Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Parásitos

Uno no sabe bien porqué suceden estas cosas, pero suceden. Desde hace unos días me sobrevuela la dichosa palabra. Intento alejarla, espantarla, pero vuelve, insistente, a mí. Y, de seguido, me interroga dejando una ligera dosis de miedo, desesperanza y preocupación. ¿Volverá a ocurrir otra vez?

Se trata de esa condición mayormente animal, pero que ha encontrado gran acomodo entre los seres humanos, y que podríamos definir como esos seres, virus, o entes, y vete tú a saber qué más, que viven de estar apegados a otros. Solos, no son nada. Respiran porque otros respiran. Comen porque otros les posibilitan alimento. Viven de chupar la sangre a esos otros y andan tan incrustados en piel ajena que parece que formaran parte de ella, pero que mirados al microscopio son claramente cuerpos extraños.

Isabel Díaz Ayuso (Fuente: Comunidad de Madrid).

Son, en el terreno humano, gente siempre dispuesta a dar lecciones de lo que debería hacerse. Casi siempre, eso sí, cuando la tormenta ya ha pasado de largo. Tienen la receta para todo y a todas horas, pero mientras el viento arrecia son ávidos en ocultarse en las bodegas del barco (“No sé cómo se hace eso de cerrar Madrid”, Isabel Díaz Ayuso, 12 de marzo). Son, así en general, perezosos, avaros, clasistas, ególatras, camaleónicos, pero hacen ver que están todo el día sin parar de hacer dicen– el bien. Su discurso y sus hábitos rotan según el viento de la historia. En eso sus principios son reconocibles: suelen cambiarlos según las circunstancias.

Como los virus, ellos también mutan, pero su objetivo siempre es el mismo: no matar del todo, dejar algunos vivos, pues sin ellos, ya lo hemos dicho, no son nada. Vivir a costa del otro es su ADN. Descubren una idea y se aferran a ella como si fueran las tablas de la ley, incapaces de producir algo nuevo, de arriesgar. Y cuando lo hacen es porque al otro lado ya hay una potencial víctima que espera. Ese es, más o menos, su modus vivendi.

Los hay de muchos tipos y condición. Su pelaje externo no es muy diferente al de la gente normal. De ahí el problema, pero su capacidad de infectar y contaminar al cuerpo social es grande. Pero quizás, lo más peligroso para la salud social son aquellos que pasan por lo contrario. Que parecen hiperactivos. Que hacen ver que su condición es el trabajo, la constancia, el esfuerzo, pero en realidad si miras su hoja de servicio solo ves páginas en blanco con corta y pegas de aquí y allá, repletas de mentiras y falacias.

En la multipremiada película Parásitos empiezas a verla y enseguida piensas que los parásitos son los de abajo, esa familia que malvive en un sótano medio infecto con trabajos precarios, comida basura, wifi basura, pero cuando terminas de visionarla ya no lo tienes tan claro. ¿Y si los parásitos fueran los que están arriba, esos que viven en la lujosa mansión que ellos acaban por ocupar? Es más, estás seguro: los parásitos, si tienes que pronunciarte, serían los de arriba. Los ricos en la escala social.

Y es que sucede que son tan hábiles que su estrategia es la confusión (“Si no pueden convencer, confunde”, afirma una de esas frases-elixir que recorren estos días nuestros móviles), la mentira, que siempre exageran para esconder su verdadera condición. Son del tipo de gente que hablan continuamente de privatizarlo todo. “Voy a convertir a Madrid en la gran industria de la sanidad”, se oyó decir también una tarde de éstas a la presidenta de Madrid cuando la tormenta del bicho arreciaba más, confundiendo salud pública con industria sanitaria en un atrevimiento que sonroja.

Luis Argüello, portavoz y secretario general de la Conferencia Episcopal (Fuente: Conferencia Episcopal).

En ese mismo palabro –parásitos– pensé cuando la otra tarde –ahora que parece que hay más tardes que nunca– escuchaba los “peros” y el rastro de extrañeza y dolor que habían dejado las palabras del portavoz de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, a la proyectada y nonata renta vital básica que tantos titubeos provoca en el gobierno de coalición, una opinión expresada en contra incluso de la de su jefe de filas, el papa Francisco de Roma. No digo que todos, claro, pero algunos la verdad es que parecen hacer méritos sobrados para entrar dentro de esa clasificación.

