Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Libros

De libros y renacimientos

Libro: Breve elogio de Dante.
Autor: Giovanni Boccaccio.
Traducción de Marilena de Chiara.
Acantilado. Primera Edición. Barcelona. 2025.

Cuando estudiábamos el bachillerato, hace tanto tiempo que ya se me escapa de la memoria, en los colegios nos explicaban las edades de la Historia de la humanidad y se nos decía que después de la Prehistoria, entrábamos en las edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Según los libros de clase, el principio y fin de cada edad se fijaban en un hecho histórico determinado que se consideraba por los historiadores como un hecho singular y que, al surgir otro hecho de la misma grandeza o trascendencia, se acababa esa edad y comenzaba la siguiente. Conforme a ello, hoy seguiríamos estando en la edad Contemporánea, que parece no tener fin, aunque yo creo que esta edad se acabó el día último del año 2000 de nuestro calendario cristiano, pues la llegada del siglo XXI nos hizo entrar en una nueva edad, ya que desde entonces andamos en unos tiempos donde todo es cuestionable. Habrá que ir adaptándose, pero sin perder de vista el don más grande que los cielos dieron a los hombres que es el libertad. Ya lo dijo nuestro señor don Quijote al bueno de Sancho. Y yo, siguiendo las sabias enseñanzas del hidalgo de La Mancha, nunca podré entender la vida sin la libertad.

Hubo sin duda una época oscura y de alguna forma siniestra que se llamó la Edad Media. Bien es verdad que en esta también hubo sus divisiones temporales: la Alta Edad Media y la Baja Edad Media pero, en cualquier caso, el género humano anduvo en ambas en un total desamparo por las hambres, las pestes, las arbitrariedades, las maldades y las guerras de unos contra otros. La vida humana no valía nada y las hogueras ardían sin cesar. Yo, que soy un gran aficionado al cine, recordaré aquí por su plasticidad la soberbia película de Ingmar Bergman titulada El Séptimo Sello, y cómo no, la versión cinematográfica del juicio de Juana de Arco en la película muda La Pasión de Juana de Arco, dirigida por el danés Carl Theodor Dreyer de 1928, en las que los miedos y crueldades son evidentes.

Y tuvo que llegar un cambio radical, también con sus venturas y desventuras, que vino a traernos y a recrearnos el humanismo, y que se llamó el Renacimiento. La palabra “Renacimiento”, en la primera acepción del Diccionario de la RAE, quiere decir “acción de renacer” y esta acepción, para unos, puede suponer un puro retorno, y para otros, un nuevo nacimiento. Como nos dice Eugenio Garin, en la introducción de su libro, El Renacimiento Italiano:

«Aquel nuevo florecimiento de todas las actividades del espíritu, aquella concepción de la existencia concentrada íntegramente en el concepto de humanidad, entendida como libertad preocupada por lo interior, ahí donde el hombre se enaltece verdaderamente a sí mismo, aquel anhelo vehemente de una vida plena y santa en su libre explicación…, todos esos motivos típicos de la época del Renacimiento no surgieron de un solo trazo, desligados totalmente de las épocas que le precedieron”. En realidad, —sigue diciendo—, “los impulsos de un resurgimiento espiritual que podemos encontrar a partir del siglo XII son consecuencia de la profunda alteración que se va operando en todas las estructuras del mudo medieval”.  

El catedrático Pedro García Martín nos vendrá a decir en un artículo publicado en un ejemplar de National Geographic, de 2023:

“En el siglo XV triunfó en Europa una nueva concepción del hombre basada en la imitación de los héroes y artistas de la antigüedad clásica y en la fe ilimitada en la capacidad humana para dominar la naturaleza, la religión, la sociedad y hasta la política. El Renacimiento fue una época de mudanzas nunca vistas, hasta el punto de que los coetáneos pensaron que se estaba viviendo el periodo más brillante de la historia de la humanidad”.

El Renacimiento fue un periodo histórico muy breve pues se extendió aproximadamente de principios del siglo XV hasta mediados del siglo XVI. Y no puede negarse que surge del enorme ímpetu italiano, nacido en una península que se irradió por toda la historia política, militar y cultural en toda la Europa conocida, pues sabido es que Italia, cómo nación única, no surgió hasta el año 1861, en que se proclamó como Reino tras reiterados intentos que comienzan a culminar cuando Garibaldi, con sus Camisas Rojas, conquistó Calabria y Nápoles, dando un cambio sustancial a un modo en el vivir de la sociedad. Este cambio fue genialmente reflejado en la formidable novela El Gatopardo, de la que fue autor Giuseppe Tomasi de Lampedusa, con don Fabricio, príncipe de Salina, iniciando la construcción y dando comienzo al nacimiento de la nación italiana.

En un rincón de la península itálica, la tradición épica y mitológica nos dirá que Roma fue fundada por los fabulosos hermanos mellizos, Rómulo y Remo, amamantados por la loba Capitolina y que, en su expansión interna y andando los siglos, la península dio lugar al surgimiento de diversos territorios, propiedad y gobernados por una nobleza surgida de magnates y guerreros y bajo la constante influencia del obispo de Roma, intitulado papa, que lo invadía todo.

