Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Narrativa

«Florecer es un logro», le susurró la ardilla

Jane Rodríguez.

en una confesión en el jardín del alma con toronjil, espliego y rododendros…

Empieza a escribir y se detiene y se deleita y sueña y viaja y vive “en esencia”,  “la esencia” de esa vieja alacena… Una especie de farmacia… Y entre sorbo y sorbo, de un bebedizo de plantas con medicina extra y un beso de sobremesa, y ese ¡hola! en el  que saborea toda esa cantidad de palabras, sazonadas de intención y placeres aún no paladeados, que hay detrás con sabor a Nietzsche, Séneca, Marco Aurelio, y ese “abrazar cómo suceden las cosas” cuando el corazón desenraizado se detiene en un libro con sus páginas en blanco y a color, por todas partes, cuando la mente ya olvida sentirse pecado y, siembra en el alma sedienta un jardín de flores preguntándose qué circunstancias colaboran al radiante asunto  y  entonces, “se aferra a ninguna parte, pero de todo, como la tumba y esa eternidad a la que se adhiere”. Y observa las flores, ¡tan sólo quedan recuerdos del pasado! y el sostener la luz sin apagarla cuando los latidos gritan cansados su silencio y susurran su incomodidad para florecer “y llegar a esas zonas del alma donde florecen las monstruosas vegetaciones de la mente enferma, allí cerca del campo de cultivo de las aberraciones intelectuales y las enfermedades del espíritu, incubando en el tétrico invernadero del tedio, el aterrador climaterio de pensamientos y emociones”, Emily.

¿Hay algo más duradero que el instante perfecto? ¡Floreces! y sientes que has esquivado dificultades, superado procesos, renovado células y ves cómo los pétalos con sus propios colores desfilan por la pasarela única y sólo una, de la vida, y evocas y excitas los sentidos, priorizas: respeto, dignidad, caridad, diversión, locura, ¡se dejas sentir! ¡se dejas hacer! ¡se dejas Ser!

¡Floreces! y sientes que has estado invadida por la deforestación, sequía, venganza, miedo de dejar atrás lo que duele y ata. ¡floreces!  y siembras fortaleza, bondad, perdón, gratitud, ecuanimidad, misericordia, caridad, sencillez, humildad y disfrutas del estruendo con la sabiduría del corazón, y revisas esa falta de riego (mis – tus) plantas sin esfuerzo, sin drama, sin mentiras, lejos de ser un capricho con argumentos, sin pretextos y, entre sorbo y sorbo, de un bebedizo de plantas con medicina extra y un beso de sobremesa, ¡suspiras! “te amo porque no te pareces a nadie”, Alfonsina Storni, “te amo a puro grito y en silencio”, Manuel Alejandro, y despiertas de ganas y tanto y más, con las segundas oportunidades “por lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” y entonces y sólo entonces ¡floreces! y eres milagro divino y de amor…

La delicadeza y rareza de las orquídeas, la sensibilidad de las dalias y azafranes y, los perfumes intensos de nardos y lilas, enamoró a Joris-Karl Huysmans, en su novela, libro de cabecera de Oscar Wilde, À rebours, donde las flores evocan aromas y sensaciones y celebró la soledad y las fuerzas dominantes de la naturaleza y lo salvaje y lo cívico que se alberga dentro del alma. Séneca, Julio César, Virgilio, Ovidio, Horacio, Cicerón, Lucano, Petronio, Flaubert, entre otros tantos, sintieron el hechizo y encanto por “ese momento de gracia” término de Lacordaire, cuando el último rayo de luz entra en el alma y atrae a un centro común todas las verdades que allí yacen esparcidas, refiriéndose a las desgracias que  abren el alma a una luz que la prosperidad no ve…Y resucitó el alma, cuando abrió los estambres y pistilos, en la ansiosa  y deseada “antesis” de esa vieja alacena en honor a santa Casilda, (1630 – 1635) con ese candado “vintage” en la puerta, de alambre entretejido, bordada con cintas, encajes y tela a cuadros “vichy” en color verde empolvado. La imaginó vestida con ese traje barroco: espléndido, sofisticado, sagrado, con saya de manga entera color rojo intenso y oro, corpiño, manto en seda color malva con encaje de plata y brocado con motivos de piña y alcachofados, y en su falda, rosas, que remitían al “milagro” cuando llevaba envueltos en ella, y a escondidas, alimentos a prisioneros de su padre, el emir de Toledo, y se transformaron en rosas para que no fuese descubierta. Y entre sorbo y sorbo, de un bebedizo de plantas de laurel, lavanda, lechuga, lilos, lirios, lobelias, llantén, lino, lila del sur “árbol de Júpiter”, manzano, manzanilla, malva, madreselva, magnolias, marianilla, membrillo, melón, melocotonero, menta, mimosa, malvavisco, milenrama, milamores…todos los aromas estaban hechizados.

