Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Pedro Sánchez, Madrid, la máquina del fango, Troya….

Pablo Casado, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias en el debate a las elecciones generales televisado por TVE en abril de 2019 (Fuente: canal de YouTube de RTVE).

La cultura griega, siempre tan precursora y clarividente, puede que ya nos anticipara los extraños acontecimientos que nos rodean. En la guerra de Troya y en muchas de las leyendas que la rodean podrían estar ya algunas de las claves que atraviesan hoy la actualidad, también la convulsa actualidad de nuestro país que, otra vez, se debate entre la esperanza, el miedo, la regeneración y el viejo grito de ¡Vivan las cadenas!.

Para tratar de entender —solo tratarlo, pues todo es demasiado resbaladizo y estas palabras son del pasado viernes— la convulsión de lo sucedido la pasada semana tras esa insólita “pausa política” solicitada por el presidente del Gobierno a través de una carta a los ciudadanos y poder aclarar(se) “si vale la pena seguir adelante”, quizás sirva para echar la mirada atrás. Dar unos brochazos al paisaje que nos trajo aquí.

Quizás —decíamos— nos sirva mirar a su trasluz y recordar qué pasó con Pablo Iglesias, Pablo Casado o Albert Rivera puede ayudarnos. Hacer un mero repaso de qué les ha sucedido y dónde están varios de los principales líderes que han acompañado a Pedro Sánchez en este viaje podría, quizás, ser una buena atalaya desde donde mirar el presente. Y, entonces, vemos que, ciertamente, todos ellos, de una u otra manera, están en la lista de caídos por el mismo o parecido método que intentan forzar ahora —no sabemos si con éxito o no— la renuncia del siguiente, Pedro Sánchez.

Como casos más preclaros estarían los dos Pablos, Iglesias y Casado. Ambas, trayectorias políticas opuestas, pero ambas quebradas por las mismas sombras oscuras que hoy parecen perseguir al presidente del gobierno. En el caso del primero, Iglesias y su partido, Podemos, hoy parece claro que la historia no habría tenido el final que ha tenido sin ese virulento, despiadado y constante acoso —el mismo que denuncia el actual presidente— de algunas de esas fuerzas oscuras contra su líder, su familia y su partido. Y todo desde el principio, desde el momento exacto que algunos entendieron que su presencia en la escena política nacional podría suponer una cierta amenaza a los privilegios o al statu quo de algunos.

La persecución estuvo fundamentada en las innumerables querellas judiciales que años después eran sistemáticamente archivadas, también a través del “campamento callejero” que día y noche y durante años estuvo instalado a las puertas de su domicilio familiar, también a través de los cientos de bulos periodísticos de todo tipo y condición que llenaron miles de horas en los informativos. Eso ya es historia de este país. Y, seguramente, historia muy negra. ¿Alguien es capaz de no ver algún parecido con lo de ahora?

La historia del otro Pablo, Casado, fue si se quiere menos directa, si acaso más sibilina, como una especie de martirio a cámara lenta, una variante de refinada tortura china. Y fue básicamente protagonizada en la sombra por los mismos que arremetieron contra el mundo político de Iglesias y una vez entendieron que Casado tampoco parecía servir a sus objetivos. Que aún siendo de los suyos, no debía serlo lo suficiente. Que no tenía bastante pedigrí para formar parte del club.

Ciertamente, las baterías solo empezaron a disparar morteros de fuego real cuando se evidenció que Casado podría acabar en peligroso verso suelto. Si algún día Casado tuviese el valor de escribir sus memorias, quizás podríamos leer allí páginas gloriosas sobre la “máquina del fango”, esa maquinaria siniestra que ha ido creciendo alrededor y entorno a la comunidad de Madrid, de su presidenta actual, pero también de algunos de sus antecesores y antecesoras, y que está personificada últimamente en ese inefable aprendiz de Goebbels que es Miguel Ángel Rodríguez. Casado estuvo sentenciado varias veces desde un principio, pero firmó su sentencia de muerte política en sus famosas declaraciones en la Cope al atreverse a preguntar si una podía seguir siendo presidenta de la Comunidad una vez conocido que su hermano se había lucrado con casi 300 000 euros por comisiones en la compra-venta de mascarillas en plena pandemia.

