La primera semana del próximo mes de octubre, la Maison de France d´Alicante (la Casa de Francia de Alicante), contará con una invitada de especial relevancia en el marco de sus actividades culturales programadas. Se trata de la joven organista francesa Anne-Isabelle de Parcevaux, que ya ofreció un concierto en la catedral de Orihuela en mayo pasado, y que cierra este II Ciclo Internacional de Órgano de Alicante. Poseedora de un máster en Neurología, dará una conferencia en español sobre “El cerebro del músico” el miércoles 1 de octubre en la Sede Ciudad de Alicante de la Universidad de Alicante. El viernes 3, nos ofrecerá su concierto al mando del órgano mayor de la concatedral San Nicolás de Bari.
Carlos Galiana Ramos.— Estimada Anne-Isabelle, bienvenida de nuevo a Alicante, recordemos que, en mayo pasado, tras tu memorable concierto en la catedral de Orihuela, dominando aquel gigantesco órgano barroco español, tuviste ocasión de sentarte ante nuestro órgano barroco “alemán” y familiarizarte con sus registros. ¿Cómo funciona la mente de un organista para pasarse de un órgano barroco español, como el de Orihuela, al de San Nicolás, partiendo de una obra determinada?
Anne -Isabelle de Parcevaux.— Gracias por su bienvenida a Alicante. Me alegra volver unos meses después de mi concierto en Orihuela, del que guardo recuerdos maravillosos. A diferencia de la mayoría de los músicos, un organista no viaja por el mundo con su propio instrumento, que conoce de memoria. Debe adaptarse a cada órgano. Y cada órgano es muy diferente entre sí. Por eso siempre llegamos al menos 24 o 48 horas antes de un concierto, para tener tiempo de descubrir el órgano, ensayar, familiarizarnos con la disposición y la sensación de los teclados, la acústica de la iglesia y elegir cuidadosamente los sonidos que buscamos para cada pieza de nuestro programa.

Incluso preguntamos con antelación sobre la composición del órgano que vamos a tocar, el número de teclas que tiene y todo tipo de detalles. Elegimos nuestros programas de conciertos en función de la composición del órgano y su período. Cada estética tiene su propio repertorio específico, cada país tiene sus propias particularidades. No puedo tocar las mismas obras en un órgano barroco español, un órgano barroco francés, un órgano barroco alemán o un órgano romántico o sinfónico construido en el siglo XIX. En San Nicolás, por ejemplo, puedo tocar grandes obras de Bach que me sería imposible tocar en Orihuela, porque requiere un pedalero alemán (teclado de pie) con 30 teclas largas, que los órganos barrocos españoles como el de Orihuela no tienen. Por otro lado, el órgano de Orihuela es maravilloso para el repertorio barroco español y obras del Renacimiento europeo.
CGR.— Debo entender que tu talento no te cayó del cielo, sino que es el resultado de amplios estudios y de una gran devoción. ¿Existe pues una tradición musical en el seno de tu familia? Háblanos un poco de ello…
A-I.— Mi padre era un buen pianista aficionado y lo oía tocar mucho en casa cuando era niña. Mi madre cantaba en un coro cuando era estudiante. No había músicos profesionales en mi familia, pero sí una gran sensibilidad por la música clásica. La escuchábamos con frecuencia en casa, y mi tío, mi tía y mis hermanos tocaban algún instrumento musical.
CGR.— Desde muy joven, me impresionaba el órgano mayor de la catedral de Orán, pero aquella música la asociaba, como mucha gente, al repertorio litúrgico únicamente. Luego, al conocer a Francis Chapelet en 2016, me adentré en el universo del órgano. Es algo infinito. ¿Qué se puede hacer para que el gran público, de cualquier edad, llegue a aproximarse sin “temor” al repertorio clásico, a ese mundo del órgano, a la construcción de órganos, a sus compositores e intérpretes?
A-I.— El mundo del órgano es fascinante en la encrucijada de la música, la espiritualidad, la historia, el patrimonio… El órgano tiene su propio repertorio, sus propios compositores, a menudo desconocidos para el público general, y sus intérpretes. Es un instrumento con una construcción extremadamente compleja pero fascinante. ¡Es el único instrumento en el que uno puede meterse! El organero, quien construye y mantiene órganos, debe dominar el trabajo de la madera, el metal y el cuero. Debe gestionar toda la mecánica, a menudo muy compleja, del instrumento, el suministro y la distribución del aire que se envía a los tubos, e incluso, hoy en día, ser un experto en electricidad y electrónica. Pero el órgano sigue siendo muy poco conocido, incluso entre los fieles que están acostumbrados a escucharlo durante la misa cada domingo. Muy a menudo asociamos el órgano únicamente con su función litúrgica. Pero tiene muchas más posibilidades que eso.
