Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Historia

Maestro Benavente

Detalle de la exposición "La Banda. 200 años de música en Aspe", julio-diciembre, 2025. Foto David Benavente.

Con delicada maestría, la de quien lo ha hecho durante años, sin casi prestar atención a los gestos tan bien sabidos, desmontar las piezas del clarinete y entregar cada una de ellas al abrazo del terciopelo que las aguarda en su estuche. Ajustar los engarces y cerrar suavemente lo que será, en adelante, su morada. Renegar del silencio. Y sentarse a la fresca del patio, bajo los pinos, a esperar a que vuelva a sonar la música. 

El clarinete del maestro Benavente, cedido por su hijo Antonio Benavente López para la exposición «La Banda. 200 años de música en Aspe». Foto David Benavente.

Cuando en 1910 Antonio Benavente Alenda (1910-2000) nació en la villa de Aspe, el mundo no era tan reciente como para que muchas cosas carecieran de nombre, como habría imaginado la literatura, ni el río Tarafa tenía piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos. Muy al contrario, la vida de Aspe transcurría sosegadamente, mientras sonaban de fondo musical los acordes de la banda de música, cercana a la celebración de su centenario. Y él, que pronto sería músico y, más adelante, maestro de músicos, educando de jóvenes armados de sueños en clave de sol, pateando cargados de partituras las calles de su pueblo, y de tantos otros, en tardes de fiesta o de procesión, vivió intensamente la vida de la banda. Él, músico y maestro, maestro y músico, sin que podamos establecer preeminencia en el orden. Él, el Maestro Benavente. 

Antonio Benavente Alenda. Foto cedida por su hijo Antonio Benavente López para la exposición «La Banda. 200 años de música en Aspe». Foto David Benavente.

La música marcó su vida desde niño. Vinculado a la banda de música desde muy joven, se marchó voluntario a hacer el servicio militar en Oviedo donde se encontraba el maestro Gilabert y allí continuó su formación y su práctica del clarinete, sin tocar un fusil, pero armado de su instrumento y listo para defender la paz por la música. Sin embargo, la paz se mostró esquiva en esa primera mitad del siglo XX y el sonido de la banda sonora de la época cambió la música de las tardes de baile y entretenimiento de los domingos, y de las noches felices de verbena en el pueblo, por las marchas y los himnos, y a las bandas les fueron asignados bandos y, unos y otros, perdieron el hilo del pentagrama y volvieron distintos, ansiosos por el reencuentro bajo el cobijo de las melodías y el amparo de la banda.

Resulta sencillo identificar la emoción, cómo el recuerdo nos eriza la piel hasta las lágrimas. Un solo de clarinete, detenida la banda y todos, arriba y a pie de escenario, pendientes del sonido que el instrumento va liberando con cada nota: música, en estado puro, iniciática, sencilla, aprendida de memoria en horas de ensayo, en una mezcla justa de vocación y de sacrificio. 

Luego vinieron los años de trabajo en una de las muchas fábricas de muebles que hubo en Aspe, pulimentador de la madera, dando tersura y lustre a lo que serían piezas para el hogar de tantas familias. Y la música, siempre la música, recorriendo con la banda pueblos y ciudades, participando en homenajes y tocando en visitas importantes, compartiendo bocadillo con los compañeros, años de cartilla de racionamiento y supervivencia, y de mucho trabajo y dedicación. Un músico de los pies a la cabeza, con el oficio de quien ama la profesión y se entrega a ella, con la rectitud del hombre serio, con la fuerza y la serenidad del solista, con la vocación del maestro que le saca horas al día, y a la familia, para entregarse a la educación musical de los demás, ante los ojos llenos de orgullo de su propio hijo quien disfruta de la estampa: su padre, maestro, enseñando solfeo a los niños del Ateneo Musical. 

Y la edad, avanzando inexorable, demasiado rápido, demasiado cruel cuando exige someterse a las despedidas. Primero, dejar de tocar, entregar el clarinete en su estuche a la banda para que otra boca, otro aire, lo recorra y lo haga sonar. Luego la enseñanza, demasiado esfuerzo, muchas novedades, nuevos aires, nuevos tiempos, nuevas costumbres. Y, más tarde, a la esposa, Carmen, compañera de vida desde la juventud, con la que se había casado en 1936, paciente seguidora del hombre y del músico, madre de sus hijos Octavio y Antonio, el sereno reposo del trabajo y la enseñanza, compartiendo tardes de música clásica y zarzuela en la radio y con los primeros radiocasetes, la clave que ataba las líneas del pentagrama para que no se escapara ni una sola nota de la sinfonía que escribieron juntos.

Detalle de la exposición «La Banda. 200 años de música en Aspe», julio-diciembre, 2025. Foto David Benavente.

