Una vez más tengo que recurrir a Juan Ramón Jiménez cuando escribió: “inteligencia, dame el nombre de las cosas”. Es muy importante dar nombre a las cosas para que no nos hagamos un lío al hablar, al escribir y hasta a la hora de legislar. Igual que no se debe llamar a una misma cosa con dos nombres diferentes, no debe darse el mismo nombre a dos cosas distintas. Traigo esto a colación por lo del matrimonio igualitario, de cuya regulación legal por el Gobierno de Zapatero se cumplen ahora 20 años. Muchos medios han celebrado la efemérides como si se tratara de un acontecimiento mundial. Muchos jalean que hemos sido pioneros y tenemos la gloria de que nos han imitado numerosos países. Incluso le ha dado el Gobierno una medalla importante a Zapatero coincidiendo con los 20 años de ‘su’ ley: la Gran Cruz de la Orden de san Raimundo de Peñafort, distinción que hasta ahora sólo se daba a grandes juristas. Zapatero es un simple licenciado en Derecho y nunca ejerció de abogado. Se dedicó de lleno a la política con exclusividad tras haber sido, durante tres cursos, profesor colaborador en la Universidad de León, colaborador sin hacer oposiciones y gracias a tener padrinos. El Gobierno le ha concedido la alta distinción por iniciativa del ministro de Justicia y compañero del PSOE, Félix Bolaños. Una injusticia de tal calibre que varios juristas en posesión de tan alta distinción anuncian que renunciarán a ella por la politización que Bolaños y Sánchez han hecho de la condecoración.
Además, no es cierto que fuimos pioneros. Mis indagaciones concluyen que el primer país que reconoció la legalidad de las uniones civiles entre personas del mismo sexo fue Dinamarca en 1989, mientras que Holanda es pionera en la unión de homosexuales con ceremonia religiosa incluida para parejas protestantes. Los católicos holandeses no pueden casarse por la Iglesia, como pasa con los católicos de cualquier país. La Iglesia, con el papa Francisco, lo único que autorizó es la bendición de parejas homosexuales, pero sin boato y dejando claro que lo suyo no es matrimonio, sino emparejamiento de hecho. El matrimonio católico sigue siendo exclusivamente entre un hombre y una mujer. La Biblia, en su libro primero, el Génesis, dice: “Y creó al hombre; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó”.
Muchos de ustedes recordarán la polémica que se generó, en diciembre de 2023, con el documento emanado del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, un órgano del Vaticano, texto que obtuvo el visto bueno del papa Francisco, un documento que permite a los sacerdotes ‘bendiciones espontáneas’, diferentes de las sacramentales, a parejas del mismo sexo, pero deja bien claro que las relaciones sexuales sólo son lícitas dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer, recalcando, por tanto, que las uniones homosexuales no son ni pueden ser matrimonio entre católicos. Las relaciones sexuales tienen que estar abiertas a la vida de un nuevo ser. Las relaciones sexuales extramatrimoniales son consideradas pecaminosas.
A lo largo de la historia de la humanidad, desde muy antiguo, hubo relaciones homosexuales, pero nunca fueron consideradas matrimonio. España, tras Dinamarca y Países Bajos, legalizó el matrimonio homosexual. Zapatero cayó en el mismo error de los gobernantes daneses y holandeses, confundir una pareja de hecho con un matrimonio. Había que legalizar las parejas de hecho con todos los derechos que hubieran de tener, sin discriminación alguna. Y es que distinguir entre pareja de hecho y matrimonio no es discriminación, sino una realidad como un pino. La unión de hombre y una mujer no es la misma cosa que la unión de un hombre con un hombreo o de una mujer con una mujer. Es una evidencia que no necesita grandes filósofos y juristas para entenderlo. Las evidencias no precisan de demostración. No hacen falta argumentos. La realidad es la que es. Lo otro, el empeñarse en decir que una cosa es lo que no es, resulta relativismo mental y moral. No se trata de discriminar a nadie; no se trata de rebajar la categoría humana de gays y lesbianas. Tampoco es que haya que tirar cohetes y sostener que los homosexuales deben ser discriminados positivamente, puntuando, por ejemplo, por encima de los heterosexuales en el caso de empate a puntos en oposiciones o en méritos para optar a determinado puesto de trabajo. Igualdad total en derechos y obligaciones. Pero sin destrozar el idioma. ¡Inteligencia, dame el nombre de las cosas!
Dedico este artículo (especialmente, no solamente) a mis amigos homosexuales, algunos de los cuales tienen una inteligencia superior a la mía. Uno de ellos dijo públicamente que está en contra, por dignidad, de algunas lamentables celebraciones del orgullo gay. Hay que reivindicar la igualdad con todas las fuerzas y con todas las manifestaciones y concentraciones que haga falta, pero hay que huir del exhibicionismo cutre porque genera rechazo. Seriedad, dignidad. Y castigo ejemplar para los indeseables homófobos, que son pocos, pero los hay.
Completamente de acuerdo.
Gracias.
Igualdad y humanidad, comprender los mensajes dos d felicidad ajena, si bien el matrimonio por Amor es mucho más que un emparejamiento…
Un abrazo, maestro Don Ramón Gómez Carrión…
Fresquitas siestas te deseo…
Un abrazo.