Jane Rodríguez.

“Si de día se iluminan, la noche hace que se enciendan”, así de poético describía el perfumista francés Lutens, el olor y frescor que desprendía el limonero. Cuentan que los soldados de Alejandro Magno lo llevaron de regreso a Grecia tras conquistar el valle de Indo y la Biblia lo sitúa en el Jardín del Edén, cuando Eva se lo lleva al huir del paraíso con el alma ¿sedienta y amarga? ¿libre de pecado? ¿libre de culpa?… ¡Pidió de regalo un limonero en flor! amor eterno, reconciliación, y sus florecillas blancas fragantes, maduran en frutos dorados y encarnan frescura y salud. Y en compañía del azahar y el naranjo simbolizan felicidad y sus pétalos, el candor y pureza de las novias, y sus hojas verdes el sentimiento que persiste, y sus frutos la esperanza de descendencia. María de Médici debutó en el mundo de la cosmética y ya en el siglo XVII, la princesa de Nerola, la italiana Anne-Marie Orsini, desarrolló las primeras esencias de neroli y se untaba el aceite en sus guantes y al agua de su baño. La Historia narra que lo introdujeron los árabes en Siria en el siglo VIII, antes de conquistar la cuenca del Mediterráneo.

Y entre sorbo y sorbo, sueña que él estaba dormido dentro y todo daba por tenerlo allí a su vera en su almohada… Las excavaciones arqueológicas atestiguan el uso de la adormidera desde el Neolítico, llamándole, “hierba de la alegría” para calmar el llanto de los niños y para inducir sueños premonitorios. Las tumbas de los faraones egipcios se decoraban con sus flores y ramas en señal del descanso eterno y su savia mezclada con vino de palma era bebida por Cleopatra, por sus propiedades eufóricas y afrodisíacas. En la mitología griega, a Hipno lo mostraban adormecido, sosteniendo entre sus manos semillas de esta planta considerada sagrada. Y las rojas amapolas, símbolo de Morfeo, quien cansado de ver a Deméter preocupada por su hija Perséfone, le regala un ramo que ella inhala y queda dormida plácidamente. Y esas otras, rojas también, anémonas. Céfiro, dios del viento del oeste, estaba tragado, ¡no! ¡lo siguiente!  ¡hasta las trancas! de la ninfa, Anémona, “viento” en griego, y los celos de su esposa hicieron que se convirtiese en flor con esponjas y ligeras semillas que vuelan con facilidad. La leyenda la vincula con Adonis, de quienes estaban enamoradas, Afrodita y Perséfone, y este guapísimo, murió muy joven por una herida de jabalí y las gotas de su sangre dieron apertura a la flor preferida por los floristas, la coronada con pasión, tenacidad y constancia.

Y ese aroma se le hacía muy particular, azafrán. su frasco transparente, en letra antigua: flor lila con estigmas rojos y estambres amarillos. especie conocida desde el principio de los tiempos con orígenes en Creta. La muerte del hermoso “Crocus” dio a luz al azafrán. Otra leyenda habla que Júpiter se reunía con sus amores sobre un lecho de azafrán por su sabor, salud y sexualidad y que, Cleopatra, hizo uso del oro rojo culinario.

