El desarrollo continuado de la inteligencia artificial (IA) provoca a menudo el temor entre la sociedad: ¿perderemos alguna vez el control de estos automatismos creados por los humanos? ¿Actuarán por decisión propia sin nuestro manejo? Estas y otras cuestiones tienen su base en la alta resolución que van obteniendo algunas plataformas y desarrollo de programas que seducen y parecen que substituyan la libre decisión de los humanos. Aunque presuponemos que la mente humana es superior, frente a la evidencia que también podemos perder el control de nosotros mismos en situaciones límites, llegamos a entender que unos mecanismos electrónicos pueden actuar en algún momento sin nuestra supervisión. No hace falta recordar cómo la literatura y el cine ha planteado momentos como este, donde las máquinas ejecutan sus acciones contra los humanos. ¿Os acordáis de dos clásicos como la novela de Isaac Asimov, Yo, robot (1950), ambientada en el próximo 2035, cuando los robots empiezan a decidir por ellos mismos y el caso de Matrix (1999), de las hermanas Wachowski, donde las máquinas han tomado el control de la realidad simulando una vida humana para mantener a la población subyugada?
Aunque en el género de la ciencia-ficción, los últimos avances de la IA han hecho renacer las dudas frente a una posible rebelión de la tecnología y la pérdida de autonomía de los seres humanos. Porque, si nuestra especie presume de ser la más avanzada neuronalmente de nuestro planeta, si también a veces perdemos el control, ¿quién no puede sospechar que un engendro de nuestra creatividad, las máquinas, puedan llegar a hacerlo? Como afirman los expertos, la pérdida de control humana desde una perspectiva neuronal puede implicar la interacción entre regiones cerebrales involucradas en la regulación emocional, la toma de decisiones, el procesamiento de recompensas y la atención. Así, la corteza prefrontal de nuestro cerebro desempeña un papel crucial en la regulación cognitiva y emocional. La disfunción de estas áreas puede dificultar nuestra capacidad para controlar comportamientos. Con todo, es sobre todo la regulación emocional la que puede impedir nuestro propio autocontrol, en tanto que frente a situaciones de estrés o emociones fuertes pueden activar intensamente la amígdala, una región del cerebro asociada al procesamiento de sentimientos. Unas acciones que, sumadas a otros factores, pueden dificultar el libre procesamiento del dominio de nuestras acciones. Si a ello añadimos sustancias externas, como las provocadas por algunas drogas o medicamentos, la situación puede empeorar. Nos convertimos en una especie de autómatas condicionados por unos elementos químicos que alteran nuestros neurotransmisores.
Por este motivo, un engranaje tan perfecto y al mismo tiempo sensible como el pensamiento humano puede verse afectado y ofrecer actuaciones ilógicas e incluso contrarias a nuestro día a día. Pensamos que podemos con todo, que luchamos frente a las adversidades y las superamos, pero en algunas ocasiones tal vez tiramos la toalla y nos vemos desbordados por elementos como la presión social, la fatiga o las emociones intensas. Es el momento en el cual empezamos un fenómeno de autodestrucción, en tanto que no estamos satisfechos con nuestro comportamiento o nos vemos conducidos a las adicciones o a los trastornos mentales como una especie de salida en falso frente a lo ocurrido. Según datos del Ministerio de Sanidad, en los años previos a la pandemia del COVID-19 un 9 % de la población de nuestro país había experimentado fenómenos de ansiedad que habían requerido atención médica. Tras el confinamiento, este dato superó ampliamente el 10 % hasta llegar, con datos provisionales, al 11.5 % del pasado 2023. Tal vez muchos casos no lleguen a consulta sanitaria y quedan reducidos al ámbito familiar, pero lo evidente del caso es su incremento. Frente a la imposibilidad de dominar nuestro radio de acción, por desbordamiento de competencias o simplemente de presión del entorno o de nosotros mismos, el cuerpo pierde su control y requiere una ayuda externa. Frente a este cuadro médico, ¿actuamos correctamente tanto en los tratamientos psicológicos como los sanitarios? ¿Recuperamos el control tras unas sesiones terapéuticas o el consumo de unos medicamentos que relajan artificialmente nuestro cuerpo y nuestra mente? Mientras no cambiemos nuestro modelo de vida, no asumamos responsabilidades frente a las cuales seguramente no estemos preparados o relativicemos los conflictos poniéndonos en el lugar del otro, volveremos una y otra vez a manifestar en nosotros mismos estos episodios destructivos.
El incremento de estos casos de pérdida de autocontrol en los humanos, frente al desarrollo tecnológico, ha potenciado las dudas iniciales que hemos planteado. ¿Pueden, pues, las máquinas tener procesos de descontrol como los nuestros? ¿Podrán en un futuro ofrecer incluso cuadros de ansiedad o de estrés? Es obvio que la IA está diseñada y revisada por los humanos; los diversos acuerdos internacionales insisten en la protección de la privacidad, la seguridad cibernética y la prevención de uso indebido. Pero ¿quién no tiene la duda de que se diseñen estas plataformas para controlar la población cuando, a través de sus algoritmos, se están obteniendo datos de nuestra privacidad con fines económicos, comerciales e incluso de condicionamiento ideológico? Seamos realistas y aprendamos de la modernidad sin olvidar los errores de nuestro pasado. La mejor manera de mantener el control de nuestras decisiones y acciones pasará por recuperar el manejo de nuestra propia máquina, nuestro cuerpo y nuestra mente. No cedamos a las presiones externas, luchemos por nuestro libre albedrío e intentemos entender y comprender los errores y los aciertos del prójimo. De esa manera reduciremos tensiones y viviremos con intensidad y felicidad nuestra vida.
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