Rómulo y Remo (Wikimedia).

Sería vana ilusión intentar reconstruir, aun de forma somera, la historia del gran Imperio Romano y ello a pesar de que pertenezco a una generación estudiantil, estudiante de Letras, que llegó a estudiar como obligatoria, la lengua del latín y traducir hasta sin diccionario el libro La Guerra de las Galias, escrito por el gran emperador y general romano Julio César, que la vivió y dirigió con gran fortuna. Valga aquí esta afirmación para honrarme con ser un ciudadano descendiente del antiguo Lacio, o sea un latino nacido en España que llegó a ser una provincia del imperio, dándole grandes sabios y emperadores.

A finales del Siglo XV, la península itálica era un continente dividido en infinidad de principados y repúblicas, entre los cuales los principales eran los estados de la Iglesia, el reino de Nápoles, el ducado de Milán, la serenísima república de Venecia y la república de Florencia. Toscana, o la Toscana, es una de las regiones más extensas de la península. Situada en la Italia central, tiene su capitalidad en Florencia y en su ámbito se integran las ciudades de Pisa, Siena, Arezzo y San Giminiano entre las más importantes.

En 15 de abril de 1542, nace en Florencia el gran genio, pues no merece otro calificativo, llamado Leonardo da Vinci, cuando el Renacimiento italiano estaba brotando. Como dice Sara Cuadrado, en la introducción de su biográfica del mismo, Leonardo da Vinci fue el “Hombre” en un sentido excepcional. Y añade que, en el nacimiento del Renacimiento, “él sería uno de los titanes que le concederían mayor esplendor”.

Y añade Sara Cuadrado:

“Más de mil años de silencio cultural, de mirarse al ombligo las oligarquías religiosas, monárquicas y mercantiles, habían paralizado la cultura. Sólo cuando en la Córdoba musulmana y universal se ofrecieron los escritos de los antiguos griegos y romanos, junto a los pensamientos árabes, los sabios más inquietos comenzaron a despertar al conocimiento llegando a aquella ciudad abierta. Dos siglos más tarde, en la Florencia de los Médicis se pediría más; y Leonardo y otros gigantes lo ofrecerían. Porque realmente todo se hallaba por descubrir”.

Leonardo en el taller de Verrocchio, Leonardo como dibujante, Leonardo como inventor, Leonardo como pintor. Leonardo retratista de excelsas mujeres: La Dama del Armiño: La Gioconda o Mona Lisa. Leonardo un hombre siempre con su misterio. Un genio, siempre es un misterio. La pintura mural de La Santa Cena, de Santa Marie delle Crazie, en Milán, encargada por Ludovico El Moro para su refectorio, no escapa al misterio.  

Leonardo Da Vinci. Autor desconocido (Fuente: Wikimedia).

¿Y si elevamos el rostro a lo alto para encontrarnos con el cielo y la creación? Sí, es Buonarotti, es Miguel Ángel. Le hallamos pintando los frescos de la Capilla Sixtina del Vaticano, pero antes quedémonos un instante en Florencia, donde también naciera el gran genio de los genios escultóricos, en el seno de una familia de mercaderes y banqueros y parémonos a contemplar su David, a punto de lanzar su honda pétrea sobre Goliat y donde la anatomía masculina aparece en su arte como la más alta creación. Muchos años después, Henri Beile, Stendhal, que fue cónsul en Civitaveccia, nos escribirá en una novela breve, titulada ¿Quién me defenderá de tu belleza?, los amores entre Miguel Ángel y Tomasso Cavalieri, acaso inspirador de sus figuras.

Leonardo y Miguel Ángel y, en la pintura, Rafael Sanzio, (Urbino, 1483), uno de los pilares de la pintura del Cinquecento al que veremos pintando muy joven las estancias del Vaticano, en la Roma de los papas, y que nos dejará soberbios cuadros, como Los Desposorios de la Virgen y La Dama del Unicornio, claramente inspirado en el retrato de La Gioconda, de Leonardo Da Vinci.

Pero el Renacimiento italiano no sólo se configuró en las magnas obras de estos artífices plásticos y en las obras arquitectónicas, sino que el Renacimiento es la patria preclara de los poetas. En las artes plásticas también está anidada la poesía, y esto lo advertimos claramente en el propio Miguel Ángel, donde el uno y el otro aspecto del arte confluyen. Escribe José Camón Aznar, en su biografía del genio florentino, que

“La genialidad no tiene un solo signo. Rebasa siempre los medios técnicos que la quieren reducir y limita. Mucho se ha hablado del enciclopedismo de Leonardo de Vinci. Pero esto mismo ocurre con todos los hombres geniales del Renacimiento y muy especialmente con Miguel Ángel. ¿Es arquitecto, es escultor, es pintor, es poeta? Todo ello en grado sumo y con el mismo sentido hercúleo de las formas, manejando las masas de piedra y los sentimientos humanos con grandeza genesiaca. Queremos referirnos ahora al costado poético de Miguel Ángel. A esos versos suyos magnos y sombríos, tan ceñudos como sus esculturas, siempre con ese gesto desesperado e implorante. Quizás podamos levantar con ellos alguna punta del velo de su genialidad. Miguel Ángel invoca a Dios como si estuviera, al igual que sus esculturas, hundido en el limo térreo, y pidiendo a los brazos todopoderosos que lo levanten del pecado. Hay en sus poesías una mezcla de pesimismo y una majestuosa gravedad, un pesimismo compatible con la esperanza católica y con el reconocimiento de la Redención”.