Y justo al lado, achicoria, las raíces, hojas y flores, secas o frescas, molidas o tostadas, en bebedizos, sirven como tónicas para el estómago y como sustitutivo del café.  Las veía, al mediodía, florecen como estrellas azules y se cierran al ponerse el sol, acompañada de la ternura profunda y el amor secreto de la acacia que significa “espinas”. Plinio el Viejo la elogió, en el siglo I d. C., por sus propiedades para el alma “árbol de la vida” junto a la extraordinaria espiga floral de la aechmea “planta de regalo” con su borde protegido por pequeñas púas en sus hojas, de color rosa, que esconde su pequeña flor azul en compañía de exquisitas flores de un discreto tono lila de agapanto, en ese verano antesis de esa noche en su almohada.

Y se encuentra en esa vieja alacena: ajo, cebollas y puerros. ¡vaya trio culinario! La flor de ajo de adorno son umbelas de color violeta, morado y amarillo dorado que ofrece esferas hasta de quince centímetros de diámetro, color blanco rústico, con formas estrelladas y se antoja de inflorescencias… ¡va a por un jarrón y a por unas ramas de álamo!… le parece fascinante ver esos árboles altos, majestuosos, esbeltos, de desarrollo veloz, de copas amplias, guapos, elegantes. “su follaje bailaba al mínimo soplo de brisa, con sus primos, los sauces” y sus amentos y silueta elevaban su mirada, treinta metros, perpleja con sus hojas amarillas, cobrizas, verdes y blancas, que pintaban el cielo. Y le apetece ponerle una rama en flor de albaricoquero, de hoja grande y acorazonada, y flor grande y aislada, de color blanca y rosada y, una rama más, con conos fructíferos pequeños, de color marrón, de alerce, con su coloración dorada y parda, y un toque extra de arrayán y va hacia sus fogones y se prepara una infusión muy caliente, ¡sin espinas! con inflorescencias tiernas de alcachofa… ¡está emotiva! las flores en tono granate y cereza le dan ese toque mágico con alegría, y sus florecillas en tonos pastel, blanco, rojo, rosa, naranja y violeta.

Y de la constancia, coraje y fidelidad en la adversidad que transmite ese ramillete de flores amarillas y granates de Alhelí, y el perfume que atrae a las abejas, y la leyenda escocesa, del siglo XIV, que cuenta, cómo la hija del conde March se enamoró y cómo su padre la encerró, en una torre, para impedir su boda  y cómo se convirtió en flor, mientras trepaba para escapar del castillo y encontrarse con su amado, William Wordsworth, XIX, a la longevidad del almendro que supera los setenta años de vida y esa tonalidad blanca y rosada en su floración que cubre amplias zonas del mediterráneo finalizando el invierno, pasando por la belleza efectista, cargada de personalidad del altramuz, y la emisión de largas inflorescencias en color azul, blanco, amarillo, lila, rosa, violeta, que prosperan a pleno sol o en sombra, llegando hasta esa vistosa corona de estambres, en el centro, que ofrece un contraste frente a la coloración de los pétalos de las anémonas, en blanco, rojo, morado y azul, en primavera, verano y otoño.

En la vieja alacena de santa Casilda, hay… de casi todo… y para casi todo…

Jane Rodríguez.

Frascos con esencia de apio y sus propiedades aromáticas y digestivas, y grandes hojas, provistas de un fuerte rabo “penca”, esencia de árnica, conocida como tabaco de montaña, estornudadera, talpa y flor de tabaco, que, gracias a la arnicina en sus cabezuelas, de color amarillo intenso, con forma de margarita, aliviaba contusiones, golpes y magulladuras.

