Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Construyendo nuestro avatar: reconstruir nuestra propia imagen

Avatares. Imagen de Studiogstock (Fuente: Wikimedia).

¿Tenéis redes sociales? Esta es, sin ninguna duda, una pregunta absurda en un mundo como el actual donde la mayoría de las personas conectadas a la red participamos en alguna de las plataformas más conocidas: Facebook, Instagram, Twitter, Tik Tok, Linkedln, Youtube, WhatsApp, Telegram o Pinterest, entre otras. ¿Por qué nos hemos sentido atraídos por este tipo de comunicación invasiva que nos ha hecho perder la privacidad y compartir cada momento de nuestra vida? Pensemos que todo empezó el año 1997 cuando apareció la primera de estas, Six Degrees, pero que no fue hasta la explosión de Facebook, a partir del 2004, cuando su funcionamiento cambió nuestra manera de conectarnos.

Los datos de miembros de algunas de estas aplicaciones son impresionantes: Facebook tiene más de 2.8 mil millones de usuarios activos mensuales; YouTube y WhatsApp, más de 2 mil millones. ¿Cuál es la clave de su éxito? Una palabra puede sintetizarlo: compartir. Así ofrecemos al público en general, o a la selección de amistades que consideramos, imágenes y vídeos personales o laborales, comentarios y opiniones sobre diversos temas, enlaces a artículos o actualizaciones de estado en general. Ofrecemos una información inmediata que detalla nuestras preocupaciones o nuestros momentos de euforia.

Hemos perdido en privacidad, sin ninguna duda, porque compartimos parte de nuestra cotidianidad. Pero tenemos, al mismo tiempo, una manera cómoda de mantener el contacto o retomarlo con amistades que, en su momento, perdimos. Así, nuestras agendas de contactos se han rellenado, gracias a estas aplicaciones, con personas conocidas de toda la vida, al lado de las más cercanas en la actualidad, además de personas con las cuales nunca hemos tenido un contacto real pero que nos unen otras amistades comunes en la red y hemos acabado aceptando su petición de relación virtual. Diseñamos, pues, una nueva manera de entender el abanico de amistades de nuestra vida. Incluso podemos competir con otros amigos reales con aquello de “tengo ya 1.000, 2.000, 3.000 amigos en red. ¿Y tú?”. Un espíritu competitivo que puede llevarnos a perder privacidad o a exponernos a individuos que incluso pueden no ser reales según la descripción o la construcción de su identidad.

Aquí es donde podemos replantearnos si estamos diseñando un mundo de avatares, eso es, una representación gráfica o visual de una entidad en un entorno virtual creada por nosotros mismos. No hace falta construir un nuevo aspecto físico que sustituya nuestra propia imagen: vivimos pendientes de la recepción de nuestras fotografías y comentarios. Nos revisamos, retocamos e incluso matizamos aspectos digitales de estas para ofrecer una imagen tal vez idealizada de nosotros mismos. Y ofrecemos los textos que tienen mayor relación con el avatar que queremos que nos represente. Una imagen o construcción de la identidad que puede alejarse de quiénes somos realmente. Una idealización que no se corresponde con nuestro carácter o con nuestro aspecto cotidiano.

¿Es lícita, pues, esta transformación de nuestra personalidad? ¿Podemos mentir a nuestros contactos o lo estamos haciendo a nosotros mismos? Tenemos delante de nosotros una campaña electoral donde los diferentes candidatos buscarán nuestro apoyo. Así, en sus redes sociales, perfilarán sus imágenes y concentrarán los mensajes que consideren más adecuados para el segmento de población que quieran convencer. Hace tan sólo una década echaban mano de la cartelería exterior, las vallas publicitarias y los medios de comunicación tradicionales. Por el contrario, ahora sus fuerzas se evidencian en nuestras pantallas digitales. Debemos estar alerta de no ser manipulados, de no dejarnos llevar por la atracción del avatar que cada candidatura cree para que nuble nuestro intelecto. Todas y todos tenemos experiencias recientes, en cualquier tipo de elección, donde se ha suavizado con una vestimenta casual o unas posturas juveniles propuestas que han acabado siendo como las de siempre, una gestión tradicional y alejada de la problemática de una ciudadanía que ha comprado una imagen renovada y revulsiva falsa. Que no piensen que somos fácilmente manipulables, pues tenemos voz propia y sin miedo para desenmascarar las falsas idolatrías. No pedimos más que sinceridad y proximidad, que nos faciliten una gestión de la esfera pública con confianza y con la voluntad de gobernar para todas y todos, sea cual sea el sentido final de nuestro voto. Quedémonos, pues, con las imágenes reales, no con sus copias reconstruidas por empresas de comunicación especializada.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

Comentar

Click here to post a comment