En Francia, a partir del siglo XIX, los compositores comenzaron a escribir un repertorio específico para conciertos y se empezaron a construir órganos en salas de conciertos. También existían órganos de salón en casas particulares, donde se ofrecían conciertos de órgano y música de cámara. Posteriormente, los órganos se extendieron a la mayoría de las salas de conciertos y salas de música clásica de todo el mundo. Hoy en día, permite un repertorio muy variado, que abarca desde la música clásica de la Edad Media hasta la época contemporánea, incluyendo repertorio más convencional, como la transcripción de música de cine, en la que la organista inglesa Anna Lapwood se ha especializado, e incluso jazz con el órgano Hammond. Existen muchas vías de acceso al mundo del órgano, lo cual es una excelente noticia. Para promocionarlo, los organistas organizan visitas guiadas de demostración de su instrumento, especialmente para niños.

Muchas asociaciones de amigos del órgano promueven conciertos y festivales. Los organistas están cada vez más presentes en redes sociales, como YouTube, TikTok, Instagram y Facebook, cada uno con su propia sensibilidad. Pueden tener decenas de miles, incluso cientos de miles, de seguidores. Anna Lapwood, con sus transcripciones de música de cine, se ha convertido en una auténtica estrella en redes sociales. Un concierto reciente en la Catedral de Colonia atrajo a 13 000 personas. Tuvo que tocar dos veces para 4000 personas cada vez, el aforo máximo de la catedral, y 5000 personas no pudieron entrar.
CGR.— El factor tiempo es fundamental en la ejecución y la escucha de obras musicales “clásicas”. Sin embargo, nuestra sociedad tiene prisa, bombardeada por tantos impactos visuales o auditivos a la que se le somete constantemente. ¿Esa educación comienza desde la infancia, en la escuela, en el seno de la familia?
A-I.— Aprender a tocar un instrumento musical es una verdadera escuela de paciencia y perseverancia. Dominar la técnica de un instrumento requiere mucho trabajo y mucho ensayo. Requiere mucho tiempo. Esto es, de hecho, bastante contradictorio con nuestra era apresurada, donde queremos todo de inmediato, donde todo va siempre más rápido. Pero la música nos invita a tomarnos nuestro tiempo, a apreciar la lentitud. ¿Quizás sea un remedio para nuestra impaciencia? Los adultos tienen tanto que aprender en este aspecto como los niños; creo que podemos beneficiarnos de ello a cualquier edad.
CGR.— Hemos tenido la suerte, unos amigos y yo, de conocerte el año pasado en Saint-Guilhem-le-Désert, cerca de Montpellier. Nos sedujo en primer lugar tu gentileza, tu encanto personal, tu proximidad y, luego, tu talento en aquel concierto consagrado al barroco europeo. El entorno era incomparable y el público, cautivado, se hallaba en una forma de recogimiento ante la expresión de lo bello, esa “grande belleza”. ¿Qué exigía entonces de ti aquel órgano Cavallé?
A-I.— Saint Guilhem-le-Désert, donde nos conocimos, es un pueblecito encantador en la región del Hérault, al sur de Francia, a orillas del Macizo Central. Fue construido en la Edad Media alrededor de la Abadía de Gellone, en el camino a Santiago de Compostela. El entorno es incomparable y recibe visitas durante todo el año de turistas, aficionados al patrimonio, familias y senderistas. En la apacible, sobria y austera iglesia abacial románica se encuentra un hermoso instrumento de Jean-Pierre Cavaillé, construido a finales del siglo XVIII. Se trata de un órgano de estilo barroco francés. Jean-Pierre Cavaillé es el abuelo de Aristide Cavaillé-Coll, el organero francés más famoso del siglo XIX, quien construyó órganos con un estilo romántico y sinfónico muy diferente al de su abuelo. Es un órgano de gran belleza, que permite que el repertorio barroco suene maravillosamente, especialmente francés, pero también español e italiano. Cuando un órgano es tan bello, uno puede tocarlo durante horas sin cansarse, incluso trabajando de noche. Pero también es un órgano exigente y sensible que requiere mucha precisión y delicadeza en el toque y la articulación de los dedos. Y su pedalero de estilo francés es un verdadero reto cuando uno está acostumbrado a los pedaleros alemanes que equipan la mayoría de los órganos actuales. Es algo exigente, técnica y musicalmente, pero también muy placentero.
