Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Cervantes, Amenábar y la homofobia

Vivimos en una era en la que nos gusta proclamarnos progresistas, tolerantes, respetuosos con la diversidad. Y, sin embargo, cuando a uno le tocan lo íntimo —lo que dicta nuestra identidad, nuestro afecto, nuestra orientación— surgen automáticamente defensas que antes no veíamos, discursos de alarma moral, insultos soterrados, amenazas veladas. La polémica levantada por El cautivo, la nueva película de Alejandro Amenábar, dedicada al cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel con la hipótesis de una relación homosexual, ha servido como termómetro de esa homofobia latente que —aunque en público muchos niegan— sigue en pie en el fondo del alma social.

Cuando alguien se atreve a sugerir que Cervantes pudo tener relaciones con otro hombre, como plantea Amenábar, despiertan voces que claman «blasfemia histórica», «distorsión», «ofensa al legado», «no se puede manosear a un clásico». Pero esas protestas no son —o no únicamente son— un desacuerdo artístico: muchas veces surgen de un rechazo profundo hacia que la homosexualidad sea visibilizada como algo legítimo, humano, no desviado. Se actúa como si la mera idea de que un genio como Cervantes pudiera haber amado a hombres fuese un ataque a la moral colectiva, como si nuestra identidad heterosexual o nuestra visión tradicional de las cosas estuviera amenazada. Esta es la concreción de una hipocresía en mayúsculas: la «no homofobia pública».

Ese rechazo es, pues, una forma contemporánea de homofobia: ya no la del insulto en voz alta (aunque sigue existiendo), sino la de negación egoísta, la de sentir que nuestra identidad está siendo cuestionada si alguien rompe la norma dominante. Algunos se sienten agredidos no porque se cuestione algo de su propia vida, sino porque perciben —no conscientemente— que una vida diferente a la suya está siendo reivindicada. He podido leer estos días en diversas redes sociales lo vomitivo: ataques al director por su condición homosexual, afirmaciones de que la película distorsiona la «realidad histórica», y críticas furiosas al uso de fondos públicos. Pero la peor homofobia no es la brutal, sino la que se camufla: «yo no soy homófobo», dicen algunos, mientras despotrican en privado o en círculos afines, o repiten con injuria esa idea de «no voy a permitir que adoctrinen a mis hijos» o «esto es propaganda». Y las burlas o las risas en círculos de amigos siguen teniendo su existencia. 

Para entender estas reacciones, conviene asomarse al terreno de la psicología social. En muchos estudios sobre prejuicio sexual y orientación se observa que una parte de la hostilidad hacia lo homosexual proviene del miedo: miedo a que cuestionen nuestras creencias, nuestras religiones, nuestra identidad de género tradicional. En algunos casos surge la llamada «homofobia interna» —aquella que una persona puede tener hacia su propia orientación, si es homosexual o bisexual, pero que proyecta hacia los demás.  La homofobia —y sus manifestaciones— no es solo un prejuicio individual sino un sistema enraizado en cultura, familia, construcciones históricas de género y sexualidad. Cuando alguien visibiliza la homosexualidad en una figura canónica como Cervantes, esa amenaza simbólica cobra dimensión pública: no se trata solo de «mi vecino» que es gay, sino de que ese modelo de fama, de legado, de figura nacional podría aceptar la diversidad. Y eso incomoda, porque socava la narrativa monolítica: «los grandes no podían ser homosexuales, porque eso deslegitima el canon».

Fotograma de la película «El Cautivo» dirigida por Amenábar.

Pongamos, pues, las cartas sobre la mesa: El cautivo no es un documental, es una obra de ficción con base histórica (o con guiños históricos) que interpela al espectador, lo estremece, lo invita al debate. Amenábar lo ha dicho en varias entrevistas: no está afirmando que Cervantes era homosexual, sino explorando una hipótesis narrativa. En una entrevista en La Vanguardia dijo:

«Mi película sobre Cervantes será un termómetro de la homofobia en España». 

Nos debe dar igual si el creador de Don Quijote de la Mancha lo fue o no (de hecho, no hay consenso histórico), pero ese no es el meollo: el valor está en que alguien pueda imaginarlo, representar ese posible deseo con dignidad. Porque toda biografía narrativa necesita licencias, puntos de sombra, tensiones imaginadas. ¿Por qué habría de estar vetado el corazón imaginario cuando hablamos de grandes figuras? Las reacciones contra Amenábar muestran algo muy peligroso: el temor de que quien cuestione la «verdad oficial» sea silenciado, maltratado. Críticas al uso de ayudas públicas, acusaciones de «manipulación», ataques homófobos disfrazados de escrúpulos historiográficos. Se repite un patrón que ya conocemos: presión, censura moral o cultural para que el creador no se arriesgue. Y eso puede derivar en autocensura, en que muchos aventureros artísticos digan: «mejor no insistir en este tema, me traerá bronca».

Un fenómeno que no es nuevo, incluso en el periodismo. Ya hemos visto medios donde los periodistas evitan ciertas líneas de investigación por miedo a represalias internas, por temor al señalamiento o al bozal institucional. La presión social sobre los creadores —artistas, escritores, cineastas— actúa como freno de la audacia. Y eso es mortal para la cultura, porque convierte el arte en una cartografía de lo seguro, de lo aceptado. Así que gracias, Amenábar: por provocar, por incomodar, por empujar la conversación. Si esta película es un termómetro de la homofobia española, que reviente ese termómetro. Que se vea lo que aún queda por curar. Que nos demos cuenta de que muchos callan, pero sienten. Que la libertad de elegir a quién amar no puede seguir siendo opción cuestionada, sino espacio respetado. Y que ninguna obra artística ni periodística debe someterse al dictado del miedo.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

1 Comment

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  • Con el debido respeto, porque vi la película del director de cine Amenábar (reitero que película de cine), me sorprendió que Amenábar flanqueado por dos actores muy populares en España
    (y que participan en la PELÍCULA DE CINE)
    aparecieran a toda pantalla, a modo de prólogo en la proyección, advirtiéndonos:
    a continuación van a ver «una película de cine» y «un homenaje a Cervantes».
    Y sigo preguntándome hoy el porqué de la advertencia preliminar que considero innecesaria…
    Porque creo que el cine es cine, para mí atrevimiento y creatividad más entretenimiento ante todo, pero sin oportunismos interesados ni sesgos ideológicos o personales cuando el protagonista principal representa a un PERSONAJE HISTÓRICO como lo es Miguel de Cervantes (Saavedra)…
    Un abrazo
    Pedro J Bernabeu

    PD: Eché en falta más referencias a El Quijote y a Sancho, así como a otras situaciones personales del genial y universal novelista que veía como «gigantes» lo que son hoy molinos eólicos amenazantes con sus brazos…