Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Alacant/Alicante no puede negar su historia

Imagen de un pleno del Ayuntamiento de Alicante en 2023 (Fuente: Ayuntamiento de Alicante).

Una reflexión sobre el valenciano.

En los últimos días, el Ayuntamiento de Alicante ha aprobado una declaración institucional que solicita modificar la Llei d’Ús i Ensenyament del Valencià (llamada, por el lugar de su aprobación el año 1983, Llei d’Alacant), para reclasificar la ciudad como zona de predominio lingüístico castellano. A simple vista podría parecer una medida técnica, tal vez incluso lógica para quienes observan el mapa sociolingüístico actual, con una mayoría social de castellanohablantes: según los datos de la última Enquesta d’usos lingüístics de la Generalitat Valenciana (2021), cerca del 30 % de los habitantes de Alicante entiende y sabe hablar valenciano. Sin embargo, detrás de esta decisión se esconde un gesto simbólicamente peligroso: el desarraigo de Alicante respecto a su propia historia cultural y lingüística.

El valenciano no es una lengua extraña en Alicante. Muchos alicantinos no han tenido ocasión de aprender valenciano, y eso es comprensible. Las políticas del siglo XX, especialmente durante el franquismo, impusieron el castellano como única lengua pública, relegando el valenciano al ámbito familiar, cuando no al olvido. Pero esto no convierte al valenciano en una lengua ajena; durante siglos fue la lengua viva de la ciudad: en las calles, en las escuelas, en las fiestas, en la gastronomía, en la música popular. Hasta bien entrado el siglo XX, Alicante era una ciudad mayoritariamente valencianoparlante. Reclasificarla ahora como zona castellana equivale a negarlo. Es como si una ciudad decidiera derribar su catedral porque ya no van muchos fieles a misa. El hecho de que algo haya perdido presencia no significa que debamos borrarlo, sino preguntarnos por qué ha pasado y cómo podemos revitalizarlo sin imposiciones ni exclusiones.

Una lengua es un patrimonio colectivo. El filósofo y crítico George Steiner escribió en After Babel: Aspects of Language and Translation (1975) que “cada lengua es un mundo” y que “cuando perdemos una lengua, perdemos un conjunto específico de recuerdos y un ángulo particular de percepción”. No se trata solo de palabras, sino de modos de mirar, de sentir, de conectar con el entorno. El valenciano no es únicamente un instrumento de comunicación: es la llave de una memoria colectiva, de una manera propia de estar en Alicante. Así que no hablamos de una supuesta “guerra de lenguas”, sino de elegir entre una ciudad que se enorgullece de su pluralidad o una que la arrincona. Defender el valenciano no es ir contra nadie: es proteger aquello que nos distingue.

Todo ello con unas consecuencias educativas, sociales y culturales de gran calado. Desde la entrada en vigor de la Llei d’Alacant, el valenciano ha ido recuperando espacio en las aulas. Las encuestas muestran una mejora progresiva en el conocimiento de la lengua, sobre todo entre los más jóvenes. Lejos de generar conflicto, su aprendizaje ha favorecido la integración, ha abierto puertas laborales en toda la Comunidad Valenciana y ha reforzado la cohesión territorial. Si se aprueba el cambio propuesto, el valenciano dejará de tener el reconocimiento institucional que permite que se enseñe, que se escuche, que se respete. Y quienes quieran aprenderlo —porque sí, aún hay quienes lo desean— lo tendrán más difícil. ¿No es una contradicción pedir libertad educativa mientras se limita el acceso a una lengua oficial?

Renunciar al valenciano es renunciar a la capitalidad. Alicante aspira a liderar su provincia. Pero ¿cómo puede ejercer de capital una ciudad que se desentiende de la lengua mayoritaria en sus comarcas vecinas? ¿Cómo puede representar a Xixona, El Campello, Agost, Mutxamel o Aigües, donde el valenciano sigue vivo en la vida cotidiana, si en el Ayuntamiento de su capital comarcal se lo margina? Una capital cultural no se construye en la uniformidad, sino en la pluralidad. Y una ciudad fuerte no teme a sus lenguas, sino que las cuida como parte de su patrimonio.

Esta es, pues, una invitación al entendimiento. A quienes no hablan valenciano, este artículo no les pide culpa, ni arrepentimiento, ni nostalgia: les pide empatía. El valenciano no está aquí para dividir ni para excluir, sino para sumar. Una ciudad con dos lenguas es una ciudad más rica, más compleja, más interesante. Lo contrario es empobrecer nuestro futuro y borrar lo que aún podemos recuperar. El equipo de gobierno municipal debería preguntarse qué legado quiere dejar. Porque no se puede construir una ciudad moderna sobre la negación de su propia memoria. Alicante puede y debe mirar al futuro, pero no lo hará negando su pasado, sino integrándolo. Como comunidad, tenemos derecho a nuestra historia. Y también la obligación de no traicionarla. Nuestro futuro, como ciudad referente, está en juego.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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