Terminaba mi artículo anterior con las últimas palabras del libro del doctor Sans Segarra, La supraconciencia existe: vida después de la vida:
“Las experiencias cercanas a la muerte (ECM) son un fenómeno frecuente que se presenta en pacientes diagnosticados de muerte clínica. Existen pruebas objetivas certificadas y pruebas con base científica que nos permiten afirmar que la muerte física no es el fin de nuestra existencia, sino que persistimos en otra dimensión energética, nuestra supraconciencia. Las vivencias que se presentan durante las ECM son reales. Esta conciencia no local o supraconciencia, nuestra auténtica identidad que nos hace únicos e irrepetibles, es holística con la conciencia o inteligencia primera, es decir, tiene sus propiedades: la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia”.
No hace falta ser un genio para deducir que lo único que puede ser omnipresente, omnisciente y omnipotente es Dios, para, a continuación, argumentar que los humanos llegamos a la otra vida para participar en esos atributos divinos gracias a que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. Que sí, que somos distintos al resto de animales por más que muchos de nuestros semejantes se muestren absolutamente irracionales. Y no sólo los políticos, de los que hace unos días escribía el eminente profesor alicantino Asencio Mellado:
“O cambia la política o el desencanto terminará en la quiebra de un modelo que se está resquebrajando en manos de insensatos incapaces de ver el peligro y el hartazgo. La confrontación no puede normalizarse porque al final suele estallar y hacerse real de diversos modos. Y uno de ellos es la opción por soluciones radicales, a ambos lados, que nunca fueron buenas. Nuestra Transición fue inspiradora, pero llegaron quienes eran incapaces de ser algo en un sistema de acuerdos y de convivencia y necesitaban la España de siempre, en la que sólo cabe la batalla entre bandos. Y esa batalla rancia y oscura, pasada y anacrónica, es el campo imprescindible para quienes nada pueden ofrecer fuera de la ceguera del enfrentamiento nacional”.
Mira por dónde se me ha colado la política en estas reflexiones filosóficas y teológicas que apuntaban a cosas más altas en la vida de los seres humanos. Y con ello vamos a seguir no sin desear (casi seguro que inútilmente) que los políticos empiecen a reflexionar sobre lo absurdo que es utilizar el poder para creerse dioses y dueños de vidas y haciendas, cuando debería ser un medio para servir a los demás y no para servirse de los demás. Jesucristo, que era Dios, se hizo hombre para servirnos, para lavarnos los pies con agua y nuestros pecados con su sangre. Es la manera de, tras esta vida, ascender a la vida en la supraconciencia, en el reino de los cielos, en el paraíso celestial, del que nadie está excluido.

No somos basura. Tenemos condición de inmortales. Nuestro futuro, el de la vida después de esta vida, es de la máxima categoría: omniscientes, omnipresentes y omnipotentes. Pero sin olvidar que, completando lo que digan los científicos e investigadores que cita el doctor Sans Segarra sobre las ‘experiencias cercanas a la muerte’ (ECM) y la supraconciencia, muchos santos místicos del cristianismo se adelantaron (en consonancia con las enseñanzas de la Biblia, sobre todo en los Evangelios) a proclamar la inmortalidad del ser humano. Santa Teresa iniciaba un hermoso poema con estos versos:
“Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di,
puso en él este letrero,
que muero porque no muero”.
Y san Juan de la Cruz, coetáneo y amigo carmelita de Teresa de Ávila, compuso versos parecidos, uno igual:
"Esta vida que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir
hasta que viva contigo:
oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero porque no muero".
Conclusión final y respuesta a la pregunta del título: “somos todo” en lo que muchos científicos llaman supraconciencia y los creyentes llamamos Dios, un Dios que es amor y que, hecho hombre, nos dio un mandamiento nuevo, que nos amemos los unos a los otros. Y que amemos incluso, admirado amigo Asencio Mellado, a nuestros enemigos. Amén.












Maravilloso artículo. Un abrazo maestro.
Gracias. Un abrazo.
Sans Segarra, inteligencia; Santa Teresa y San Juan de la Cruz, paradigmático ejemplo que contagia sabiduría divina… Qué en tus recuerdos vivo a ratos y en los míos vives como maestro… Amar a quien un día fue enemigo por sus actos o los míos, desde las acciones en el Amor y la hermandad…