Allá por 1990, cuando ABC realizaba una edición del diario para la provincia de Alicante, con Manolo Mira Candel y Blas de Peñas al frente, escribí una columnita proponiendo la fusión del Elche y del Hércules. Ya se habían construido los dos estadios actuales, y me lamentaba yo que no se hubiera hecho sólo uno, a medio camino, mas o menos por Torrellano. Argüia yo, medio en broma, medio en serio, desde un puesto de vista económico, la rentabilidad de gastar en una sola instalación –recordemos que cada una se usa en la práctica unos veinte días al año-, de aunar gastos de mantenimiento, incluso con vistas a unir en un solo equipo una mejor plantilla, y de disponer de forma permanente de un club en la primera división.
Ahora ha bajado el Elche a la “be”, y andan las huestes blanquiazules contentas –“mal de muchos, consuelo de tontos”- porque se verán la próxima temporada las caras… si no desaparece el de la capital. Cuando se anunció la creación de la ley que iba a regular las sociedades anónimas deportivas a Vicente Crespo –un periodista forofo de su profesión, que recordamos con respeto y afecto- le comenté que sus futuros trabajos estarían mejor en las páginas de economía, al ser los clubes empresas y los socios accionistas. Lejos de eso, aunque hay quien dice que el tal Ortíz es un genio como empresario –salvando los problemas judiciales que tiene por Alicante, Benidorm, Alcoy y San Vicente del Raspeig, que sepamos- no ha debido saber aplicar su exitoso modelo de gestión al equipo que ha presidido de facto desde hace tanto que ni me acuerdo.
El triángulo Alicante-Elche-Santa Pola, que tantas veces se ha definido con un gran potencial económico e industrial, amén de sus más de 550.000 habitantes viviendo en un radio de veinte o pocos más kilómetros, bien justificaría un único estadio, un único y gran club de fútbol, que yo propugnaba no solo desde el punto de vista deportivo, sino como “imagen”, como “marca”, de esta provincia, emprendedora, exportadora y receptora de turismo.
Pero aquí solo somos especialistas en desunir –dos universidades, también es un ejemplo; pelearnos con Valencia, otro- no en fusionar, salvo en un caso que ya es historia. Ahora el Girona –un municipio no llega a los cien mil habitantes- asciende a primera y su nombre se reproducirá en letras de molde, en internet y en los móviles en megamillones de ocasiones, difundiéndolo a los cuatro vientos. Eso también es márketing.
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