Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Mi querida España

Componentes emocionales en los políticos que construyen muros

La Gran Muralla china. Fotografía de Severin Stalder (Fuente: Wikimedia).
Casi todos los muros levantados por el hombre, en su afán de dividir o de sumar, de vencer o defenderse, de odiar o amar (de estos últimos no encontré ninguno), tienen un componente emocional. Se trata de un elemento residual, no por ello irrelevante. A veces, los aspectos emocionales son tan importantes que determinan el por qué se hace o se derriba un muro; la razón primera que nutre su construcción, o lo inhabilita incluso antes de construirse, o lo derriba para siempre. España no es una excepción.

Ciertamente, los españoles podemos alardear de tender muros que nuestros políticos, no todos, levantan por motivos que en nada se asemejan a los de otros países. Son muros que se alzan por iniquidad, por odio, por frustraciones de caracteres que inicialmente se nutren de sobreestimas que conducen a la grandiosidad o excesos paranoicos y finalmente son consecuencia de la ira. Muros invisibles, tan altos como la Gran Muralla china. Muros que obedecen a desequilibrios humanos forzados por colapsos narcisistas.

Un componente emocional, del integrismo religioso, del fanatismo irracional, levantó el muro de la expulsión de los judíos. Componente de la codicia del hombre levantó el muro de la crisis económica del 29, bien llamada del jueves negro. Componente del sectarismo político, el de la revolución en ciernes en la España de 1934. El componente del autoritarismo fascista levantó el sangriento muro de la Guerra Civil.

El del ardiente deseo de la libertad derribó el muro construido por el franquismo con ánimo perdurable por los siglos de los siglos. ¿Acaso el cántico de “libertad sin ira, libertad” no es el componente emocional, festivo y lleno de esperanza, que lo derribó de un plumazo de la voluntad popular, sin causar daño a nadie, para alzar en su lugar el monumento invisible de la Transición a la Democracia, de la soñada concordia entre españoles? Quizá ese “libertad sin ira, libertad” sea el único canto que celebra la victoria de la libertad y de la paz en nuestra larga historia.

Hay decenas de ejemplos de muros y derribos emocionales en el mundo: la insoportable asfixia de la libertad en los regímenes comunistas derribó el muro de Berlín; el complejo de superioridad de los tercios españoles inició el declive de la hegemonía mundial de España tras la derrota, que pudo evitarse, en la batalla del Rocroi; el supremacismo racial de Hitler levantó el muro del odio antisemita que propició la II Guerra Mundial; la irresponsabilidad de un activista serbio, el de la primera; la integridad moral, su paciente entereza, de Nelson Mandela, derribó el muro del apartheid… El miedo a las avalanchas organizadas de inmigrantes levantó el de Ceuta y Melilla…

Nelson Mandela. Fotografía de John Matthew Smith (Fuente: Wikimedia).

Y así, hasta el infinito. Muros forjados en el espíritu del hombre, en las vísceras de su bondad o maldad; y muros destruidos a instancias de convicciones morales que ordenan su derribo a toda costa para evitar que se hagan inexpugnables. Muros nacidos en siempre misterioso e intrigante subconsciente colectivo, la mayoría de los casos. O del subconsciente de caudillos que aspiran a ser faraones cuando son esclavos de sí mismos.

Estos últimos se dan a instancias del más atroz autoritarismo. Por ejemplo, dictadores como Stalin, Mao, o Fidel Castro, levantaron muros para imponer sus ideologías que excedían del propio comunismo: el estalinismo, el maoísmo, o el castrismo superaban la praxis comunista en su afán de convertirse en alternativas propias y personalizadas. Fueron ellos quienes erigieron los muros que, durante años, aislaron a sus países del resto del mundo. Algunos siguen aislados. Todos responden a una actitud emocional de superioridad engañosa que se hace sumamente peligrosa cuando, por su pobreza intelectual, se sienten humillados y reaccionan con iracundia, a veces desmedida.

Aún hoy, existen muros levantados por quienes pretenden reinventar el comunismo a costa de perpetuarse a sí mismos; líderes que creen a ciegas que sus cabezas superan la inteligencia de Marx o Hegel. Algunos ejemplos: el caso del Chavismo, un militar que creyó en su día que era la viva reencarnación de Bolívar, el Libertador, y actuó como tal hasta su muerte, engreído en su papel de nuevo héroe con capacidad de liderar una revolución, la chavista, la de él mismo, en el continente americano.

Su continuador, un conductor de autobuses, también se cree reencarnado en esa espiral de sobreestima autoritaria que, en el fondo, no deja de ser la respuesta a una ansiedad paranoica por el poder. El resultado, un muro aislante que ha empobrecido el país.

En el lado opuesto, el autoritarismo que hereda las señas de identidad del fascismo, que no es más que la cruz de la misma moneda del otro; su colapso emocional se manifiesta con los mismos parámetros; la base autoritaria es la misma. El ejemplo más preclaro es el fascismo, que hereda el nacionalsocialismo, surgido para enfrentarse al comunismo, que es el muro que levanta el autoritarismo pintado de rojo.