Otro ejemplo. Esa misma expresión me vino a la cabeza cuando la vicealcaldesa de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Alicante, Mari Carmen Sánchez, compartió una grabación en su red social de Instagram y donde el gran mensaje, la gran reflexión, tras más de un mes de confinamiento, era que se aburría mucho, pero que mucho. Vamos que ni Netflix, ni los libros…, lograban atenuar su estado. Hasta una decena de veces creo lo repetía en apenas 40 segundos de grabación. Luego, claro, pidió disculpas. Si, pero ahí sigue. Aburriéndose. Parasitando.

Tampoco andaba muy lejos de esa palabra –parásitos– cuando estos días leía que más del 80% de los ciudadanos de este país manifestaba una y otra vez su deseo, su petición, su SOS, de un acuerdo de reconstrucción nacional o como puñetas se le quiera apellidar y, por el contrario, el escaso porcentaje de “síes” de las muestras demoscópicas cuando la pregunta era matizada: ¿Crees usted que (ahora) será posible llegar a ese acuerdo? ¿Quiénes son aquí, en esta película, los potenciales parásitos? ¿Los de arriba? ¿Los de abajo? ¿Los políticos? ¿Una parte de ellos?

Si miras con amplitud podrías pensar que uno de los grandes problemas de este país ha podido ser precisamente este, la gran eclosión de esta especie en nuestra historia reciente y no tan reciente. Releyendo estos días el libro del escritor alicantino Mariano Sánchez Soler La Familia Franco S.A., bien pronto te das cuenta de que un buen resumen podría ser este: el gran éxito –también el gran fracaso, entre otros muchos, claro– del franquismo fue crear una tupida red de parásitos. Decían vivir para salvar no sé cuántos destinos, pero en realidad casi todos ellos parasitaban y vivían al amparo de la voluntad de un hombre materializado todo en la rapiña del Estado, en el tráfico de influencias y en el reparto de los permisos de exportación/importación que se repartían en el casino de la desvergüenza económica que fue el Palacio de El Pardo S.A., y cuyo resultado fue la más absoluta concupiscencia económica entre familias, apellidos y medallero militar que se haya podido dar en la historia reciente de un país moderno.

Y bien mirado también, pasado el tiempo, la corrupción ha sido –sigue siendo– el gran problema de este pueblo, porque los parásitos han ido cambiando de bando, adaptándose a las nuevas circunstancias y condiciones que el medio ambiente político y social les ha ido brindando sin que los tratamientos y vacunas hayan sido utilizados con la eficiencia que habría sido de desear.

Eso me preocupa. Que cuando salgamos de aquí no hayamos aprendido mucho. Y que cuando el bicho que nos tiene medio paralizados, otro virus silencioso y asesino haya aprovechado este tiempo de dolor y muerte para ir haciendo acopio de nuevas víctimas, para ir silenciosamente horadando galerías y buscando la forma de camuflarse, de seguir engordando sin trabajar. De que los nuevos parásitos estén ya aquí entre nosotros y no seamos capaces de verlos, de reconocerlos. Y que, otra vez, este país se vea envuelto en la nebulosa de ser gobernado por una caterva de iluminados que nos vuelvan a hablar de lo mismo que llevan hablando desde hace más de 200 años. Y que no es otra cosa que una buena parte de su clase dirigente siga dedicada, de una u otra forma, a parasitar el presente común y cegar el futuro. Eso me preocupa.

Pepe López

Periodista.

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  • Observar la gestión de la crisis covid19 que está haciendo Alemania es interesante para poder reflexionar sobre lo que expones. Nos guste o no, la cultura de los pueblos, dice mucho de su política. Bien está reconocer nuestros límites pero también encarar nuestras ruindades, esas que deseamos sean superadas pero que emergen cuando se baja la guardia o nos vienen nuevas.
    Todos los buenos hispanistas nos lo hacen saber, la corrupción ha sido y es nuestro mal. Y no sólo la corrupción económica y política, también la que habla de nuestras actitudes y comportamientos. Miramos con excesiva benevolencia a los parásitos, a los que viven del cuento. El trabajo sigue siendo visto como un castigo, nuestra cultura católica. Puede pensarse que algo tendrá que ver?

    • La cultura del dinero fácil, de la tierra de las oportunidades que predican a un lado y otro quienes deberían reforzar la cultura del esfuerzo, los programas de TV que venden enriquecimientos repletos de la nada más absoluta, la facilidad para admirar a vendedores de crecepelo y hablar mal de la cultura, de la ciencia, de la corresponsabilidad en la empresa… todo eso es lo que nos ha traído hasta aquí