Estamos en manos de unos partidos que no creen en la moral sino en el Poder con mayúsculas convertido en su único Dios.
Dicen los que saben de esto que el Cielo está lleno de grandes santos que fueron grandes pecadores. Nuestro eximio presidente, amado y odiado a partes desiguales (una reciente encuesta concluía que más del 60 % de los españoles le pide que cambie de aliados para gobernar), no lleva camino de entrar en el Paraíso Celestial, de cuya puerta guarda la llave uno de los primeros grandes pecadores, San Pedro, aquel Simón que negó tres veces a Jesús antes de que cantara el gallo, pero que luego lloró torrencialmente y también murió crucificado en la capital del imperio de Augusto, esa Roma convertida en la Jerusalén del Nuevo y Eterno Testamento.
Todos intuimos algo tan elemental como que la política es el arte de gobernar y que no todo el mundo está dotado para el arte. De ahí que haya aspirantes a pintores que producen adefesios (aunque algunos se coticen económicamente) y políticos que no dan una a derechas aunque sean ultraderechistas y otros que la ciscan por la izquierda aunque se proclamen más izquierdistas que sus socios de ultraizquierda. La gente llega a la conclusión de que los políticos no son gente de fiar, ni los de izquierdas ni los de derechas.
Porque todos son unos mentirosos. No tienen principios. Su principal, su único principio es no tener principios, pues tenerlos les obligaría a comportarse con una moral natural, con honradez, que es lo mismo que para los cristianos tener preceptos obligándoles a actuar de manera adecuada a los mandamientos de Dios. Cuando no hay principios todo es relativismo: lo bueno (y hasta lo verdadero) es lo que me conviene, que hoy puede ser una cosa y mañana otra. Cuando yo acuso a Sánchez de mentiroso, tragaldabas y traidor, tres grandes pecados que comete desde que inició su mandato presidencial, estoy cayendo en un error religioso.
Nuestros políticos, sean del partido que sean, ni son pecadores ni saben lo que es pecado. No tienen mala conciencia. Recuerdo que Carrillo, cuando le preguntaron los periodistas una vez si se había arrepentido de su participación más o menos directa, más o menos indirecta, en algunos de los fusilamientos masivos en Paracuellos de Jarama en noviembre y diciembre de 1936, negó cualquier responsabilidad y juró que tenía la conciencia muy tranquila.
Ya no hay conciencia de nada ni para nada. Como ya dije en un artículo, son tiempos de relativismo, un movimiento antintelectual masivo que asola todas las modernas sociedades. Es el triunfo de la amoralidad total. Quedan y hasta surgen algunos reductos de esperanza; brotes verdes en bosques quemados, como los que nos han mostrado en los pinos de la isla de La Palma abrasados por el magma de los volcanes. Se alzan voces liberadoras, como la del filósofo Fernando Savater, un intelectual independiente, antifranquista de toda la vida, al que las izquierdas intentan boicotear porque no se somete a sus infumables soflamas y, sobre todo, a sus políticas de apoyo a independentistas y a sucesores y apologetas de etarras asesinos.
Es altamente significativo de hasta qué punto se ha degradado la sociedad de nuestro tiempo que ya ni el lenguaje sirve para lo que siempre sirvió: comunicarse y entenderse. Lo normal no es preguntarse qué ha dicho fulano de tal sino qué ha querido decir cuando dijo lo que dijo, pero ya no interesa que se crea que dijo lo que no dijo porque ya no conviene que se crea que dijo lo que dijo. ¿Es eso el lenguaje inclusivo? ¿Qué es lo que incluye el lenguaje exclusivo? Donde esté lo inclusivo que se quite Pedro Sánchez. ¿O es Yolanda Díaz la que tiene que incluirse para entender al inclusivo Garzón? ¿Debe incluirse en el menú un filete de ternera o depende de que el menú sea para Garzón, para Yolanda o para Pedro Sánchez? ¿O acaso el menú de Yolanda tiene que ser transversal con salsa de derecho a decidir y el de Pedro Sánchez se le ha de servir con majado de hierbas variadas tipo ERC, Bildu y PNV?
Estamos en manos de unos partidos que no creen en la moral sino en el Poder con mayúsculas convertido en su único Dios. ¿En qué cabeza humana cabe recurrir a un enemigo (Casado) para poder aprobar la reforma laboral tras años pactando con traidores bilduetarras, nacionalistas e independentistas? No es que me escandalice que Sánchez acuda a Casado, a Arrimadas o (acaso, tal vez, quizás) a Santiago Abascal. Sólo me llama la atención.
Es absurdo decir que todos los políticos son iguales en todo. Yo mantengo que son iguales en tanto en cuanto que no son de fiar. Son inmorales. Me gustaría que fueran creyentes. Que pecaran y que alguna vez se arrepintieran. Que rezaran e hicieran penitencia. Que tuvieran la valentía de ser humanos y no robots reprogramables. Capaces de lo mejor y de lo peor, pero de carne y hueso. Con principios, aunque fallen. Con dignidad. Sin traicionar a España ni a los españoles. Con hermandad, con perdón, con los brazos abiertos unos a otros. Caminando todos juntos, aunque seamos diferentes. Sin mirarnos el ombligo. Nuestras miradas tienen que ir a lo profundo. Como dijo otro gran santo que fue gran pecador, San Agustín: “en el interior del hombre habita la verdad”. San Ignacio, el fundador de la orden de los Jesuitas, a la que pertenece el Papa Francisco (tan admirado por Pedro y por Yolanda), añadió, copiando a Jesús: “¿De qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma?” ¿Pero tienen alma los políticos, aunque no tengan moral? Pues eso.
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Fantástico artículo
Me quedo con que los políticos no tienen ni alma, ni moral ni siquiera una conciencia que les remuerda!!
su único Dios es el Poder
Un abrazo
Gracias, Pilar, por tus palabras. Anímate a escribir más.
Un gran artículo. Enhorabuena.
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