Pintor, escultor y poeta, Miguel Ángel ensalza la divinidad del arte, la espiritualidad de lo bello y la divinidad del artista en esta rima cuando dice:

Como fiel prenda de mi vocación,
en el parto me fue dada la belleza,
que de ambas artes me es luz y espejo;
si otra cosa se piensa, es falsa opinión.
Sólo el ojo me lleva a la altura
cuando me dispongo a pintar y a esculpir.

Es juicio temerario y necio
atribuir a los sentidos la belleza, que mueve
y lleva al cielo a todo intelecto sano;
de lo mortal a lo divino no van los ojos
enfermos, y se detienen siempre allí donde
ascender sin gracia es pensamiento vano.

Giovanni Boccaccio

Estatua de Boccaccio en el exterior del Palacio de los Ufizi. Fotografía de Odoardo Fantacchiotti (Wikimedia).

Giovanni Boccaccio nació en Certaldo, una pequeña villa situada en los alrededores de Florencia, en 1313 y es hijo de un agente comercial de una poderosa compañía llamado Boccaccino da Celino. Cuando cumple 14 años es enviado a Nápoles, que es un gran centro comercial, donde vivió el periodo más feliz de su vida. Estudio práctica comercial y Derecho Canónico, aunque lo que más le interesó fue el latín y los estudios humanísticos. A los veintisiete años decide abandonar Nápoles y volver a Florencia donde, poco a poco, va integrándose en la cultura toscana. La crisis florentina de 1345-1347 y la peste de 1348 le supusieron un duro golpe, lo que sumado a otras desgracias familiares le impulsó a redactar El Decamerón, su obra maestra. La obra aglutina cien cuentos narrados por siete damas y tres jóvenes en diez días que han decido huir de la ciudad y refugiarse en el campo para resguardarse de la peste florentina de 1348 y que pasan los días con estas narrativas para su distracción.

A finales de los años cuarenta, Boccaccio goza de gran prestigio entre los intelectuales y encabeza la delegación que en 1350 recibe al gran poeta Francesco Petrarca, con el que surge una gran amistad. En 1360 recibe las órdenes religiosas mayores y se dedica únicamente a sus estudios latinos y a su labor erudita. En 1373, Boccaccio recibe el encargo municipal de hacer un comentario público de la obra La Divina Comedia del gran escritor florentino Dante Alighieri (1265-1321), a quien Boccaccio admiraba enormemente, y cuyo comentario escrito lo va compaginando con sus lecciones de filología a la que acuden ilustres intelectuales.

En 1374, la enfermedad y el cansancio le obligan a abandonar sus lecciones y su estado lastimoso decaerá aún más al enterarse de la muerte de Petrarca en octubre de dicho año. Finamente, Boccaccio fallece el 21 de diciembre de 1375, en su villa natal de Certaldo, y con él desaparece la última de las “tres coronas”: Dante, Petrarca y Boccaccio, creadores no solo de la literatura italiana sino de la cultura renacentista europea.

Curiosamente, Boccaccio nunca llegó a conocer personalmente a Dante Alighieri, pero nos dejó escrita una interesante biografía que llamó, Breve elogio de Dante, que nos introdujo en su gran obra La Comedia, a cuyo título el propio Boccaccio añadió la expresión de divina con la que conocemos La Divina Comedia.

Y Boccaccio comienza su Breve elogio, con las palabras:

“Aquí comienza el tratado sobre los orígenes, la vida, los estudios y la muerte del famoso florentino Dante Alighieri, poeta ilustre, y sobre las obras que el compuso».

Y no me resisto a transcribir la primera frase de sus palabras, traducidas del italiano por Marilena de Chiara:

«Solón, cuyo pecho fue considerado un templo de sabiduría divina y cuyas leyes sagradas siguen siendo para los hombres del presente un testimonio preclaro de la justicia antigua, decía a menudo -según relatan algunos- que toda república, como los seres humanos, se apoya y camina sobre dos pies. De manera muy sensata, afirmaba que el pie derecho no dejaba que ningún pecado permaneciera impune y que el izquierdo compensaba los actos bien hechos. Y añadía que si, por vicio o negligencia se omitía cualquiera de las dos tareas o no se respetaban a conciencia, sin duda aquella república avanzaría coja. Y si por desgracia se traicionan ambos cometidos, estaba seguro de que no podría aguantarse de pie».   