Miguel Ángel Rodríguez en 2019, en la investidura de Díaz Ayuso. Fotografía del PP de la Comunidad de Madrid (Fuente: Wikimedia).

Pero hubo más. Del cuarteto de tenores que, de una u otra forma, estaban llamados a ser los principales protagonistas políticos de la etapa post Rajoy —ya saben, los Casado, Iglesias, Rivera y Sánchez— solo queda en pie el último de ellos, Pedro Sánchez. Eso también es historia, porque Rivera, recordémoslo, una vez usado como material de infantería para confrontar en campo abierto con Podemos, fue abandonado por los mismos que habían propiciado su meteórico ascenso. Explicar su meteórico ascenso y su vertiginosa caída es también historia por escribir.

La realidad es que hoy en día Rivera —eso sí está escrito y leído— pasea su palmito por las páginas rosas de algunas publicaciones del corazón; Casado, guarda sepulcral silencio y ha intentado reinventarse en el mundo de la consultoría empresarial a la espera —si le dejan— de poder algún día escribir sus memorias; e Iglesias ha vuelto a sus orígenes y lo hace recuperando su vena periodística a través de su canal Red y, ¡quien lo diría!, sirviendo cañas en la Taberna Garibaldi que acaba de abrir junto a otros en Vallecas. Ese es el paisaje tras la batalla al que deberíamos mirar. Ya se sabe que las sombras casi siempre emergen y se hacen fuertes en la noche cerrada.

Un viejo zorro de la política regional, militante del PP por más señas y bragado en mil batallas, que tuvo altas responsabilidades en una administración autonómica, suele referirse a estos chuscos capítulos que, de forma guadianesca, actúan, también demasiadas veces, con tintes mafiosos, y que han ido emergiendo en la política española en el último siglo y medio para cegar cualquier avance y mejora, con una frase un tanto displicente: “Eso son cosas de Madrid”. Una frase-amenaza que viene a reconocer que Madrid, república independiente, tiene vida propia.

Y puede que sí. Que, efectivamente, Madrid se haya convertido en el gran problema de este país. Un monstruo con siete cabezas, donde cohabitan fuerzas ocultas, fuerzas con intereses propios, que actúan al margen de las leyes de la democracia, que actúan sin control y que, en su locura y desvarío, acaban una y otra vez arrastrando al resto del país hacia el precipicio. Pedro Sánchez sería, entonces, solo su penúltima víctima. Madrid sería así solo una fábrica extractivista para el resto del país.

Dicen que la madre de Aquiles trató de hacer invencible a su hijo sumergiendo su pequeño cuerpo en el río Estigia, pero que al tener que sostenerlo por el talón, inevitablemente esa pequeña parte del pequeño Aquiles quedó expuesta y vulnerable. Y, como sabemos, efectivamente el gran héroe de la Guerra de Troya falleció cuando una flecha envenenada le alcanzó justo ahí. De eso parece que va también ahora la pelea que ya ha dejado fuera de la ecuación del poder a lglesias, a Casado, a Rivera y que ahora amenaza repetir jugada con el actual presidente de la nación.

Sea cual sea su decisión, la del presidente, nada augura a pensar que las trompetas de la guerra sucia vayan a parar en su actual acometida. Una vez puesto al descubierto el talón de Aquiles es fácil vaticinar cuáles serán los acontecimientos que esperan a Pedro Sánchez. Que nos esperan a todos. Si tantas veces funcionó el veneno, ¿qué nos puede hacer pensar que ahora vaya a ser diferente?

Quizás, y por acogernos a la liturgia de la historia del principio, la única esperanza sea recordar que, pese a la dolorosa muerte de su héroe, Grecia aún logró salir victoriosa de aquella contienda.

Pepe López

Periodista.

2 Comments

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  • Tras el regreso de Sánchez, espero tu segunda narración novelada dentro de una posible trilogía de esta época convulsa de la historia de España.

    • Hola Ramón, no la habrá -en principio- pues la montaña más bien parece que parió un ratón… aunque haya llenado ríos de tinta. Un abrazo!!