Son las primeras notas de Asturias patria querida. Me las sé por culpa del Sr. Limiñana, DEP, maestro y músico en Jesuitas que nos convirtió en músicos de diversa suerte a varias generaciones del alumnado inmaculadense, unos por gusto y otros por temor a las consecuencias de no saberse el tema a la melódica o a la flauta. José Pascual Sánchez Limiñana, el «Lími», con los años se convirtió en un colega en su pequeño pub La Fusa en Díaz Moreu, donde conocimos músicas, chicas y nuevos amigos. Lo que pasaba en La Fusa se quedaba en La Fusa. Era la clave.
Todo esto viene a que he pasado unos días por esa tierra asturiana, saltándome la dieta eterna que llevo, y volviendo a descubrir ese paraíso natural que también sufre el mal del turismo desmedido y se ha convertido en algo parecido a un parque temático más; ya saben que odio esta frase pero… «es lo que hay».

Dentro de todo, descubrí algo nuevo. Visité en un tren minero las entrañas de una mina que, tras ser abandonada, se acondicionó para el público. Se desciende hasta casi 100 metros de profundidad y se sube en una jaula reinventada como ascensor. Impresionantes las vetas de carbón y, sobre todo, pensar que cada día bajaban allí mineros, que 5000 de ellos no volvieron vivos en los 100 años de explotación de ese pozo carbonífero y que la inmensa mayoría de los supervivientes no se salvaron de la pronta parca de enfermedades pulmonares seguras. Curiosas las tradiciones del «tren minero» que venían a ser limpiarse la espalda unos a otros en las duchas para quitarse el polvo del mineral o el «abrazo minero» para no caer o herirse en las jaulas que iban a toda leche subiendo y bajando todo el día. Se aprende viajando.
Además, está claro que el fin de la minería en Asturias no es solo el cierre de pozos, es también el final de una forma de vida, de una identidad forjada durante más de un siglo a golpe de carbón, sudor y tragedia obrera. La minería no fue únicamente una actividad económica; fue el eje de su cultura, su política y su tejido social.

Las minas dieron trabajo, pero también se llevaron vidas. Crearon comunidad, pero también dependencia. En sus galerías se forjó una clase obrera fuerte y combativa, protagonista de algunas de las páginas más intensas de la historia social de España. El cierre, dicen aquí, se vivió sin alternativas claras, sin una transición justa que respetara la dignidad de las personas y su derecho a seguir construyendo un futuro en su tierra.
Por mi parte creo que es un deber cuidar la memoria, sí, pero también lo es convertir las cuencas en lugares de innovación, sostenibilidad y nueva industria. El carbón ya no es viable ni ecológica ni económicamente, pero el espíritu de comunidad y esfuerzo que caracterizó a los mineros puede ser la base para reconstruir.

Las explotaciones mineras abandonadas son parte del paisaje de esta tierra y están llamando a gritos para ser retomadas como centros de cultura, arte, actividades de todo tipo, hostelería incluso; son magníficas instalaciones para seguir creando riqueza y progreso, y permítanme la broma: El parking subterráneo ya lo tienen hecho. Haciendo amigos.












Te veo con las virtudes que deberían conformar a un buen político. Echo de menos tu canción (acaso ‘Asturias, patria querida’) y tu libro (tal vez ‘La Regenta’). Un abrazo, minero de las letras.
Pedro: si te confieso que te confundí con Bruno Francés, entenderás, en todo caso, el final de mi breve comentario, ya que Bruno termina siempre sus artículos recomendando una canción y un libro. ¡Menudo despiste he tenido! Lo fundamental es que me ha gustado mucho tu excursión asturiana. Un cordial saludo.
Muchas gracias Sr
La confusión es un honor en este caso, un abrazo
Gracias. Un abrazo.