En esta serie de artículos de la sección “Caminando con la historia” estoy tardando, como dicen en mi pueblo, en mencionar a uno de mis héroes por excelencia y contar en unas pocas líneas lo que ese español de Pasajes, Guipúzcoa, emite dentro de mi ser. Voy a empezar por añadir una cita del libro El Alquimista, de Paulo Coelho, para intentar trasmitírselo a mis queridos compañeros.
“Cuando deseas algo con todo tu corazón, estás más próximo al Alma del Mundo.“
No sé si estoy más próximo al alma del mundo, pero estoy casi seguro que Blas de Lezo, comandante general de Cartagena de Indias, así lo sintió en su corazón cuando los maltrechos navíos ingleses, comandados por el almirante inglés Edward Vernon, se alejaban del sitio de Cartagena de Indias.
La gran flota británica estaba compuesta de cerca de dos mil cañones alojados en unos 180 barcos, entre navíos de tres puentes, navíos de línea, fragatas, bombardas y buques de transporte que alojaban a 27.600 hombres entre marinos, soldados, milicias norteamericanas y esclavos negros macheteros de Jamaica.
Al otro lado, se encontraban 3.600 hombres, donde la mitad de ellos eran tropa regular, unos 600 milicianos y otros tantos indios traídos del interior, además de los 140 marineros de los seis navíos (el Galicia, San Carlos, San Felipe, África, Dragón y el Conquistador) que protegían el asentamiento español.
La derrota en Cartagena de Indias desbarató los planes británicos para la campaña que tenían planeada en aquellos mares caribeños, incluyendo, cómo no, las costas de la Florida, lo que permitió que continuase el dominio español en la zona durante varias décadas más. Los ingleses, que contaban con la victoria (arrogantes y déspotas), se habían precipitado a acuñar monedas y medallas conmemorativas para celebrar la supuesta clara victoria que iban a tener por aquellos lares. Dichas medallas decían en su anverso lo siguiente: “Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741” y “El orgullo español humillado por Vernon”.

Estaba amaneciendo cuando, desde el castillo de San Luis de Bocachica, en marzo de 1741, los británicos asaltaron tanto por tierra como por mar en un ardiente deseo de tomar la plaza, aunque no pasó mucho tiempo cuando se vieron obligados a rendirse tras haber perdido, según cuentan, entre 9.500 y 11.500 hombres y donde hubo unidades militares británicas que llegaron a alcanzar hasta el 90 % de tasa de mortalidad considerando, poco después, que fue la mayor derrota de la afamada y orgullosa Royal Navy en su historia.
Tras estos acontecimientos, los británicos se vieron obligados a reducir en gran medida sus operaciones militares en toda la zona.
En este ataque, una bala de cañón había impactado en la mesa del Galicia con la mala fortuna que, en aquel momento, varios oficiales y el mismo Lezo estaban comentando acciones de guerra y donde unas malditas astillas de la mesa hirieron en el muslo y en una mano al almirante por lo que, pasados unos meses y debido a la infección, le causaron “unas calenturas que en breves días se le declaró tabardillo” provocándole la muerte (Carta de Rodrigo Torres a Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, a bordo de El Glorioso, en el Puerto de la Habana, fechada 28 de octubre de 1741).
Hay que mencionar que el almirante guipuzcoano no terminaría muy bien con el virrey Sebastián de Eslava, jefe de la plaza y responsable de su defensa, ya que las opiniones de ambos eran estratégicamente opuestas. Así, el virrey llegó a solicitar y obtener el castigo del rey de España para el héroe y salvador de Cartagena. Lezo intentó por todos los medios que se le reconociese su carrera mediante la obtención de un título nobiliario, pero como el rey Felipe V de Borbón o de Anjou, llamado “el Animoso”, había recibido los informes negativos y desfavorables del virrey y de otros adversarios de Lezo, rechazó y murió el héroe no sólo sin obtener recompensa alguna por sus acciones militares en el asedio de Cartagena de Indias, sino que además fue destituido como jefe del apostadero con la orden de regresar a la península ibérica para ser reprendido.
Sin embargo, el rey Carlos III recompensó al hijo del comandante general Blas Fernando de Lezo y Pacheco Solís por las acciones de su padre, nombrándolo marqués de Ovieco en 1760.

Blas de Lezo fue enterrado, según una misiva escrita por su hijo, en el convento de Santo Domingo de Cartagena de Indias. Su mujer, también llamada “la gobernaora”, Josefa Pacheco Bustios, vivió con su familia en la mansión ubicada en el n.º 70 de la calle Larga de El Puerto de Santa María. Doña Josefa pertenecía a una familia de hacendados del valle de Locumba, en el reino del Perú, donde nació en 1709. El matrimonio tuvo un total de siete hijos, dos de ellos nacieron en Lima, Blas Fernando (primer marqués de Ovieco) en 1726 y Josefa dos años más tarde. Posteriormente, nacerían Cayetano, Agustina y Eduvigis.
Imaginémonos por un instante que ese hombre tuerto, cojo y manco hubiera perdido la plaza que tan heroica y valientemente custodió… habría que destacar que nada más y nada menos que 500 millones de centro y suramericanos ahora, en vez de hablar español, hubieran hablado inglés. A Lezo, sus enemigos coetáneos le llamaban Míster Bully (Míster Matón) y sus compañeros Anka Motz (`pata de palo’ en euskera) pero la verdad es una y el nombre de Blas de Lezo era conocido por todo aquel que se embarcara para el combate en el agua salada.
Me gusta, Monreal, que te impacte la figura de Blas de Lezo. Es uno de los más grandes marinos que dio la nación. Ofrendó a España un ojo, un brazo y una pierna. Unos mediocres lo calumniaron, sin duda por envidia. Su victoria sobre la escuadra del almirante inglés Vernon es la más grande, pero hubo otra muchas gestas. En alguna ocasión leí u oí esta frase atribuida a Blas de Lezo: «Los españoles, cuando orinemos, tenemos que hacerlo mirando hacia Inglaterra». Los británicos nos envidiaron y acaso odiaron casi siempre. El turismo nos ha reconciliado… Un saludo cordial.
Siempre es un orgullo sus palabras Maestro. Queda pendiente esa conversación en la APPA tomando algo (en breve).
Y si, la frase del más grande almirante que ha tenido España es correcta y muy bien expresada. puesto que como dices los ingleses siempre nos han tenido envidia. Ahora, como mencionas con el turismo parece que menos , pero yo no estoy tan seguro, puesto que en su gran mayoría y llevando viviendo muchos años en nuestras fantásticas costas no se dignan a hablar español y donde en cuanto pueden incluso compran sus productos ingleses por internet para que se los envíen a su casita de España y esa mezcolanza que los españoles siempre hemos tenido con el resto del mundo (véase América) ellos jamás la han tenido ni tendrán con nadie.
Un fuerte abrazo.