Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Libros

Sobre «Imposible decir adiós», de Han Kang

Han Kang en la conferencia de prensa del premio Nobel, 2024 Fotografía de Diane Lee (Fuente: Wikimedia).

Por muchas novelas de ficción que uno lea, la literatura no deja nunca de sorprender. Su fuerza reside en abordar un mismo tema desde miradas múltiples, a diferencia de otras disciplinas que se exigen un planteamiento más cerrado. Es por esto que esta reseña no sé si es acerca de un libro en particular, o de un absoluto tan amplio como la literatura. Qué pretencioso por mi parte no escribir la reseña de un libro en determinado, sino de su totalidad, de su valor enciclopédico.

Imagínense la cara de Marisa, la directora de comunicación de la APPA, al preguntarme de qué libro voy a escribir esta semana y mi respuesta es “de todos”. A punto de colapsar, y seguramente arrepintiéndose de haberme permitido colaborar en la publicación, me salta con un “haz lo que quieras, pero no me ocupes mucho espacio”. Se ha pensado el vocativo “loco”, pero educadamente se lo ha guardado. ¡Vaya empresa la mía! Abordar el conjunto de la literatura en un pequeño espacio. Pero yo erre que erre con mi máxima “umbraliana” de “aquí he venido a hablar de mi libro”. Claro, hay truco. Porque trabajo con la lengua y yo estoy muy a favor de la sinécdoque y, por eso, para hablar de la literatura en su totalidad escojo este libro.

Imposible decir adiós, de la premio Nobel Han Kang, se aproxima a uno de los momentos más silenciados y desconocidos de la Corea del siglo XX: las masacres de civiles que tuvieron lugar en la isla de Jeju bajo la dictadura militar. La autora no centra el foco en los acontecimientos más cruentos y desgarradores, sino que encarna el drama a posteriori a través del simbolismo. La nieve, entre otros, con su aparente delicadeza y pureza, y el silencio, con su peso invisible, se convierten en los ejes que sostienen y expanden la intensidad emocional de la obra. Tal vez alguno se parapete detrás de ciertos prejuicios pensando en que estamos ante una nueva novela guerracivilista. ¡Desnudaos de ellos! De los prejuicios, aclaro, no se me vengan arriba. Han Kang no busca únicamente enmarcar la obra en un conflicto, sino que lo que intentará aprehender con este libro es un sentimiento con el que nosotros, ojalá, podamos compartir su resonancia íntima. Con Imposible decir adiós, la autora intentará conservar la memoria y el dolor, pero también alcanzar una extraña belleza que nace de su vulnerabilidad. Como veremos más tarde, se trata de una estética tan marcada que supondrá una superposición que confundirá las fronteras del cine y de la literatura. 

Antes de ubicar mis impresiones en la novela propiamente dicha, quisiera exponer algún dato que nos permita entender la magnitud de los acontecimientos. La masacre de Jeju representa la herida fundacional de la Corea contemporánea, donde la Guerra Fría se manifestó con violencia. Durante los años 1948 y 1954, el ejército surcoreano y las fuerzas policiales, con el apoyo —cómo no— de los Estados Unidos, arrasaron pueblos enteros de la isla. Se calcula que entre 25 000 y 30 000 personas fueron asesinadas sin ningún tipo de pruebas de colaborar con los insurgentes: mujeres, ancianos y niños formaban parte del pelotón de fusilamiento. Otras cifras se acercan a las 60 000 víctimas. Sin ánimo de extenderme más —esto no es una clase de Historia—, la guerra de Corea fue el primer conflicto de la Guerra Fría y laboratorio de atrocidades para otras guerras más mediáticas como fue la de Vietnam. No pretendo incidir en este conflicto desde un punto de vista académico, pero no deja de asombrarme descubrir que Corea vivió bajo dictaduras militares hasta 1988. Es decir, cuando el mundo asistía a los Juegos Olímpicos de Seúl —yo aún recuerdo la camiseta de Cola Cao Seúl 1988—, el país aún transitaba los últimos años de un régimen autoritario. Aquí se dibuja uno de los ejes fundamentales que atravesará la novela y al que luego volveremos: el silencio.