Pero aún tuvo tiempo para saborear la emoción y el orgullo del reconocimiento de su pueblo, y pudo disfrutar de dos homenajes en los que supieron demostrarle, en vida, como debe ser, que también ellos estaban orgullosos de su trabajo, agradecidos por su dedicación, felices de haber compartido con él un periodo importante entre todos los momentos importantes de este camino que los ha llevado al bicentenario. Y él, inmensamente feliz, todavía tuvo fuerzas para unas palabras de agradecimiento a todos «sus nietos», como llamaba a los alumnos a los que instruía, en el homenaje por los 50 años de maestro de músicos. 

Dicen que en Japón los profesores son los únicos individuos que no tienen la obligación de inclinarse en reverencia frente al emperador. La explicación es tan sencilla, y tan obvia, que pensar que no forme parte de nuestra cultura sorprende y avergüenza en la misma medida: porque sin un buen maestro nunca podría darse un buen emperador. Gracias, maestros, gracias por recordarnos cuánto os debemos, cuánto hemos aprendido de vosotros y cuán útiles han sido vuestras enseñanzas. Gracias, maestro Benavente, por el viento de tu vida cruzando el tubo desde la boquilla, mientras tus dedos acarician con suave presión las llaves, y que nos ha permitido seguir bailando la vida al son de un solo de clarinete.

Recorrer una exposición es, siempre, un acto de amor. Despojarse de las pequeñas miserias que asolan nuestra cotidianidad y lanzarse a transitar por la vida, la suerte, la aventura y la desventura ajenas plasmadas en el trazado expositivo es, sin duda, un acto de amor. Y, cuando el camino viene marcado por las líneas del pentagrama, sabemos, de antemano, que no solo nuestra mirada saldrá enriquecida del viaje, sino que desde entonces, y para siempre, nos acompañará una música vital nueva. Si, además, este viaje nos lleva hasta 1825, año del acta de constitución de la banda de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, cuando las óperas de Rossini, los rondós de Chopin, los valses de Strauss (padre), las sonatas de Schubert o las sinfonías de Beethoven llenan Europa de música, podremos entender perfectamente no solo el valor de lo que nos rodea, sino la imprescindible necesidad de tenerlo a mano, bajo el ojo ávido de historia de nuestra soberbia modernidad, celebrando con entusiasmo los 200 años por los que ha caminado la Banda del Ateneo Musical Maestro Gilabert de Aspe. Y así, sin darnos cuenta, la línea del pentagrama se convierte en la línea del tiempo de nuestra propia historia, la de todos y cada uno de los actores y espectadores de esta Historia, con mayúsculas, que nos envuelve y nos hace ser quienes somos.

Exposición «La Banda. 200 años de música en Aspe», julio-diciembre, 2025.

Exposición la Banda 200 años de música en Aspe – Ayuntamiento de Aspe

Ateneo Musical Maestro Gilabert | Aspe | Facebook

La Banda. 200 años de música en Aspe — Exposición «La Banda», para celebrar el bicentenario del Ateneo Musical Maestro Gilabert. Recoge partituras, instrumentos y recuerdos cedidos por numerosas familias de músicos de Aspe, y rinde homenaje a todos los músicos de Aspe. En la Sala de Exposiciones Miguel Calatayud hasta el próximo mes de diciembre.

Cristina Llorens Estarelles

Bibliotecaria de la Escuela Europea de Alicante.
Subdirectora de Documentación Instituto Juan Gil-Albert (2015-2019).

3 Comments

Click here to post a comment

Responder a Cristina Llorens Estarelles Cancel reply

  • Estoy seguro de que el maestro Benavente está leyendo, emocionado, la sinfonía de las palabras que les has dedicado a él y a ‘su’ banda. Y les pondrá música. Y tomará su clarinete celestial (igual al suyo de siempre, milagro fácil) para deslizar pentagramas en honor de ‘su’ Virgen de las Nieves, ‘La Serranica’, Patrona de Aspe y de Hondón de las Nieves, donde estos primeros días de agosto la festejan con amor grande. Bello artículo para un pueblo culto y para uno de sus hijos más distinguidos. Todo elogio se queda pequeño para Aspe, para el maestro Benavente y para tí.

    • Querido Ramón, gracias por tu lectura siempre atenta y emocionada de mis textos. Todos los maestros merecen un homenaje constante, y muy especialmente los maestros de música de pueblos como Aspe, o Altea, y tantos otros, que han dedicado su vida a la formación de niños y jóvenes en las bandas de música. Todo un ejemplo de magisterio, de generosidad y de entrega a la música y a su pueblo. Este, ademas, especialmente porque me llega muy al corazón desde el lado de mi familia política. Ya ves, alguna cosa buena tiene la política 😉 un abrazo fuerte