Dante Alighieri por Sandro Botticelli (Fuente: Wikimedia).

Dante Alighieri nació en Florencia a finales del mes de mayo de 1265. Fue hijo de Alighiero de Bellincione, y de Bella Degli Abati, (Bella, diminutivo de Gabriella). Cuenta Boccaccio que la madre de Dante, poco antes de que éste naciera, tuvo un sueño en el que vio “el fruto de su vientre, que ni ella ni nadie conocía y que hoy, por el impacto que produjo, es por todos conocido” y nos refiere ese sueño diciéndonos:

«La gentil mujer soñó que estaba bajo un árbol de laurel altísimo, en un prado verde, al lado de una fuente de aguas claras, y que allí alumbraba un hijo: según le pareció, en un tiempo muy breve y nutriéndose sólo de las bayas que caían del árbol y del chorro de la fuente, el niño se convertía en pastor y se las ingeniaba como podía para conseguir hojas del árbol, cuyo fruto lo había alimentado. Y mientras se esforzaba en conseguir su objetivo, le pareció verlo caer, y al levantarse ya no era hombre, sino que se había convertido en un pavo real. Se admiró tanto que interrumpió el sueño. Pasó poco tiempo y se produjo el parto y ella dio a luz a un niño: de común acuerdo con el padre, lo llamaron Dante, y merecidamente porque como veremos, al nombre le siguió el efecto». 

Al término de su Breve elogio, Giovanni Boccaccio nos dirá su parecer respecto de los elementos aparecidos en el sueño de madre de Dante antes de su nacimiento: laurel, baya, fuente cristalina, pastor, pavo real… Yo me inclinaría por la explicación que le da al hecho de convertirse en pastor —y pastor por excelencia—, un pastor que ha interpretado “lo que escribieron los antiguos o han escrito de forma nueva lo que no les ha parecido demasiado claro u omitido”.

«Y que es cierto, dejando de lado sus demás obras, lo prueba su Comedia, que con la dulzura y belleza del texto nutre no solamente a los hombres, sino a los y a las mujeres. Y con la suavidad admirable de los sentidos profundísimos que oculta bajo las palabras, mientras las mantiene atentas, recrea y alimenta a las mentes más elevadas».    

Cuando nace Dante son tiempos de guerra. La muerte del emperador Federico II de Sicilia produjo un recrudecimiento en los enfrentamientos entre los gibelinos, partidarios del poder imperial, y los güelfos, defensores del dominio del papado. Esta situación no dejó de alterar la vida de los florentinos y de la familia de Dante, adicta a los güelfos, y en cuyas guerras y enfrentamientos civiles se vio involucrado el propio Dante, participando en batallas y en actividades políticas de cierto relieve, cada vez más comprometido con los llamados güelfos blancos. Ya más adelante, calmados los tiempos, nos dirá su elogiador Giovanni Boccaccio:

“La Fortuna lo secundó tanto que en Florencia no se escuchaba embajada ni se contestaba a ninguna, no se declaraba guerra o paz alguna, en fin, no se tomaba deliberación alguna (de cierto valor) si él no expresaba antes su opinión. Toda fe pública, toda esperanza, todas las cosas divinas y humanas parecían haberse depositado conjuntamente en él”.

Pero luego nos relatará Boccaccio que las divisiones de los florentinos y el fracaso de sus intentos de unificar la república le supusieron a Dante “dejar todo cargo público y seguir viviendo en privado”.

Las continuas rencillas acabaron con el hecho de que los jefes y compañeros de Dante se asustaran “tanto que abandonaron cualquier deliberación y reflexión que no fuera preservar su salud huyendo. Y con ellos, Dante, derribado en un instante del gobierno de su ciudad, no solamente se vio arrojado al suelo, sino expulsado de esta”.

Fue vagando por la Toscana, a Bolonia, luego a Padua, volvió a Verona y fue a París y luego regresó a la Romaña, en 1319, donde en la famosa y antigua ciudad llamada Ravena tenía su corte Guido Novello da Polenta, quien le acoge y le recibe y le honrará; y así, en Ravena Dante residió dicho año y el siguiente, trabajando posiblemente como profesor de Retórica y Poesía.

Dante en la corte de Guido Novella por Andrea Pierini (Fuente: Wikimedia).

Guido Novello dispuso también de Dante como su embajador para misiones complicadas y es en 1321, cuando Dante se encontraba en la mitad o cerca de sus cincuenta años, que le envía a Venecia y, al regresar del viaje, nos refiere Boccaccio:

“Enfermó y recibió, según la religión cristiana, los sacramentos eclesiásticos con humildad y devoción, y se reconcilió con Dios tras arrepentirse de todos los pecados cometidos. Y en el mes de septiembre del año de Cristo de 1321, en el día en que la Iglesia celebra la exaltación de la Cruz, no sin grandísimo dolor del mencionado Guido y de todos los ciudadanos de Ravena, Dante entregó su fatigado espíritu a su Creador. Y no dudo de que fue bien recibido en los brazos de su nobilísima Beatrice; con ella, abandonadas las miserias de la vida presente, vive dichosamente ante Él que es el bien sumo, en la vida cuya felicidad jamás termina”.    