Ciudadanos de Jeju esperando a ser ejecutados. Mayo de 1948. Autor: desconocido (Fuente: Wikimedia).

Imposible decir adiós es la historia de dos amigas, Gyeongha e Inseon. Esta última le solicita un favor a la primera por el cual tendrá que viajar a la isla de Jeju. Este viaje hacia la casa familiar de Inseon supondrá una serie de obstáculos con una fuerte carga simbólica. Tormentas, nieve y viento no serán únicamente fenómenos atmosféricos que arrastren a nuestra protagonista hacia un precipicio dantesco. Los pocos personajes con los que se irá encontrando representan almas que deambulan sobre los cuerpos —representados por troncos— de los acribillados por la barbarie. Estos convecinos prácticamente no responderán a sus preguntas. Agacharán la cabeza y de su boca sólo se deslizarán monosílabos. El diálogo sólo ocurrirá en su imaginación. Como si de una Comala rulfiana se tratase, la nieve le impedirá caminar con ligereza, así como cada copo de nieve supondrá esconder a los muertos de la mirada de Gyeongha. Su carga simbólica encierra un lenguaje sensorial del duelo: fría, silenciosa y blanca como memoria encarnada que sustituye a los ritos funerarios que hasta ahora han sido silenciados. Pese a lo que mucha gente piensa, este paisaje níveo no supone ningún vacío, sino una saturación de sentidos. Esta blancura no borra, sino que marca con más fuerza lo ausente o lo inquietante. De repente, lo que habría sido un trayecto de lo más rutinario, se convierte en un pasaje liminal, un tránsito entre lo real y lo espectral que me hace volver a los cuentos infantiles en los que convivían lo más cándido junto con lo más sombrío. Dependiendo de la mirada, se podrá ver la monstruosidad o la gentileza que subsiste en la naturaleza. Los habitantes de Jeju padecieron las mayores atrocidades sin alcanzar a comprender cómo el destino les había conducido a sobrevivir en cárceles inhumanas o, peor aún, a cavar sus propias fosas. Esa extrañeza es compartida por nuestra protagonista, la cual desconoce la realidad del lugar donde se encuentra y lo que supondrá para el resto de los coreanos.

Pero mi proyecto de impresiones sobre este libro es muy ambicioso. Y ya que me estoy aprovechando de la sinécdoque para explicar la importancia memorialística de la literatura para su pueblo, por qué no ampliarla al campo de la cinematografía. Es que esta novela encierra más de lo que, en un principio, parecía. No os quejaréis. Que por 21 lereles tienes una clase magistral de cine también. No quisiera tampoco establecer paralelismos con el cine de Tim Burton, pero sí me ha venido a la mente ese juego entre lo poético y lo doloroso. La presencia de lo simbólico y lo delicado, sin necesidad de mostrar la masacre en su crudeza. Eso sí, frente al cromatismo impactante del americano, en estas páginas todo se condensa en la intensidad refulgente del blanco. Una vez ya en la casa, en aparente soledad, establecerá un diálogo cargado de enajenación y ensoñación que puede confundir al lector en el que, intercalando narración y crónica periodística, se sustituirá ese silencio tormentoso por el grito de las víctimas de la masacre. También sería buen momento para volver a ver Doctor Zhivago de David Lean donde esa nieve soriana —gran parte de la película se rodó en Soria— es utilizada para mostrar que la historia humana queda inscrita en el paisaje. Que al igual que en la isla de Jeju, la nieve amortigua los sonidos creando un mundo así en suspenso cuya voz —la de los muertos— se convierte en un idioma imposible de olvidar. Y así podríamos continuar en este juego de sinergias con otras películas con las cuales comparte un mismo lenguaje simbólico y narrativo. Me viene a la mente, por último, Déjame entrar —película sueca cuya trama no puede estar más alejada de nuestra novela— pero donde la nieve crea una superficie de pureza e inocencia que choca con la violencia que se ejerce. En Han Kang y en este “cine lácteo” se produce una saturación de sentidos. La blancura no es ausencia de nada, sino fuerza de lo ausente o inquietante que permite desviar el tiro de cámara sintiendo así, el peso de lo no dicho.