Benito Mussolini. Fotografía de autor desconocido (Fuente: Wikimedia).

Mussolini es un psicópata con rasgos esquizofrénicos y depresivos que organiza una marcha sobre Roma y se corona César, donde adquiere ánimos de grandeza que lo conducen, primero, a crear un imperio italiano en África y luego a enrolar a su país en una devastadora guerra mundial. Esas cualidades autoritarias serán heredadas por algunos salvadores de la patria (otra vez la sobreestima), cuyos ejemplos más claros son el peronismo y el franquismo. El franquismo tendió un muro tan alto como el Aneto que costó 40 años derribar.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, como buen psicópata autoritario, sigue la tradición de los casos césaropapistas que hemos enumerado. Destaquemos, sin embargo, su originalidad. Ha inventado tres términos derivados del colapso de su sobreestima: el sanchismo, o expresión personalizada que toma del fascismo los ingredientes simplificados en la frase “el Duce siempre tiene razón”, y del comunismo, una vaga noción del intervencionismo colonizador de las instituciones hasta la toma final la Bastilla. El sanchismo es el cemento que nutre el muro que ya se levanta en España.

El segundo término inventado es el progresismo, que bebe en las aguas turbias y malolientes de un comunismo desnaturalizado. El progresismo es una falacia en sí mismo. Pretende ser un elemento equidistante del comunismo y del fascismo, una alternativa que no existe pero que el sanchismo incorpora a su hipotética ideología a modo de engañifa populista. ¿Quién no quiere el progreso para su casa, para su familia, para su país? La respuesta es fácil a primera vista, pero el sanchismo la transforma en un activo críptico: el progresismo es lo que Pedro Sánchez cree que es progreso, es decir, el progresismo es él mismo, su obsesión enfermiza por el poder, la expresión más genuina de su colapso: el narcisista lo que vende es humo. Es tan falso que se cree con el poder suficiente para levantar un muro con humo.

Finalmente, la tercera significación del sanchismo es la polarización, que es la manifestación más vaga y huidiza del guerracivilismo. En aras del progresismo, nadie se atreve a hablar de cuánto significa el canto de sirena de ese humo, el más liviano y peligroso; polarización equivale a confrontación, la imagen inmortalizada por Goya de los dos hermanos peleando. La polarización es el último nutriente del gran muro que ya divide a los españoles. El objetivo final de un gobierno que lo primero que tendría que hacer es psicoanalizarse a sí mismo. El primer postulado del libro del entendedor de un psicópata es conocerse a sí mismo.

De seguir como está, España está abocada, en cuestión de meses, a ser una dictadura dominada por alguien que se retira de vez en cuando a hacer unos ejercicios espirituales, ante el dios de sí mismo, a fin de evitar el colapso de sus múltiples demonios emocionales, propios de su condición de enfermo que precisa la ayuda de un psiquiatra con urgencia.

Fotografía oficial de Pedro Sánchez (Pool Moncloa).

Pero resulta que, tras ese retiro de reflexión, el enfermo, que no se ha curado porque, en el fondo, no lo desea, aparece con la inseguridad personal colapsada que lo llevó al retiro, pero transformada en una evolucionada y muy peligrosa ––clínicamente hablando–– falsa versión de su sobreestima. De manera que los aspectos que lo indujeron a retirarse para reflexionar han potenciado su narcisismo, lo que puede provocar pulsiones peligrosas para sí mismo o para su entorno familiar, o para hostigar a sus ministros.

De todo lo anterior, la conclusión es que un colapso narcisista de Pedro Sánchez, sobrevalorado por la autoestima tras su retiro en el Silos de sí mismo, puede desencadenar no solo la polarización en el país; también, mimetizar con tendencias similares a quienes, en su afán de obedecer al Duce, se conviertan, de la noche a la mañana, en psicópatas con palas, cemento y agua para seguir construyendo el muro.

Manuel Mira Candel

Periodista en medios nacionales e internacionales; presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante; Premio Azorín de Novela en 2004 con "El secreto de Orcelis" y autor, desde entonces, de más de doce libros, entre ellos las también novelas: “Ella era Islandia”, “Madre Tierra”, “El Apeadero”, “El Olivo que no ardió en Salónica”, “Esperando a Sarah Miles en la playa de Inch”, “Las zapatillas vietnamitas” y "Giordano y la Reina".

2 Comments

Click here to post a comment

  • Ni Antonio López sería capaz de hacer un retrato tan realista de Pedro Sánchez. Lo has clavado… «Caudillo(s) que aspira(n) a ser faraon(es) esclavo(s) de sí mismo(s)», «psicópata(s) autoritario(s)»; sanchismo, progresismo, polarización. Cualquier día te llama Pedro para hacerte ministro de Prensa y Propaganda. Un abrazo.

    • Qué grande que eres, Ramón. Gracias de corazón, pero la posibilidad de fichar por Moncloa me ha llegado al alma, y todavía me estoy riendo. Un fortísimo abrazo de tu amigo y compañero.