Pero con todo, y en su vida, la formación de Dante fue la de un constante estudio y un afán de superación. Nos dice Boccaccio en su Breve elogio, que, “a medida que su ánimo y su ingenio crecían… decidió dedicarse a la comprensión completa de las obras poéticas y de la explicación exegética de su sentido profundo.” Y en este ejercicio se familiarizó con las obras de Virgilio, de Ovidio, de Estacio y de todos los demás poetas famosos. Y de la Poesía pasó a la Filosofía y de ella a la Teología. No cabe una formación humanista mayor.

Las mujeres en el Renacimiento

Y volviendo al tiempo anterior y a su vida, quedémonos en el año 1274 en el que tuvo lugar un acontecimiento que cambió para siempre su vida y hasta digamos su poesía: el ver por primera vez a Beatrice, hija de Folco Portinari.

En aquella Italia renacentista, no hay poeta sin un objetivo laudatorio o amatorio hacia una mujer convertida en su musa. Francesco Petrarca la tendrá en madonna Laura, (Laura di Noves), Giovanni Boccaccio en madonna Fiammetta, (Maria d’Aquino), y Dante Alighieri en madonna Beatrice, (Beatriz Portinari). Amores poéticos o amores reales. Acaso no tanto como el que sintió Garcilaso de la Vega por Isabel Freire de Andrade, una dama portuguesa de la que se enamoró profundamente y a la que en sus versos llamó Galatea o Elisa.

Retrato de Beatrice Portinari por William Dyce (Fuente: Wikimedia).

Y es que el Renacimiento es también el tiempo del amor y el culto a la belleza física. Porque es belleza la del David y es belleza la del rostro de la de la Virgen de la Piedad sosteniendo a su hijo muerto en el palacio Vaticano, esculpidos por Miguel Ángel Buonarotti, y es belleza la serenidad sensual de la Dama del Armiño de Leonardo da Vinci, y cómo no, es belleza el rostro vibrante de hermosura de Simonetta Vespucci, la Venus en su nacimiento, y la Flora, diosa de las flores y de los jardines, con cuyo rostro nos dejó retratadas para siempre el gran pintor florentino Sandro Botticelli.

Y no solo la mujer alcanzó su protagonismo en el Renacimiento por ser musa inspiradora de los artistas por su belleza, sino que el Renacimiento produjo en la mujer un cambio de mentalidad respecto a las mismas. Y así, a lo largo de los siglos XV y XVI, comenzaron a oírse las voces reivindicativas de las mujeres en cuanto a su estar y ser. Voces, como la de Christine de Pizan, reclamaban para la mujer la formación que le permitiera un lugar en el mundo de la ciencia, de la cultura y de las artes, y cuyo esfuerzo, como las de otras de su estilo, no fue en vano. Nos basta con recordar cómo en España, Beatriz Galindo, hija de una familia hidalga de Zamora, llegó a estudiar en Salamanca y luego a ser consejera de la reina Isabel de Castilla y maestra de sus hijas las infantas Isabel, María, Juana y Catalina, o recordar a las formidables pintoras como la italiana Sofonisba Anguissola, o la del Flandes renacentista, Caterina van Hermessen.

Nos dice Giovanni Boccaccio, que “en el tiempo en que la dulzura del cielo viste toda la tierra con sus ornamentos y la vuelve risueña por la variedad de las flores que se mezclan entre las hojas verdes, en nuestra ciudad los hombres y las mujeres, por separado, acostumbran a realizar celebraciones”. Una poética y bella forma de nombrar al mes de mayo, pues fue en este mes cuando Dante vio por vez primera a Beatrice Portinari.     

Folco Portinari era un hombre muy honrado en aquel tiempo y el primer día de mayo solía invitar a sus vecinos. En el mes de mayo de 1274, los padres de Dante fueron invitados a la fiesta y acudieron con su hijo. Y fue cuando Dante, que apenas tenía nueve años, vio por vez primera a la hija de Portinari, de nombre Beatrice, conocida por Bice, como diminutivo de su nombre originario, que sólo tenía los ocho años. En su obra La Vita Nuova, Dante Alighieri, nos contará este primer encuentro:

«Nueve veces ya después de mi nacimiento había vuelto el cielo de la luz a un mismo punto girando, cuando a mis ojos se apareció por vez primera la gloriosa dama de mi mente (…) Casi al comienzo de su noveno año se me apareció, y yo la vi casi al final de mi noveno. Apareció vestida con muy noble color, humilde y honesto, rojo, ceñida y adornada del modo que a su jovencísima edad convenía… Desde entonces digo que amor se adueñó de mi alma».

Nos dice Boccaccio, en su Breve elogio, que Beatrice era muy hermosa:

“Los rasgos de su rostro eran muy delicados y equilibrados: además de belleza, rebosaban tal gracia y honestidad que muchos la consideraban un ángel… Y él, pese a que todavía era un niño, recibió en su corazón la imagen de ella con tanto afecto que desde entonces no pudo olvidarla jamás”.

