Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

El coronavirus, el himno, los españoles y España

Fotografía: Marsel Elia.

A las ocho de la tarde muchos vecinos nos asomamos a las ventanas y balcones para aplaudir a los sanitarios que se juegan la vida para salvar las nuestras o las de nuestros familiares, amigos, conocidos y desconocidos, luchando contra este repugnante virus que nos tiene confinados. Los que vivimos en los números impares saludamos a los que habitan en los pares, a algunos de los cuales les vemos la cara por primera vez tras muchos años de desconocimiento a pesar de la proximidad.

Aplausos y más aplausos. En mi calle no hay músicos haciendo sonar una trompeta o un piano. Tampoco tenemos a ningún forofo del himno nacional, como ha sucedido en otras partes, donde los sones de la Marcha Real han recibido la respuesta de La Internacional. No solo en Cataluña y Euskadi se silva al himno nacional, al que no hay forma de ponerle letra por más que se haya intentado en varias ocasiones casi desde que lo oficializó Carlos III.

Los que más saben de himnos nacionales cuentan que España, Bosnia-Herzegovina y San Marino son los únicos países del mundo con himno ayuno de letra. En la segunda mitad del siglo XIX, el poeta y dramaturgo de origen argentino Ventura de la Vega compuso una letra que tuvo menos aceptación que sus dramas y poemas, elogiados por Larra entre otros famosos contemporáneos. Más tarde, el general Prim convocó un concurso que quedó desierto. Otro general y dictador, Primo de Rivera (no fue Franco como erróneamente se cree), encargó a José María Pemán la letra que tuvo éxito en el franquismo con dos ligeros, pero significativos, cambios.

Tampoco han tenido éxito otras letras, como las de Eduardo Marquina, Luis de la Rosa, Guillermo Delgado, Paulino Cubero, Víctor Lago, Joaquín Sabina, Marta Sánchez y la del cuarteto formado por Jon Juaristi, Luis Alberto de Cuenca, Abelardo Linares y Ramiro Fonte, a los que José María Aznar encargó, en 1997, una tarea que se antoja imposible. En tiempos de Zapatero, la entonces ministra de Cultura y ahora vicepresidenta, Carmen Calvo, recibió numerosas propuestas que metió en el baúl de los recuerdos y así hasta ahora. En una ocasión dijo que la letra no era algo importante. Pero defendió la trascendencia del himno y de la bandera.

Con un Parlamento tan variopinto como el actual, al margen de la situación tan excepcional que vive el país por el coronavirus, no parece el mejor momento para llevar   allí una letra con ánimo de consensuarla. Habrá que esperar un tiempo hasta que pasen la pandemia y sus consecuencias. Es posible que, en un futuro no muy lejano, una letra del himno contribuyera a multiplicar el número de adeptos disminuyendo el de los indepedentistas y extremistas de izquierdas.

Quiero ser optimista. No creo que la exagerada proliferación de partidos políticos tenga ningún futuro. No debería tenerlo. Echo de menos el bipartidismo que tuvimos hasta hace un par de años y no le veo ninguna cualidad a este Gobierno de coalición independientemente de la mala suerte que le ha sobrevenido con la maldita pandemia coronavirulenta. Con el centro derecha y con el centro izquierda tuvimos cuarenta años de prosperidad. La entrada de la ultraizquierda solo ha servido para sembrar desconcierto. Y los únicos responsables son Pedro Sánchez y sus peones, más cercanos al comunismo que a la socialdemocracia. Un presidente y unos ministros que no han aprendido nada del fracaso del Frente Popular los tres últimos años de la Segunda República.

Lean en internet las diversas letras que se propusieron para el himno nacional. Todas ensalzan a este país necesitado de moderación y tolerancia para seguir progresando en lugar de regresar a su peor pasado. Al presidente Sánchez le gusta oír a Iglesias (debería cambiarse el apellido) cuando dice que es hora de apoyar “lo que nos une, lo público”, en un ejercicio falaz y falsario de ataque a lo privado como complementario de lo público. El comunismo de Iglesias no conduce más que al fracaso ya comprobado de todas las cutres dictaduras del proletariado. España, como todos los países más desarrollados de nuestro continente, necesita armonizar lo público eficiente con lo privado a través de gobiernos que favorezcan la creación de riqueza y una redistribución de la misma con un sistema fiscal lo más perfecto posible. Pero sin el lastre de un comunismo podemita que no cesa de atacar a la empresa y a los empresarios que, junto con los trabajadores, son creadores de riqueza y de bienestar social. Una España ideal no es la de lo público, sino de lo público y de lo privado, una España de todos.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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