Tras la pandemia del narcovirus, presumiblemente, las cosas seguirán igual. El presidente robot que nos ha tocado sufrir seguiría dependiendo de podemitas e independentistas para hacer como que gobierna un país que le viene ancho para sus cortas luces (no es lo mismo que luces cortas) de iluminado y amplísima egolatría nunca suficientemente satisfecha. Se consolidarían los dos gobiernos en uno y no dejarían dormir a Pedro Sánchez, pero a ver quién le tose a este presidente fuera de Iglesias, Torra y Urkullu, a los que en la intimidad llamará Pablo, Quim e Íñigo. En cualquier momento nos sale diciendo que, en la intimidad, con los dos últimos habla en catalán y en euskera mientras llega el día no muy lejano en que España sea una nación de naciones federadas, pero sin que Torra y Urkullu renuncien a la independencia, como buenos antiespañoles de lujo.
No sería de extrañar que a la mesa bilateral con los independentistas catalanes se sumara otra con los vascos igualmente independentistas, pero menos necios que los seguidores del fugado Puigdemont y del encarcelado (pero poco) Junqueras. La estrategia de la mesa de diálogo no sería mala si durara eternamente y no sirviera para que Cataluña y el País Vasco se sigan llevando la tajada grande de la financiación autonómica. ¿Van a cambiar las cosas tras la pandemia? Ya hemos visto que el irredento Torra ha aprovechado hasta el virus para intentar desprestigiar a España en el extranjero. Todo españolito sabe (porque lo proclaman todos los días ellos) que los independentistas solo quieren mesa para llevárselo todo, incluso el mantel.
Uno hubiera deseado que la pandemia le sirviera a Pedro Sánchez para pensar en la conveniencia de recuperar para el Estado las competencias de Sanidad, Educación y Seguridad. Pero no caerá esa breva. Siguen todos los mesánicos (de mesas), no mesiánicos, diciendo que hay que dar solución política a un conflicto político. ¿Qué conflicto? De haberlo, lo han creado los independentistas. Que lo eliminen ellos. El plato fuerte de la mesa iba a ser la independencia. Sánchez lo ha retirado del menú y en su lugar aceptará el plato de la nación catalana dentro de una España nación de naciones.
Para eso habrá que reformar la Constitución y no parece que estén por la labor ni PP, ni Vox, ni Ciudadanos. O sea, que la mesa devendrá en un timo de la estampita y será Sánchez el que se quede con las estampitas para repartir a las demás autonomías mientras Cataluña y las provincias vascas se llevan los millones de euros.
Sánchez no es más que un pardillo al que han aupado al poder comunistas e independentistas para reírse de él hasta en el Congreso, donde una ‘indepe’ catalana le llamó represor. Y se tragó el sapo. Menudas tragaderas tiene el chaval, nacido para la pasarela y para comparecer en la tele con cara de no haber roto un plato en su vida. La gestión gubernamental de la pandemia podría costarle unas elecciones anticipadas (cuando se acabe el coronavirus) y una derrota en las urnas, a no ser que se opere el milagro de romper la coalición podemita para formar un Gobierno de salvación nacional con Populares y Ciudadanos.
Yo creo en los milagros de Dios, de la Virgen y de los Santos. España sigue siendo mayoritariamente católica y se merece ser salvada por el bien de creyentes y no creyentes, por el bien de todos los compatriotas, incluidos, por supuesto, los votantes de Podemos y de los partidos independentistas. Me resisto a creer que todo seguirá igual porque no habremos aprendido nada.
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