Michel Tournier escribió un libro en 1989 cuyo objetivo fue que los lectores abandonáramos la literatura por completo. Por fortuna, algunos de nosotros hicimos caso omiso y aquí seguimos. El libro en cuestión es Medianoche de amor, un título de lo más sugerente para un libro de lo más enigmático. ¿Dónde se encuentra su misterio? ¿Por qué lo considero un libro que rompe las bases de lo que conocemos como literatura? Pues porque desde la escuela, nos han enseñado que una narración ha de tener su planteamiento, nudo y desenlace; y llega el francés, y en la página treinta y nueve ya da por cumplida esta máxima. ¿Y ahora qué hacemos a lo largo de las doscientas páginas siguientes? ¿Nos tumbamos a la bartola? ¿Playita? Bien, pues tendré que justificarme.
El libro consta de un proemio en el que se nos presentan a los dos protagonistas de la novela: Yves y Nadège cuya relación no pasa por su mejor momento. Deciden separarse. Bajona. Rediós, otro divorcio para las estadísticas. Pero hete aquí que deciden algo singular. Reunirán a todos sus amigos en la playa —la arena y la marea tienen gran relevancia en estas primeras páginas— y les invitarán a que cuenten historias breves a lo largo de esa noche. Al amanecer anunciarán su separación. Puedo imaginar la cara de pavo que se le va a quedar a todo nictálope que haya permanecido hasta el final. Llevamos treinta y nueve páginas, os recuerdo. A partir de aquí, las restantes serán, siguiendo la estructura del Decamerón de Boccaccio o Las mil y una noches, una serie de diecinueve, quizás veinte relatos, que servirán para justificar la decisión tomada por Nadège.

Y ahora me diréis: “Pues no entiendo tanto misterio”. Claro, porque yo os estoy velando cierta información. Sin embargo, seréis vosotros, una vez leídas las historias, los que tendréis que realizar un ejercicio de reflexión forte, forte para intentar establecer el vínculo existente entre los relatos y la decisión tomada por la pareja. Pero no os asustéis, os voy a hacer parte del trabajo. Y es aquí donde se entabla relación con la idea de que este libro no es propiamente literatura sino que, tras un proceso de transubstanciación, la palabra se convierte en operación matemática. Porque este libro es aritmética pura. —¡No huyáis, bellacos!—. Intento explicarme. Tenemos los sumandos de la ecuación (Yves y Nadège). Tenemos la incógnita (su separación). «Ahora, Fulanito», dice el profesor, «desarróllalo»; es decir, ¿cómo carajo interpretamos estos cuentos tan heterogéneos en principio para llegar a resolver la maldita X que ya tenemos?
Es ahora cuando recordamos a ese profesor de Matemáticas que nos repetía una y otra vez su “La clave está en entender el concepto y no sólo en memorizar la fórmula”. Y es que unos textos tratan la pedofilia, otros el amor platónico; unos ahondan en las amistades, otros se dispersan; lo cual me lleva a recordar, cuando yo era escolar, a aquel típico alumno que, aún no había yo leído el enunciado del problema y ya levantaba la mano para dar respuesta —¡Maldito Gonzalín!—. Pero no temáis, Gonzalín ya no está y su lectura será sencilla. Lo difícil es el pospartido. Si eres un alumno perezoso, disfrutarás simplemente de los relatos. Si eres aplicado, intentarás tejer esa red neuronal que sirva para responder dónde convergen las dos rectas. Y aquí es donde quería llegar yo desde el principio. No es sólo un libro que combina literatura con matemáticas, sino que devora el concepto de literatura ya que no despeja la variable. La incógnita está dentro de ti —¡Satanás, sal de mí!—. Terminas la lectura del libro y te ves obligado a empezarlo de nuevo, como si del juego de la oca se tratase, en busca de las pequeñas pistas que ha ido dejando Tournier por el camino de esas treinta y nueve primeras páginas. Te hace falta una nueva mirada.

Y si me has seguido hasta aquí, es probable que no te haya aclarado nada, porque mi intención no es ni mucho menos esa. Nunca lo será. Como un ilusionista, te ofreceré miguitas, mis impresiones para que nades tú solo en alta mar. Por ejemplo, si quieres una mano que actúe como guía podremos barajar la ayuda de Kierkegaard. Un tío muy solemne, seriete, lo sé; pero nos vamos a quedar con un librito suyo cuyo título es La repetición en el que prestigia la idea de reiteración entendiéndola no como copia o rutina, sino como revivencia con profundidad. Recuerda que el mal que adolece a la pareja de Yves y Nadège —aquí está parte del resultado de la ecuación antes mencionada y de lo que el libro trata— es la rutina y el silencio. Sin embargo, el filósofo danés sostiene que la circularidad de la convivencia ritualiza la relación, la sacraliza y le da sentido. A mí no me mires, que los que deciden si romper o no son ellos.
Y por último, y como nueva posible clave para resolver el enigma de este libro, se establece el poder evocador de la literatura, de la palabra. El impulso de conocer ficciones que, como si de una Sherezade se tratase, van limando las horas y venciendo a la noche para reconocerse en ese mundo que habita. La palabra embriagadora cuyo poder te lleva a un nuevo estado embrionario. A la esencia del ser humano. Por tanto, es el verbo, nuevamente, el que resurge de las cenizas haciéndote victorioso de la lectura de este sencillo pero, a la vez, polisémico libro. Así que, en última instancia, la literatura emerge victoriosa. —¡Gonzalín, ahora yo soy quien ha levantado la mano antes!—.












Mucho me temo que vas a fracasar en tu propósito, aunque puede que sea, para ti, un objetivo alcanzable si es que no ya logrado. Un saludo cordial tras disfrutar de tu artículo.
Todo propósito camina hacia la utopía. Lo importante es ese mirar más allá y no tanto su resultado . Muchas gracias por tus palabras.