Dante siguió creciendo con su vida, ejercitándose en el arte de la poesía y la compañía de poetas florentinos más famosos, llamados entonces los famosi trovatori in aquello tempo, no volviendo a ver a Beatrice hasta nueve años más tarde, sin que conste hubiera otra relación.

Dante y Beatriz imaginados en un encuentro en el puente de Santa Trinidad por el pintor prerrafaelista Henry Holiday (Wikimedia).

Beatrice Portinari se casó en 1287 con el banquero Simone dei Bardi y murió en Florencia en 1280, a los 25 años de edad. Dante, al saber la muerte de Beatrice, quedó desolado, y así nos dice Boccaccio que “Los días eran noches y las noches días. No transcurría ni una hora sin lamentarse, sin suspirar y sin llorar lágrimas copiosas”. 

Dante Alighieri había sido comprometido en 1277, cuando tenía 11 o 12 años, con Gemma Di Manetto, nacida en Florencia, y con ella se casó en 1285 cuando tenía poco más de 20 años. Del matrimonio nacieron cuatro hijos: Pietro, Giovanni, Jacobo y Antonia. Pero los sentimientos del poeta con Beatrice nunca cesaron. En la Vita Nuova, escrita cuando aún lloraba la muerte de Beatriz en el año 1294 o muy poco después de su muerte, narra un enigmático episodio en el que reaparece su figura y, con él, un deseo de hablar con ella. Carlos Alvar, en su prólogo a la versión poética de Abilio Echevarría de la Divina Comedia de Dante, nos dirá que éste sería el origen del libro, pero también reconoce que, “Dante tardaría unos quince años en cumplir su promesa”.

Un viaje, castigos y premios

Según Boccaccio, a los treinta y cinco años Dante empezó a concretar un libro de lo que había imaginado: “castigar o premiar según los méritos, según su diversidad, la vida de los hombres”. ¿Es esta la causa de escribir una de las obras cumbres de la literatura universal? Yo no me atrevería a simplificar tanto. En esta Comedia, “divina” según Boccaccio, se funden el pensamiento filosófico del autor con sus ideas políticas y sus grandes conocimientos literarios, dando con todo ello un significado profundo a su obra, con una absoluta libertad. En su viaje realiza un continuo enjuiciamiento de los personajes reales o de ficción que van encontrándose a lo largo del mismo. 

Porque La divina comedia es un viaje que Dante emprende para reencontrarse con Beatrice Portinari, y ello caminando desde el paraíso terrenal a las esferas celestiales. Un viaje para llegar a Dios, a los ángeles y a los bienaventurados, con encuentros continuados. Un viaje que le hará descender al Infierno, pasar por el Purgatorio y llegar al Paraíso. A lo largo del viaje, se encontrara en el Inferno a los condenados, incontinentes, violentos y fraudulentos; en el Purgatorio a los que purgan sus pecados, los que siguieron un amor que les llevó al mal, los que amaron poco el bien y los que manifestaron un amor desmesurado a los bienes terrenales; y llegará al Paradiso donde estarán los seglares, los activos y los contemplativos, según el grado y el tipo de amor que hayan mostrado a Dios.    

Dante con «La Divina comedia» pintado por Domenico di Michelino (Fuente: Wikimedia).

El mito del viaje es una constante en la mente humana trasladada por los poetas en sus escritos. Yo creo que toda la literatura de la humanidad nació con la narración de un poeta griego llamado Homero y su poema Odiseo, o La Odisea, el viaje de regreso del rey de Ítaca, plagado de pesares y desventuras tras su falsaria victoria sobre el noble pueblo de Troya que destruyó sin piedad los Aqueos. Y en este viaje, Odiseo tiene que descender al Hades, (Descensus ad ínferos), a instancias de la bella hechicera Circe, para pedir oráculo al divino tebano Tiresias para que le indique la forma de regresar a Ítaca. Y allí Odiseo encontrara muchos seres que había conocido y habían muerto, como Agamenón y Aquiles. Odiseo intenta halagar a Aquiles diciéndole que ahora “imperas poderosamente sobre los muertos aquí abajo”. Aquiles le contestará serenamente:

“No intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría estar sobre la tierra y servir en casa de un hombre pobre, aunque no tuviera gran hacienda, que ser el soberano de todos los muertos”.

Luego y ya en la tierra, Odiseo y su tripulación, padecieron las maldades de los “cantos” de las Sirenas. También Orfeo, hijo de Apolo y de su ninfa Calíope, que tras acompañar a Jasón y los argonautas en la búsqueda del vellocino de oro, bajará a los infiernos, al inframundo (catábasis), en busca de su amada esposa Eurídice, a la que logra traer al mundo de nuevo, pero perdiéndola para siempre al incumplir las condiciones impuestas por Hades y Perséfone, pues Orfeo volvió el rostro para verla antes de que todo su cuerpo estuviera bañado por el sol.  

