Para el planeta entero y especialmente para la potencia imperial dominante, los Estados Unidos de América, Europa fue durante la segunda mitad del siglo XX un colchón frente al oso soviético. Desaparecido éste continuó siéndolo frente al expansionismo ruso. Incluso era una manera efectiva de restarle adeptos. La mayoría de antiguos paises del llamado telón de acero querían estar en la Unión Europea, en el mercado de la abundancia, la protección social y la libertad. Hoy pintan bastos. Para el actual inquilino de la Casa Blanca esa Europa más bien parece una molestia.
La crisis económica está aupando al poder opciones que parecían desterradas de nuestro tablero político. Los mismos postulados que nacionalistas de pro como Adolf Hitler o Benito Mussolini defendían en el viejo continente de los años 30 y 40 con su vestimenta paramilitar, hoy son esgrimidos -cada vez con mayor éxito electoral- por personajes que en lugar de llamativos uniformes lucen trajes de dos mil dólares, pero nos cuentan lo mismo y nos quieren llevar por el mismo camino: el de la deriva totalitaria. La involución global está en marcha.
Por el este, surfeando la ola, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan, con una deriva cada vez más evidente. Los ataques a la libertad de información, con cierre de medios no afines o encarcelamiento y eliminación física de periodistas que no les hacen de palmeros, son la piedra de toque. Erdogan se ha dado un autogolpe de estado de libro. Con la tradición laica del ejército turco desde los tiempos de Kemal Attatürk, fundador de la república, de la Turquía moderna, ¿quién iba a creer que ese ejército se dejara seducir por un clérigo multimillonario, Fethullah Gülen, exiliado en USA? Se lo «creyó» Erdogan y fue su excusa para poner en marcha una maquinaria de represión que está purgando al país entero.
Por el oeste se acerca una enorme ola desconocida hasta el momento. A caballo, en la cresta, Donald Trump el presidente de Estados Unidos que quiere ser dictador en jefe. El extremista que ha declarado la guerra a algunos de los pilares de la democracia americana y mundial: el poder judicial y la libertad de prensa. Trump está en guerra contra jueces y periodistas. Camino de convertir en delito toda opinión que no sea como la suya. Y en ese valle entre dos olas gigantescas que hoy es la Unión Europea surgen cada vez más desafecciones. La UE no es una piña monolítica. Las derivas autoritarias están surgiendo, no sólo a las puertas de las urnas (ayer Holanda o Austria, mañana Francia y Alemania) sino también desde algunos gobiernos como en los casos de Polonia y Hungría.
Lo del Brexit puede acabar siendo una anécdota si la presidencia de Francia, el país de la revolución ilustrada, de las libertades, cae en manos de la extrema derecha, de Marine Le Pen, que llega como una ola a los comicios. Marion Anne Perrine Le Pen es una mujer de pose moderna, dos veces divorciada y actualmente viviendo en pareja, que se confiesa abiertamente laica, pero con un discurso político para dinamitar Europa tal y como ahora la conocemos. Vendiendo liberté para los franceses, que vuelvan a ser dueños de su destino frente al «yugo rígido y prepotente» de la UE. En la misma onda que, por ejemplo, el conservador tabloide británico Daily Mail que, tras la entrega a la UE de la carta anunciando la salida de Reino Unido, titulaba a toda plana «Freedom», libertad para los ingleses frente a la opresión continental. Y Marine puede ganar. Que las encuestas digan lo contrario es para ponerse a temblar vistas las pifias en Estados Unidos, Gran Bretaña o Colombia.
La ultraderecha está marcando la agenda política del continente. Con argumentos como la inmigración o los refugiados (personas de culturas extrañas a la tradicional), el rampante terrorismo islamista (no menos extraño culturalmente) y la aún presente crisis económica, los actuales herederos de Hitler y Mussolini marcan el paso de la política en casi toda Europa. Un paso marcial. Como el que puede llevar a Marine hasta el palacio del Eliseo. Parecía descabellado lo de Trump y ahí está, en la Casa Blanca. Ya no parece tan descabellado lo de Le Pen. Al menos a mí -aunque no me gusta- no me lo parece. El anterior favorito en las encuestas, François Fillon, ha escorado tanto su programa hacia la extrema derecha que parece un primo del Frente Nacional…¿cuántos de sus votantes podrían depositar la papeleta de Marine en una segunda vuelta contra el edulcorado y ambiguo Emmanuel Macron, o cualquier otro candidato? Lo veremos a no mucho tardar, pero no lo descartemos de antemano como erróneamente se hizo con el «amigo americano». A favor de Marine cuenta también la motivación de sus votantes (como sucedió con Trump) frente a un cierto desencanto y abulia en sus oponentes (igualito que con Hillary). Hoy una posible victoria de Marine es más probable que hace unos meses, que antes de que Donald Trump ocupase el despacho oval. El efecto dominó se cobraría una pieza de envergadura.
La percepción de inseguridad personal será un factor importante a la hora de votar. Es duro, pero atentados como el de San Petersburgo esta misma semana y antes Londres, Berlín, Estambul, Niza o París, generan un clima del que la ultraderecha siempre ha sabido sacar rédito y no digamos los salvapatrias asentados en el poder. El caso es que aquí están otra vez, como en tiempos de nuestros abuelos, los totalitarismos nacionalistas que ya llevaron al continente y al mundo a una catástrofe de dimensiones planetarias. Nos lo han enseñado en la escuela pero ya lo hemos olvidado. Mediante el voto en las urnas, el apoyo a las opciones posthitlerianas crece y crece. Parece que estamos dando origen a una nueva especie: el Homo Repetitivus. En esta moderna Europa del bienestar y la democracia se nos ha olvidado que nacionalismo se escribe con Z.
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