Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Haciendo amigos

Ciudad de éxito

Fotografía de P. Picatoste.

Esto es lo que está pasando: Apartamentos turísticos por todas partes, comercios históricos convertidos en locales histéricos, calles comerciales que ya no dicen nada porque son idénticas aquí o en cualquier ciudad de Occidente. Solo franquicias. Todo sabe igual. Todo huele igual. La globalización del turismo ha borrado el carácter de los barrios. Vuelves a tu calle de siempre… y no conoces a nadie. ¿De verdad luchamos para que esta ciudad fuera turística? ¿Era esto lo que queríamos?

Ven cuando quieras, estrella del mar, pero ya no está el Peret, ni Dioni, ni Seguí, ni Ciudad de Roma, ni Benavent, ni la Esperanza, ni el Set i Mig, ni la librería Lux, ni los cines. Ahora parece que le toca a 80 Mundos. Tampoco queda la Óptica Lumière, ni Gabino, ni El Porvenir Joven. No queda ni un triste comercio familiar. El centro es ya solo un escaparate, un comedero de rancho decorado con fotos espantosas de platos plastificados y camareros de cuatro continentes que te asaltan con sonrisas aprendidas. Y encima, Tomás, el de la churrería, se nos fue. Queda el Nou Palas y sus canelones, horchatería Azul y su amabilidad, y heladería SIRVENT de Benalúa y sus coyotes (entre otros pocos).

Solo queda el tío Chus en el casco antiguo. Y el centro… El centro es ahora una Torre de Babel. Es lo que hay, dicen. Qué frase más triste. Más resignada y manida.

Ese «éxito» es el mismo que nos dejó sin murallas, sin la Aduaneta, sin la fachada del Monumental. El que derribó la Comandancia, acabó con las dunas de la playa de San Juan, regaló el puerto a los de siempre y cercenó la Casa Alberola. Un largo e inacabado etcétera de renuncias.

Y aunque no me creo ese cuento de que «cada crisis es una oportunidad» —porque, seamos sinceros, una crisis es una putada, normalmente causada por nuestra propia estupidez—, tampoco sirve solo quejarse. Hay que actuar. O al menos intentarlo. Aprovechar el momento para mejorar, proteger lo que queda, hacer lo que falta.

¿Por qué no un túnel para liberar el litoral del tráfico (que sé que fa temps que se piensa)?
¿Por qué no una conexión digna con el aeropuerto? ¿Por qué no arreglar, de una vez, la zona «disaster area» de la Sangueta, de la que casi nadie habla? ¿Por qué no recuperar el potencial de la Británica y la Cantera? Catarata ya.

Hace falta una política de barrios real, participativa, que escuche y actúe. Una que proteja de verdad los comercios históricos, que cuide lo que queda y evite que esta ciudad se convierta por completo en un decorado para turistas. Porque ese «éxito» que celebramos, también nos expulsa, nos desaloja emocionalmente. Nos devuelve una ciudad que ya no reconocemos. Y eso, en parte, es culpa nuestra: la hemos abandonado. O quizás ha sido ella la que nos ha ido echando sin que nos diéramos cuenta.

Y sin embargo, pese a todo, o tal vez precisamente por todo esto, os lo digo claro: me encanta Alicante. Podría ser «más mejor», sí, pero aún huele a mar, aún se pega la arena en las noches húmedas, aún tiene esa luz que vieron los romanos al llegar. A ninguna otra ciudad del Mediterráneo la llamaron «la Ciudad de la Luz». Aquí, en primavera y en otoño, hay días que parecen retocados con Photoshop y no hace falta filtro.

Y lo mejor sigue siendo su gente. Hay el mismo porcentaje de inteligentes, incautos, malvados y estúpidos que en cualquier sitio, pero aquí… todos tienen algo de sabios. Algunos se pasan de enterados o fantasmas, pero sabios. Sabemos vivir, disfrutar, mirar, decir «no está mal este arroz» o «lo que faga falta». Nos gusta vernos, tocarnos, invitar. Sabemos que un día sin risa es un día perdido. Y disfrutamos de los placeres con denominación de origen: Alicante y provincia. Somos así. Es nuestro carácter. Nuestro verdadero éxito.

Por eso, ser político aquí es tan difícil: todos somos alcaldes in pectore. Todos creemos que lo haríamos mejor. Todos tenemos clarísimo lo que habría que hacer. Eso, también, es lo que tiene el éxito. Haciendo amigos.

Pedro Picatoste

Empresario e historiador.

2 Comments

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  • Bien, muy bien. Critiquemos los disparates, pero luchemos por conservar y mejorar el patrimonio cultural tan enorme que tenemos y que tan variado es. Y todas las tradiciones, integrando en ellas a las nuevas generaciones incluidos los inmigrantes. Alicantinizar, ese es el verbo y es responsabilidad de todos el conjugarlo con fuerza y con tino. Un saludo cordial.