La Comedia, es un viaje de regreso a sí mismo porque Dante nos llevará a la eternidad cuando

 “En mitad del camino de la vida
me halle en el medio de una selva oscura
después de dar mi senda por perdida.
Y como aquel que, huyendo de la celada
de la mar, salta a la tierra, ansioso esquiva
el peligro, va y vuelve la mirada,
mi alma así, todavía fugitiva,
se hizo hacia atrás para mirar el paso
del que nunca salió persona viva”.

Y como le sucede a todo viajero, Dante necesitará un guía, pues se va a adentrar en unos lugares desconocidos y no puede andar sólo por los complejos parajes de un submundo o un inframundo del que nadie ha vuelto. Dante decide hacer un viaje majestuoso, para lo que tiene que atravesar un mundo tenebroso y ser acompañado y guiado, por lo que busca a sus maestros Virgilio y Estacio, que lo han sido en el viaje poético de su vida, y para el viaje de la fe busca a Matelda, Beatriz y san Bernardo.

En su primera búsqueda, Dante encuentra a Virgilio. Porque Virgilio es también el gran poeta latino que nos contó otro gran viaje, el del príncipe troyano Eneas, que al final encontrará un lugar para restablecer su hogar terreno. Los Aqueos y los griegos destrozaron Troya y Homero nos contó el regreso de uno de sus vencedores, Odiseo. Virgilio nos contará el viaje de uno de los perdedores troyanos, Eneas, que emprenderá su viaje en busca de nuevas tierras.

Busto de Virgilio realizado por Tito Angelini. Fotografía de Armando Mancini (Fuente: Wikimedia).

Dante nos dice que en medio de su angustia, “Mientras yo reculaba valle adentro” y reclamaba piedad, alguien salió a su rencuentro:

No soy hombre, contesta, mas lo he sido.
Y mis padres tuvieron Lombardía
por patria, pues Mantuano fue su nido.
Nací sub Iulio, pero en tardo día,
y viví en Roma bajo el buen Augusto
en tiempos de la falsa paganía.
Fui poeta y cante en loor al justo
hijo de Anquises que de Troya vino
cuando Ilión pereció en el fuego adusto.

Mas ¿por qué a tu afición volver sin tino?
¿Por qué no remontar la alta pendiente,
principio y causa del placer genuino?”.

“¡Oh!¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente
que de elocuencia derramó raudales?”,
repuse yo con ruborosa frente.

¡Prez y honor de poetas inmortales,
que el estudio y amor que puse en tu obra
me valgan ante ti cual tú me vales!.

Virgilio

Publio Virgilio Marón (70 aC—19 aC) es uno de los grandes poetas latinos, cantor del Imperio Romano, que escribió La Eneida a instancias de Octavio y que va a ser guía de Dante como símbolo de la razón humana. La Eneida brota al calor de unos acontecimientos muy determinados como son la victoria de Octavio en Accio, el 2 de septiembre del año 31, y el nuevo rumbo histórico que ello supuso. Virgilio tenía 40 años y una sólida y reconocida experiencia como poeta y en La Eneida trabajó hasta el día de su muerte, en septiembre del año 19 aC, dejándola inacabada al faltar su última revisión.

La Divina Comedia está relatada en tres partes: el Inferno, dividido en nueve círculos; el Purgatorio en nueve partes y el Paradiso en nueve cielos. Virgilio acompañará a Dante en su viaje por el Infierno y por el Purgatorio camino de la felicidad terrenal, pero ya para llegar a felicidad eterna solo podrá hacerlo en compañía de Beatriz, que es quien reúne todas las virtudes. Finalmente, para la contemplación de Dios, es necesario segur el camino místico y es San Bernardo quien será su último guía, como corresponde a un santo autor de tratados ascéticos, tan leídos por Dante, e impulsor del culto a la Virgen María.

Fin del viaje

En todo el viaje, Dante va encontrándose con personajes reales o de ficción a los que encuentra en sus lugares y a los que explica o enjuicia su estar. En el Infierno hallará a muchas celebridades, y cómo no, allí encontrara a Ulises y a Diomedes. A Ulises lo encuentra condenado, porque se distinguió por su astucia, de la que se valieron los griegos al construir el caballo de madera que les valió para entrar en Troya y , con su engaño, vencer a los troyanos, pese a lo cual y de entre ellos, salió de la desolada ciudad el propio Eneas; y así Ulises, en el Inferno, “en su ardiente interior se llora y siente la astucia del corcel que abrió la puerta por donde salió de Roma la simiente”.

Muchos han sido los sentidos que se estiman movieron a Dante al nominar su libro con el título de Comedia y es que se dice que “comedia” quiere decir “obra poética”, pero yo, siguiendo el criterio de otros autores, me inclino por considerar que con ese nombre lo que vino a decirnos es que su obra reflejaba el “espejo de la vida humana”, porque es lo que ve y lo que juzga.

