoco lo escucha. Pues en lugar de relajarte aún te pones peor y bajas a recepción y dices: «es que no se oye», y es para no molestar al de la habitación contigua. Ya, pero es que no se oye apenas. Y te miran como diciendo: «¿Qué quieres ver? ¿Stranger Things?». Y respiras y cuentas hasta 10, 9 en Canarias, y recuerdas que no te has traído las zapatillas de casa y ves que venden por 2,50 euros esa especie de cartón forrado de blanco y dices «bueno, he bajado de aquella manera, para que haya son de paz y pipa de la ídem, ¡venga! para no ir en calcetines por la habitación, ¿eso da talla?». Y te responden: «¿qué número calza?». Y respondes: «un 45/46». Y te dicen: «sin problema». Y dices; «Pues ¡venga!». Y subes, sin escuchar la tele,y te pones las zapatillas y no te explicaron que sí, que el 45/46 si sumas las dos zapatillas juntas. Y no hace falta que suban ningún volumen, que se te podría escuchar la queja a muchos kms, y que te toca ir por la habitación con los dedos calentitos pero con la mitad del pie fuera. Que me río yo de las hermanas de la Cenicienta. Pero que, como que te has ido de puente para relajarte, y entre las colas infinitas, Madrid que parece en Navidad una procesión de Semana Santa más que por los pasos, porque no puedes dar más de dos pasos seguidos porque la marabunta te lo impide, dices «bueno, venga, vamos a coger el tren, que mañana se trabaja y llevo de pie en la estación viendo asientos vacíos de gente, pero no de personas». Pero bueno, y subes, y vaya, ¡qué casualidad!, tu vagón es lo más parecido a la matinera de un colegio, pero con la mamá para todo y para todos que, a viva voz y sin límite de volumen, nos va a explicar todo lo que vamos a ver durante el viaje, lo que vamos a cenar en cuanto lleguemos a casa y lo pronto que se va a pasar la semana que va a ser más corta porque ya es lunes. Y a uno ya se le está haciendo larga, que se había comprado un libro corto de Benito Pérez Galdós y ya se está haciendo largo hasta el prólogo que no es que uno sea un exquisito y necesite silencio, pero dos horas y media de niños y niñas vociferando en horas extraescolares ya es demasié.

Luego, cuando vas llegando a la estación, ves que la peña se levanta y agarra sus maletas y todo el mundo sabe que hasta que no se detiene el tren no se puede bajar, pero que da igual, que parece que reparten boletos por bajar el primero. Que la peña colapsa el paso central de los vagones de pie y aún quedan más de cinco minutos para llegar, pero que no hay manera, que ya los ves a todos y a todas bajando las maletas. Que esa es otra, si viajas sola o solo no hay necesidad de que llenes el tren con tus maletas, que Orzowei (otra serie de los 80 que sustituyó sin avisar a Mazinger Z antes de los últimos capítulos contra el doctor Infierno) tan sólo llevaba una muda toda la serie y cuando el Óscar Puente consiga que se viaje en pie en tren como si fuera un autobús, —bueno, si no acaba en Soto del Real como el resto de compañeros de escuela política—, no te dejarán que subas más que con lo puesto.

Y uno, mientras baja, le da al coco de lo que ha visto, esas cosas curiosas que se quedan en la retina y, bueno, una de ellas, sobre todo por los tiempos navideños que corren, es lo del elfo LGTBI. Sí, allí, aparte del elfo de toda la vida, pues está la versión LGTBI. Que no sé, creo que tampoco hay que sexualizarlo todo en plan rollo colorines. Cualquier día pues nos aparece Papa Noel con su pareja Macho Man, o que los Reyes Magos eran un trío, o no sé. Parece que todo se ha de sexualizar y un elfo no deja de ser un ser que nada tiene que ver son la sexualidad, es un duende mágico y travieso que vigilia a los niños y niñas durante la Navidad y que crea un ambiente de ilusión, diversión y fantasía. No sé, quererlo contextualizar en un ambiente sexual pues lo dicho, en dos días, veremos a Freddy Krueger, el de Pesadilla en Elm Street, famoso por su atuendo a rayas negras y rojas pues vestir una camiseta arcoiris y llevará sus garras pintadas para poder matar a sus víctimas. Creo que sacarlo todo de contexto no es nada bueno. Y bueno, tengo una amiga que se llama Charo, ya no sé si llamarla así o será un problema el hacerlo.

Y el martes llegó la cruda realidad, bueno más cruda aún. Y cojo la prensa y leo que hay una calle en la Playa de San Juan, al lado del instituto, que dice que va a estar cortada desde el día 1 al 30, y lleva vacía de trabajadores a día 14. Medio mes sin dejar aparcar en una travesía donde pueden estacionar más de cien coches. Evidentemente la peña pues aparca porque suena a vaguería, a broma pesada, a incompetencia y a que llegan las fiestas y se necesita sitio para aparcar. Luego sigo leyendo y me entero que somos la provincia que registra mas contagios de gripe de España porque tenemos la variante K del virus de la gripe que se ve que le ha gustado la zona y campa a sus anchas sin control; que los mayores siguen manifestándose en la Plaza América porque no tienen dónde ir mientras ves a los pudientes tomar cafés, o lo que sea, en las terrazas céntricas y peatonalizadas de la ciudad; que las comidas de empresa son el top ten y que ya empalman con el tardeo y, si se puede, con el nocturdeo, que parece que ya es un clásico casi obligatorio y que, entre otras cosas varias, los nuevos radares, como predijo el Peatonilizador de Nottinghalicantem, el que no cede ante los patinetes para la tercera edad, ya se han conseguido poner más de 15 000 multas en 9 meses. Un parto de multas. Bueno, uno viene de Madrid y resulta que aquí tenemos a nuestro Demogorgon de estar por casa. La de Netflix es la última temporada, creo que el pueblo ficticio de Hawkins está sin peatonalizar. Bueno es que no tendrán una calle San Vicente.

Canción, cualquiera de Robe o de Jorge Martínez (Ilegales), por desgracia o por suerte, parece ser que todos y todas eran fans de ambos. No sé, hay un tipo detrás del espejo que me mira con cara de conejo, quizá Ilegales escuchando La canción más triste (Robe).

Libro, El crimen de la calle de Fuencarral, Benito Pérez Galdós (lo conseguí terminar en el tren).

En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y  lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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