CGR.— Cualquiera que te escuche en directo, o te siga en YouTube, queda seducido por tu forma delicada de tocar una obra de Bach, o por aquellos temas vigorosos y triunfantes de una batalla ibérica. ¿Estás de acuerdo en que cada órgano posee un alma propia a la que se debe acceder?
A-I.— Es una certeza. Siempre se necesita un poco de tiempo con cada instrumento para conocerlo y sacarle el máximo provecho. Cada órgano tiene su propia personalidad y nos sentimos más o menos cómodos con él. A veces lleva tiempo dominarlo. A veces nos sentimos cómodos de inmediato. Los organistas suelen desarrollar un vínculo muy íntimo con el instrumento que tocan. El órgano se convierte para nosotros en un amigo, un confidente, un refugio y casi un miembro de nuestra familia. Todos temblamos toda la noche pensando en el órgano, además de en la catedral, cuando Notre Dame de París se incendió. Y sentimos una profunda herida cuando el órgano de la Catedral de Nantes, en Francia, se incendió unos meses después. Sabíamos que para el organista que había tocado este instrumento durante 30 años, era una pérdida irreparable y devastadora… Es como perder a tu mejor amigo o a un miembro vital de tu familia.

CGR.— Tenemos que evocar otro de tus aspectos talentosos: tus estudios acerca de la neurología musical. Tienes prevista una conferencia sobre el tema “El cerebro del músico” en Alicante, el 1 de octubre, en la Sede Universitaria. ¿Puedes decirnos algo acerca de tu interés por esa relación entre las neuronas y la música?
A-I.— Tuve varias dificultades en mi trayectoria musical en el conservatorio. Cometí muchos errores, lo que me impidió aprobar los exámenes, y mis profesores no supieron decirme qué fallaba. Siendo curiosa por naturaleza y autodidacta, quería comprender cómo funcionaban nuestro cerebro y nuestro cuerpo al aprender música. Recurrí a la neurociencia y, a través de la lectura y la observación, comprendí que tenía un problema con la memoria auditiva a muy corto plazo. Lo resolví inventando ejercicios específicos que practiqué durante varios meses. Esto cambió por completo mi relación con el instrumento y me permitió convertirme en organista profesional. Al hacerlo, aprendí mucho sobre el cerebro del músico, la memoria, la lectura a primera vista, el miedo escénico, la psicología, la pedagogía y la gestualidad musical, y pensé que esto podría ser útil para otros músicos. Así que quise profundizar mis conocimientos y obtener un diploma de verdad para poder hablar con músicos sobre el cerebro con la debida legitimidad. Por eso, hace un año, completé un máster en Neurociencia en la Sorbona de París. Y con un amigo neuro-radiólogo (un radiólogo especializado en imágenes cerebrales), realizamos resonancias magnéticas a varios músicos para mostrar qué sucede en sus cerebros cuando escuchan la música que suelen tocar. Mi objetivo es ayudar a los músicos a resolver las dificultades que tienen en su práctica musical.
CGR.— ¿Existe pues una plasticidad neuronal que lleva a cada cual a practicar un poco de gimnasia diaria, o bien escuchando obras nuevas, o bien iniciándose con un instrumento, con o sin solfeo? ¿Qué aconsejarías?
A-I.— Numerosos estudios realizados por investigadores en neurociencia sobre este tema demuestran los beneficios de la música y de tocar un instrumento para el cerebro. Todo tipo de práctica musical es beneficiosa: instrumentos, canto coral, con o sin estudio de teoría musical… La música, de hecho, involucra muchas áreas diferentes de todo el cerebro: las áreas auditivas (lo que oímos), las áreas de gestos y preparación gestual, la comprensión de la estructura y la sintaxis musical, el movimiento y la coordinación de las manos en el espacio y de los dedos al tocar las teclas, la memoria, las emociones… Incluso se utiliza en la Medicina contemporánea para ayudar en la rehabilitación de pacientes afectados por ciertas enfermedades graves. Permite a los pacientes con ictus recuperar el habla y la capacidad de caminar con mayor rapidez. Se utiliza para mejorar la marcha en pacientes con Párkinson. También se utiliza para ayudar a los pacientes con Alzhéimer a recordar episodios pasados a través de música familiar.
En general, tocar música es una especie de neurogimnasia que mantiene el cerebro joven y alerta…
CGR.— Finalmente, cuando el organista, sea hombre o mujer, se halla ahí arriba, en la tribuna, con sus partituras y su colección de registros, envuelto en los decibelios de las trompetas, etc. ¿Tiene forma de percibir las reacciones del público, independientemente de la intensidad de los aplausos?