Dante escribió la Comedia durante unos quince años, hasta poco antes de morir en 1320, en Ravena, donde pasó los últimos días con sus hijos Jacobo y Pietro. Como antes dijimos, Dante fue encargado por Guido Novello para acudir a Florencia como su embajador, y es allí donde contrajo unas fiebres que acabaron con su vida el 13 o el 14 de septiembre de 1321, apenas concluida su magna obra.

Dante en el Infierno. Miniatura lombarda anónima (Fuente: Wikimedia).

Se ha especulado con que Dante no llegó a terminar su Comedia, faltando los últimos trece cantos, y así lo atestigua Boccaccio en su Elogio, donde nos dice que sus hijos Jacopo y Piero decidieron suplir la falta de la obra paterna, y Jacopo, acompañado de un discípulo de su padre, Piero Guardino, lograron encontrar, en una búsqueda llena de misterios, las páginas que faltaban, y que contenía los trece cantos que buscaban.

Dejémoslo así, aunque me parece que esta búsqueda y hallazgo entran más bien en el ámbito de la fabulación. En cualquier caso, en esta no se niega que toda la gran obra calificada de Divina, sea de la autoría de Dante.

En su Breve Elogio, Boccaccio nos contará a quiénes Dante dedicó —según los argumentos de algunos— su libro. La primera parte, el Infierno, a Uguccione della Faggiola, que entonces en la Toscana era señor de Pisa; la segunda parte, el Purgatorio, al marqués Moroello Malespina; y la tercera, el Paraíso, a Federico III, rey de Sicilia.     

Y Giovanni Boccaccio terminará su Breve elogio mostrando las sucesivas sensibilidades y obras literarias de Dante, para terminar diciendo:

«Mi pequeña barca ha arribado al puerto hacia el cual dirigió su proa, partiendo de la orilla opuesta. La navegación ha sido breve y sin impedimentos, y el mar que ha surcado poco profundo y tranquilo; y por supuesto, por ello habrá que rendir gracias a Aquel que ha prestado un viento favorable para sus velas. A Él se las rindo con toda la humildad, toda la devoción y todo el afecto de los que soy capaz, no las que le corresponderían sino las que yo puedo, bendiciendo en eterno su nombre y su valor. Aquí termina el tratado sobre los orígenes, la vida, los estudios y la muerte del famoso florentino Dante Alighieri, poeta ilustre, y sobre las obras que él compuso».  

 Y aquí terminan también estas líneas que he escrito como pórtico de un nuevo curso otoñal, evocadoras de un tiempo en el que el humanismo, el arte y la gloria de los artistas y poetas llenaron nuestro mundo de belleza.

Fuentes bibliográficas

El Renacimiento Italiano, de Eugenio Garín. Traducción de Antoni Vicens Lorente. Ariel, Editorial  Planeta  S.A. Barcelona, Tercera Edición, noviembre de 2023.

El Hombre del Renacimiento, de Pedro García Martin, en la Revista Historia National Geographe, Edición Especial Grandes Figuras del Renacimiento, Edición 2023.

Leonardo da Vinci, de Sara Cuadrado, Biografías. Biblioteca Breve, Edimat Libros S.A. Madrid, 2011.

¿Quién te defenderá de tu belleza?, de Henri Beyle, Stendhal. Editorial Pre-Textos. Colección de Textos y Pretextos. Traducción de Juan Antonio González-Iglesias, con Epílogo de Luis Antonio de Villena. Primera Edición, 2008.

Miguel Ángel, de José Camón Aznar. Grandes Biografías. Editorial Planeta De Agostini, S. A. Barcelona, 19995. 

El Decamerón (Diez Cuentos), de Giovanni Boccaccio. Edición y traducción, Juan Varela-Portas, Castalia Prima, Castalia, cuarta reimpresión. Edhasa, (Castalia), 2012. 

Breve elogio de Dante, de Giovanni Boccaccio. Traducción de Marilena de Chiara. Acantilado. Barcelona. Primera Edición, febrero de 2025.

Dante. Divina Comedia. Versión poética de Abilio Echeverría. Prólogo de Carlos Alvar. Alianza Editorial S.A., Madrid 1995. Primera Edición 2013.

La Eneida, de Virgilio. Introducción de Vicente Cristóbal y Traducción y notas de Javier de Echave Sustaeta. Gredos. Barcelona. Segunda reimpresión de Biblioteca Clásica Gredos. Agosto de 2023.

La Odisea, de Homero. Edición de José Luis Calvo. Cátedra. Letras Universales. Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A.), Madrid. 19 Edición 1010.

Wikipedia. La enciclopedia Libre. Búsqueda de datos biográficos.

Julio Calvet Botella

Magistrado y escritor. Colaborador de la APPA.

2 Comments

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  • ¡Vaya exhibición! Estimadísimo Julio, demuestras ser un gran renacentista. Un cordial saludo.

    • Gracias querido Ramon Gomez Carrion por tus atentas palabras. Quizás ahora nos haga falta en España un renacer del humanismo y los valores tan dejados de la mano por los responsables que nos mandan que lo consienten todo derrumbando lo que sea con tal de seguir estando. Una pena.
      Un abrazo de tu amigo Julio Calvet.