Por lo general, lo que escribo aquí lo hago en tiempo real, sin trampa ni cartón y asumiendo los rigurosos riesgos del directo. Hoy toca hablar de los contenedores de basura. De manera que el título bien podría ser: ¿qué coño pasa con tanta basura adornando las tardes y noches ahora por unos días gélidas?
Hasta hace algunos meses, los contenedores eran grandes y, por tanto, con mucha capacidad. Además, se podían abrir sin manipular nada con las manos. Ahora los han sustituido por dos contenedores casi de juguete y con la agravante de que uno de ellos se debe abrir vía código QR y con el móvil. Resultado: toda la calle llena de mierda, ratas y cucarachas que campan a sus anchas, especialmente cuando llega el calor.
Y la pregunta inevitable es la siguiente: ¿Los expertos que deciden estos cambios son, realmente, remotamente expertos? Los siguientes expertos: concejal y alcalde y toda la nube de gente que chupa de nuestros impuestos, no se percatan de semejante error, metedura de pata y cosas así y, por tanto, no se ponen mano a la obra. Manos a corregir semejante cagada.
No exagero nada, ni un poquito, si dejo por escrito que Alicante, hoy por hoy, es una de las ciudades más sucias de España. Cosa que contrasta sobre manera con la excelencia, la pugna, el escaparate, y bien que lo es, de pretender vender en la feria de Fitur, que, como todo el mundo no tiene porqué saber, es una de las ferias de turismo más importantes de Europa y, ya que estamos del mundo. Y seguro que se han logrado objetivos y casi medallas olímpicas en gastronomía, hoteles, servicios en general y la espontánea calidez y simpatía de los que amamos Alicante.
Y precisamente eso, el amor a la ciudad me lleva de puto culo a criticar, a levantar cuántas alcantarillas pestilentes salgan a mi paso. Practiquemos la mejora continua, que tener las calles repletas de mierda nada tiene que ver con mejorar.
Por otro lado, no todos los días cuelgo cosas aquí. A veces te salen las palabras con tanta facilidad como quitarte unas zapatillas con velcro. Otras, las palabras se esconden en el sótano y colocan el cerrojo por dentro. También ocurre que, en ocasiones, me voy por las ramas y casi todo se dispersa demasiado. A veces te pesa el día como cinco sacos de arena mojada y ni siquiera eres capaz de tirar otra vez los dados. Y no exagero si os digo que algunos días espléndidos de sol, la niebla espesa de repente, como un bote de pintura todavía sin diluir en agua.
A veces el letrero luminoso, salpicado de luces y sombras de un matadero, otorga al lugar un aspecto mucho más siniestro.
A veces, a qué negarlo, hay que tratar de ser feliz con las decisiones tomadas.
Hay calles en el mismísimo centro de esta ciudad que, si se te cae algo al suelo, dan ganas de dejarlo donde está.