A-I.— Siempre percibimos, de forma un tanto misteriosa, la reacción del público durante un concierto. Con mucha intensidad cuando el órgano está en el suelo, muy cerca del público. Pero también cuando estamos un poco más lejos, en la galería. Es difícil de explicar. Diría que la percibo aún más en el contexto litúrgico, y muy a menudo adapto mis improvisaciones y el acompañamiento de los cantos según lo que percibo de la congregación de fieles. A veces, la congregación es numerosa, alegre, activa. Y el órgano debe entonces participar de esta energía alegre, de este entusiasmo, e incluso amplificarlo. La congregación puede ser numerosa, pero muy pasiva, y esto resulta bastante extraño para el organista. Esto ocurre en funerales o bodas, donde asisten muchas personas que no suelen practicar. Sucede con bastante frecuencia en Francia. Debemos entonces encontrar la manera de darle al órgano su lugar y asegurar que las personas se sientan acogidas y experimenten la espiritualidad, lo sagrado. También podemos percibir que a la congregación le falta confianza en sí misma, que no se atreve a cantar, y debemos apoyarla y rodearla con el sonido del órgano. La congregación puede estar nerviosa, muy sensible, como en el funeral de un joven fallecido repentinamente. Debemos entonces estar muy atentos, tener delicadeza y hacer que el órgano cante con gran suavidad, calma y serenidad, para que la gente pueda aguantar hasta el final de la ceremonia. Debemos evitar a toda costa las piezas demasiado emotivas y dolorosas.

CGR.— La catedral San Luis, de Versalles, la iglesia San Ignacio, de París: eres cotitular de los respectivos órganos de allí. Se trata de dos edificios religiosos de épocas distintas, con sus instrumentos propios. ¿Puedes hablarnos un poco de Versalles y de París, así como de aquellos órganos?
A-I.— La Catedral de San Luis de Versalles se construyó en el siglo XVIII, en 1754, durante el reinado de Luis XV. Se encuentra cerca del Palacio de Versalles. El gran órgano, recientemente restaurado, data de la mitad del siglo XVIII, con tubos del órgano Clicquot original, y la otra mitad del siglo XIX, cuando fue modernizado por Aristide Cavaillé-Coll, el famoso organero francés. Cuenta con tres teclados manuales y un pedalero, y constituye una síntesis de gran belleza que permite interpretar con gran convicción el repertorio barroco francés, así como el romántico y sinfónico francés. La Iglesia de San Ignacio se construyó un siglo después, en el siglo XIX, en 1855, en un estilo neogótico típico de la época. Es la iglesia jesuita de París. Es muy luminosa y espaciosa, y se encuentra junto a la Facultad Jesuita de París. Aristide Cavaillé-Coll construyó allí un órgano de dos teclados en 1891, al que se le añadió un tercer teclado en la década de 1970. A finales del siglo XX, también se incorporó un sistema electrónico que nos permite cambiar las notas fácilmente nosotros mismos, sin la ayuda de un asistente.
Son dos órganos muy complementarios, que nos permiten abarcar todo el repertorio de órganos franceses desde el Barroco hasta la actualidad. Dos órganos con mucho encanto, en edificios preciosos, donde trabajo con equipos muy amables. Me siento muy afortunada.
Gracias y felicitaciones por esta entrevista tan bien llevada: ¡qué alegría escucharla, apasionante de principio a fin!
Tengo muchísimas ganas de asistir a la conferencia, cuyo tema me interesa profundamente y despierta en mí tantas preguntas.
Ya conozco el trabajo de Anne-Isabelle gracias a sus vídeos en YouTube, pero la idea de poder escucharla en directo me entusiasma. Su interpretación, de una delicadeza infinita y a la vez de una intensidad conmovedora, tiene algo verdaderamente trascendente. Mi hijo, que tuvo la suerte de asistir a uno de sus conciertos en Francia, me contó que salió profundamente emocionado… ¡y lo entiendo perfectamente!
Gracias Alain por tu comentario. Anne-Isabelle nos pone en bandeja un programa doble. Es una oportunidad única para los melómanos de esta provincia. La Casa de Francia de Alicante no ceja en su empeño de dar a conocer al gran público, de cualquier edad o condición, el universo del órgano y de su repertorio. Por consiguiente, como presidente de la «Maison», invito a que se nos apoye en nuestras iniciativas, sean particulares o instituciones públicas o privadas, puesto que «el dinero es el nervio de la guerra» (cultural.