Cuando el feminismo se desmadra se vuelve contra la mujer. Y se ha desmadrado por completo con el nuevo ministerio de Igualdad que Irene Montero ha puesto en manos de lesbianas y afines descartando de los altos cargos a varones heterosexuales que los tiene que haber valiosos en las filas de Unidas Podemos, un partido liderado por su marido, al que ya le hacen escraches por la izquierda llamándole casta y vendeobreros.
Se empieza confundiendo la gramática con la política y terminaremos confundiendo el culo con las témporas. Al final, si las feministas desmadradas persisten en sus absurdas posiciones antifilosóficas y antiteológicas, morirán incluso políticamente. Los ingentes disparates de la directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, han llegado al extremo de defender la pornografía lésbica y el valor igualitario del ano masculino. Como no creo que esta mujer se haya vuelto loca, pensaré que tiene un afán de notoriedad muy superior a su autoestima hasta el punto que lo considero incompatible con el cargo que le ha dado Irene Montero.
No creo que las aberraciones naturales en que caen algunas (pocas) feministas desbocadas tengan nada que ver con la filosofía o la teología de la igualdad de derechos y deberes de las mujeres y de los hombres.
Doy por hecho el nulo afecto de algunos dirigentes LGTBI por la Iglesia, pese a haber sido el Cristianismo la religión que dio y da mártires por predicar la igualdad de todos los humanos y por considerar hermanos incluso a los enemigos. Lo normal es que no hayan leído las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios y otros libros del Nuevo Testamento y que solo se hayan quedado con aquella frase (mentirosa y absurda) de Marx, “la religión es el opio del pueblo”. Jesús dijo que no se puede servir a Dios y a las riquezas y que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja. No es que condenara a los ricos, sino a los que no aportan sus riquezas para hacer más llevadera la vida de los pobres. Incluso exigía a los que quisieran ser sus discípulos que vendieran sus bienes y los dieran a los pobres. Así lo hicieron, entre otros muchos cristianos, San Francisco de Asís y San Francisco de Sales.
La Iglesia defiende la propiedad privada y el sabio Tomás de Aquino la justificó, pero le puso un ‘estrambote’, el de cumplir con su función social. Nuestra Constitución, tan sensata y conciliadora como denostada por las izquierdas más insensatas del momento (desde que Zapatero inició la nueva guerra incivil e incivilizante de su frustrante y discriminatoria memoria histórica), también reconoce el ‘derecho a la propiedad privada y a la herencia’ y su función social.
La igualdad nada tiene que ver con la furia feminista antimachista que llevaba, en alguna pancarta del 8-M, a pedir la castración. El desmadre feminista contra los hombres es absolutamente injustificado. Porque haya unas decenas de asesinos absolutamente condenables y merecedores de la pena de muerte (si la hubiera en el Código Penal) no pueden estar las hiperfeministas todos los santos días del año hablando contra los millones y millones de hombres normales. Esa homofobia es tan injusta como la que unos pocos manifiestan contra los gays. No conduce absolutamente a nada y, por supuesto, no evita ninguna muerte de los desalmados criminales.
Y también va siendo hora de que acaben los necios intentos para que la Real Academia de la Lengua acepte palabras (mejor diríamos palabros) de supuesto tinte feminista y que no son más que disparates e insultos a la inteligencia. La igualdad de los desiguales tiene su filosofía y su teología. Es preciso proclamar el estado de alarma contra la pandemia hiperfeminista hasta que tengamos una España de mujeres y hombres libres e iguales.
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