Y volviendo a una de las ideas que mencioné al principio de mis impresiones sobre el poder -sea el que sea- que otorga la literatura, subrayo una frase, dos líneas simplemente, que abarcan el valor omnímodo de este libro. A mitad de él surge una pregunta que queda abierta, que limita en una voz queda para que todos nosotros echemos el freno y reflexionemos sobre ella. Que puede ser la clave de todo este devenir de momentos salpicados de blancor, de un blancor que ralentiza el tiempo construyendo así una atmósfera inquietante y poética: 

—Imposible decir adiós. 
—¿Te refieres a que no puedes decir adiós, o a que no quieres despedirte?

Han Kang te entrega el poder de decidir a ti como lector y te sitúa ante un dilema. La pregunta no es simplemente un juego semántico, sino una radiografía que lo que revela es desnudar la diferencia entre tu incapacidad y tu resistencia emocional. Yo tengo claro que aquí la literatura tiene únicamente esa misión de cuestionar, pero no de juzgar. Vamos a ella. ¿Cuál es la opción correcta? ¿Hay, por tanto, opción correcta? Estamos ante un silencio que nace de esa imposibilidad o se trata de un acto de rebelión negándose a escribir el punto y final. ¿Pueden las palabras detener el tiempo? Han Kang a través del universo democrático de la literatura exhuma un hecho deleznable y, a su vez, no culpabiliza a los habitantes de la isla que no pudieron denunciar la situación vivida por ellos o familiares. Aquí Imposible decir adiós actúa de altavoz sin poner el punto de mira en nadie. Sin pedir cuentas a las personas que callaron por tanto dolor. Deja en un lector comprometido la decisión de intervenir en su resignificación. Entre los ciudadanos no puede haber valientes ni cobardes. Cada uno sufrió a su manera y este libro será el grito que moldee su personalidad. 

El silencio. Dijimos que volveríamos a él. Tendremos que esperar a 2003, ya un país democrático, cuando se pide perdón públicamente por la masacre de Jeju. El estigma social, la censura y el miedo habían ocultado el dolor por estas atrocidades. La obra de Han Kang se convierte en un ejercicio de justicia histórica y de reparación simbólica, porque devuelve al presente un trauma colectivo. La obra de Han Kang puede situarse en un horizonte que rebasa las nacionalidades, en el que el énfasis no recae en la representación del conflicto, sino en la exploración ética y estética de la pérdida. Frente a otros conflictos que han estado en primera línea como fue la guerra de Vietnam este, más cruento si cabe, convierte su intimismo en un arma cargada de simbología. El grito de Han Kang que se reproduce con esta novela supone un acto de concienciación para la población coreana. 

Y con ese silencio yo me voy marchando. Imposible decir adiós es la cuarta novela que leo de la premio Nobel. El viaje por sus lecturas recorre los miedos del ser humano. Desde la más famosa y extraña La vegetariana hasta aquellas que quieren poner en solfa las atrocidades que se llevaron a cabo durante la dictadura. Ha dejado de nevar. De nuevo está oscureciendo. Me encuentro al paso con alguno de mis lectores que empiezan a rehuir de mis palabras. El teclado de mi ordenador empieza a enmudecer. Desde el alto de la colina entreveo el final de esta reseña. Marisa, a quien envío mis impresiones, me dice adiós porque ya me he excedido con los párrafos. Eso sí, siento la sinécdoque muy dentro de mí. Somos agua y memoria. Ya cierro, Marisa. 

Luis Marín Franco

Un lector. Mi propósito consiste en demostrar que la vida real únicamente se encuentra en la ficción.

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