De repente, llega una brisa fresca con olor a mirto y cierra los ojos y se tumba en el suelo, con uno de los libros de remedios que allí guardaba y al rato, ¡exclama! “Parece que fue ayer” y recuerda esos instantes alegres y de pureza con su abuela en el jardín cuando la metía en una tina grande de plástico con agua tibia, calentada por los primeros rayos del sol caídos desde la montaña, repleta con hojas pequeñas, redondeadas, de color verde oscuro, y con un olor que, ahora mismo, con ese café muy caliente, el Mediterráneo,  lugar refrescante del arbusto fragante, que le hace suspirar de lo afortunada y feliz que es, percibe al estrujarlas, muy parecido a cuando ella podaba las matas, en ese patio cálido donde cada verano imaginaba la nieve por la preciosidad de sus florecillas blancas,  dulces, de crecimiento libre, y en compañía de, “te estaré esperando” “te seguiré esperando” con plumas en rosa y rojo, la paciencia y dedicación de la astilbe, el frescor de la menta, la mejorana, el hinojo, la hierbabuena, la manzanilla y la ternura de un abrazo.

En la vieja alacena encuentra el significado de la amabilidad en las adelfas prensadas en un precioso herbolario. En las páginas de Ovidio, Dafne era una ninfa de inmensa belleza antes de convertirse en adelfa, por Cupido, que quería vengarse de Apolo, así que, disparó dos flechas, una de oro que alcanzó a su rival y enloqueció de amor por ella y la otra de plomo, que tocó a la ninfa y le provocó rechazo. Apolo seguía insistiendo y Dafne, al sentirse tan acosada, le pidió a su padre, Peneo, dios fluvial, S.O.S. y la transformó en adelfa para ocultarla. Y para otros autores, que era muy unida a Artemisa, diosa de la caza, y prefirió ser flor antes que dar el ¡sí! a Apolo.

Y de la resistencia, belleza en la adversidad y capacidad de adaptación de las jaras, de la fortaleza de las potentillas, a la elegancia del áster y de sus flores, símbolo de lealtad, consuelo y fin de un ciclo. cuentan que la flor nació de las lágrimas vertidas por la diosa griega de la justicia, Astrea, cuando Pandora abrió la caja que contenía todos los males de la humanidad.  La mitología romana la convirtió en “flor de Venus”, diosa del amor y según Virgilio, los altares de los dioses solían estar decorados con ásteres blancos, rosas, rojos, morados, violetas, azules, malvas. Y de la inocencia y honestidad en los vivos colores de la azucena sobre su recia vara que sobrepasa el metro de altura, a la expresión de una tímida declaración de amor, del aciano, que crece en los campos de trigo en verano, y el color azul de sus flores, de origen silvestre, le ha otorgado el estatus de “mensajera de sentimientos delicados que comienzan” y heroína de guerra donde las haya. Que lo diga, la reina Luisa de Prusia, que se escondió, con sus hijos, en un campo repleto de acianos para huir de las tropas de Napoleón I.

Y es que ¡florecer! es evolución, es sentir y darse cuenta, disfrutar de sus fenómenos, de esos silencios que gritan romperse, con los pétalos al sol, tal cual lo que hace falta, con hermosas azaleas, que crecen de manera natural en las regiones más aisladas del mundo, y mientras tanto, entre sorbo y sorbo, de una pócima de plantas que calma, deleita y resucita… ¡florecer! es un logro, le susurró… la ardilla, en una confesión en el jardín del alma con toronjil, espliego y rododendros…

Jane Rodríguez Rodríguez

...Periodista... escritora... presentadora... taller alfabetización mediática APPA... reservista voluntaria... ilusión por entregar libros a niños en Cúcuta y compartir para que escriban sus historias de vida y editarlas en España en el concurso de relatos... Amo las palabras y lo que ellas callan y dicen... y son mi refugio... mi compañía... mi postre preferido... mi tanto y más, junto a mi café y en deliciosos puntos suspensivos...

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  • Jane: embriagado del perfume de tantas plantas y flores, observo que de la violeta sólo hablas como color de algunas flores, pero no como planta, de la que leo en internet que sus flores se utilizan culinariamente y en perfumería. Sigue amando las palabras…

    • 📖 gracias por leerme… 🌳 🍃 🍂
      El corso, entendió muchísimo de violetas!!! 🌼

  • Jane Rodríguez he tenido el placer de conocerte ,hablar contigo y poderte aconsejar eres una persona única, llena de valores sigue así y llegarás a lo más alto y lo más importante sonríe y disfruta escribiendo y del momento